miércoles, 14 de mayo de 2014

CAPITULO 155





Pretendí ver la televisión por horas mientras Paula se arreglaba en el baño y en la habitación para la fiesta de la fraternidad, y entonces decidí vestirme antes de que ella necesitara el cuarto.
Una blanca camisa bastante libre de arrugas colgaba en el armario, la agarré y tomé un par de jeans. Me sentí tonto, parado frente al espejo, luchando con el botón en la muñeca de la camisa. Finalmente, me rendí y enrollé cada manga hasta los codos. Eso era más mi estilo, de todos modos.
Caminé hacia el pasillo y me dejé caer en el sofá de nuevo, escuchando la puerta del baño cerrarse y los pies descalzos de Paula golpeando el suelo.
Mi reloj apenas se movió, y por supuesto no había nada en la televisión, excepto audaces rescates de temporales y un comercial sobre el Slap Chop. Estaba nervioso y aburrido. No era una buena combinación para mí.
Cuando mi paciencia se acabó, golpeé la puerta de la habitación.


—Adelante —dijo Paula desde el otro lado de la puerta.


Estaba de pie en medio de la habitación, un par de tacones puestos lado a lado en el suelo frente a ella. Paula siempre lucía hermosa, pero esta noche ni un solo cabello estaba fuera de lugar; se veía como si tuviera que estar en la portada de una de esas revistas de moda que ves en la caja de la tienda de comestibles.
Cada parte de ella tenía loción, era suave, perfectamente pulida. Sólo la visión de ella casi me patea el trasero.
Todo lo que pude hacer fue quedarme ahí, estupefacto, hasta que finalmente me las arreglé para formar una sola palabra.


—Vaya. —Sonrió y miró su vestido. Su dulce sonrisa me devolvió a la realidad—. Te ves increíble —dije, incapaz de quitar mis ojos de ella.


Se inclinó para ponerse un zapato y luego el otro. La tela negra y ceñida se movió ligeramente hacia arriba, exponiendo sólo un centímetro más de sus muslos.


Paula se levantó y me dedicó un gesto de aprobación. —Tú también te ves bien.


Metí las manos en los bolsillos, rehusandome a decir “Debo de estar enamorándome de ti en este preciso momento,” o alguna de las otras estúpidas cosas que bombardeaban mi mente.

Saqué mi codo, y Paula lo tomó, permitiéndome escoltarla por el pasillo hacia la sala.


—Adrian va a mearse encima cuando te vea —dijo Rosario. En general,Rosario era una buena chica, pero estaba descubriendo lo desagradable que podía ser si estaba en su lado malo. Traté de no tropezar con ella mientras caminábamos hasta el Charger de Valentin, y mantuve la boca cerrada todo el camino hacia la casa de Sig Tau.
En el momento en que Valentin abrió la puerta del auto, pudimos oír la ruidosa y desagradable música de la casa. Parejas estaban besándose y mezclándose, alumnos de primer año corrían alrededor tratando de mantener el daño del jardín al mínimo, y chicas de la fraternidad caminaban cuidadosamente tomadas de la mano, dando pequeños saltos, tratando de caminar a través del suave césped sin hundir sus tacones de aguja.
Valentin y yo abrimos el camino, con Rosario y Paula justo detrás de nosotros. Pateé un vaso de plástico rojo fuera del camino, y después sostuve la puerta abierta. Nuevamente, Paula fue totalmente ajena a mi gesto.


Una pila de vasos rojos se asentaban en el mostrador de la cocina al lado del barril. Llené dos y le llevé uno a Paula. Me incliné hacia su oído. —No tomes nada de nadie que no sea Valen o yo. No quiero que nadie le agregue algo a tu bebida.


Puso los ojos en blanco. —Nadie va a poner nada en mi bebida, Pedro.


Obviamente no conocía a mis hermanos de fraternidad. Había oído historias, de nadie en particular. Lo que era algo bueno, porque si alguna vez atrapaba a alguien tirando esa mierda, les daría una paliza sin dudarlo.


—Sólo no aceptes nada que no venga de mí, ¿de acuerdo? Ya no estás en Kansas, Paloma.


—No había escuchado eso antes —espetó, bebiéndose de golpe la mitad del vaso de cerveza antes de retirar el plástico de su cara. Podía beber, le concedía eso.


Nos paramos en el pasillo de las escaleras, tratando de pretender que todo estaba bien. Algunos de mis hermanos de fraternidad se detuvieron para charlar mientras bajaban por las escaleras, y lo mismo hicieron algunas chicas de fraternidad, pero rápidamente las rechacé, deseando que Paula lo notara. No lo hizo.


—¿Quieres bailar? —pregunté, tirando de su mano.



—No, gracias —respondió. No podía culparla, después de anoche. Tenía suerte de que todavía me hablara. Sus delgados y elegantes dedos tocaron mi hombro—. Estoy cansada, Pepe.


Puse mi mano sobre la suya, preparado para disculparme de nuevo, para decirle que me odiaba a mí mismo por lo que había hecho, pero sus ojos se alejaron de los míos hacia alguien detrás de mí.


—¡Hola,Pau! ¡Viniste!


Los pelos de mi nuca se erizaron. Adrian Hayes.


Los ojos de Paula se iluminaron, y retiró su mano de la mía en un rápido movimiento. —Sí, hemos estado aquí desde hace una hora o algo así.


—¡Te ves increíble! —gritó.


Hice una mueca, pero él estaba tan preocupado por Paula que no lo notó.


—¡Gracias! —Ella sonrió.


Se me ocurrió que yo no era el único que podía hacerla sonreír de ese modo, y de repente trabajaba para mantener mi temperamento bajo control.


Adrian asintió hacia la sala y sonrió. —¿Quieres bailar?


—No, estoy un poco cansada.


Una pequeña gota de alivio apagó mi enojo un poco. No era yo; realmente estaba muy cansada para bailar, pero el enojo no tardó mucho en volver. Estaba cansada porque estuvo despierta la mitad de la noche por los ruidos que hacía
quienquiera que yo traje a casa, y la otra mitad durmió en el sillón reclinable.
Ahora, Adrian estaba aquí, entrando a lo grande como el caballero de brillante armadura como siempre lo hacía. Rata bastarda.


Adrian me miró, imperturbable por mi expresión. —Pensé que no vendrías.


—Cambié de opinión —dije, tratando de no darle un puñetazo y borrar cuatro años de trabajo de ortodoncia.


—Ya veo —dijo Parker, mirando a Paula—. ¿Quieres ir a tomar un poco de aire fresco?


Ella asintió, y sentí como si alguien me hubiera golpeado hasta sacarme el aire. Siguió a Adrian por las escaleras. Vi como él se detuvo, tomando su mano mientras subían las escaleras hasta el segundo piso. Cuando llegaron arriba, Adrian abrió las puertas hacia el balcón.

CAPITULO 154



Una rápida pasada a mi tarjeta de débito y las bolsas estaban en mis manos.
Salí corriendo hacia el estacionamiento, y en pocos segundos el Charger consiguió hacer volar las telarañas fuera de su tubo de escape todo el camino de regreso al
apartamento.
Tomé dos pasos a la vez y entré. Las cabezas de Rosario y Valentin eran visibles por encima del sofá. La televisión estaba encendida, pero en silencio.
Gracias a Dios. Ella todavía dormía. Las bolsas se estrellaron contra el mostrador cuando las solté y traté de no dejar que los gabinetes hicieran demasiado ruido mientras guardaba las cosas.


—Cuando Paloma se despierte, háganmelo saber, ¿si? —pedí en voz baja—. Traje espaguetis, mezcla para panqueques y fresas, y esa avena de mierda con los
paquetes de chocolates, y a ella le gusta el cereal de Fruity Pebbles, ¿verdad, Ro?—pregunté, dándome la vuelta. Paula estaba despierta, mirándome desde la silla.
Su rímel estaba corrido bajo sus ojos. Se veía tan mal como yo me sentía—. Hola,Paloma.


Me miró durante unos segundos con una mirada en blanco. Di unos pasos hacia la sala, más nervioso que la noche de mi primera pelea.


—¿Tienes hambre, Paloma? Voy a hacerte algunos panqueques. O hay uh… hay avena. Y he conseguido alguna de esa mierda espumosa rosa con la que las chicas se afeitan y un secador de pelo y… a… un momento, está aquí. —Agarré una de las bolsas y la llevé a la habitación, vaciándola sobre la cama.


Mientras buscaba esa cosa rosa que pensé que le gustaría, el equipaje de Paula, lleno, cerrado y esperando junto a la puerta, me llamó la atención. Mi estómago dio un vuelco y mi boca quedó seca otra vez. Caminé por el pasillo,tratando de mantenerme tranquilo.


—Tus cosas están empacadas.


—Lo sé —dijo.


Un dolor físico quemó a través de mi pecho. —Te vas.


Paula miró a Rosario, que se quedó mirándome como si quisiera matarme.


—¿Realmente esperabas que ella permaneciera aquí?


—Bebé —susurró Valentin.
—No me provoques, Valen. No te atrevas a defenderlo delante de mí — explotó Rosario.


Tragué saliva con fuerza. —Lo siento tanto, Paloma. Ni siquiera sé qué decir.


—Vamos, Paula —dijo Rosario. Se puso de pie y tiró de su brazo, pero Paula se quedó sentada.


Di un paso, pero Rosario me apuntó con el dedo. —¡Qué Dios me ayude, Pedro! ¡Si intentas detenerla, te empaparé en gasolina y te prenderé fuego mientras duermes!


—Rosario —rogó Valentin. Esto se iba a poner mal muy rápido en todos los sentidos.


—Estoy bien —dijo Paula, abrumada.


—¿A qué te refieres con que estás bien? —preguntó Valentin.


Paula puso los ojos en blanco e hizo un gesto hacia mí. —Pedro trajo a casa mujeres del bar anoche, ¿y qué?


Cerré los ojos, tratando de desviar el dolor. Por mucho que no quería que se fuera, nunca se me había ocurrido que a ella no le importaría una mierda.


Rosario frunció el ceño. —Uh, Pau. ¿Estás diciendo que estás bien con lo que pasó?


Paula miró alrededor de la habitación. —Pedro puede traer a casa a quien quiera. Es su apartamento.


Me tragué el nudo que se formaba en mi garganta. —¿Tú no empacaste tus cosas?


Sacudió la cabeza y miró el reloj. —No, y ahora voy a tener que deshacer todo. Todavía tengo que comer, ducharme y vestirme —dijo, entrando en el baño.


Rosario lanzó una mirada de muerte en mi dirección, pero no le hice caso y me acerqué a la puerta del baño, golpeando ligeramente. —¿Paloma?


—¿Sí? —dijo, con voz débil.


—¿Te vas a quedar? —Cerré mis ojos, esperando el castigo.


—Puedo irme si quieres, pero una apuesta es una apuesta.


Mi cabeza cayó contra la puerta. —No quiero que te vayas, pero no te culparía si lo hicieras.


—¿Estás diciendo que estoy liberada de la apuesta?


La respuesta era fácil, pero no quería hacerla quedarse si ella no quería hacerlo. Al mismo tiempo, me aterrorizaba dejarla ir. —Si digo que sí, ¿te irás?


—Bueno, sí. No vivo aquí, tonto —dijo. Una pequeña risa flotó a través de la puerta de madera. 

No podría decir si estaba enojada o sólo cansada de pasar la noche en el sillón, pero si era lo primero, no había manera de que pudiera dejarla irse. Nunca la volvería a ver.


—Entonces no, la apuesta sigue en pie.


—¿Puedo tomar una ducha, ahora? —preguntó, su voz suave y apacible.


—Sí...


Rosario entró pisando fuerte en el pasillo y se detuvo justo frente a mi cara.


—Eres un bastardo egoísta —gruñó, cerrando la puerta de Valentin detrás de ella.


Entré en el dormitorio, agarré su bata y un par de zapatillas, y luego regresé a la puerta del baño. Aparentemente se quedaría, pero besarle el trasero nunca fue una mala idea.


—¿Paloma? Traje algunas de tus cosas.


—Sólo ponlas en el lavamanos. Yo me encargo.


Abrí la puerta y puse sus cosas en la esquina del fregadero, mirando al suelo. —Estaba enojado. Te escuché escupirle todo lo que está mal conmigo a Rosario y me enfureció. Sólo quería salir, tomar unas copas y tratar de entender algunas cosas, pero antes que lo supiera, estaba borracho y esas chicas… —Hice una pausa, tratando de evitar que mi voz se rompiera—. Me desperté esta mañana y no estabas en la cama, y cuando te encontré en el sillón reclinable y vi los paquetes en el piso, me sentí enfermo.


—Simplemente podrías haberme preguntado, en lugar de gastar todo ese dinero en el supermercado para sobornarme para que me quedara.


—No me importa el dinero, Paloma. Tenía miedo que te fueras y nunca me hablaras de nuevo.


—No quise herir tus sentimientos —dijo sinceramente.


—Sé que no lo hiciste. Y sé que no importa lo que diga ahora, porque lo jodí todo… como siempre hago.


—¿Pepe?


—¿Sí?


—No conduzcas tu moto borracho, ¿está bien?


Quería decir más, disculparme de nuevo y decirle que estaba loco por ella, y estaba literalmente volviéndome loco porque no sabía cómo manejar lo que sentía, pero las palabras no salían. Mis pensamientos sólo podían enfocarse en el hecho de que después de todo lo que había pasado, y todo lo que acababa de decir, lo único que tenía para decirme era un sermón sobre conducir ebrio a casa.


—Sí, está bien —dije, cerrando la puerta.

CAPITULO 153



Me desperté con el sol de la tarde brillando a través de las persianas, pero bien podría haber sido del mediodía en medio de un desierto de arena blanca. Mis párpados se cerraron al instante, rechazando la luz.
Una combinación de aliento mañanero, productos químicos y líquidos repugnantes se encontraban atrapados en el interior de mi boca seca. Odiaba la inevitable boca seca que se producía después de una dura noche de beber.
Mi mente inmediatamente buscó los recuerdos de anoche, pero me quedé sin nada. Algún tipo de fiesta, era un hecho, pero dónde o con quién era un completo misterio.
Miré a mi izquierda, viendo las sábanas deshechas.Paula ya se había levantado. Mis pies descalzos se sentían raros contra el suelo mientras caminaba por el pasillo y encontré a Paula dormida en el sillón. La confusión me hizo detenerme, y luego el pánico se estableció. Mi cerebro se derramó a través del alcohol que aún abrumaba mis pensamientos. ¿Por qué no durmió en la cama? ¿Qué había hecho yo para hacerla dormir en el sillón? Mi corazón comenzó a latir rápidamente, y luego los vi: dos envoltorios de preservativos vacíos.
Joder. ¡Joder! La noche anterior regresó a mí en oleadas: bebiendo de más, esas chicas que no se fueron cuando se los dije, y finalmente mi oferta para mostrarles a ambas un buen momento, al mismo tiempo, y su apoyo entusiasta ante la idea.
Mis manos volaron hacia mi cara. Las había traído hasta aquí. Follado aquí.
Paula probablemente había oído todo. Oh, Dios. No podría haberlo jodido de peor manera. Esto iba más allá de lo malo. Tan pronto como se despertara, empacaría su
mierda y se iría.
Me senté en el sofá, con las manos todavía ahuecadas sobre la boca y la nariz, y la miré dormir. Tenía que arreglar esto. ¿Qué podría hacer para solucionar esto?
Una idea estúpida tras otra apareció a través de mi mente. El tiempo se estaba acabando. Tan silenciosamente como pude, corrí a la habitación y me cambié de ropa, luego me escabullí en la habitación de Valentin.


Rosario se movió y la cabeza de Valentin apareció. —¿Qué estás haciendo, Pepe? —susurró.


—Tengo que pedirte prestado el coche. Sólo por un segundo. Tengo que ir a recoger algunas cosas.


—Está bien... —dijo, confundido.


Sus llaves tintinearon cuando las saqué de su armario, y luego me detuve.


—Hazme un favor. Si se despierta antes de que yo vuelva, mantenla aquí, ¿de acuerdo?


Valentin respiró hondo. —Lo intentaré, Pedro, pero hombre... anoche fue...


—Fue malo, ¿no?


La boca de Valentin se inclinó hacia un lado. —No creo que se quede, primo, lo siento.


Asentí. —Sólo inténtalo.


Una última mirada al rostro dormido de Paula antes de salir del apartamento me impulsó a moverme más rápido. El Charger apenas podía mantenerse al día con la velocidad a la que yo quería ir. Una luz roja me atrapó justo antes de llegar al mercado y grité, golpeando el volante.


—¡Maldita sea! ¡Cámbiate!


Unos segundos más tarde, la luz parpadeó de rojo a verde, y los neumáticos giraron un par de veces antes de ganar velocidad.
Corrí a la tienda desde el aparcamiento, totalmente consciente de que me veía como un loco mientras sacaba el carrito de compras del resto. Un pasillo tras otro, tomé las cosas que pensé que le gustarían, recordando su alimentación o incluso hablar sobre ello. Una cosa esponjosa de color rosa colgaba en una línea fuera de uno de los estantes y terminó en mi carrito, también.
Una disculpa no iba a hacer que se quedara, pero tal vez lo haría un gesto.
Tal vez vería cuánto lo sentía. Me detuve a pocos metros de la caja registradora, sintiendo desesperanza. Nada iba a funcionar.


—¿Señor? ¿Está listo?


Negué con la cabeza, abatido. —No... No lo sé.


La mujer me miró por un momento, empujando las manos en los bolsillos de su delantal blanco y amarillo a rayas. —¿Puedo ayudarle en algo?


Empujé el carrito a su caja sin responder, viéndola mirar todos los alimentos favoritos de Paula. Ésta era la idea más estúpida de la historia de las ideas, y la única mujer viva que me importaba iba a reírse de mí, mientras empacaba.


—Son ochenta y cuatro dólares con setenta y siete centavos.

CAPITULO 152




No le tomó mucho tiempo a Cami averiguar que yo no era buena compañía. Sostuvo las próximas cervezas mientras me sentaba en mi silla habitual en el bar The Red. Las luces de colores se perseguían unas a otras por la sala, y la música era casi lo suficientemente fuerte como para ahogar mis pensamientos.
Mi paquete de Marlboro Reds casi había desaparecido, pero esa no era la razón de la sensación de pesadez en mi pecho. Unas pocas chicas habían ido y venido, tratando de entablar conversación, pero no pude levantar mi línea de
visión desde el cigarrillo medio quemado posado entre dos de mis dedos. La ceniza era tan larga que era sólo cuestión de tiempo hasta que se desvaneciera, así que solamente miré las brasas que quedaban, parpadeando contra el papel, tratando de mantener mi mente alejada de la sensación de hundimiento que la música no podía ahogar.
Cuando la multitud en el bar disminuyó y Cami no se movía a mil kilómetros por hora, dejó un vaso vacío delante de mí y luego lo llenó hasta el borde con Jim Beam. Lo agarré, pero cubrió mi pulsera negra de cuero con sus dedos tatuados que deletreaban baby doll cuando mantenía sus puños juntos.


—Está bien, Pepe. Cuéntame.


—¿Qué? —pregunté, haciendo un débil intento de alejarme.


Negó con la cabeza. —¿La chica?


El vaso tocó mis labios e incliné la cabeza hacia atrás, dejando que el líquido quemara mi garganta. —¿Qué chica?


Cami puso los ojos en blanco. —¿Qué chica? ¿En serio? ¿Con quién crees que estás hablando?

—Está bien, está bien. Es Paloma.


—¿Paloma? Estás bromeando.


Me reí una vez. —Paula. Ella es una paloma. Una paloma demoníaca que me jode tanto la cabeza que no puedo pensar con claridad. Ya nada tiene sentido, Cami. Cada regla que he hecho se ha roto una por una. Soy un blandengue. No... peor. Soy Valen.


Cami se rió. —Sé amable.


—Tienes razón. Valentin es un buen tipo.


—Sé amable contigo mismo, también —dijo, lanzando un trapo sobre la mesa y pasándolo en círculos—. Enamorarte no es un pecado, Pepe, Jesús.


Miré a mí alrededor. —Estoy confundido. ¿Estás hablando conmigo o con Jesús?


—Lo digo en serio. Así que tienes sentimientos por ella. ¿Y qué?


—Me odia.


—Nah.


—No, la he oído esta noche. Por accidente. Piensa que soy una basura.


—¿Ella dijo eso?


—Más o menos.


—Bueno, más o menos lo eres.


Fruncí el ceño. —Muchas gracias.


Extendió las manos, con los codos sobre la barra. —En base a tu comportamiento en el pasado, ¿no estás de acuerdo? Mi punto es... tal vez por ella, no lo serías. Tal vez por ella podrías ser un hombre mejor. —Sirvió otro trago y no le di la oportunidad de detenerme antes de tragarlo.


—Tienes razón. He sido un cabrón. ¿Puedo cambiar? Joder, no lo sé.


Probablemente no lo suficiente como para merecerla.


Cami se encogió de hombros, tapando la botella y colocándola en su lugar.


—Creo que deberías dejar que ella juzgue eso.


Encendí un cigarrillo, tomé una respiración profunda, y agregué más bocanadas de humo a la habitación ya turbia. 


—Tráeme otra cerveza.


—Pepe, creo que ya has tenido suficiente.


—Cami, sólo hazlo, maldita sea.

CAPITULO 151




Salí de la ducha y me sequé, emocionado y muy nervioso sobre las posibilidades que podría generar a partir de la conversación que estábamos a punto de tener. Justo antes de abrir la puerta, pude oír una pelea en el pasillo.


Rosario dijo algo con voz desesperada. Abrí la puerta y escuché.


—Lo prometiste, Pau. Cuando te dije que tuvieras juicio. ¡No me refería a que ustedes dos se involucraran! ¡Pensé que sólo eran amigos!


—Lo somos —dijo Paula.


—¡No, no lo son! —replicó Valentin.


Rosario habló. —Bebé, te dije que todo irá bien.


—¿Por qué estás presionando esto, Ro? ¡Te dije lo que va a suceder!


—¡Y yo te dije que no! ¿No confías en mí?


Valentin entró en su habitación dando pisotones. Después de unos segundos de silencio,Rosario volvió a hablar. —Simplemente no puedo conseguir meterle en la cabeza que si Pedro y tú funcionan o no lo hacen, no nos afecta. Pero no me cree.



Maldita sea,Valentin. No es la transición ideal. Abrí la puerta un poco más,lo suficiente para ver el rostro de Paula.


—¿De qué estás hablando, Ro? Pedro y yo no estamos juntos. Sólo somos amigos. Ya lo has oído antes... no está interesado en mí de esa manera.


Joder. Esto empeoraba por momentos.


—¿Oíste eso? —preguntó Rosario, con evidente sorpresa en su voz.


—Bueno, sí.


—¿Y lo crees?


Paula se encogió de hombros. —No importa. Nunca va a suceder. Me dijo que no me ve así. Le tiene una fobia al compromiso, sería difícil para mí encontrar una chica, además de ti, con la que no se haya acostado y no puedo aguantar sus cambios de humor. No puedo creer que Valen piense lo contrario.


Cada pedacito de esperanza se me había escapado con sus palabras. La decepción fue aplastante. Durante unos segundos, el dolor fue incontrolable, hasta que dejé que el enojo se hiciera cargo.


La ira era siempre más fácil de controlar.


—Porque no sólo conoce a Pedro… ha hablado con Pedro, Paula.


—¿Qué quieres decir?


—¿Ro? —llamó Valentin desde el dormitorio.


Rosario suspiró. —Eres mi mejor amiga. Creo que te conozco mejor de lo que tú te conoces a veces. Los veo juntos, y la única diferencia entre Valen y yo y Pedro y tú, es que nosotros tenemos sexo. ¿Aparte de eso? No hay diferencia.


—Hay una enorme diferencia. ¿Valen trae a casa a diferentes chicas cada noche? ¿Vas a ir a la fiesta mañana para salir con un chico con claras citas potenciales? Sabes que no puedo involucrarme con Pedro, Ro. Ni siquiera sé por qué lo estamos discutiendo.


—No estoy viendo cosas, Pau. Tú has pasado casi todo el tiempo con él durante el último mes. Admítelo, sientes algo por él.


No pude escuchar una palabra más. —Supéralo, Ro —dije.


Las dos saltaron ante el sonido de mi voz. Los ojos de Paula se encontraron con los míos. No parecía avergonzada ni arrepentida, lo que sólo me molestó más.
Yo me había agarrado el cuello y ella cortaba mi garganta.
Antes de decir alguna estupidez, me retiré a mi habitación.


Sentarse no ayudó. Tampoco estar de pie, caminando o haciendo flexiones.
Las paredes se acercaban más a mí a cada segundo. La rabia hirvió dentro de mí como un producto químico inestable, listo para explotar.
Salir del apartamento era mi única opción, para aclarar mi cabeza y tratar de relajarme con unos tragos. The Red. Podría ir a The Red. Cami trabajaba en el bar.
Podría decirme qué hacer.
Ella siempre supo cómo hablar para calmarme. A Marcos le gustaba por la misma razón. Era la hermana mayor de tres hijos y no se inmutó cuando se trataba en cuestiones de nuestros problemas de ira.
Me puse una camiseta y unos vaqueros, agarré unas gafas de sol, las llaves de mi motocicleta y la chaqueta, y luego metí los pies dentro de las botas antes de regresar por el pasillo.
Los ojos de Paula se abrieron como platos cuando me vio dando la vuelta la esquina. Gracias a Dios que estaba en la sombra. No quería que viera el dolor en mis ojos.


—¿Saldrás? —preguntó, sentándose—. ¿A dónde vas?


Me negaba a reconocer la súplica en su voz.



—Fuera.