domingo, 4 de mayo de 2014

CAPITULO 121


La clase de Chaney estaba llena. Subí los escalones de a dos hacia mi asiento, y luego me metí entre las piernas desnudas que llenaban mi escritorio.

Asentí.

—Señoritas.

Canturrearon y suspiraron en harmonía.

Buitres. Me había follado a la mitad de ellas durante mi primer año, la otra mitad había estado en mi sofá mucho antes del receso de otoño. Excepto la chica del final. Sofia dejó escapar una sonrisa torcida. Parecía como si su rostro se hubiera prendido fuego y alguien hubiera intentando sacarlo con un tenedor.
Había estado con algunos de mis hermanos de la fraternidad. Conociendo sus antecedentes y su falta de preocupación por la seguridad, lo mejor era considerarla
un riesgo innecesario, incluso si yo era habitualmente cuidadoso.
Ella se inclinó hacia adelante apoyada en sus codos para hacer un mejor contacto visual conmigo. Sentí la necesidad de estremecerme con disgusto, pero me resistí. No. No estaba ni cerca de valer la pena.
La morocha en frente de mí se dio la vuelta y batió sus pestañas.

—Hola, Pedro. Oí que se acerca una fiesta de citas en Sig Tau.

—No —dije sin una pausa.

Su labio inferior formó una mala cara.

—Pero... cuando me contaste sobre ella, pensé que querrías ir.

Me reí una vez.

—Me quejaba de eso. No es lo mismo.

La rubia a mi lado se inclinó hacia adelante.

—Todos saben que Pedro Alfonso no va a fiestas de citas. Estás en el camino equivocado, Chrissy.

 —Oh, ¿sí? Bueno, nadie te preguntó —dijo Chrissy con el ceño fruncido.

Mientras que las mujeres discutían entre ellas, noté que Paula se apresuraba para entrar. Prácticamente se arrojó a un escritorio de la primera fila, justo antes de que sonara la campana.
Antes de tomarme un segundo para preguntarme a mí mismo por qué,agarré mis cosas y me puse la lapicera en la boca. Luego troté, bajando los escalones, deslizándome en el escritorio al lado de ella.
La mirada en el rostro de Paula superaba lo divertido, y por una razón que no podía explicar, hizo que la adrenalina se apresurara a través de mi cuerpo, el tipo de adrenalina que solía experimentar antes de una pelea.

—Bien. Así puedes tomar apuntes por mí.

Lucía absolutamente disgustada, y eso sólo me complació aún más. La mayoría de las chicas me aburrían como una ostra, pero esta chica era intrigante.
Entretenida, incluso. No la había perturbado, al menos no de una manera positiva.
Mi sola presencia parecía hacer que quisiera vomitar, y encontraba eso extrañamente adorable.
La urgencia de descubrir si era odio real lo que sentía por mí, o si sólo era fingido, vino a mí. Me incliné más cerca.

—Lo siento... ¿te ofendí de alguna manera?

Sus ojos se suavizaron antes de sacudir su cabeza. No me odiaba. Sólo quería odiarme. Estaba un paso adelante de ella. Si quería jugar, yo podía jugar.

—Entonces, ¿cuál es tu problema?

Parecía avergonzada de decir lo que vino después—: No voy a acostarme contigo. Deberías darte por vencido ahora mismo.

Oh, sí. Esto iba a ser divertido.

—No te he preguntado si dormirías conmigo... ¿o sí? —Dejé que mis ojos se desviaran al techo, como si estuviera pensando en eso—. Está bien, Paloma. ¿Por qué no vienes con Rosario esta noche?

El labio de Paula se curvó, como si hubiera olido algo podrido.

—Ni siquiera coquetearé contigo, lo juro.

—Voy a pensarlo.

Intenté no sonreír demasiado y delatarme. Ella no iba a entregarse como los buitres encima de mí. Eché un vistazo detrás, todas fulminaban con la mirada la parte trasera de la cabeza de Paula. Lo sabían tan bien como yo. Paula era diferente, e iba a tener que trabajar en esto. Por una vez.
Tres garabatos de tatuajes potenciales, y dos docenas de cajas de 3D más tarde, la clase terminó. Me deslicé a través de los pasillos antes de que nadie pudiera detenerme. Lo hice en un buen tiempo, pero Paula de alguna manera había terminado afuera, unos buenos dieciocho metros por delante de mí.
Maldición. Intentaba evitarme. Apresuré mi paso hasta que estuve a su lado.

—¿Has pensando en ello?

—Hola, Pedro—dijo una chica, jugando con su cabello. 

Paula siguió andando, dejándome atascado, escuchando el irritante balbuceo de esta chica.

—Lo siento, eh...

—Heather.

—Lo siento, Heather... Yo... tengo que irme.

Envolvió sus brazos alrededor de mí. Le di unas palmadas en la espalda, y me las arreglé para salir de su agarre, seguí caminando, preguntándome quién era.
Antes de poder descifrar quién era Heather, las largas y bronceadas piernas de Paula aparecieron a la vista. Llevé un Marlboro a mi boca y troté hasta llegar a su lado.

—¿En dónde estaba? Ah, sí... tú estabas pensando.

—¿De qué estás hablando?

—¿Has pensando en venir?

—Si digo que sí, ¿dejarás de seguirme?

Pretendo reflexionar sobre eso, y luego asiento.

—Sí.

—Entonces iré.

Y una mierda. Ella no era así de fácil.

—¿Cuándo?

—Esta noche. Iré esta noche.

Me detuve a medio paso. Planeaba algo. No había anticipado que fuera a ir por el ataque.

—Genial —dije, fingiendo sorpresa—. Te veré después, Paloma.

Se alejó sin mirar atrás, ni un poco afectada por la conversación.
Desapareció detrás de otros estudiantes en su camino a clases.
La gorra blanca de béisbol de Valentin apareció en mi vista. No estaba apurado en llegar a nuestra clase de computación. Mis cejas se presionaron juntas. Odiaba esa
clase. ¿Quién ya no sabe cómo manejar una jodida computadora?
Me uní a Valentin y a Rosario, mientras se mezclaban entre el flujo de estudiantes en la pasarela principal. Ella reía y lo observaba con estrellas en los ojos mientras él me ladraba. Rosario no era un buitre. Era ardiente, sí, pero podía tener una conversación sin decir “osea” después de cada palabra, y era bastante divertida a veces. Lo que más me gustaba de ella era que no venía al departamento hasta después de muchas semanas de su primera cita, e incluso luego de que vieran una película completamente acurrucados en el departamento, volvía a su habitación de la residencia.
Tenía el presentimiento de que el período experimental antes de que Valentin pudiera acostarse con ella estaba a punto de terminar, sin embargo.

—Hola, Ro—dije, asintiendo.

—¿Cómo va todo, Pepe? —preguntó. Me saludó con una sonrisa amigable,pero luego sus ojos estuvieron de vuelta en Valentin.

Él era uno de los afortunados. Chicas como ella no venían muy seguido.

—Este es el mío —dijo Rosario, haciendo señas hacia su edificio, girando por la esquina. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de Valentin y lo besó. Él agarró su camiseta a ambos lados y la acercó antes de dejarla ir.
Rosario nos saludó con la mano una última vez a ambos, y luego se unió a su amigo Jeronimo en la entrada principal.

—Estás enganchándote con ella, ¿verdad? —pregunté, dándole un puñetazo en el brazo.

Me dio un empujón.

—No es asunto tuyo, imbécil.

—¿Tiene una hermana?

—Es hija única. Deja a sus amigas en paz también, Pepe. Hablo en serio.

Las últimas palabras de Valentin fueron innecesarias. Sus ojos eran una cartelera para sus emociones y pensamientos la mayor parte del tiempo, y él claramente hablaba en serio, tal vez hasta un poco desesperado. No estaba simplemente enganchándose con ella. Estaba enamorado.

—Te refieres a Paula.

Frunció el ceño.

—Me refiero a cualquiera de sus amigas. Incluso Jeronimo. Sólo mantente lejos.

—¡Primo! —dije, enganchando el codo alrededor de su cuello—. ¿Estás enamorado? ¡Estás haciendo que se me empañen los ojos!

—Cállate —gruñó—. Sólo prométeme que te mantendrás alejado de sus amigas.

Reí. —No te prometo nada.

CAPITULO 120



En poco tiempo, la mayoría de la cafetería estaba vacía. Miré alrededor para ver a Valentin y Rosario todavía dando vueltas, hablando con su amiga.
Ella tenía el pelo largo y ondulado, y su piel seguía bronceada de las vacaciones de verano. Sus pechos no eran lo más grandes que he visto, pero sus ojos… eran de un extraño color gris. De alguna manera familiar. No había manera de que la hubiera visto antes, pero había algo en su rostro que me recordaba a algo.

Y no estaba seguro de qué era.

Me levanté y caminé hacia ella. Tenía el cabello de una estrella porno, y el rostro de un ángel. Sus ojos eran de forma almendrada y singularmente hermosos.
Fue entonces cuando lo vi: detrás de la belleza y la falsa inocencia había algo más, algo frío y calculador. Incluso cuando sonrió, pude ver el pecado tan profundamente incrustado en ella que ningún cárdigan podría ocultarlo. Aquellos ojos flotaban por encima de su pequeña nariz, y sus suaves rasgos. Para cualquier otro, sería pura e ingenua, pero esta chica ocultaba algo. Lo sabía sólo porque yo había vivido el mismo pecado toda mi vida. La diferencia era que ella lo mantenía muy dentro, y yo dejaba que el mío saliera de su jaula con regularidad.
Observé a Valentin hasta que lo sintió. Cuando miró en mi dirección, di un cabezazo en dirección a Paloma.
¿Quién es esa? gesticulé con la boca.
Valentin sólo respondió frunciendo el ceño confundido.
Ella, volví a gesticular en silencio.
La boca de Valentin se curvó en la molesta sonrisa de imbécil que siempre tenía cuando estaba a punto de hacer algo para molestarme.

—¿Qué? —preguntó, un poco más fuerte de lo necesario.

Pude darme cuenta que la chica sabía que hablábamos de ella, porque mantuvo la cabeza gacha, fingiendo no escuchar.
Luego de pasar sesenta segundos en la presencia de Paula Chaves,percibí dos cosas: no hablaba mucho, y cuando lo hacía era algo así como una perra. Pero no estaba seguro... como que me gustaba eso de ella. Levantaba una fachada para mantener alejados a los imbéciles como yo, pero eso hacía que, incluso, me llamara más la atención.
Rodó sus ojos hacia mí por tercera o cuarta vez. La estaba molestando, y yo encontraba eso bastante divertido. Las chicas generalmente no me trataban con odio íntegro, aún cuando les enseñaba la puerta. Cuando mis mejores sonrisas no funcionaron, lo llevé a otro nivel.

—¿Tienes un tic?

—¿Un qué? —preguntó.

—Un tic. Tus ojos no dejan de moverse. —Si pudiera haberme matado con su mirada, me habría desangrado en el suelo. No pude evitar reírme. Era una listilla y grosera como el infierno. Me gustaba más a cada segundo. Me incliné más cerca de su rostro—. De hecho, esos son unos ojos increíbles. ¿Qué color son? ¿Grises?

Inmediatamente agachó la cabeza, dejando que su cabello cubriera su rostro.
Punto para mí. La hice sentir incómoda, y eso significaba que estaba llegando a alguna parte.
Rosario saltó inmediatamente, advirtiéndome que me alejara. No podía culparla. Había visto la interminable fila de chicas que entraban y salían del departamento. No quería molestar a Rosario, pero no parecía enojada. Más bien
como divertida.

—Tú no eres su tipo —dijo Rosario.

Mi boca cayó abierta, metiéndome en su juego.

—¡Soy el tipo de todas!

Paloma se asomó para mirarme y sonrió. Una sensación cálida —probablemente fue sólo el loco impulso de arrojar a esta chica a mi sofá— pasó sobre mí. Ella era diferente, y eso era refrescante.

—¡Ah! Una sonrisa —dije. El llamarla simplemente una sonrisa, como si no fuera la cosa más hermosa que jamás hubiera visto, se sentía mal, pero no iba a joder mi juego cuando por fin conseguía algo—. No soy un podrido bastardo después de todo. Fue un placer conocerte, Paloma.

Me levanté, di la vuelta a la mesa, y me incliné en la oreja de Rosario—:Ayúdame aquí, ¿quieres? Me comportaré, lo juro.

Una patata frita saltó hacia mi cara.

—¡Quita los labios de la oreja de mi chica,Pepe! —dijo Valentin. Retrocedí, levantando las manos para resaltar la expresión más inocente que podía lograr en mi rostro.

—¡Me retiro! ¡Me retiro! —Caminé atrás unos pasos hacia la puerta, notando un pequeño grupo de chicas. Abrí la puerta, y se acumularon a mí alrededor como una manada de búfalos acuáticos antes de que pudiera salir. Había pasado un largo tiempo desde la última vez que tuve un desafío. Lo extraño era que, no iba a intentar joderla a ella. Me molestaba que pensara que yo era un pedazo de mierda,pero me molestaba aún más el hecho de que me importaba. De cualquier manera, por primera vez en un largo tiempo, alguien era impredecible. Paloma era totalmente lo contrario a las chicas que había conocido aquí, y tenía que saber por qué.


CAPITULO 119



Mi Harley brillaba en el sol mañanero del otoño. Esperé a que Aldana se alejara del estacionamiento de mi apartamento, y luego bajé corriendo las escaleras, abrochando mi chaqueta. La clase de humanidades del Dr. Rueser comenzaba en media hora, pero a él no le importaba si yo llegaba tarde. Si no lo molestaba, realmente no tenía sentido matarme por llegar allí.

—¡Espera! —dijo una voz detrás de mí.

Valentin estaba en la puerta de nuestro apartamento, sin camisa y mantenía el equilibrio sobre un pie mientras intentaba ponerse un calcetín en el otro. —Quería preguntarte anoche. ¿Qué le dijiste a Cristian? Te inclinaste en su oído y le dijiste algo. Él parecía como si se hubiera tragado su lengua.

—Le agradecí por sacarme de la ciudad hace unas semanas, porque su madre fue una salvaje.

Me miró, dudoso. —Amigo. No lo hiciste.

—No. Escuché de Cami que tuvo un Menor en Posesión en el Condado de Jones.

Negó con la cabeza y luego miró hacia el sofá. —¿Dejaste que Aldana pasara la noche esta vez?

—No, Valen. Sabes muy bien eso.

—Ella se acercó para conseguir un poco de sexo antes de clases, ¿eh? Esa es una manera interesante de asegurarte.

—¿Crees que es eso?

—Alguien más tiene sus sobras. —Se encogió de hombros—. Es Aldana.Quién sabe. Escucha, tengo que llevar a Rosario de vuelta al campus. ¿Quieres que te lleve?

—Te veré más tarde —dije, poniéndome las gafas—. Puedo llevar a Ro, si quieres.

La cara de Valentin se contorsionó. —Uh… no.

Divertido por su reacción, me senté en la Harley y arranqué el motor. A pesar de que tenía la mala costumbre de seducir a las amigas de su novia, había una línea que no podía cruzar. Rosario era de él, y una vez que se mostraba interesado en una chica, ella estaba fuera de mi radar, para nunca ser considerada otra vez. Él sabía eso. A él le gustaba darme mierda.
Me encontré con Agustin detrás de Sig Tau. Él hacía que El Círculo funcionara. Después del desembolso inicial de la primera noche, le permití recoger el bolso de devoluciones al día siguiente, y le di una parte por las molestias.
Mantuvo la cubierta: me quedé con las ganancias. Nuestra relación era estrictamente profesional, y ambos preferíamos mantener todo simple.
Mientras siguiera pagándome, me quedaba fuera de su vista, y siempre que no quisiera tener su culo pateado, él se quedaba fuera de la mía.
Me abrí paso a la cafetería del campus. Justo antes de llegar a las puertas metálicas dobles, Lorena y Tania se pusieron delante de mí.

—Hola, Pepe —dijo Lore, de pie con una postura perfecta. Perfectamente bronceada, pechos dotados con silicona se asomaban desde su camiseta rosa.

Esas siliconas irresistibles que rebotaban, fueron las que me rogaron que la follara en primer lugar, pero con una vez fue suficiente. Su voz me recordaba al sonido producido cuando el aire lentamente se soltaba de un globo, y a Nathan Squalor, quién se la folló la noche después de que yo lo hiciera.

—Hola, Lore.

Pellizqué la punta de mi cigarro y lo tiré en la papelera antes de caminar rápidamente por delante de ella y pasar las puertas. No es que estuviera dispuesto a abordar el buffet de verduras, carnes secas flácidas, y frutas maduras. Jesús. Su voz hacía que los perros aullaran y que los niños se acercaran a ver qué persona de dibujos animados había llegado a la vida.
Independientemente de despedirlas, las chicas me siguieron.

—Valen—Asentí. Estaba sentado con Rosario y riendo con la gente a su alrededor. Paloma se sentaba frente a él, hurgando su comida con un tenedor de plástico. Mi voz pareció despertar su curiosidad. Podía sentir sus grandes ojos seguirme al extremo de la mesa donde tiré mi bandeja.
Oí reír a Lorena, lo que me obligó a frenar la irritación que hervía en mí.
Cuando me senté, usó mi rodilla como una silla.
Algunos de los chicos del equipo de fútbol sentados en nuestra mesa me miraban con asombro, como si ser seguido por dos inarticuladas zorras fuera algo inalcanzable para ellos.
Lore deslizó su mano por debajo de la mesa y apretó sus dedos en mi muslo mientras se abría camino hasta la entrepierna de mis jeans. Abrí mis piernas un poco más, esperando a que lo alcanzara
Justo antes de sentir sus manos sobre mí, escuché los murmullos de Rosario.

—Creo que acabo de vomitar un poco en mi boca.
Lorena se dio vuelta, todo su cuerpo rígido. —Te he oído, puta.

Un panecillo pasó volando frente a la cara de Lorena y rebotó en el suelo.
Valentin y yo intercambiamos miradas, y luego moví mi rodilla.
El culo de Lorena rebotó en el azulejo de la cafetería. Lo admito, me giré al escuchar el sonido de su piel golpear contra la cerámica.
No se quejó mucho antes de marcharse. Valentin parecía apreciar mi gesto, y eso fue suficiente para mí. Mi tolerancia para las chicas como Lorena no duraba tanto tiempo. Tenía una regla: respeto. Por mí, por mi familia y por mis amigos.
Demonios, incluso algunos de mis enemigos merecían respeto. No veía la razón para relacionarme con personas que no entendían esa lección de vida. Podía sonar hipócrita para las mujeres que habían pasado por la puerta de mi apartamento, pero si se trataran a ellas mismas con respeto, yo se los habría dado.
Le guiñé un ojo a Rosario, quien se veía satisfecha, le asentí a Valentin y luego tomé otro bocado de lo que sea que estaba en mi plato.

—Buen trabajo anoche, Perro loco—dijo Daniel Jenks, poniendo un crouton sobre la mesa.

—Cállate, imbécil —dijo Benjamin en su típica voz baja—. Agustin nunca te dejaría entrar otra vez si oye lo que estás diciendo.

—Oh. Seh —dijo, encogiéndose de hombros.

Llevé mi bandeja a la basura y luego volví a mi asiento con el ceño fruncido.

—Y no me llames así.

—¿Qué? ¿Perro Loco?

—Ajam.

—¿Por qué no? Pensé que era tu nombre en el Círculo. Algo así como tu nombre de stripper.

Mis ojos clavaron a Jenks. —¿Por qué no te callas y le das a ese agujero en tu rostro una oportunidad de sanar?

Nunca me había gustado ese pequeño gusano.

—Seguro,Pepe. Todo lo que tenías que hacer era decirlo. —Se rió entre dientes nerviosamente antes de recoger su basura e irse