Tan pronto como encontramos una cabina, dejé mi abrigo junto a Paula y fui al baño. Era raro cómo todos pretendían que no había golpeado a alguien hace unas horas, como si nada hubiera pasado. Acuné mis manos bajo el agua, y me
lavé la cara, mirándome en el espejo. El agua goteaba de mi nariz y barbilla. Una vez más, iba a tener que tragar la disforia y concordar con el estado de ánimo falso de todos los demás. Como si tuviéramos que mantener pretextos para ayudar a Paula a avanzar a través de la realidad en su pequeña burbuja de ignorancia donde nadie sentía nada demasiado fuerte, y todo estaba establecido.
—¡Maldición! ¿La comida aún no está aquí? —pregunté, deslizándome en la cabina junto a Paula. Su teléfono estaba sobre la mesa, así que lo agarré, encendí la cámara, hice una estúpida cara y tomé una foto.
—¿Qué demonios pasa contigo? —dijo Paula con una risita.
Busqué mi nombre y luego adjunté la foto. —Así recordaras lo mucho que me adoras cuando llame.
—O lo idiota que eres —dijo Rosario.
Rosario y Valentin hablaron la mayor parte del tiempo de sus clases y de los últimos chismes, cuidando de no mencionar a nadie involucrado en la pelea de más temprano.
Paula los miraba con su barbilla descansando en su puño, sonriendo y siendo hermosa sin esfuerzo. Sus dedos eran pequeños, y me sorprendí cómo de desnudo lucía su dedo anular. Me miró y se inclinó para empujarme juguetonamente con su hombro. Entonces se enderezó, para continuar escuchar la charla de Rosario.
Nos reímos y bromeamos hasta que el restaurante cerró, y luego nos amontonamos en el Charger para volver a casa. Me sentía exhausto, y aunque el día pareció largo como el infierno, no quería que terminara.
Valentin llevó en su espalda a Rosario por las escaleras, pero me quedé atrás, tirando del brazo de Paula. Observé a nuestros amigos hasta que entraron en el apartamento, y entonces jugueteé con mis manos y las de Paula—Te debo una disculpa por hoy, así que lo siento.
—Ya te has disculpado. Está bien.
—No, me disculpé por Adrian. No quiero que pienses que soy un psicópata que va por ahí atacando a la gente por lo más mínimo —dije—, pero te debo una disculpa porque no te defendí por la razón correcta.
—Y esa sería… —solicitó.
—Me lancé sobre él porque dijo que quería ser el próximo en la fila, no porque se burlaba de ti.
—Insinuar que hay una fila es la razón suficiente para que me defiendas, Pepe.
—Ese es mi punto. Estaba enojado porque tomé eso como que él quería dormir contigo.
Paula pensó por un momento, y entonces agarró los costados de mi camisa.Presionó su frente contra mi camiseta, en mi pecho. —¿Sabes qué? No me importa
—dijo, mirándome con una sonrisa—. No me importa lo que la gente está diciendo, o que perdiste tu temperamento, o el por qué arruinaste el rostro de Daniel. La última cosa que quiero es una mala reputación, pero estoy cansada de
explicar nuestra amistad a todo el mundo. Al diablo con ellos.
Las comisuras de mi boca se levantaron. —¿Nuestra amistad? A veces me pregunto si me escuchas por completo.
—¿Qué quieres decir?
La burbuja con la que se rodeaba era impenetrable, y me preguntélo que sucedería si alguna vez la atravesaba. —Entremos, estoy cansado.
Asintió, y caminamos juntos por las escaleras y en el apartamento.Rosario y Valentin ya murmuraban en su dormitorio, y Paula desapareció en el baño. Los tubos chillaron y luego el agua en la ducha golpeó contra el azulejo.
Moro me acompañó mientras esperaba. Ella no perdía el tiempo; su rutina nocturna estaba completa en una hora.
Se tumbó en la cama, su pelo mojado apoyado en mi brazo. Exhaló un largo y relajante suspiro. —Sólo quedan dos semanas. ¿Vas a hacer un drama cuando me mude a Morgan?
—No lo sé —dije. No quería pensar en ello.
—Oye. —Tocó mi brazo—. Estaba bromeando.
Quería que mi cuerpo se relajara contra el colchón, recordándome a mí mismo que por el momento, todavía seguía a mi lado. No funcionó. Nada funcionó. La necesitaba en mis brazos. Suficiente tiempo había sido perdido —¿Confías en mí, Paloma? —pregunté, un poco nervioso.
—Sí, ¿por qué?
—Ven aquí —dije, tirándola contra mí. Esperé por su protesta, pero sólo se congeló por un momento antes de dejar que su cuerpo se fundiera con el mío. Su mejilla se relajó contra mi pecho.
Inmediatamente, mis ojos se sintieron pesados. Mañana intentaría pensar en una forma de posponer su partida, pero en ese momento, dormir con ella en mis brazos era la única cosa que quería hacer.