sábado, 7 de junio de 2014

CAPITULO 233



Paula


Un zumbido me sacó de mi profundo sueño. Las cortinas mantenían todo fuera menos un poco del sol que las rodeaba. 

La cobija y sábanas colgaban de la cama tamaño King. Mi vestido cayó de la silla hasta el suelo, uniéndose al traje de Pedro que se encontraba regado por la habitación, y solo podía ver uno de mis tacones.   


Mi cuerpo desnudo estaba enredado con el de Pedro, después de la tercera vez que consumamos nuestro matrimonio, nos desmayamos exhaustos.


De nuevo el zumbido. Era mi teléfono en la mesa de noche.  


Me estiré sobre Pedro y lo abrí, viendo el nombre de Marcos. 


Agustin arrestado.
John Savage en la lista de muertos.



Eso era todo lo que decía.  Me sentí enferma mientras borraba el mensaje, preocupada de que quizás Marcos no diera más detalles porque la policía se encontraba con Horacio ahora, quizás diciéndole a su padre que Pedro podría estar involucrado. Miré la hora en mi teléfono. Eran las diez en punto.


John Savage era una persona menos que investigar. Una muerte más por la que Pedro se sentiría culpable. Intenté recordar si vi a John antes del incendio. Fue noqueado. 


Quizás nunca se levantó. Pensé en esas chicas asustadas que Marcos y yo vimos en el pasillo del sótano. Pensé en Hilary Short, a quien conocía de la clase de cálculo, y sonreía mientras se encontraba de pie al lado de su nuevo novio, cerca de la pared opuesta del Auditorio Keaton, cinco minutos antes del incendio. Qué tan larga era realmente la lista de muertos y quién se encontraba en ella era algo que intenté no pensar.


Tal vez todos deberíamos ser castigados. La verdad era que todos fuimos responsables porque fuimos irresponsables. 


Hay una razón por la cual los jefes de bomberos despejan este tipo de eventos y se toman medidas de seguridad.


Ignoramos todo eso. Encender la radio o la televisión sin ver las imágenes en las noticias era imposible, así que Pedro y yo las evitábamos cuando era posible. Pero toda esta atención de los medios significaba que los investigadores estarían más motivados para encontrar a quien culpar. Me preguntaba si su búsqueda se detendría a Agustin, o si buscarían sangre. Si yo fuera uno de los padres de esos estudiantes muertos, puede que sí.  

No quería ver a Pedro ir a la cárcel por el comportamiento irresponsable de alguien, y para bien o para mal, eso no traería a nadie de regreso. Hice todo en lo que pude pensar para mantenerlo fuera de problemas, y negaré que estuviera esa noche en el Auditorio Keaton hasta con mi último respiro.  

La gente hacía cosas peores por aquellos a quienes amaban.  

Pedro —dije, empujándolo. Se encontraba boca abajo, con su cabeza enterrada debajo de la almohada.


—Uggggghhhhh —gruñó—. ¿Quieres que te haga el desayuno? ¿Quieres huevos?  

—Son pasadas las diez.


—Todavía califica como almuerzayuno. —Cuando no respondí, ofreció de nuevo—: Bien, ¿un sándwich de huevo?


Me detuve, y luego lo miré con una sonrisa. —¿Cariño?


—¿Sí?


—Estamos en Las Vegas.


Pedro levantó la cabeza y encendió la lámpara. Después de que las últimas veinticuatro horas se asentaran, su mano salió de debajo de la almohada y enganchó su brazo a mi alrededor, tirándome debajo de él. Situó su cadera entre mis muslos, y luego inclinó la cabeza para besarme; suavemente, tiernamente, dejando que sus labios permanecieran en los míos hasta que se sentían cálidos y
hormigueantes.


—Todavía puedo conseguirte huevos. ¿Quieres que llame al servicio a la habitación?


—Realmente tenemos que llegar al avión.

Su rostro cayó. —¿Cuánto tiempo tenemos?


—Nuestro vuelo es a las cuatro. La salida es a las once.  

Pedro frunció el ceño, y miró por la ventana. —Debería haber reservado un día extra. Deberíamos estar acostados en la cama o al lado de la piscina.


Besé su mejilla. —Mañana tenemos clases. Ahorraremos e iremos a algún lado después. No quiero pasar nuestra luna de miel en Las Vegas, de todas formas.  

Su cara se retorció con disgusto. —Definitivamente no quiero pasarla en Illinois. 

Le concedí eso asintiendo. No podía discutir eso. Illinois no era el primer lugar que venía a mi mente cuando pensaba en la luna de miel. —St. Thomas es hermoso. Ni siquiera necesitamos pasaporte.  

—Eso es bueno. Desde que ya no peleo, necesitaremos ahorrar de donde podamos.


Sonreí. —¿Ya no lo haces?


—Te lo dije, Paloma. No necesito todo eso cuando te tengo a ti. Cambiaste todo. Eres el mañana. Eres el apocalipsis.


Mi nariz se arrugó. No creo que me guste esa palabra.  


Sonrió y rodó en la cama, sólo a unos centímetros de mi costado izquierdo.  

Yaciendo sobre su estómago, sacó las manos de debajo suyo, poniéndolas bajo su pecho y apoyó la mejilla en el colchón, observándome por un momento, sus ojos mirando fijamente los míos.


—Dijiste algo en la boda… que éramos como Johnny y June  No entendí la referencia.


Sonrió. —¿No conoces a Johnny Cash y June Carter?


—Más o menos.


—Ella luchó contra él con uñas y dientes, también. Lucharon, y él se comportó como un estúpido acerca de un montón de cosas. Arreglaron las cosas y pasaron el resto de su vida juntos.


—¿Oh, sí? Apuesto a que no tenía un papá como Ruben.


—Nunca volverá a lastimarte, Paloma.


—No puedes prometer eso. Justo cuando empiezo a acomodarme en un lugar, él aparece.


—Bueno, vamos a tener trabajos regulares, estamos en quiebra como cualquier otro estudiante universitario, así que no tendrá razones para olfatear por dinero. Necesitaremos cada centavo. Es algo bueno que todavía tenga algunos ahorros para nosotros.


—¿Alguna idea de dónde aplicarás para un trabajo? Yo pensé en tutorías.Matemáticas.


Pedro sonrió. —Serás buena en eso. Quizás sea tutor de ciencias.


—Eres muy bueno en eso. Puedo ser tu referencia.


—No creo que cuente si viene de mi esposa.

Parpadeé. —Oh, Dios mío. Eso suena loco.


Pedro se rió. —Cierto. Me encanta. Me voy a encargar de ti, Paloma. No puedo prometer que Ruben nunca te lastimará de nuevo, pero puedo prometer que haré lo que pueda para evitarlo. Y si lo hace, te amaré hasta superarlo.


Le ofrecí una pequeña sonrisa, y luego me estiré para tocarle la mejilla. —Te amo. 

—Te amo —respondió enseguida—   Fue un buen padre… antes de todo eso?


—No lo sé —dije, mirando hacia el techo—. Supongo que creo que lo fue.
¿Pero qué sabe un niño sobre ser un buen padre? Tengo buenos recuerdos de él.
Bebió por lo que puedo recordar y apostaba, pero cuando su suerte era buena, era amable  Generoso Muchos de sus amigos eran hombres de familia… también trabajaban para la mafia, pero tenían hijos. Eran buenos y no les importaba que Ruben me llevara. Pasé un montón de tiempo detrás de escena, viendo cosas que la mayoría de los niños no logran ver porque en ese entonces me llevaba a todos lados. —Sentí una sonrisa arrastrarse, y luego cayó una lágrima—. Sí, supongo que lo fue, a su manera. Lo amaba. Para mí, él era perfecto.


Pedro tocó mi sien con su dedo, limpiando tiernamente la humedad. —No llores, Paloma.


Sacudí la cabeza, intentando hacer como si no pasara nada. —¿Ves? Todavía puede herirme, incluso cuando no está aquí.


—Estoy aquí —dijo, tomando mi mano. Todavía me miraba fijamente, su mejilla contra las sábanas—. Diste vuelta mi mundo,  y obtuve un nuevo comienzo… como un apocalipsis  
Fruncí el ceño. —Todavía no me gusta.


Se levantó de la cama, envolviendo las sábanas en la cintura. 


—Depende de cómo lo mires.


—No, no realmente —dije, observándolo caminar al baño.


—Salgo en cinco.


Me estiré, dejando que mis extremidades se extendieran sobre la cama, y  luego me senté, peinando mi cabello con los dedos. El inodoro se vació y luego se encendió el grifo. No bromeaba. Estaría listo en unos minutos y yo seguía desnuda en la cama.


Colocar mi vestido y su traje en el equipaje de mano demostró ser un desafío, pero finalmente lo logré. Pedro salió del baño y rozó sus dedos con los míos mientras pasaba a su lado.  

Dientes limpios, cabello peinado, me cambié y a las once salíamos.  

Pedro tomó fotografías del techo del vestíbulo con su teléfono, y luego echó un último vistazo antes de salir hacia la larga línea de taxis. Incluso en la sombra hacía calor, y mis piernas ya se hallaban pegadas a mis vaqueros.


Mi teléfono zumbó en el bolso. Lo comprobé rápidamente.


Policías acabn de irse. les dije que estaban en Vegas casándose. Creo que se lo creyeron.  

¿D vrdad?  

¡Sí! Deberían darme un Oscar por esa mierda. JS.  

Di un largo suspiro de alivio.


—¿Quién era? —preguntó Pedro.  


—Rosario —dije, dejando que el teléfono se deslizara de nuevo en mi bolso—. Está enojada.


Sonrió. —Apuesto a que sí.


—¿A dónde? ¿El aeropuerto? —preguntó Pedro, estirando su mano hacia mí.


La tomé, girándola lo suficiente como para que pudiera ver mi apodo en su muñeca—. No, estoy pensando que necesitamos hacer una parada rápida antes.


Una de sus cejas se levantó. —¿En dónde? 

—Ya lo verás.

CAPITULO 232




Paula 


La piel de gallina cubría todo mi cuerpo. Cuatro meses antes, Pedro había tomado algo de mí que nunca le había dado a ningún otro hombre. Estuve tan empeñada en dárselo a él que no tuve tiempo para estar nerviosa. Ahora, en nuestra noche de bodas, sabiendo qué esperar y sabiendo lo mucho que me amaba, estaba más nerviosa que en nuestra primera noche. 


—Vamos a sacar esto del camino, señora Alfonso. Esta es una prenda de vestir tuya que no quiero arruinar —dijo.


Resoplé una pequeña risa, recordando mi chaqueta de color rosa abotonada y el patrón de manchas de sangre por el centro de esta. Entonces, pensé en ver a Pedro en la cafetería la primera vez.  


—Arruino un montón de suéteres —había dicho con su sonrisa matadora y hoyuelos. La misma sonrisa que quería odiar; los mismos labios que hacían su camino por mi espalda en estos momentos. 


Pedro me movió hacia adelante y me arrastró hacia la cama, mirando detrás de mí, esperando, esperanzada que subiera. 


Estaba mirándome, quitándose la camisa, pateando sus zapatos y dejando caer sus pantalones al suelo. Negó con la cabeza, volteándome sobre mi espalda y luego se colocó encima de mí.


—¿No? —pregunté. 

—Preferiría mirar a los ojos de mi esposa que ser creativo… al menos por esta noche.


Apartó un cabello suelto de mi cara y, a continuación, me besó en la nariz.


Era un poco divertido ver a Pedro tomarse su tiempo, meditando cómo y qué quería hacerme. Una vez que estuvimos desnudos e instalados debajo de las sábanas, tomó una respiración profunda.


—¿Señora Alfonso? 

Sonreí. —¿Sí? 

—Nada. Sólo quería llamarte así. 

—Bueno. Como que me gusta.


Los ojos de Pedro escanearon mi rostro. —¿Si?


—¿Es una pregunta real? Porque es un poco difícil mostrarlo más que hacer votos para estar contigo por siempre.


Pedro se detuvo, el conflicto oscureciendo su expresión. —Te vi —dijo, su voz apenas un susurro—. En el casino.


Mi memoria instantáneamente retrocedió, segura de que se había cruzado con Guillermo y posiblemente había visto a una mujer con la que me parecía. Los ojos celosos le juegan bromas a la gente. Justo cuando estaba preparada para argumentar que no había visto a mi ex, Pedro comenzó de nuevo. 

—En el suelo. Te vi, Paloma. 

Mi estómago se hundió. Me había visto llorar. ¿Cómo podría explicarle eso? 

No podía. La única manera era crear una distracción.

Empujé mi cabeza en la almohada, mirándolo directamente a los ojos. — ¿Por qué me llamas Paloma? Quiero decir, realmente. 

Mi pregunta pareció tomarlo desprevenido. Esperé, pidiendo que olvidara todo sobre el tema anterior. No quería mentirle a la cara o admitir lo que había hecho. No esta noche. Nunca.

Su decisión de permitir que cambiara el tema estaba clara en sus ojos. Sabía lo que estaba haciendo e iba a dejarme hacerlo. —¿Sabes lo que es una paloma? 

Sacudí la cabeza en un pequeño movimiento.
—Son realmente inteligentes. Son leales, y compañeros de
por vida. Esa primera vez que te vi en el Círculo, sabía lo que eras. Sabía que debajo de esa abotonada chaqueta y la sangre, no ibas a tragarte mi mierda. Ibas a hacerme ganarlo. 
Requerirías una razón para confiar en mí. Lo vi en tus ojos, y no pude quitarme ese pensamiento hasta que te vi ese día en la cafetería. A pesar de que traté de ignorarlo, lo sabía incluso entonces. Cada jodida, cada mala elección, eran migajas de pan, de esa forma encontramos el camino hacia el otro. Así llegamos a este momento.


Mi respiración flaqueó. —Estoy tan enamorada de ti. 

Su cuerpo se encontraba recostado entre mis piernas, y podía sentirlo contra mis muslos, sólo a un par de centímetros de donde quería que estuviera. 

—Eres mi esposa. —Cuando dijo las palabras, la paz llenó sus ojos. Me recordó a la noche en que ganó la apuesta sobre quedarme en su apartamento. 

—Sí. Ahora estás estancado conmigo. 

Besó mi barbilla. —Al fin. 

Se tomó su tiempo mientras se deslizaba suavemente en mi interior, cerrando los ojos por sólo un segundo antes de mirar los míos de nuevo. Se movió contra mí lentamente, rítmicamente, besándome en la boca a intervalos. Incluso aunque Pedro siempre había sido cuidadoso y gentil conmigo, las primeras veces fueron un poco incómodas. 


Debía haber sabido que era nueva en esto, incluso aunque nunca lo mencioné. Todo el campus sabía de las conquistas de Pedro, pero mis experiencias con él nunca fueron como los salvajes retozares de los que todos hablaban. Pedro siempre era suave y delicado conmigo; paciente. Esta noche no fue una excepción. Tal vez lo fue incluso más.

Una vez que me relajé, y comencé a moverme contra él, Pedro se estiró hacia abajo. Puso su mano debajo de mi rodilla y la levantó gentilmente, poniéndola en su cadera. Se deslizó en mi interior de nuevo, esta vez más profundo. 


Suspiré y alcé las caderas hacia él. Había cosas mucho peores en la vida que prometer sentir el cuerpo desnudo de Pedro Alfonso contra mí y en mi interior por el resto de mi vida. 


Mucho, mucho peores.

Me besó y me saboreó, tarareando contra mi boca. 


Moviéndose contra mí, ansiándome, tirando de mi piel mientras alzaba mi otra pierna y me empujaba las rodillas contra el pecho, así podía presionarse en mi interior más profundo. Gemí y me moví, incapaz de mantenerme callada cuando se posicionó de forma que podría entrar en mí por diferentes ángulos, moviendo sus caderas debajo de mis uñas, que excavaban en la piel de su espalda. Mis uñas se encontraban enterradas profundamente en su sudorosa piel, pero podía sentir sus músculos sobresaliendo y deslizándose debajo de ellas.  

Los muslos de Pedro se frotaban y chocaban levemente contra mi trasero. Se sostuvo a sí mismo sobre un codo, y luego se reacomodó, tirando de mis piernas con él hasta que mis tobillos descansaban en sus hombros. Me hizo el amor más duro entonces, e incluso aunque fue un poco doloroso, ese dolor disparó chispas de adrenalina por todo mi cuerpo. 


Llevando cada pizca de placer que sentía a un nuevo nivel. 

—Oh  Dios… Pedro —dije, suspirando su nombre. Necesitaba decir algo, algo que dejase salir la intensidad que se construía en mi interior. 

Mis palabras hicieron que su cuerpo tensara, y el ritmo de sus movimientos se hizo más rápido, más rígido, hasta que gotas de sudor se formaron en nuestra piel, haciendo que deslizarse contra el otro fuese más fácil.


Dejó mis piernas en la cama mientras se posicionaba directamente sobre mí de nuevo. Sacudió la cabeza. —Te sientes tan bien —gimió—. Quiero que dure toda la noche pero…


Toqué su oreja con mis labios. —Quiero que te corras —dije, terminando la simple frase con un suave y pequeño beso.


Relajé las caderas, dejando que mis rodillas se alejaran más, acercándolas a la cama. Pedro se presionó más profundo en mi interior, una y otra vez, sus movimientos aumentando mientras gemía. Agarré mi rodilla, empujándola contra mi pecho. El dolor se sentía tan bien que era adictivo, y lo sentí construirse hasta que todo mi cuerpo se tensó con cortas, pero fuertes explosiones. Gemí en voz alta, sin preocuparme si alguien podía oír.

Pedro gimió en reacción. Finalmente, sus movimientos se ralentizaron, pero eran más fuertes, hasta que al fin gritó—: ¡Oh, joder! ¡Maldita sea! ¡Agh! —gritó. Su cuerpo se sacudió y tembló mientras presionaba su frente duramente contra mi mejilla.

Ya que ambos estábamos sin aire, no hablamos. Pedro mantuvo su mejilla contra la mía, sacudiéndose una vez más antes de esconder su rostro en la almohada debajo de mi cabeza. 

Besé su cuello, saboreando la sal en su piel.

—Tenías razón —dije. Pedro se reacomodó para mirarme, curioso—. Fuiste mi último primer beso.


Sonrió, presionando sus labios contra mí duramente, y luego ocultó su rostro en mi cuello  . Respiraba pesadamente, pero aun así, se las arregló para susurrar dulcemente—: Te amo tanto, Paloma.

CAPITULO 231



 Pedro 


—No, sólo danos un minuto —dije.


Paula se encontraba medio acostada, medio sentada en el asiento de cuero negro de la limusina, con las mejillas encendidas, respirando con dificultad. Besé su tobillo y luego puse sus bragas por la punta de sus tacones altos,entregándoselas.


Maldición, era una hermosa vista. No podía quitar mis ojos de ella mientras abotonaba mi camisa. Paula me dedicó una enorme sonrisa mientras colocaba sus bragas de nuevo en sus caderas. El chofer de la limusina llamó a la puerta. 


Paula asintió y le di luz verde para abrirla. Le entregué la factura y a continuación, levanté a mi esposa en mis brazos. 


Pasamos a través del vestíbulo y el casino en tan sólo unos minutos. Se podría decir que estaba un poco motivado por llegar a la habitación, por suerte tener a Paula en mis brazos proveía cobertura a mí abultada polla.


Ignoró a todas las personas mirándonos mientras entrábamos al elevador y luego plantó su boca en la mía. El número de piso salió amortiguado cuando traté de decírselo a la pareja divertida cercana a los botones, pero me aseguré por el rabillo de mi ojo que hubieran presionado el correcto.  


Tan pronto como entramos al pasillo, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Cuando llegamos a la puerta, me esforcé por mantener a Paula en mis brazos y sacar la tarjeta de acceso de mi bolsillo. 

—Lo tengo, bebé —dijo ella, sacándola y después besándome mientras abría la puerta.

—Gracias, señora Alfonso.


Paula sonrió contra mi boca. —Ha sido un placer. 

La llevé a la habitación y la bajé hasta colocarla al pie de la cama. Paula me miró por un momento mientras se quitaba los zapatos de tacón. —Vamos a sacar esto del camino, señora Alfonso. Esta es una prenda de vestir tuya que no quiero arruinar. 

Le di la vuelta y luego desabroché lentamente su vestido, besando cada parte de piel mientras era expuesta. Cada centímetro de Paula ya estaba arraigado en mi mente, pero tocar y saborear la piel de la mujer que ahora era mi esposa lo hacía todo nuevo otra vez. Sentí una emoción que nunca había sentido antes.


El vestido cayó al suelo y lo recogí, arrojándolo sobre el respaldo de una silla. Paula desabrochó la parte posterior de su sujetador, dejándolo caer al suelo y metí mis pulgares entre su piel y el tejido de encaje de sus bragas. Sonreí. Ya las había tenido fuera una vez.


Me incliné para besar la piel detrás de su oreja. —Te amo tanto —le susurré,empujando lentamente sus bragas por sus muslos. Cayeron a sus tobillos y ella los pateó lejos con su pie descalzo. Envolví mis brazos a su alrededor, tomando una
respiración profunda por la nariz, tirando de su espalda desnuda contra mi pecho. 

Necesitaba estar dentro, mi polla estaba prácticamente llegando por ella, pero era importante tomarnos nuestro tiempo. Sólo teníamos un tiro para la noche de bodas, y yo quería que fuera perfecto.