Varios minutos pasaron antes de que recuperara las fuerzas para ponerme de pie. Mis pies no querían moverse, pero de alguna manera los obligué a cooperar lo suficiente para que me llevaran a la Harley. Me senté en el asiento y dejé que mis lágrimas cayeran. La pérdida era algo que sólo había experimentado una vez en mi vida, pero esto se sentía más real. Perder a Paula no era una historia que recordaba de una niñez temprana; estaba en mi cara, debilitándome como una enfermedad, robándome mis sentidos y, físicamente, siendo extremadamente doloroso.
Las palabras de mi madre hicieron eco en mis oídos. Paula era la chica por la que tenía que luchar, y caí luchando. Nada de eso alguna vez iba a ser suficiente.
Un Dodge Intrepid rojo se estacionó a un lado de mi moto. No tenía que levantar la mirada para ver quién era.
Marcos apagó el motor, descansando un brazo fuera de la ventana abierta.
—Hola.
—Hola —dije, limpiándome los ojos con la manga de la chaqueta.
—¿Noche difícil?
—Sí —asentí, observando el tanque de combustible de la Harley.
—Acabo de salir del trabajo. Necesito un maldito trago. Ve conmigo hasta Dutch.
Tomé un largo y entrecortado suspiro. Marcos, como papá y el resto de mis hermanos, siempre sabían cómo manejarme. Ambos sabíamos que no debía conducir en mi condición.
—Está bien.
—¿Sí? —dijo Marcos con una pequeña sonrisa, una sonrisa de sorpresa.
Pasé la pierna hacia atrás sobre el asiento, y luego caminé hasta el lado de pasajero del auto de Marcos. El calor de la ventilación quemó mi piel, y por primera vez en esa noche sentí lo frío que estaba el aire, y reconocí que no tenía suficiente ropa para la temperatura que hacía afuera.
—¿Valentin te llamó?
—Síp. —Se retiró de la plaza de aparcamiento y lentamente maniobró a través del estacionamiento, encontrando la calle a paso de tortuga. Se giró a mirarme—. ¿Supongo que un tipo llamado Fabian llamó a su chica? Dijo que tú y Paula estaban peleando afuera de la cafetería.
—No estábamos peleando. Sólo estaba... intentando recuperarla.
Marcos asintió una vez, estacionando en la calle. —Eso es lo que pensé.
No hablamos de vuelta hasta que tomamos nuestros lugares en el bar de Dutch. Había demasiada gente, pero Bill, el dueño y barman, conocía a papá desde que nosotros éramos niños, y la mayoría de los clientes habituales nos vieron crecer.
—Me alegro de verlos chicos. Ha pasado bastante tiempo —dijo Bill, limpiando el mostrador antes de colocar unas cervezas y un chupito en la barra delante de cada uno de nosotros.
—Hola, Bill —dijo Marcos, inmediatamente arrojándose devuelta a su chupito.
—¿Te sientes bien, Pedro? —preguntó Bill.
Marcos respondió por mí. —Se va a sentir mejor después de unas cuantas rondas.
Estaba agradecido. En ese momento, si hablaba, me podría haber roto.
Marcos continuó comprándome whisky hasta que mis dientes estaban entumecidos y estaba a punto de perder el conocimiento. Debí haberlo hecho en algún momento entre el bar y el apartamento, porque me desperté a la mañana siguiente en el sofá, en mi ropa, sin saber cómo demonios había llegado allí.
Valentin cerró la puerta, y oí el sonido familiar del Honda de Rosario acelerar y alejarse.
Me senté y cerré un ojo. —¿Chicos, tuvieron una buena noche?
—Sí. ¿Tú?
—Supongo que sí. ¿Has oído quien me trajo?
—Sí, Marcos te trajo con el culo arriba y te tiró en el sofá. Estaban riendo, así que no me digas que fue una noche exitosa.
—Marcos puede ser un idiota, pero es un buen hermano.
—Lo es. ¿Tienes hambre?
—Joder, no —gemí.
—Correcto, luego. Me voy a hacer un poco de cereal.
Me senté en el sofá, repasando la noche anterior en mi mente. Las últimas horas fueron confusas, pero cuando me volví a acordar de ver a Paula en la escuela, di un respingo.
—Le dije a Ro que teníamos planes hoy. Pensé que podríamos ir a la maderería para reemplazar tu chirriante puerta de mierda.
—No hace falta que me cuides, Valen.
—No lo hago. Nos vamos en una media hora. Primero lávate, apestas —dijo, sentado en el sillón reclinable con su cuenco de Trigos Mini—. Y luego volvemos a casa y estudiamos. Finales.
—Joder —dije con un suspiro.
—Voy a pedir una pizza para el almuerzo, y nos podemos comer las sobras de la cena.
—Acción de Gracias se acerca, ¿recuerdas? Voy a estar comiendo pizzas en las tres comidas del día durante dos días seguidos. No, gracias.
—Está bien, comida china, entonces.
—Eres un controlador excesivo —dije.
—Lo sé. Confía en mí, te ayudará.
Asentí lentamente, esperando que tuviera razón.
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