domingo, 1 de junio de 2014

CAPITULO 213




Después de abrazar a mi hermano de nuevo, se dirigió hacia su carro y nosotros caminamos hacia el Honda de Rosario. 


Observé la hebilla del cinturón de Paula, y luego fruncí el ceño cuando tosió.


—Tal vez, debería llevarte al hospital y conseguir que te revisen.


—Estoy bien —dijo, entrelazando sus dedos con los míos. Bajó la mirada,viendo una profunda cortada a lo largo de mis nudillos—. ¿Eso es de la pelea o de la ventana?


—La ventana —contesté, frunciendo el ceño hacia sus uñas ensangrentadas.


Sus ojos se humedecieron. —Salvaste mi vida, ¿sabes?


Mis cejas se juntaron. —No me hubiera ido sin ti.


—Sabía que vendrías.


Sostuve la mano de Paula dentro de la mía hasta que llegamos al apartamento. Paula tomó un largo baño y con manos temblorosas, nos serví a los dos un vaso con whisky.


Caminó por el pasillo silenciosamente, y luego se derrumbó aturdida en la cama.


—Aquí —dije, entregándole un vaso llego de líquido ámbar—. Te ayudara a relajarte.


—No estoy cansada.



Le tendí el vaso de nuevo. Podía ser que ella hubiera crecido alrededor de mafiosos en las Vegas, pero apenas habíamos visto la muerte, mucho de ella, y habíamos escapado por poco. —Sólo trata de descansar un poco, Paloma.


—Estoy casi asustada de cerrar los ojos —dijo, tomando el vaso y bebiéndose de un trago el líquido.


Tomé el vaso vacío y lo coloqué sobre la mesita de noche, luego me senté a su lado en la cama. Estuvimos en silencio, reflexionando sobre las últimas horas.


No parecía real.


—Una gran cantidad de gente murió esta noche —dije.


—Lo sé.


—No sabremos precisamente cuántos hasta mañana.


—Marcos y yo pasamos a un grupo de chicos en el camino. Me pregunto si lo lograron. Se veían muy asustados…


Las manos de Paula comenzaron a temblar, así que la consolé de la única manera que sabía hacerlo. La sostuve.


Se relajó contra mi pecho y suspiró. Su respiración se niveló, y apretó su mejilla contra mi piel, acurrucándose. Por primera vez desde que habíamos vuelto juntos, me sentí completamente cómodo con ella, como si hubiéramos regresado las cosas a cómo iban antes de las Vegas.


—¿Pedro?


Bajé mi barbilla y susurré contra su cabello—: ¿Qué, nena?


Nuestros teléfonos sonaron al unísono, y ella simultáneamente contestó el suyo mientras me pasaba el mío.


—¿Hola?


—¿Pedro? ¿Están bien, hombre?


—Sí, amigo. Estamos bien.


—Estoy bien, Ro. Estamos todos bien —dijo Paula, tranquilizando a Rosario en la otra línea.


—Mamá y papá están con los pelos de puntas. Lo estamos viendo en las noticias justo ahora. No les dije que estarías allí. ¿Qué? —Valentin alejó su rostro del teléfono para contestarle a sus padres—. No, mamá. Sí, ¡estoy hablando con él! ¡Está bien! ¡Están en el apartamento! Entonces —continuó—, ¿qué demonios sucedió?


—Las malditas linternas. Agustin no quería ninguna luz fuerte llamando la atención y que nos atraparan. Una prendió fuego todo el maldito lugar… Es malo. Valen. Muchas personas murieron.


Valen respiró profundamente. —¿Alguien que conozcamos?


—No lo sé, todavía.


—Me alegra que estés bien, hermano. Estoy… Jesús, estoy feliz de que estés bien.


Paula describió los horribles momentos cuando tropezaba a través de la oscuridad, tratando de encontrar su camino de salida.


Hice un gesto de dolor cuando relató cómo clavó sus dedos en la ventana cuando trataba de abrirla.


—Ro, no te vayas tan pronto. Estamos bien —dijo Paula—. Estamos bien —dijo de nuevo, esta vez enfatizando—. Puedes abrazarme el viernes. También te amo. Diviértete.


Apreté mi teléfono celular un poco contra mi oreja. —Mejor abraza a tu chica, Valen. Sonaba molesta.


Valentin suspiró. —Yo sólo… —Volvió a suspirar.


—Lo sé, hombre.


—Te quiero. Eres mucho más hermano de lo que nunca podría tener.


—Yo, también. Nos vemos pronto.


Volví con Paula y colgamos nuestros teléfonos, nos sentamos en silencio,aún procesando lo que había sucedido. Me recosté contra la almohada, y luego empujé a Paula contra mi pecho.


—¿Rosario está bien?


—Está molesta, pero está bien.


—Estoy feliz de que no estuvieran allí.


Podía sentir la mandíbula de Paula trabajando en contra de mi piel y maldije interiormente por haberle dado ideas más espantosas.


—Yo también —dijo con un escalofrío.


—Lo siento. Has pasado por mucho esta noche, no debería añadir nada más a tu plato.


—Tú estabas allí también, Pepe.


Pensé acerca de cómo fue. Buscar a Paula en la oscuridad, sin saber si la encontraría y finalmente, dar patadas a la puerta al ver su rostro.


—No me asusto muy a menudo —le dije—. Me asusté la primera mañana en que desperté y tú no estabas allí. Estaba asustado cuando me dejaste después de Las Vegas. Estaba asustado cuando pensé que iba a tener que decirle a mi papá que Marcos había muerto en esa construcción. 
Pero cuando te vi a través de las llamas en ese sótano… me sentía aterrorizado. Llegué a la puerta, estaba a pocos metros de la salida y no pude irme.


—¿Qué quieres decir? ¿Estás loco? —preguntó sacudiendo la cabeza para mirarme a los ojos.


—Nunca había estado tan seguro de nada en mi vida. Me di la vuelta, hice mi camino a ese cuarto, y allí estabas. Nada más importaba. Ni siquiera sabía si lo lograríamos o no, sólo quería estar donde tú estuvieras, donde sea que eso
signifique. De la única cosa de la que estoy asustado es de una vida sin ti, Paloma.


Paula se inclinó, besándome suavemente en los labios. 


Cuando nuestras bocas se separaron, sonrió. —Entonces no tienes nada de qué estar asustado.Estaremos juntos para siempre.


Suspiré. —Lo haría todo otra vez, sabes. No cambiaría ni un segundo si eso significara que estaríamos aquí, en este momento.


Ella tomó una respiración profunda y besé suavemente su frente.


—Esto es —susurré.


—¿Qué?


—El momento. Cuando te veo dormir… ¿esa paz en tu rostro? Eso es. No lo he tenido desde que mi madre murió, pero lo puedo sentir nuevamente. —Tomé otra respiración profunda y la atraje hacia mí—. Supe en el momento en que te conocí que había algo en ti que yo necesitaba. Resultó que no era algo de ti. Eras sólo tú.


Paula me dio una sonrisa cansada mientras enterraba su cara en mi pecho


—Somos nosotros, Pepe. Nada tiene sentido a menos que estemos juntos.¿No has notado eso?


—¿Notarlo? ¡Te he estado diciendo eso todo el año! —bromeé—. Es oficial.Bimbos, peleas, rompimientos, Adrian, Las Vegas… incluso incendios… nuestra relación puede soportar cualquier cosa.


Levantó la cabeza, con sus ojos fijos en los míos. Pude ver un plan formándose detrás de su iris. Por primera vez, no me preocupaba cual sería su próximo paso, porque sabía en mi corazón que cualquier camino que eligiera, sería un sendero que caminaríamos juntos.

—¿Las Vegas? —preguntó.


Fruncí el ceño, formando una línea entre mis cejas. —¿Sí?


—¿Has pensado en volver?


Mis cejas se alzaron con incredulidad. —No creo que sea una buena idea para mí.


—¿Y si fuéramos sólo por una noche?


Eché un vistazo alrededor de la habitación oscura, confuso. 

—¿Una noche?


—Cásate conmigo —soltó. Oí la palabras, pero me tomó un segundo registrarlas.

CAPITULO 212




El humo se había vuelto ineludible. Sin importar la habitación en la que me hallara, cada respiración era poco profunda y caliente, quemando mis pulmones.


Me incliné y agarré mis rodillas, jadeando. Mi sentido de orientación estaba debilitado, tanto por la oscuridad, como por la real posibilidad de no ser capaz de encontrar a mi novia o a mi hermano antes de que fuera tarde. Ni siquiera estaba seguro de si podría encontrar mi camino de vuelta.


Entre los ataques de tos, escuché un sonido de golpeteo viniendo de la habilitación continua.


—¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme!


Era Paula. Determinación renovada vino a mí y me arrastré hacia su voz,avanzando a tientas a través de la oscuridad. 

Mis manos tocaron una pared, y luego me detuve cuando sentí una puerta. Estaba cerrada con llave. —¿Paloma? —grité, jalando la puerta.


La voz de Paula se volvió más aguda, incentivándome para dar un paso hacia atrás y patear la puerta hasta que se abrió.


Paula estaba parada sobre un escritorio justo debajo de la ventana, golpeando sus manos contra el vidrio tan desesperadamente, que no se dio cuenta que yo había irrumpido en la habitación.



—¿Paloma? —dije, tosiendo.


—¡Pedro! —gritó, lanzándose del escritorio y contra mis brazos.


Ahuequé sus mejillas. —¿Dónde está Marcos?


—¡Él los siguió! —gritó, lágrimas corrían por su rostro—. ¡Intenté que viniese conmigo, pero él no venia!


Miré hacia debajo del salón. El fuego se disparaba hacia nosotros, alimentándose de los muebles cubiertos que estaban alineados en las paredes.


Paula miró boquiabierta la horrible vista y después tosió. Mis cejas se fruncieron, preguntándome donde demonios estaba él. Si estaba en el final del corredor, no tendría oportunidad. 


Un sollozo brotó de mi garganta, pero la mirada de terror en los ojos de Paula lo forzó a apartarse.


—Vamos, voy a sacarnos de aquí, Paloma—Presioné mis labios contra los de ella en un rápido y firme movimiento, luego subí a la cima de su improvisada escalera.


Empujé la ventana, los músculos de mis brazos temblando mientras empleaba toda mi fuerza restante contra el vidrio.


—¡Aléjate, Paula! ¡Voy a romper el vidrio!


Paula se apartó un paso de mí, su cuerpo entero temblando. Levanté el brazo con el codo doblado y mi puño en alto, y dejé salir un gruñido mientras lo clavaba con fuerza en la ventana. Vidrios se hicieron añicos, y estiré mi mano.


—¡Vamos! —grité.


El calor del fuego se apoderó de la habitación. Motivado por terror puro, levanté a Paula del suelo con un brazo, y la empujé hacia afuera.


Me esperó arrodillada mientras yo salía trepando, y luego me ayudó a levantarme. Sirenas sonaban desde el otro lado del edificio. Luces rojas y azules de camiones de bomberos y carros de policías bailaban a lo largo de los ladrillos en los edificios continuos.


Tiré a Paula conmigo, corriendo a toda velocidad hacia donde un montón de gente estaba parada en frente del edificio. Hojeamos las caras cubiertas de hollín buscando a Marcos mientras gritaba su nombre. Cada vez que llamaba a gritos, mi voz se quebraba más. No estaba allí. Revisé mi teléfono, esperando que él hubiera llamado. Viendo que no lo había hecho, lo cerré de un golpe.


Acercándome a la desesperanza, cubrí mi boca, inseguro de qué hacer a continuación. Mi hermano se había perdido en el ardiente edificio. No estaba afuera, conduciendo a una sola conclusión.


—¡MARCOS! —grité, estirando mi cuello mientras buscaba entre la multitud.


Aquellos que habían escapado estaban abrazándose y lloriqueando detrás de los vehículos de emergencia, observando con horror como los camiones de bomberos disparaban agua por las ventanas. Bomberos corrían dentro, jalando las mangueras detrás de ellos.


—Él no salió —susurré—. Él no salió, Paloma —Lágrimas corrieron por mis mejillas, y caí sobre mis rodillas.


Paula me siguió al suelo, sosteniéndome en sus brazos.


—Marcos es inteligente, Pepe. Él salió. Tuvo que haber encontrado otra forma.


Me desmoroné dentro del regazo de Paula, sujetando su camisa con los dos puños.


Una hora pasó. Los llantos y lamentos de los sobrevivientes y espectadores afuera del edificio se habían suavizado a un inquietante silencio. Los bomberos sacaron sólo dos sobrevivientes, y luego continuamente salieron con las manos vacías. Cada vez que alguien salía del edificio, contenía mi respiración, una parte de mí esperando que fuera Marcos, la otra temiendo que lo fuese.


Una hora y media después, los cuerpos que regresaban estaban sin vida. En vez de realizarles RCP, simplemente los ponían junto a las otras víctimas,cubriendo sus cuerpos. 


El suelo estaba plagado de víctimas, superando en número
a los que habíamos escapado.


—¿Pedro?


Agustin estaba de pie junto a nosotros. Me levanté, jalando a Paula conmigo.
—Estoy feliz de que ustedes chicos lo lograran —dijo Agustin, luciendo atónito y desconcertado—. ¿Dónde está Marcos?


No contesté.


Nuestros ojos regresaron hacia los restos carbonizados de las residencias de Keaton, el humo negro y denso aún salía de las ventanas. Paula enterró su rostro en mi pecho y agarró mi camisa con sus pequeños puños.


Era una escena horripilante, y todo lo que podía hacer era mirar.


—Tengo que eh… tengo que llamar a mi papá —dije, arrugando mi frente.


—Quizás deberías esperar Pedro. No sabemos nada aún —dijo Paula.


Mis pulmones ardían, justo como mis ojos. —Mierda, esto no está bien.Nunca debió haber estado ahí.


—Fue un accidente,Pedro. Tú nunca hubieses podido saber que esto pasaría —dijo Paula, tocando mi mejilla.


Mi rostro se comprimió, y cerré fuerte mis ojos. Iba a tener que llamar a mi papá y decirle que Marcos aún estaba adentro de un edificio en llamas, y que era mi culpa. No sabía si mi familia podría soportar otra perdida. Marcos había vivido con mi papá mientras trataba de ayudarlo a recuperarse, y eran un poco más cercanos que el resto de nosotros.


Contuve mi respiración mientras marcaba duro los números, imaginando la reacción de mi padre. El teléfono se sentía frío en mi mano, por lo tanto jalé a Paula contra mí. Incluso si ella no lo sabía aún, estaba helada.


Los números se transformaron en un nombre, y mis ojos se ampliaron.


Estaba recibiendo otra llamada.


—¿Marcos?


—¿Estás bien? —gritó Marcos en mi oído, su voz llena de pánico.


Una risa de sorpresa se escapó de mis labios mientras miraba a Paula —¡Es Marcos!


Paula jadeó y apretó mi brazo.


—¿Dónde estás? —pregunté, desesperado por encontrarlo.


—¡Estoy en las residencias de Morgan, idiota de mierda! ¡Donde me dijiste que nos encontráramos! ¿Por qué no estás aquí?


—¿Qué quieres decir con que estás en Morgan? Estaré allí en un segundo,¡Ni se te ocurra moverte!


Despegué a toda velocidad, arrastrando a Paula detrás de mí. Cuando llegamos a Morgan, ambos estábamos tosiendo y jadeando por aire. Marcos bajó corriendo las escaleras, estrellándose contra nosotros.


—¡Dios mío, hermano! ¡Pensé que estabas tostado! —dijo Marcos,apretándonos fuerte.


—¡Idiota! —grité, empujándolo—. ¡Pensé que estabas malditamente muerto!¡He estado esperando a que los bomberos carguen con tu cuerpo carbonizado desde Keaton!


Le fruncí el ceño a Marcos por un instante, y luego lo atraje de nuevo en un abrazo. Mi mano se extendió rápidamente, hurgando hasta que sentí el suéter de Paula, y después la atraje en un abrazo también. Después de varios instantes, solté a Marcos.


Marcos miró a Paula con gesto de disculpa. —Lo siento, Paula. Entré en pánico.


Ella sacudió su cabeza. —Sólo me alegra que estés bien.


—¿Yo? Hubiera sido mejor estar muerto si Pedro me hubiera visto salir de ese edificio sin ti. Traté de encontrarte después de que saliste corriendo, pero luego me perdí y tuve que encontrar otra manera. Caminé alrededor del edificio para encontrar esa ventana, pero me encontré con unos policías y me obligaron a salir.


¡Me he estado volviendo loco por aquí! —dijo él, pasando su mano por su cabeza.


Limpié las mejillas de Paula con mis pulgares, y luego levanté mi camisa,usándola para limpiar el hollín de mi cara. —Salgamos de aquí. Los policías van a estar arrastrándose por aquí pronto.

CAPITULO 211




La multitud gritando corrió hacia la boca de las escaleras mientras el humo rápidamente llenaba la habitación. Rostros asustados, tanto hombres como mujeres, estaban destacados por las llamas.


—¡Paula! —grité, dándome cuenta cuán lejos se encontraba, y cuantas personas estaban entre nosotros. Si no podía llegar a su lado, ella y Marcos tendrían que encontrar su camino de regreso a la ventana a través del laberinto de pasillos oscuros. El terror se clavó en mi interior, estimulándome violentamente a empujar a través de quienquiera que se pusiera en mi camino.


La habitación se oscureció, y un ruido fuerte sonó desde el otro lado de la habitación. Los otros faroles estaban encendiéndose y añadiéndose a la hoguera en pequeñas explosiones. Atrapé un vistazo de Marcos, quien agarraba el brazo de Paula, jalándola a su espalda, tratando de abrirse paso a través de la multitud.


Paula sacudió su cabeza, tirando hacia atrás.


Marcos miró alrededor, formando un plan de escape mientras se pararon en medio de la confusión. Si trataban de salir por la escalera de incendios, serían los últimos en salir. El fuego crecía rápidamente. No lo lograrían llegar a tiempo a la salida a través de la multitud.


Cualquier intento que hice para llegar a Paula fue frustrado por la multitud que surgía y me empujaba más lejos. La emocionada excitación que llenaba la habitación antes, fue reemplazada por gritos horrorizados de miedo y desesperación mientras todos luchaban por alcanzar las salidas.



Marcos le haló a Paula por la puerta del pasillo, pero ella luchó contra él para mirar hacia atrás. —¡Pedro! —gritó, extendiendo la mano hacia mí.


Tomé una respiración para gritar de nuevo, pero el humo llenó mis pulmones. Tosí, agitando el humo lejos.


—¡Por este lado, Pepe! —gritó Marcos.


—¡Sólo sácala de aquí, Marcos! ¡Saca a Paloma!


Los ojos de Paula se abrieron, y negó con la cabeza. —¡Pedro!


—¡Sólo váyanse! —dije—. ¡Los alcanzaré más adelante!


Paula se detuvo un momento antes que sus labios formaran una línea dura.


Alivio vino sobre mí. Paula Chaves tenía un fuerte instinto de supervivencia, y lo había pateado justamente. Agarró la manga de Marcos y lo haló de nuevo hacia la oscuridad, lejos del fuego.


Me giré, buscando mi propia forma de salir. Docenas de espectadores estaban arañando su propia manera hacia el estrecho acceso de las escaleras, gritando y peleando entre sí para llegar a la salida.


La habitación estaba casi negra de humo, y sentí mis pulmones luchando por aíre. Me arrodillé en el suelo, tratando de recordar las diferentes puertas que se alineaban en la habitación principal. Me volví hacia la escalera. Ese era el camino al que quería ir, lejos del fuego, pero me negué a entrar en pánico. Había una segunda salida que conducía a las escaleras de incendios, unas cuantas personas pensarían ir por allí. Me agaché y corrí hacia donde recordaba que estaba, pero me detuve.


Pensamientos de Paula y Marcos perdiéndose destellaron en mi mente,jalándome lejos de la salida.


Escuché mi nombre, y miré hacia el sonido.


—¡Pedro! ¡Pedro! ¡Por aquí! —Agustin estaba en la puerta, agitándome su mano hacia él.


Negué con la cabeza. —¡Voy a alcanzar a Paloma!


El camino hacia el cuarto pequeño por donde Marcos y Paula escaparon estaba casi limpio, así que salí corriendo, cruzando la habitación, golpeando a alguien de frente. Era una chica, una estudiante de primer año por su aspecto, su rostro cubierto con rayas negras. Lucía atemorizada y se puso de pie rápidamente.


—¡A-ayúdame! ¡No puedo… no sé el camino de salida! —dijo, tosiendo.


—¡Agustin! —grité. Empujándola hacia la dirección de la salida—. ¡Ayúdala a salir de aquí!


La chica corrió hacia Agustin, y él le agarró la mano antes de desaparecer a través de la salida que el humo oscurecía totalmente.


Me empujé del piso y corrí hacia Paula. Otros corrían alrededor de los laberintos oscuros también, llorando y jadeando mientras trataban de encontrar una salida.


—¡Paula! —grité en la oscuridad. Me sentía aterrorizado, habían tomado un giro equivocado.


Un grupo pequeño de chicas paradas al final del pasillo lloraban. —¿Han visto a un chico y una chica pasar por aquí? Marcos es así de alto, parecido a mí —dije, sosteniendo una mano en mi frente.


Negaron con sus cabezas.


Mi estómago se hundió. Paula y Marcos habían tomado el camino equivocado.


Señalé al grupo asustado. —Sigan ese pasillo hasta que lleguen al final. Hay un hueco en la escalera con una puerta en la parte superior. Tómenla, y luego giren hacia la izquierda. Hay una ventana por la que pueden salir.


En lugar de dar marcha atrás a los pasillos donde veníamos, giré a la izquierda, corriendo a través de la oscuridad, con la esperanza de que iba a tener suerte y correr hacia ellos de alguna manera.


Pude escuchar los gritos de la habitación principal mientras empujaba hacia delante, decidido a asegurarme que Paula y Marcos habían encontrado la manera de salir. 


No me iría hasta que lo supiera con certeza.


Después de correr a través de varios pasillos, sentí el peso del pánico bajando por mi pecho. El olor del humo me había alcanzado, y sabía que con la construcción, el edificio viejo, los muebles, y las sábanas que los cubrían alimentando el fuego, todo el sótano sería tragado por las llamas en minutos.


—¡Paula! —grité de nuevo—. ¡Marcos!


Nada.