TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
lunes, 7 de abril de 2014
CAPITULO 32
El techo era de burbujas rosadas y negras, puesto que cada pulgada estaba
cubierta de globos de helio, con largas cuerdas plateadas que colgaban sobre las
caras de los invitados. Estos se separaron y Pedro se acercó a mí con una amplia
sonrisa, me cogió por ambos lados de la cara y me besó la frente.
—Feliz cumpleaños, Paloma.
—No es hasta mañana —dije.
Todavía conmocionada, intenté sonreír a todos los que me rodeaban.
Pedro se encogió de hombros.
—Bueno, como te habían avisado, tuvimos que hacer algunos cambios de
última hora para sorprenderte. ¿Lo hemos conseguido?
—¡Desde luego! —dije, mientras Jeremias me abrazaba.
—¡Feliz cumpleaños, nena! —dijo Jeremias, mientras me daba un beso en los
labios.
Rosario me dio un codazo suave.
—Menos mal que te he llevado conmigo o ¡te habrías presentado aquí con
un aspecto horrible!
—Tienes un aspecto genial —dijo Pedro, dando un repaso a mi vestido.
Benjamin me abrazó y juntó su mejilla contra la mía.
—Y espero que sepas que la historia de America de que «Benjamin da
escalofríos» era solo un cuento para traerte aquí.
Miré a Rosario y me sonrió.
—Funcionó, ¿no?
Después de que todo el mundo me abrazara y me felicitara por turnos, le
dije a Rosario al oído:
—¿Dónde está Adrian?
—Vendrá más tarde —me susurró ella—. Valentin no ha conseguido avisarlo
hasta esta misma tarde.
Benjamin subió el volumen de la música y todo el mundo gritó.
—¡Ven aquí, Pau! —dijo él, dirigiéndose hacia la cocina. Puso en fila unos
vasos de chupitos sobre la encimera y sacó una botella de tequila del bar—. Feliz
cumpleaños de parte del equipo de fútbol, nena. —Sonrió mientras llenaba cada
vasito hasta arriba de Patron—. Así celebramos los cumpleaños nosotros: si
cumples diecinueve, te sirven diecinueve chupitos. Puedes bebértelos o dárselos a
alguien, pero cuantos más bebas, más de estos conseguirás —dijo, mientras agitaba
un puñado de billetes de veinte.
—¡Oh, Dios mío! —grité.
—¡Bébetelos todos, Paloma! —dijo Pedro.
Miré a Benjamin, suspicaz.
—¿Me darás un billete de veinte por cada chupito que me beba?
—Exactamente, peso pluma. A juzgar por tu tamaño, me atreveré a decir
que acabaremos perdiendo solo sesenta pavos al final de la noche.
—¡Repasa esos cálculos, Benjamin! —dije, mientras cogía el primer vaso, me lo
llevaba a los labios, echaba la cabeza hacia atrás para vaciarlo y, después, me lo
pasaba a la otra mano.
—¡Joder! —exclamó Pedro.
—Qué asco, Benjamin —dije, lamiéndome las comisuras de la boca—. Has
echado Cuervo, y no Patron.
La sonrisa petulante de la cara de Benjamin desapareció, movió la cabeza de un
lado a otro y se encogió de hombros.
—Ve a por él, pues. Tengo las carteras de doce jugadores de fútbol que
dicen que no podrás ni con diez.
Fruncí los ojos.
—Doble o nada a que puedo beberme quince.
—¡Eh! —gritó Valentin—. ¡Sería mejor que no acabaras hospitalizada el día
de tu cumpleaños,Pau!
—Puede hacerlo —dijo Rosario, mientras miraba fijamente a Benjamin.
—¿Cuarenta pavos el chupito? —dijo Benjamin, con mirada insegura.
—¿Tienes miedo?
—¡Demonios! ¡No! Te pagaré veinte dólares por chupito, y cuando llegues a
quince duplicaré el total.
—Así celebramos los de Kansas los cumpleaños —dije, antes de engullir
otro chupito.
Una hora y tres chupitos después, estaba en el salón bailando con Pedro. La
canción era una balada rock, y Pedro iba diciéndome la letra mientras bailábamos.
Al final del primer estribillo me tumbó hacia atrás, y dejé caer los brazos detrás de
mí. Volvió a incorporarme y suspiré.
—Ni se te ocurra hacer eso cuando pase de los diez chupitos —bromeé.
—¿Te he dicho lo increíble que estás esta noche?
Dije que no con un gesto y lo abracé, mientras apoyaba la cabeza en su
hombro. Me abrazó muy fuerte y ocultó su cara en mi cuello, haciéndome olvidar
cualquier cosa sobre decisiones o pulseras o mis diferentes personalidades; estaba
exactamente donde quería estar.
Cuando la música cambió a un ritmo más rápido, la puerta se abrió.
—¡Adrian! —grité, mientras corría a abrazarlo—. ¡Has conseguido venir!
—Siento el retraso, Paupy—se disculpó él, apretando sus labios contra los
míos.
—Felicidades.
—Gracias —dije, notando que Pedro nos miraba fijamente por el rabillo del
ojo. Adrian levantó mi muñeca.
—Te la has puesto.
—Te dije que lo haría. ¿Quieres bailar?
Dijo que no con la cabeza.
—Hum…, yo no bailo.
—Ah, vale, ¿quieres ver cómo me tomo mi sexto chupito de Patron?
—Sonreí, mientras levantaba mis cinco billetes de veinte dólares—. Duplicaré el
dinero si llego a quince.
—Eso es un poco peligroso, ¿no?
Me acerqué a su oído.
—Lo tengo controlado. He jugado a esto con mi padre desde que tenía
dieciséis años.
—Ah —dijo él, con el ceño fruncido en señal de desaprobación—. ¿Bebías
tequila con tu padre?
Me encogí de hombros.
—Era su manera de establecer lazos.
Adrian no parecía muy convencido cuando apartó la mirada de mí y repasó
a los asistentes a la fiesta.
—No puedo quedarme mucho tiempo. Me voy mañana temprano a un viaje
de caza con mi padre.
—Pues me alegro de que mi fiesta fuera esta noche, o no habrías podido
venir mañana —dije, sorprendida al oír sus planes.
Me sonrió y me cogió de la mano.
—Habría procurado volver a tiempo.
Lo arrastré hasta la encimera, cogí otro vaso de chupito y acabé con él,
dejándolo boca abajo sobre la encimera como había hecho con los cinco anteriores.
Benjamin me dio otros veinte dólares, y me fui bailando al salón. Pedro me cogió, y
bailamos con Rosario y Valentin.
Valentin me dio una palmada en el culo.
—¡Uno!
Rosario me dio otro azote en el trasero, y entonces toda la fiesta se unió,
excepto Adrian.
Cuando llegamos al decimonoveno, Pedro se frotó las manos. ¡Mi turno!
Me froté el trasero.
—¡Ve con cuidado! ¡Tengo el culo dolorido!
Con una sonrisa traviesa, levantó la mano hacia atrás por encima del
hombro. Cerré con fuerza los ojos. Al cabo de unos segundos, miré hacia atrás de
reojo. Justo antes de llegar a tocarme con la mano, se detuvo y me dio una suave
palmadita.
—¡Diecinueve! —exclamó.
Los invitados lo vitorearon, y Rosario inició una versión de borrachos del
Cumpleaños feliz. Me reí a carcajadas cuando llegó la parte en que decían mi nombre
y la habitación entera cantó «Paloma».
CAPITULO 31
—¿PAULA? —dijo Valentin, llamando a la puerta—.Ro va a salir a hacer
unos recados; me ha pedido que te lo dijera por si necesitabas acompañarla.
Pedro no me quitaba los ojos de encima.
—¿Paloma?
—Sí —grité a Valentin—, necesitaría ocuparme de unas cuantas cosas.
—Muy bien. Está lista para salir cuando tú lo estés —dijo Valentin, mientras
sus pisadas se alejaban por el pasillo.
—¿Paloma?
Saqué unas cuantas cosas del armario y pasé junto a él.
—¿Podemos acabar la conversación después? Tengo mucho que hacer hoy.
—Claro —dijo él, con una sonrisa forzada.
Escapar al baño fue un alivio. Cerré rápidamente la puerta detrás de mí. Me
quedaban dos semanas en el apartamento, y no había manera de aplazar la
conversación, al menos no durante tanto tiempo. La parte lógica de mi cerebro
insistía en que Adrian era mi tipo: atractivo, listo y estaba interesado en mí. El
porqué de mi interés por Pedro era algo que nunca entendería.
Fuera cual fuera la razón, nos estaba volviendo locos a los dos. Me había
dividido en dos personas diferentes: la chica dócil y educada que era con Adrian y
la persona irascible y frustrada en la que me convertía cuando Pedro estaba cerca.
Toda la universidad había visto a Pedro pasar de ser impredecible a prácticamente
volátil.
Me vestí rápidamente y dejé a Pedro y a Valentin para ir al centro con
Rosario. Estuvo bromeando sobre su sexcapada matutina con Valentin, y yo
escuché, intercalando asentimientos en todos los lugares indicados. Resultaba
difícil centrarse en el tema que nos ocupaba mientras los diamantes de mi pulsera
creaban pequeños puntos de luz en el techo del coche y me recordaban la elección
que, de repente, se me planteaba.Pedro quería una respuesta y yo no la tenía.
—Vale, Pau. ¿Qué te pasa? Has estado muy callada.
—Es todo este rollo con Pedro… Es un lío.
—¿Por qué? —dijo ella, subiéndose las gafas de sol arrugando la nariz.
—Me ha preguntado qué estábamos haciendo.
—¿Y qué estás haciendo? ¿Estás con Adrian o qué?
—Me gusta, pero solo ha pasado una semana. No vamos en serio, ni nada
parecido.
—Sientes algo por Pedro, ¿no?
Negué con la cabeza.
—No sé qué siento por él. Es que, simplemente, no creo que sea posible,
Ro. Es una mala pieza.
—El problema es que ninguno de los dos está por la labor de hablar
abiertamente. Os asusta tanto lo que pueda pasar que os resistís con uñas y
dientes. Sé a ciencia cierta que, si miraras a Pedro a los ojos y le dijeras que lo
quieres, no volvería a mirar a otra mujer.
—¿Y dices que lo sabes a ciencia cierta?
—Sí. Tengo acceso privilegiado a la fuente, ¿recuerdas?
Me detuve a pensarlo un momento. Pedro debía de haber estado hablando
sobre mí con Valentin, pero Valentin nunca favorecería una relación entre los dos
diciéndoselo a Rosario, porque sabía que ella me lo diría; eso me llevaba a la única
conclusión posible: Rosario los había oído por casualidad. Quería preguntarle qué
habían dicho, pero lo pensé mejor.
—Esa situación solo puede llevarme a acabar con el corazón roto —dije
sacudiendo la cabeza—. No creo que Pedro sea capaz de ser fiel.
—Tampoco era capaz de ser amigo de una mujer, y habéis conseguido dejar
a toda la universidad con la boca abierta.
Toqué la pulsera y suspiré.
—No sé. No me importa cómo están las cosas. Podemos ser solo amigos.
Rosario dijo que no con la cabeza.
—Excepto por el problema de que no sois solo amigos. —Soltó un
suspiro—. ¿Sabes qué? Me he cansado de esta conversación. Vamos a que nos
peinen y nos maquillen. Te compraré un vestido nuevo por tu cumpleaños.
—Creo que eso es exactamente lo que necesito —dije.
Después de horas de manicuras, pedicuras, de que nos peinaran, de que nos
hicieran la cera y nos empolvaran, me calcé unos brillantes zapatos de tacón
amarillo y me metí en mi nuevo vestido gris.
—¡Ah, esa es la Pau que conozco y quiero! —Se rio mientras aprobaba con
la cabeza mi conjunto—. Tienes que ir así vestida a tu fiesta de mañana.
—¿No era ese el plan desde el principio? —dije, con una sonrisa burlona.
El móvil vibró en mi bolso y me lo sujeté junto al oído.
—¿Diga?
—¡Es hora de cenar! ¿Dónde demonios estáis? —dijo Pedro.
—Nos estamos mimando un poco. Valen y tú sabíais comer antes de que
llegáramos nosotras. Estoy segura de que podréis arreglároslas.
—Vale, vale, no te aceleres. Nos preocupamos por vosotras, ya lo sabéis.
—Miré a Rosario y sonreí.
—Estamos bien.
—Dile que enseguida te llevo de vuelta a casa. Tengo que parar en casa de
Benjamin para recoger unos apuntes que Valen necesita, y después nos iremos
directamente a casa.
—¿Lo has oído? —pregunté.
—Sí. Nos vemos ahora, Paloma.
Condujimos en silencio hasta la casa de Benjamin. Rosario apagó el motor y se
quedó mirando el edificio de apartamentos que tenía delante. Me sorprendió que
Valentin le hubiera pedido a Rosario que se pasara por allí. Estábamos solo a una
manzana del apartamento de Valentin y Pedro.
—¿Qué pasa, Ro?
—Benjamin me da escalofríos. La última vez que estuve aquí con Valentin, se puso
a coquetear conmigo.
—Bueno, pues entonces voy contigo. Si se atreve a guiñarte el ojo, se lo
machacaré con mis zapatos de tacón nuevos, ¿te parece?
Rosario sonrió y me abrazó.
—¡Gracias, Pau!
Caminamos hasta la parte trasera del edificio, y Rosario respiró hondo
antes de llamar a la puerta. Esperamos, pero nadie vino a abrir.
—¿Es posible que no esté en casa? —pregunté.
—Claro que está en casa —respondió ella, irritada.
Golpeó la madera con el puño y la puerta se abrió sola.
—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritó la multitud que esperaba dentro.
CAPITULO 30
A la mañana siguiente me serví zumo de naranja en un vaso alto y me lo fui
bebiendo a sorbitos mientras movía la cabeza al ritmo de la música de mi iPod. Me
desperté antes de que saliera el sol, y luego estuve retorciéndome en el sillón hasta
las ocho. Después decidí limpiar la cocina para pasar el rato hasta que mis menos
ambiciosos compañeros de piso se despertaran. Cargué el lavavajillas, barrí y pasé
la mopa, y luego limpié las encimeras. Cuando la cocina estuvo reluciente, cogí la
cesta de la ropa limpia, me senté en el sofá y doblé y doblé hasta que hubo una
docena o más de montones a mi alrededor.
Llegaron murmullos de la habitación de Valentin. Se oyó la risa tonta de
Rosario y luego hubo silencio durante unos minutos más, seguidos de ruidos que
me hicieron sentir un poco incómoda sentada sola en la sala de estar.
Apilé los montones de ropa plegada en la cesta y los llevé a la habitación de
Pedro. Sonreí al ver que ni se había movido de la postura en la que se había
quedado la noche anterior. Dejé la cesta en el suelo y lo tapé con la colcha,
reprimiendo la risa al ver que se daba la vuelta.
—Mira, Paloma —dijo, musitando algo inaudible antes de que su
respiración volviera a ser lenta y profunda.
No pude evitar mirarlo dormir; saber que estaba soñando conmigo me
produjo un escalofrío en las venas que no pude explicar.
Pedro parecía volver a estar profunda y plácidamente dormido, así que
decidí irme a la ducha, deseando que el ruido de alguien moviéndose por la casa
acallara los gemidos de Valentin y Rosario, y los crujidos y golpes de la cama
contra la pared. Cuando cerré el grifo me di cuenta de que a ellos no les
preocupaba quién pudiera escuchar.
Me peiné y puse los ojos en blanco al escuchar los agudos gritos de Rosario,
que se parecían más a los de un caniche que a los de una actriz porno. Sonó el
timbre de la puerta, cogí mi bata azul y me ajusté el cinturón mientras atravesaba
corriendo la sala de estar. Los ruidos de la habitación de Valentin se acallaron
inmediatamente y, al abrir, me encontré la cara de Adrian sonriendo.
—Buenos días —dijo.
Con los dedos me llevé el pelo mojado hacia atrás.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No me gustó la manera en que nos despedimos anoche. Por la mañana he
salido a por tu regalo de cumpleaños y no podía esperar a dártelo. Así que…
—dijo, sacando una cajita brillante del bolsillo—, feliz cumpleaños, Paupy.
Me puso el paquete plateado en la mano, y me incliné para besarle la
mejilla.
—Gracias.
—Venga. Quiero ver tu cara cuando lo abras.
Metí el dedo por debajo del celo por la parte inferior de la caja y luego
arranqué el papel, pasándoselo a él. Era una pulsera de oro blanco con una fila de
diamantes engarzados.
—Adrian —susurré.
—¿Te gusta? —dijo con su deslumbrante sonrisa.
—Sí —dije, mientras lo sostenía delante de mí, asombrada—, pero es
demasiado. No podría aceptar esto aunque hubiera estado saliendo un año
contigo, y mucho menos después de una semana.
Adrian gesticuló.
—Pensé que dirías eso. He buscado arriba y abajo toda la mañana para
encontrar un regalo de cumpleaños perfecto y, cuando vi esto, supe que solo hay
un sitio donde pueda estar —dijo, cogiéndolo de mis manos y abrochándomela
alrededor de la muñeca—. Y tenía razón. Te queda increíble.
Levanté la muñeca y moví la cabeza, hipnotizada por el brillo y el color de
las piedras a la luz del sol.
—Es la cosa más bonita que he visto en mi vida. Nadie jamás me ha dado
algo tan… —caro me vino a la cabeza, pero no quería decir eso— … elaborado. No
sé qué decir.
Adrian se rio y luego me besó en la mejilla.
—Di que te lo pondrás mañana.
Sonreí de oreja a oreja.
—Me lo pondré mañana —dije, mirándome la muñeca.
—Estoy encantado de que te guste. La mirada en tu cara merece el esfuerzo
de las siete tiendas que he recorrido.
Suspiré.
—¿Has ido a siete tiendas? —Asintió con la cabeza, y yo cogí su cara con
mis manos—. Gracias. Es perfecto —dije, dándole un beso rápido.
Me abrazó.
—Tengo que irme. Voy a comer con mis padres, pero te llamaré más tarde,
¿de acuerdo?
—Vale. ¡Gracias! —Le grité mientras lo veía salir corriendo escaleras abajo.
Me metí deprisa en el apartamento, incapaz de apartar los ojos de mi
muñeca.
—¡Joder, Pau! —dijo Rosario cogiéndome la mano—. ¿De dónde has
sacado esto?
—Me lo ha traído Adrian. Es mi regalo de cumpleaños —dije.
La mirada de Rosario, que seguía boquiabierta, pasaba de mí a la pulsera.
—¿Te ha comprado una pulsera de diamantes del tamaño de una
muñequera de tenis? ¿Después de una semana? ¡Si no te conociera bien, diría que
tienes una entrepierna mágica!
Me reí en alto y empecé una fiesta ridícula de risitas en la sala de estar.
Valentin salió de su dormitorio con aspecto cansado y satisfecho.
—A ver, chifladas, ¿de qué os reís tanto?
Rosario me levantó la muñeca.
—¡Mira lo que le ha regalado Adrian por su cumpleaños!
Valentin miró con ojos entreabiertos y luego se le salieron de las órbitas.
—¡Guau!
—Sí, ¿verdad? —dijo Rosario asintiendo.
Pedro apareció tambaleándose en un extremo de la habitación, parecía
bastante hecho polvo.
—Tíos, hacéis un ruido de cojones —se quejó mientras se abotonaba los
vaqueros.
—Disculpa —dije, liberando la mano de la sujeción de Rosario. Nuestro
casi encuentro de la noche anterior me vino a la cabeza y me parecía que no podía
mirarlo a los ojos.
De un trago se bebió lo que quedaba de mi zumo de naranja y luego se secó
la boca con la mano.
—¿Quién coño me dejó beber tanto ayer por la noche?
Rosario lo miraba con desprecio
—Tú solito. Te fuiste y compraste una botella de licor después de que Pau
saliera con Adrian, y te la tomaste entera antes de que ella volviera.
—Maldita sea —dijo, meneando la cabeza
—¿Te lo pasaste bien? —preguntó mirándome.
—¿Lo dices en serio? —solté, mostrando rabia sin pensármelo dos veces.
—¿Qué?
Rosario se rio.
—La sacaste a la fuerza del coche de Adrian, rojo de ira cuando los pescaste
montándoselo como dos críos de instituto. ¡Habían empañado los cristales de las
ventanas y todo!
Los ojos de Pedro se desenfocaron, intentando recordar algo de la noche
anterior. Yo hice esfuerzos para contener mi mal humor. Si no se acordaba de que
me había sacado del coche, tampoco se acordaría de lo cerca que estuve de
entregarle mi virginidad en bandeja de plata.
—¿Cómo de cabreada estás? —preguntó haciendo un gesto de disgusto.
—Bastante cabreada
La verdad es que estaba más enfadada por el hecho de que mis sentimientos
no tuvieran que ver en absoluto con lo que había ocurrido con Adrian. Me ajusté la
bata y salí furiosa del salón. Pedro me siguió inmediatamente.
—Paloma —dijo, mientras sujetaba la puerta que yo le había cerrado en la
cara. Lentamente, la empujó hasta abrirla y se quedó de pie delante de mí
esperando que lo increpase movida por mi ira.
—¿Recuerdas algo de lo que me dijiste anoche? —pregunté.
—No. ¿Por qué? ¿Me comporté como una rata? —En sus ojos inyectados en
sangre se leía la preocupación, lo que solo servía para multiplicar mi mal humor.
—¡No, no fuiste un rata conmigo! Tú…, nosotros… —me tapé los ojos con
las manos y luego me quedé helada cuando sentí la mano de Pedro en la muñeca.
—¿De dónde ha salido esto? —dijo, mirando airado la pulsera.
—Es mía —dije separándome de él.
No apartaba los ojos de mi muñeca.
—Nunca antes la había visto. Parece nueva.
—Lo es.
—¿De dónde la has sacado?
—Adrian me la dio hace unos quince minutos —dije, viendo cómo su cara
pasaba de la confusión a la rabia.
—¿Qué coño hacen aquí las cosas de ducha? ¿Ha pasado la noche aquí?
—preguntó, elevando la voz con cada pregunta.
Me crucé de brazos.
—Fue a comprar algo por mi cumpleaños esta mañana y lo trajo.
—Todavía no es tu cumpleaños. —Se le puso la cara de color rojo oscuro
mientras intentaba mantener los nervios bajo control.
—No podía esperar —dije, levantando el mentón con orgullo tenaz.
—No me extraña que tuviera que sacarte a rastras de su coche, parece como
si estuvieras… —Fue bajando la voz y apretando los labios.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué? ¿Como si estuviera qué?
Se le tensaron las mandíbulas y respiró profundamente, exhalando por la
nariz.
—Nada. Todavía estoy cabreado e iba a decir algo repugnante que en
realidad no pienso.
—Eso no te pasaba antes.
—Lo sé. Eso mismo estaba pensando —dijo, mientras caminaba hacia la
puerta—. Te dejo para que te vistas.
Cuando agarró el pomo de la puerta se paró, frotándose el brazo. En cuanto
los dedos tocaron la parte que debía de estar amoratada, se subió la manga y vio el
moretón. Se quedó mirándolo un momento y se volvió hacia mí.
—Me caí escaleras abajo anoche. Y me ayudaste a ir a la cama… —dijo,
conforme cribaba las imágenes borrosas que debía de tener en su cabeza.
El corazón me latía con fuerza y me costó tragar saliva cuando comprobé
que de golpe caía en la cuenta de lo ocurrido. Entrecerró los ojos.
—Nosotros… —comenzó, dando un paso hacia mí, mirando el armario y
luego la cama.
—No, no lo hicimos. No ocurrió nada —dije, al tiempo que negaba con la
cabeza.
Se encogió avergonzado, ya que debía de estar recordándolo.
—Empañaste los cristales de Adrian, te saqué de su coche y luego intenté…
—dijo, agitando la cabeza. Se volvió hacia la puerta y agarró el pomo con los
nudillos blancos—. Estás haciendo que me convierta en un psicópata, Paloma
—gruñó por encima de mi espalda—. No pienso con claridad cuando te tengo
alrededor.
—¿Así que ahora es culpa mía?
Se volvió. Sus ojos pasaron de mi cara a mi ropa, a mis piernas, luego a mis
pies para volver a mis ojos.
—No sé. Mi memoria está un poco brumosa…, pero no recuerdo que tú
dijeras no.
Me adelanté, preparada para argumentar ese pequeño hecho irrelevante,
pero no pude. Tenía razón.
—¿Qué quieres que te diga, Pedro?
Miró la pulsera y luego a mí con ojos acusadores.
—¿Esperabas que no me acordase?
—¡No! ¡Me fastidiaba que te hubieras olvidado!
Sostuvo mi mirada con sus ojos marrones.
—¿Por qué?
—¡Porque si yo hubiera…, si hubiéramos…, y tú no…! ¡No sé por qué!
¡Simplemente estaba cabreada!
Se movió furioso por la habitación y se detuvo a unos milímetros de mí. Sus
manos tocaron cada lado de mi cara, su aliento era rápido mientras examinaba mi
cara.
—¿Qué estamos haciendo, Paloma?
Clavé primero la mirada a la altura del cinturón, luego empecé a subirla por
los músculos y los tatuajes de su estómago y su pecho, y finalmente la posé en la
calidez marrón de sus ojos.
—Dímelo tú.
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