viernes, 23 de mayo de 2014

CAPITULO 184



Medio emocionado, medio nervioso como el infierno, entré en la casa de mi padre, mis dedos entrelazados con los de Paula. Humo del cigarrillo de mi padre y mis hermanos provenía de la sala de juegos, mezclándose con el ligero olor almizclado de la alfombra que era más vieja que yo.
A pesar de que Paula estuvo molesta al principio por no tener mucho aviso antes de conocer a mi familia, parecía más a gusto de lo que yo me sentía. Traer una novia a casa no era un hábito de los hombres Alfonso, y cualquier predicción de sus reacciones no era fiable en el mejor de los casos.


Marcos salió a la vista primero. —¡Santo Cristo! ¡Es el idiota!
Cualquier esperanza de que mis hermanos pretendieran no ser otra cosa que salvajes era una pérdida de tiempo. Los amaba de todos modos, y conociendo a Paula, también lo haría.


—Oye, oye... cuida tu lenguaje frente a la señorita —dijo papá, asintiendo hacia Paula.


—Paloma, este es mi papá, Horacio Alfonso. Papá, esta es Paloma.


—¿Paloma? —preguntó Horacio, con una expresión divertida en el rostro.


Paula —dijo ella, estrechándole la mano.


Señalé a mis hermanos, cada uno asintiendo cuando decía su nombre. —Marcos, Nahuel, Manuel y Pablo.



Paula parecía un poco abrumada. No podía culparla, nunca le había hablado de mi familia, y cinco chicos serían abrumadores para cualquiera. De hecho, cinco chicos Alfonso eran francamente aterradores para la mayoría.
Al crecer, los niños del barrio aprendieron a no meterse con ninguno de nosotros, y sólo una vez alguien cometió el error de hacerlo. Éramos frágiles, pero nos uníamos como una sólida fortaleza si era necesario. Eso estaba claro, incluso
para aquellos que no pretendían intimidarnos.


—¿Paula tiene apellido? —preguntó papá.


—Chaves —dijo, asintiendo cortésmente.


—Es un placer conocerte, Paula —dijo Pablo con una sonrisa. Paula no lo habrá notado, pero la expresión de Pablo era una fachada para lo que realmente hacía: analizar cada palabra y movimiento suyo. Él siempre estaba en búsqueda de alguien que pudiera potencialmente balancear nuestro ya débil barco. Las olas no eran bienvenidas, y siempre había hecho su trabajo al calmar las potenciales
tormentas.


Papá no puede soportarlo, solía decir. Ninguno de nosotros podía discutir contra esa lógica. Cuando uno o unos cuantos de nosotros nos encontrábamos en problemas, iríamos con Pablo, y él se encargaría de ello antes que papá pudiera
averiguarlo. Años de acoger a un grupo de escandalosos, violentos chicos hizo que Pablo se convierta en un hombre mucho antes de lo que debería. Lo respetábamos por eso, incluyendo mi padre, pero años de ser nuestro protector lo
volvieron un poco arrogante a veces. Pero Paula se mantuvo sonriendo y ajena al hecho de que ahora era un blanco bajo la mirada del guardián de la familia.


—Un gran placer —dijo Marcos, sus ojos ambulantes en lugares que habrían conseguido que cualquier otro muriera.
Papá golpeó la parte trasera de su cabeza y gritó.


—¿Que dije? —dijo, frotándose la parte posterior de la cabeza.


—Siéntate, Paula. Míranos quitarle el dinero a Pepe—dijo Manuel.


Saqué una silla para Paula, y se sentó. Miré a Marcos, y respondió sólo con un guiño. Sabelotodo.


—¿Conociste a Stu Unger? —preguntó Paula, señalando una polvorienta foto.


No pude creerle a mis oídos.


Los ojos de papá se iluminaron. —¿Sabes quién es Stu Unger?


Paula asintió. —Mi papá es un fan también.


Papá se puso de pie, señalando la polvorienta foto a su lado. —Y ese de allí es Doyle Brunson.


Paula sonrió. —Mi papá lo vio jugar una vez. Es increíble.


—El abuelito de Pedro era un profesional. Nos tomamos al póquer muy en serio por aquí. —Papá sonrió.


No era sólo que Paula nunca hubiera mencionado el hecho que conocía algo sobre póquer, también era la primera vez que la había escuchado hablar de su padre.


Mientras observábamos a Marcos barajar y repartir, traté de olvidar lo que había sucedido.
Con sus largas piernas, ligeras pero perfectas y proporcionadas curvas, y grandes ojos, Paula era increíblemente hermosa, pero conocer a Stu Unger por su
nombre la había hecho tener un gran éxito con mi familia. Me acomodé un poco más arriba en mi asiento. No había forma que ninguno de mis hermanos pudiera traer a casa a alguien que superara eso.


Marcos levantó una ceja. —¿Quieres jugar, Paula?


Ella negó con la cabeza. —No creo que debería.


—¿No sabes cómo? —preguntó papá.


Me incliné para besar su frente. —Juega... yo te enseño.


—Deberías darle un beso de despedida a tu dinero en este momento, Paula —se rió Pablo.


Paula apretó los labios y metió la mano en su bolso,sacando dos billetes de cincuenta. Se los entregó a papá, esperando pacientemente que se los cambiara por fichas. Marcos sonrió, dispuesto a tomar ventaja de su confianza.


—Tengo fe en las habilidades para enseñar de Pedro —dijo Paula.


Manuel aplaudió. —¡Demonios, sí! ¡Voy a volverme rico esta noche!


—Empecemos con poco esta vez —dijo papá, lanzando una ficha de cinco dólares.


Marcos repartió, y abrió en abanico las cartas de Paula —¿Alguna vez has jugado?


—Ha pasado un tiempo —asintió.


—No se vale el Go Fish, optimista —dijo Marcos, mirando sus cartas.


—Cierra la boca, Marcos —gruñí, lanzándole una rápida mirada amenazante antes de volver a mirar las cartas de Paula—. Estás buscando cartas altas, números
consecutivos, y de la misma clase si eres muy afortunada.


Perdimos las primeras rondas, pero Paula se rehusaba a que la ayudara.
Luego de eso, empezó a recuperarse con bastante rapidez. Tres manos más tarde,había pateado todos sus traseros sin siquiera pestañear.


—¡Mierda! —Se quejó Marcos—. ¡La suerte del principiante apesta!


—Tienes a una chica que aprende rápido,Pepe —dijo papá, moviendo su boca alrededor de su cigarro.


Tomé un trago de mi cerveza, sintiéndome como el rey del mundo. —¡Me estás haciendo orgulloso, Paloma!


—Gracias.


—Aquellos que no pueden, enseñan —dijo Pablo, sonriendo.


—Muy gracioso, imbécil —murmuré.


—Consíguele una cerveza a la chica —dijo papá, una sonrisa divertida levantaba sus ya hinchadas mejillas.


Con mucho gusto fui y saqué una botella de la nevera, usé el ya roto borde de la encimera para sacar la tapa de la botella. Paula sonrió cuando puse la botella frente a ella y no dudó en tomar uno de sus tan conocidos grandes tragos.
Se limpió los labios con el dorso de la mano, y luego esperó que mi papá le diera sus fichas.


Cuatro manos más tarde, Paula había tomado lo último de su tercera cerveza y miraba a Manuel de cerca. —Está de tu parte, Manuel. ¿Vas a seguir siendo un bebé o vas a dar la cara como un hombre?


Se me estaba haciendo muy difícil mantener la excitación en otras zonas.


Mirar a Paula ganándoles a mis hermanos —y a un veterano del póquer como era mi padre— ronda tras ronda me calentaba. Nunca había visto una mujer más sexy en mi vida, y sucedía que era mi novia.


—¡Que se joda! —dijo Manuel, lanzando sus últimas fichas adentro.


—¿Qué tienes, Paloma? —le pregunté con una sonrisa. Me sentía como un niño en navidad.


—¿Manuel? —solicitó Paula, con el rostro completamente en blanco.


Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. —¡Flush! —Sonrió, extendiendo sus cartas boca arriba sobra la mesa.


Todos miramos a Paula. Sus ojos recorrieron a los hombres a su alrededor y luego golpeó las cartas sobre la mesa. —¡Acepten su derrota y lloren, chicos! ¡Ases y ochos!


—¿Un Full House? ¿Qué demonios? —gritó Marcos.


—Lo siento. Siempre quise decir eso —dijo Paula, riendo mientras agarraba sus fichas.


Los ojos de Pablo se estrecharon. —Esto no es sólo suerte de principiante. Ella juega.


Miré a Pablo por un momento. No quitó sus ojos de Paula.


Entonces, la miré. —¿Has jugado alguna vez, Paloma?
Apretó los labios y se encogió de hombros, dejando que una dulce sonrisa apareciera en las comisuras de su boca. Mi cabeza cayó hacia atrás, y me eché a reír. Intenté decirle lo orgulloso que estaba, pero las palabras no salieron por el
temblor incontrolable que sacudía mi cuerpo. Golpeé la mesa con el puño varias veces, tratando de controlarme.


—¡Tu novia nos acaba de estafar! —dijo Manuel, señalando en mi dirección.


—¡DE NINGUNA JODIDA MANERA! —gimió Marcos, poniéndose de pie.


—Buen plan, Pedro. Traer un tiburón de cartas a la noche de póquer —dijo papá, guiñándole un ojo a Paula.


—¡No lo sabía! —dije, negando con la cabeza.


—¡Tonterías! —dijo Pablo, con los ojos todavía en mi novia.


—¡En serio! —dije.


—Odio decirlo, hermano. Pero creo que acabo de enamorarme de tu chica —dijo Nahuel.


De repente mi risa se había ido y fruncí el ceño. —Oye, ya.


—Ya está bueno. Estaba solamente dejándotela fácil, Paula, pero quiero mi dinero de vuelta, ahora —advirtió Marcos.

CAPITULO 183



Para pasar el tiempo, cociné chuletas de cerdo y puré de patatas, pero sólo lo esparcí por mi plato, incapaz de comer. Lavar la ropa ayudó a noquear una hora,y entonces decidí darle a Moro un baño. Jugamos un rato, pero incluso él me dejó y se acurrucó en la cama. Mirando hacia el techo, obsesionado con lo estúpido que había sido, no estaba siendo productivo, así que decidí sacar todos los platos del gabinete y lavarlos a mano.


La noche más larga de mi vida.


Las nubes comenzaron a colorarse, el sol comenzaba a salir. Agarré las llaves de la moto y salí a dar un paseo, acabé delante de Morgan Hall.


Harmony Handler estaba saliendo a correr. Me miró por un momento, manteniendo su mano sobre la puerta.


—Hola,Pedro —dijo con su típica sonrisita. Que se desvaneció rápidamente—. Guau. ¿Está enfermo o algo? ¿Necesitas que te lleve a algún lugar?


—Debo haber lucido como el infierno. Harmony siempre había sido un amor. Su hermano era un Sig Tau, por lo que no la conocía tan bien. Las hermanitas estaban prohibidas.


—Hola, Harmony —dije, intentando darle una sonrisa—. Quería darle una sorpresa a Paula con el desayuno. ¿Crees que pueda pasar?


—Eh... —dudó, mirando hacia atrás, a través de la puerta de cristal—.Nancy podría enloquecer. ¿Seguro que estás bien?


Nancy era la mamá del dormitorio de Morgan Hall. Había oído hablar de ella, pero nunca la había visto y dudaba que siquiera lo notara. Se decía por el campus que bebía más que los residentes y rara vez era vista fuera de su habitación.


—Sólo ha sido una noche larga. Vamos. —Sonreí—. Sabes que no le importará.


—Está bien, pero no fui yo.


Sostuve mi mano en mi corazón. —Lo prometo.


Subí las escaleras y toqué suavemente en la puerta de Paula.
La perilla giró rápidamente, pero la puerta se abrió lentamente,gradualmente, revelando a Paula y Luciano al otro lado del cuarto. La mano de Carla se retiró de la perrilla y regresó a las sábanas de su cama.


—¿Puedo pasar?


Paula se sentó rápidamente. —¿Estás bien?


Entré y caí de rodillas ante ella. —Lo siento, Paula. Lo siento —dije,envolviendo mis brazos alrededor de su cintura y enterrando la cabeza en su regazo.


Paula acunó mi cabeza en sus brazos.


—Yo, uh... —tartamudeó Rosario—. Me voy.


La compañera de Paula,Carla dio pisotones por el cuarto, agarrando sus cosas para ducharse. —Siempre estoy muy limpia cuando estás por aquí, Paula —dijo, golpeando la puerta detrás de ella.


Miré a Paula —Sé que me vuelvo loco cuando se trata de ti, pero Dios sabe que lo estoy intentando, Paloma. No quiero arruinarlo.


—Entonces no lo hagas —dijo simplemente.


—Esto es difícil para mí, ¿sabes? Siento que en cualquier momento vas a averiguar cuan pedazo de mierda soy y me vas a dejar. Cuando bailaban anoche, vi una docena de tipos mirándote. Vas a la barra, y veo que agradeces a ese chico por la bebida. Luego esa bolsa de mierda en la pista de baile te agarra.


—Tú no me ves a mí golpeando a cualquier chica que se te acerca. No puedo quedarme encerrada en el apartamento todo el tiempo. Vas a tener que controlar tu temperamento.


—Lo haré —dije, asintiendo—. Nunca he querido a una novia antes, Paloma.No estoy acostumbrado a sentirme de esta manera acerca de alguien... por nadie. Si eres paciente conmigo, juro que me controlaré.


—Vamos aclarar algo; no eres un pedazo de mierda, eres increíble. No importa quién me compre bebidas o quien me invite a bailar o quién coquetee conmigo. Voy a casa contigo. Me has pedido que confíe en ti, y tú no pareces
confiar en mí.


Fruncí el ceño. —Eso no es verdad.


—Si piensas que voy a dejarte por cualquier tipo que se aparezca, entonces no me tienes mucha fe.


Apretó mi agarre. —No soy lo suficientemente bueno para ti, Paloma. Eso no quiere decir no confíe en ti, sólo me preparo para lo inevitable.


—No digas eso. Cuando estamos solos, eres perfecto. Somos perfectos. Pero luego dejas que todos los demás lo arruinen. No espero un cambio de 180 grados, pero tienes que elegir tus batallas. No puedes pelear cada vez que alguien me mire.


Asentí, sabiendo que tenía razón. —Hago todo lo que tú quieras. Sólo...dime que me amas. —Era plenamente consciente lo ridículo que sonaba, pero no importaba ya.


—Sabes que lo hago.


—Necesito oírte decirlo.


—Te amo —dijo. Tocó mis labios con los suyos y luego me alejó unos centímetros—. Ahora deja de ser tan bebé.


Una vez que me besó, mi corazón comenzó a calmarse y todos los músculos en mi cuerpo se relajaron. Me aterró lo mucho que la necesitaba. No podía imaginar que el amor fuera así para todos, de ser así los hombres andarían por ahí caminando como locos en el segundo que fueran lo suficientemente grandes como para notar a las niñas.
Tal vez sólo era yo. Tal vez éramos sólo ella y yo. Tal vez juntos éramos esta entidad volátil que hacía implosión o se fundía. De cualquier manera, parecía que en el momento en que la encontré, mi vida se había volteado boca abajo. Y no
quería que fuera de ninguna otra manera.

CAPITULO 182



Caminando hacia The Red con Paula en Halloween, me di cuenta de que el aire frío de finales de otoño no obstaculizaba al gran número de mujeres a utilizar una gran variedad de trajes exhibicionistas. Abracé a mi novia, agradecido de que no viniera vestida como una Barbie prostituta, o jugadora-de-fútbol-guión-travesti-puta, lo que significaba que el número de amenazas que tendría que hacer por mirar sus tetas o preocuparme porque se agachara se mantendrían al mínimo.



Valentin y yo jugábamos billar mientras las chicas miraban. Estábamos ganando otra vez, después de habernos embolsado $360 en los dos últimos juegos.
Por la esquina de mi ojo, vi a Jeronimo acercarse a Rosario y a Paula. Rieron un rato y luego Jeronimo las llevó hacia la pista de baile. La belleza de Paula destaca,incluso en medio de la piel desnuda, brillos y evidente escotes de Blanca Nieves y árbitros a su alrededor.


Antes de que terminara la canción, Rosario y Paula dejaron a Jeronimo en la pista de baile y se dirigieron hacia la barra. Me levanté sobre las puntas de mis pies para encontrar la parte superior de sus cabezas en el mar de gente.


—Te toca—dijo Valentin.


—Las chicas se han ido.


—Probablemente fueron por bebidas. Tira, mandilón.
Con vacilación, me incliné, concentrado en la bola, pero luego fallé.


—¡Pedro! ¡Era un tiro fácil! ¡Me estás matando! —Se quejó Valentin.


Todavía no podía ver a las chicas. Conocer los dos incidentes de agresión sexual el año anterior, me puso nervioso de que Paula y Rosario caminaran solas.
Drogar a chicas inocentes no era algo inaudito, incluso en nuestra pequeña ciudad universitaria.
Dejé mi palo de billar sobre la mesa y comencé a atravesar la pista de baile de madera.


La mano de Valentin cayó en mi hombro. —¿A dónde vas?


—A encontrar a las chicas. Recuerdas lo que pasó el año pasado con esa chica Heather.


—Oh. Sí.


Cuando finalmente encontré a Paula y a Rosario, vi a dos chicos comprándoles bebidas. Ambos eran chaparros, uno era más gordo que el otro, con el rostro sudoroso. Los celos deberían haber sido la última cosa que debería sentir al mirarlo, pero el hecho de que él claramente intentaba algo con mi novia hizo que esto tratara menos sobre cómo luce y más sobre mi ego; incluso aunque él no supiera que ella estaba conmigo, debería haberlo asumido simplemente al mirarla que no estaría sola. Mis celos se mezclaban con furia. Le había dicho a Paula una docena de veces que no hiciera algo tan potencialmente peligroso como aceptar una bebida de un extraño; la ira rápidamente asumió el control.


El tipo que le gritaba a Paula sobre el sonido de música se inclinó hacia ella.


—¿Quieres bailar?


Paula sacudió la cabeza. —No, gracias. Estoy aquí con mi

—Novio —dije, cortándola. Bajé mi mirada hacia los tipos. Era casi ridículo tratar de intimidar a los dos hombres que vestían togas, pero aun así solté mi expresión: Te Voy a Matar. Hice una seña con la cabeza al otro extremo de la
habitación—. Váyanse, ahora.


Los hombres se encogieron y luego miraron a Rosario y a Paula antes de retirarse detrás de la cortina de la multitud.


Valentin besó a Rosario —¡No puedo llevarte a ningún lado! —Ella rió y Paula me sonrió.


Yo estaba demasiado enojado como para devolverle la sonrisa.


—¿Qué? —preguntó, desconcertada.


—¿Por qué le permitiste comprarte una bebida?


Rosario se soltó de Valentin—No lo hicimos, Pedro. Les dije que no.


Tomé la botella de la mano de Paula—Entonces, ¿qué es esto?


—¿Es en serio? —preguntó.


—Sí, es jodidamente en serio —dije, lanzando la cerveza en la basura cerca de la barra—. Te he dicho cientos de veces... no puedes aceptarle bebidas a cualquier chico. ¿Qué pasa si puso algo en ella?


Rosario levantó su copa. —Las bebidas nunca salieron de nuestra vista,Pepe. Estás exagerando.


—No estoy hablando contigo —le dije, mirando fijamente a Paula.


Sus ojos destellaban, reflejando mi ira. —No le hables así.


—Pedro—me advirtió Valentin—, déjalo ir.


—No me gusta que dejes a otros chicos comprarte bebidas —dije.


Paula levantó una ceja. —¿Estás intentando discutir?


—¿Te molestaría caminar hasta la barra y verme compartir una copa con alguna chica?


—Está bien. No eres consciente de todas las mujeres,ahora. Lo entiendo.


Debo hacer el mismo esfuerzo.


—Sería bueno —dije, apretando mis dientes.


—Vas a tener que bajarle a tu tono de novio celoso, Paula. No hice nada malo.


—¡Camino aquí, y un tipo te está comprando una bebida!


—¡No le grites! —dijo Rosario.


Valentin puso su mano en mi hombro. —Todos hemos bebido bastante. Sólo salgamos de aquí.


La ira de Paula se volvió una mueca. —Tengo que decirle a Jeronimo que ya nos vamos —Se quejó, haciéndome a un lado para pasar a la pista de baile.


La tomé de la muñeca. —Voy contigo.


Se soltó de mi agarre. —Soy totalmente capaz de caminar unos metros por mí misma,Pedro. ¿Qué está mal contigo?


Paula salió disparada rumbo a Jeronimo, quien movía sus brazos y saltaba en medio del suelo de madera. El sudor se vertía por su frente. Al principio él sonrió, pero cuando ella gritó que se iba, rodó sus ojos.


Paula dijo mi nombre sin hacer sonido. Me estaba echando la culpa, lo que sólo me hizo molestarme aún más. Por supuesto que me molestaría si ella hiciera algo que pudiera provocar que saliera lastimada. Parecía no importarle mucho
cuando yo atacaba a Daniel Jenks, pero cuando me molestaba sobre que aceptara bebidas de extraños, tenía la audacia de enojarse.
Al igual que mi ira hervida por la rabia, un idiota en un disfraz de pirata agarró a Paula y se presionó contra ella. El lugar se puso borroso, y antes de que fuera consciente, mi puño estaba en su rostro. El pirata cayó al suelo, pero cuando Paula se fue con él, regresé a la realidad.
Con sus palmas sobre el piso de baile, se veía aturdida. Yo estaba congelado en estado de shock, mirándola, en cámara lenta, giró su mano para ver que se encontraba cubierta de brillante sangre roja que chorreaba de la nariz del pirata.


Traté de levantarla. —¡Oh, mierda! ¿Estás bien, Paloma?


Cuando Paula se puso de pie, se apartó de mí, tirando de su brazo. —¿Estás loco?


Rosario agarró la muñeca de Paula y tiró de ella a través de la multitud,sólo soltándola cuando estuvimos fuera. Tuve que caminar el doble de rápido para alcanzarlas.


En el estacionamiento, Valentin había abierto el Charger y Paula se deslizó en su asiento.


Traté de suplicarle perdón. Estaba más que furiosa. —Lo siento, Paloma, no sabía que te tenía agarrada.


—¡Tu puño estuvo a cuatro centímetros de mi cara! —dijo, agarrando la toalla manchada de aceite que Valentin le había lanzado. Limpiándose la sangre de la mano, envolviendo la tela en cada dedo, claramente asqueada.


Pestañeé. —No lo habría atacado si hubiera sabido que te tenía agarrada. Sabes eso, ¿verdad?


—Cállate,Pedro. Sólo cállate —dijo, mirando la parte trasera de la cabeza de Valentin.


—Paloma...


Valentin golpeó el volante con la palma de su mano. —¡Cállate,Pedro! ¡Dijiste que lo sientes, ahora cierra la maldita boca!


No podía decir nada. Valentin tenía razón: jodí toda la noche y repentinamente la posibilidad de que Paula me dejara era alarmante.


Cuando llegamos el apartamento, Rosario besó a su novio para despedirse.


—Nos vemos mañana, bebé.


Valentin asintió en resignación y la besó. —Te amo.


Yo sabía que se iban por mi culpa. De lo contrario, las chicas pasarían la noche en el apartamento al igual que cada fin de semana.
Paula pasó a mi lado hasta la Honda de Rosario sin decir una palabra.


Me acerqué a su lado, formando una sonrisa incómoda en un intento de calmar la situación. —Vamos. No te vayas molesta.


—Oh, no estoy molesta. Estoy furiosa.


—Necesita tiempo para calmarse, Pedro —me advirtió Rosario, abriendo la puerta.


Cuando la cerradura se abrió, entré en pánico, puse mi mano contra la puerta. —No te vayas, Paloma. Perdí el control. Lo siento.


Paula levantó la mano, mostrando los restos de sangre seca en su palma. — Llámame cuando crezcas.


Apoyé mi cadera contra la puerta. —No puedes irte.


Paula levantó una ceja y Valentin trotó alrededor del auto para llegar a nosotros. —Pedro, estás borracho. Estás a punto de cometer un grave error. Sólo déjala ir a casa, calmarse... ambos pueden hablar mañana cuando estén sobrios.


—No se puede ir —dije desesperado mirando fijamente a Paula a los ojos.


—No va a funcionar, Pedro —dijo, tirando la puerta—. ¡Muévete!


—¿A qué te refieres con que no va a funcionar? —le pregunté, agarrando su brazo. El temor de Paula diciendo las palabras, terminando ahí me hizo reaccionar sin pensar.


—Me refiero a la cara triste. No voy a creérmela —dijo, soltándose.


Me invadió un alivio de corto plazo. No iba a terminarlo. Por lo menos, no todavía.


Paula —dijo Valentin—, este es el momento del que hablaba. Tal vez deberías…


—Mantente fuera de esto, Valen—soltó Rosario, arrancando el auto.


—Lo voy a arruinar. Lo voy a arruinar bastante, Paloma, pero tienes que perdonarme.


—¡Voy a tener un moretón gigante en mi trasero mañana en la mañana!¡Golpeaste a ese tipo porque estabas molesto conmigo! ¿Qué debería decirme eso? ¡Porque las banderas rojas están elevándose en todo el lugar ahora mismo!


—Nunca he golpeado a una chica en mi vida —dije, sorprendido de que siquiera pensara que podía ponerle una mano encima, o a cualquier otra mujer de hecho.


—¡Y yo no voy a ser la primera! —dijo, tirando de la puerta—. ¡Muévete, maldita sea!


Asentí, dando un paso hacia atrás. Lo último que quería era que se fuera, pero era mejor que estuviera furiosa a que terminara mandándome a la mierda.


Rosario puso el coche en marcha, y vi a Paula a través de la ventana.


—Vas a llamarme mañana, ¿verdad? —le pregunté, tocando el parabrisas.


—Sólo vámonos, Ro —dijo, mirando hacia adelante.


Cuando ya no se veían las luces de freno, entré al apartamento.


—Pedro —advirtió Valentin—, no lo jodas, hermano. Lo digo en serio.


Asentí, caminando hacia mi cuarto derrotado. Parecía que justo cuando obtenía un puñado de cosas, mi maldito genio salía a relucir. Tenía que controlarlo,o iba a perder lo mejor que me había pasado.