jueves, 17 de abril de 2014

CAPITULO 66





Me serví un chupito de whisky en un vaso, eché la cabeza hacia atrás y me lo bebí de un solo trago. Torcí el gesto cuando el líquido me quemó al bajar por la garganta.

Pedro me envolvió dulcemente con sus brazos por la cintura desde atrás.

—No te estoy pidiendo que nos casemos, Paloma. Solo son tatuajes.

—Lo sé —dije, asintiendo mientras me servía otra copa.

Pedro me quitó la botella de la mano y enroscó el tapón antes de volver a guardarla en el armarito. Cuando no me volví, me movió por las caderas para que lo mirara de frente.

—Está bien. Debería habértelo dicho antes, pero decidí comprar el sofá, y una cosa me llevó a la otra. Me pudo la emoción.

—Esto va muy rápido para mí, Pedro. Has hablado de que vivamos juntos,acabas de tatuarte mi nombre, me estás diciendo que me amas…, todo esto va muy… rápido.

Pedro torció el gesto.

—Estás alucinando. Te he pedido que no lo hicieras.

—Es complicado no hacerlo. ¡Has descubierto lo de mi padre, y todo lo que sentías antes se ha magnificado de golpe!

—¿Quién es tu padre? —preguntó Valentin, claramente disgustado por no seguir la conversación. Cuando ignoré su pregunta, suspiró—. ¿Quién es su padre?—preguntó a Rosario, que dijo que no con la cabeza, displicente.

La expresión de la cara de Pedro se retorció con disgusto.

—Lo que siento por ti no tiene nada que ver con tu padre.

—Mañana vamos a ir a esa superfiesta de citas. Se supone que será el gran momento en el que anunciaremos nuestra relación, o algo así, y ahora vas y te tatúas mi nombre en el brazo y ese proverbio sobre cómo nos pertenecemos el uno
al otro. Es para alucinar, ¿vale? ¡Así que estoy alucinando!

Pedro me cogió la cara y me besó en la boca; después me levantó del suelo y me dejó sobre la encimera. Su lengua pidió entrar en mi boca y, cuando la dejé entrar, gimió.

Clavó los dedos en mis caderas y me acercó más a él.

—Estás tan increíblemente sexi cuando te enfadas —susurró contra mis labios.

—Vale —dije suspirando—, ya me he calmado.

Sonrió complacido porque su plan de distracción había funcionado.

—Todo sigue igual, Paloma. Solo tú y yo.

—Estáis como cabras —dijo Valentin, sacudiendo la cabeza.

Rosario le dio una palmadita juguetona a Valentin en el hombro.

—Pau también ha comprado algo para Pedro hoy.

—¡Rosario! —la regañé.

—¿Has encontrado un vestido? —preguntó él sonriendo.

—Sí —lo rodeé con las piernas y los brazos—. Mañana será tu turno de alucinar.

—Lo espero con impaciencia —dijo él, mientras me bajaba de la encimera.

Me despedí de Rosario con la mano mientras Pedro me llevaba por el pasillo.

CAPITULO 65



Apartó el vendaje y yo ahogué un grito al ver el simple tatuaje negro sobre la parte interior de su muñeca; la piel de alrededor todavía estaba roja y brillante por el antibiótico que se había untado. Sacudí la cabeza sin poder creer la palabra que estaba leyendo.

Paloma

—¿Te gusta? —me preguntó.

—¿Te has tatuado mi nombre en la muñeca? —dije esas palabras, pero no reconocía mi propia voz. Mi mente se dispersó en múltiples ideas, y aun así conseguí hablar con un tono de voz tranquilo y homogéneo.

—Sí.

Me besó en la muñeca mientras yo no dejaba de mirar la tinta permanente en su piel, sin creer lo que veían mis ojos.

—Intenté disuadirlo, Pau. Lleva bastante tiempo sin cometer ninguna locura. Creo que tenía mono —dijo Valentin, sacudiendo la cabeza.

—¿Qué te parece? —me apremió Pedro.

—No sé qué pensar —dije.

—Deberías habérselo preguntado primero, Pepe—dijo Rosario, meneando la cabeza y tapándose la boca con los dedos.

—¿Preguntarle qué? ¿Si podía hacerme un tatuaje? —Se volvió hacia mí con el ceño fruncido—. Te amo y quiero que todo el mundo sepa que soy tuyo.

Me moví inquieta.

—Eso es permanente, Pedro.

—Y también lo nuestro —dijo él, acariciándome la mejilla.

—Enséñale el resto —dijo Valentin.

—¿El resto? —dije, mirándole la otra muñeca.

Pedro se levantó y se subió la camiseta, dejando al descubierto sus impresionantes abdominales, que se estiraban y tensaban con el movimiento.

Pedro se dio la vuelta y en el costado tenía otro tatuaje reciente que se extendía por las costillas.

—¿Qué es eso? —pregunté, entrecerrando los ojos para mirar los símbolos verticales.

—Es hebreo —dijo Pedro con una sonrisa nerviosa.

—¿Qué significa?

—Pone: «Pertenezco a mi amada, y mi amada a mí».

Mis ojos se clavaron en los suyos.

—¿No te bastaba con un tatuaje, sino que has tenido que hacerte dos?

—Es algo que siempre dije que haría cuando conociera a la Chica adecuada.Te he conocido…, así que fui a hacerme los tatuajes.

Su sonrisa desapareció cuando vio la expresión de mi cara.

—Estás cabreada, ¿no? —dijo él, mientras se bajaba la camiseta.

—No estoy enfadada. Es que… es un poco abrumador.
Valentin acercó a Rosario y la estrechó con un brazo.

—Será mejor que te acostumbres ya,Pau. Pedro es impulsivo y va hasta el final con todo. Esto le ayudará a sobrevivir hasta que pueda ponerte un anillo en el
dedo.

Rosario enarcó las cejas, me miró a mí y luego a Valentin.

—Pero ¿qué dices? ¡Si acaban de empezar a salir!

—Me…, me parece que necesito una copa —dije, de camino a la cocina.

Pedro se rio, mientras me observaba rebuscar en los armarios.

—Está de broma, Paloma.

—¿Ah, sí? —preguntó Valentin.

—No hablaba de ningún momento próximodijo Pedro, intentando quitar hierro a la situación. Se volvió hacia Valentin y farfulló—: Muchas gracias, capullo.

—Quizá ahora dejes de hablar de eso —dijo burlón Valentin.

CAPITULO 64



ME di la vuelta y escruté mi reflejo con escepticismo. El vestido era blanco,
con la espalda al aire y peligrosamente corto; la parte superior se sujetaba con un
tirante corto de piedras de bisutería alrededor del cuello.
—¡Vaya! Pedro se va a mear encima cuando te vea así —dijo Rosario.
Puse los ojos en blanco.
—¡Qué romántico!
—Ya está, te quedas con ese. No te pruebes ninguno más, ese es el mejor
—dijo ella, aplaudiendo emocionada.
—¿No te parece demasiado corto? Mariah Carey enseña menos carne.
Rosario sacudió la cabeza.
—Insisto.
Di otra vuelta, mientras Rosario se probaba un modelo tras otro; le costaba
más decidirse cuando el vestido era para ella. Acabó eligiendo uno
extremadamente corto, ajustado y color maquillaje que dejaba un hombro al aire.
Fuimos en su Honda hasta el apartamento, donde descubrimos que se
habían llevado el Charger y que Moro estaba solo. Rosario sacó su teléfono y
marcó. Cuando Valentin descolgó, sonrió.
—¿Dónde estáis, cariño? —Asintió con la cabeza y entonces me miró—. ¿Por
qué iba a enfadarme? ¿Qué tipo de sorpresa? —dijo con cautela.
Volvió a mirarme, se metió en el dormitorio de Valentin y cerró la puerta.
Rasqué las pequeñas orejas puntiagudas de Moro, mientras Rosario
murmuraba en el dormitorio. Cuando volvió a salir, intentó reprimir una sonrisa.
—¿Qué están tramando? —pregunté.
—Vienen de camino. Dejaré que sea Pedro quien te lo cuente —dijo ella con
una sonrisa de oreja a oreja.
—Oh, Dios mío…, ¿qué? —pregunté.
—Acabo de decir que no puedo decírtelo. Es una sorpresa.
Me puse a juguetear con el pelo y a morderme las uñas, incapaz de
quedarme quieta mientras esperaba a que Pedro me desvelara su última sorpresa.
Una fiesta de cumpleaños, un cachorro… No conseguía imaginarme qué podía
venir después.
El poderoso motor del Charger de Valentin anunció su llegada. Los chicos se
reían mientras subían las escaleras.
—Están de buen humor —dije—. Es buena señal.
Valentin entró el primero.
—Es que quería que pensaras que había una razón para que él se hiciera
uno, y yo no.
Rosario se levantó para recibir a su novio y lo rodeó con sus brazos.
—Qué tonto eres, Valen. Si quisiera un novio loco, saldría con Pedro.
—No tiene nada que ver con lo que siento por ti —añadió Valentin.
Pedro entró por la puerta con una gasa cuadrada en la muñeca. Me sonrió y
después se dejó caer en el sofá, apoyando la cabeza en mi regazo.
No podía apartar la mirada del vendaje.
—A ver…, ¿qué has hecho?
Pedro sonrió y me hizo agacharme para besarlo. Notaba su nerviosismo. En
apariencia sonreía, pero tenía el claro convencimiento de que no estaba seguro de
cómo iba a reaccionar yo ya lo que había hecho.
—He hecho unas cuantas cosas hoy.
—¿Como qué? —pregunté suspicaz.
Pedro se rio.
—Tranquila, Paloma. Nada malo.
—¿Qué te ha pasado en la muñeca? —dije, mientras le levantaba la mano
por los dedos. Un estruendoso motor diésel se detuvo fuera y Pedro se levantó de
un salto del sofá para abrir la puerta.
—¡Ya iba siendo hora! ¡Llevo en casa al menos cinco minutos! —dijo con
una sonrisa.
Un hombre entró de espaldas y cargando un sofá fris cubierto de plástico,
seguido por otro hombre que sujetaba la parte trasera. Valentin y Pedro movieron
el antiguo sofá (conmigo y Moro todavía encima) hacia delante y los hombres
dejaron el nuevo en su lugar. Pedro quitó el plástico y después me levantó en
brazos, dejándome después sobre los blandos cojines.
—¿Has comprado uno nuevo? —pregunté con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, y he hecho un par de cosas más. Gracias, chicos —dijo, mientras los
transportistas levantaban el viejo sofá y se iban por donde habían venido.
—Ahí se van un montón de recuerdos —ironicé.
—Ninguno que quiera recordar. —Se sentó a mi lado y suspiró,
observándome durante un momento antes de quitarse el esparadrapo que sujetaba
la gasa de su brazo—. Por favor, te pido que no alucines.
En mi mente se agolparon la conjeturas sobre lo que podía ocultar ese
vendaje. Me imaginé una quemadura, o puntos, o alguna otra cosa igual de
truculenta.