domingo, 27 de abril de 2014

CAPITULO 98



Todavía estaba conmocionada por la calidez de los labios de Pedro cuando Valentin me empujó junto a la pared al lado de Agustin. Recibí empujones y codazos, lo que me recordó a la primera noche que vi a Pedro pelear, pero la multitud estaba menos centrada, y algunos de los estudiantes de State empezaban a ponerse hostiles. Los de Eastern vitorearon y silbaron a Pedro cuando irrumpió en el
Círculo, mientras que los de State se dividían entre abuchear a Pedro y animar a Alberto.

Estaba en una posición privilegiada desde la que podía ver cómo Alberto destacaba sobre Pedro, moviéndose impaciente por que el megáfono sonara. Como siempre, Pedro sonreía ligeramente, sin dejar que la locura de su alrededor lo afectara. Cuando Agustin dio inició a la pelea,Pedro intencionadamente dejó que Alberto asestara el primer puñetazo. Me sorprendió que el golpe lanzara su cara con fuerza hacia un lado. Alberto había estado entrenando.

Pedro sonrió y vi que sus dientes se habían teñido de un rojo brillante; entonces se centró en devolver cada golpe que lanzaba Alberto.

—¿Por qué está dejando que le pegue tanto? —pregunté a Valentin.

—Me parece que ya no le está dejando —dijo Valentin, sacudiendo la cabeza—. No te preocupes, Pau. Se está preparando para apuntarse un tanto.

Después de diez minutos, Alberto estaba a punto de quedarse sin resuello, pero todavía conseguía asestar sólidos golpes a Pedro en los costados y en la mandíbula. 

Pedro cogió el zapato de Alberto cuando intentó pegarle una patada, y le sujetó la pierna con una mano, mientras le daba en la nariz antes de levantar más la pierna de Alberto, haciendo que perdiera el equilibrio. El público estalló cuando Alberto cayó al suelo, aunque no se quedó mucho tiempo allí. Se levantó, pero con dos líneas rojo oscuro que le salían de la nariz. De inmediato, pegó dos puñetazos
más a la cara de Pedro  y le provocó un corte en la ceja; empezó a salirle sangre, que le goteó por la mejilla.

Cerré los ojos y me di media vuelta, con la esperanza de que Pedro rematara la pelea pronto. El ligero movimiento de mi cuerpo me dejó atrapada en la corriente de espectadores y, antes de poder enderezarme, estaba a varios metros
de un preocupado Valentin. Mis esfuerzos por luchar contra la multitud resultaron ineficaces y, en muy poco tiempo, me estaban aplastando contra la pared de atrás.

La salida más cercana estaba al otro lado de la habitación, a la misma distancia que la puerta por la que había entrado. Me di en la espalda contra la pared de hormigón, lo que me dejó sin aliento.

—¡Valen! —grité, moviendo la mano por encima de mí para llamar su atención.

La lucha estaba en su clímax. Nadie podía oírme.

Un hombre perdió el pie y agarró mi camisa para enderezarse, tirándome la cerveza por toda mi parte delantera. Me quedé empapada desde el cuello hasta la
cintura, y apestaba al olor amargo de la cerveza barata. El hombre seguía sujetándome la camisa con su puño mientras intentaba levantarse del suelo, así que tuve que arrancarle los dedos de dos en dos hasta que me soltó. No se molestó en mirarme dos veces y se abrió camino hacia delante entre la muchedumbre.

—¡Oye! ¡Te conozco! —me gritó otro hombre al oído.

Me eché hacia atrás y lo reconocí de inmediato. Era Eduardo, el hombre al que Pedro había amenazado en el bar, el mismo que de algún modo se había librado de unos cargos de agresión sexual.

—Sí —dije, mientras buscaba un hueco entre el público y me colocaba bien la camisa.

—Bonita pulsera —dijo él, al tiempo que bajaba su mano por mi brazo y me cogía la muñeca.

—¡Oye! —lo avisé, apartando la mano.

Me frotó el brazo, balanceándose y sonriendo.

—La última vez que intenté hablar contigo nos interrumpieron de forma muy grosera.

Me puse de puntillas y vi a Pedro asestando dos golpes a Alberto en la cara.

Barrió el público que nos separaba con la mirada. Me estaba buscando en lugar de centrarse en la pelea. Tenía que volver a mi sitio antes de que se distrajera demasiado.

Apenas me había abierto paso entre el público cuando los dedos de Eduardo se clavaron en la parte trasera de mis vaqueros. Volví a darme contra la pared una vez más.

—No he acabado de hablar contigo —dijo Eduardo, pegando un repaso a mi camisa mojada con una actitud evidentemente lasciva.

Le quité la mano de la parte trasera de mis vaqueros, clavándole las uñas.

—¡Suéltame! —grité cuando se resistió.

Eduardo se rio y me empujó contra él.

—No quiero soltarte.

Busqué una cara familiar entre la multitud, intentando alejar a Eduardo al mismo tiempo. Sus brazos pesaban mucho y me agarraba con fuerza. Presa del pánico, ya no podía distinguir a los estudiantes de State de los de Eastern. 

Nadie pareció darse cuenta de mi rifirrafe con Eduardo, y había tanto ruido que nadie podía oírme protestar tampoco. Se inclinó hacia delante, alargando la mano para cogerme el trasero.

—Siempre pensé que tenías un culo de escándalo —dijo él, echándome a la cara el aliento que apestaba a cerveza.

—¡Apártate! —grité, dándole un empujón.

Miré a Valentin, y vi que Pedro por fin me había encontrado entre el público. Instantáneamente me empujó contra los cuerpos amontonados que lo rodeaban.

—¡Pedro! —dije, pero los aplausos ahogaban mis gritos. 

Empujé a Eduardo con una mano y alargué la otra hacia Pedro . Este apenas consiguió avanzar antes de que volvieran a empujarlo dentro del Círculo. Alberto aprovechó la distracción de Pedro y le clavó un codo en un lateral de la cabeza. La muchedumbre se acalló un poco cuando Pedro golpeó a alguien de entre el público en un nuevo intento de llegar hasta mí.

—¡Quítale las putas manos de encima! —gritó Pedro.

Las personas que se encontraban entre donde estaba yo y el lugar desde el que Pedro intentaba abrirse paso volvieron la cabeza en mi dirección. Eduardo hacía caso omiso e intentaba mantenerme el tiempo suficiente para besarme. 

Me acarició con la nariz el pómulo y luego bajó por mi cuello.

—Hueles realmente bien —masculló él.

Le aparté la cara, pero me cogió por la muñeca, sin inmutarse. Abriendo los ojos de par en par, busqué de nuevo a Pedro, que, a la desesperada, indicó a Valentin dónde estaba yo.

—¡Cógela! ¡Valen! ¡Coge a Pau! —dijo él, todavía intentando abrirse camino entre el público.

Alberto volvió a meterlo dentro del Círculo y le golpeó de nuevo.

—Estás jodidamente buena, ¿lo sabes? —dijo Pedro.

Cerré los ojos cuando sentí su boca en mi cuello. La ira se apoderó de mí y volví a empujarlo.

—¡He dicho que me dejes! —grité, clavándole la rodilla en la entrepierna.

Se dobló hacia delante, llevándose inmediatamente una mano a la fuente del dolor, mientras seguía agarrándome por la camisa con la otra, negándose a soltarme.

—¡Serás zorra! —gritó él.

Al minuto siguiente, me liberé.

Shepley miraba a Eduardo con ojos salvajes, mientras lo agarraba por el cuello de la camisa. Sujetó a Eduardo contra la pared, mientras le golpeaba con el puño una y otra vez en la cara. Solo se detuvo cuando Eduardo se puso a sangrar por la boca y la nariz.

Valentin tiró de mí hasta las escaleras, empujando a todo aquel que se interpusiera en su camino. Me ayudó a salir por una ventana abierta y por una salida de incendios, hasta que por fin me cogió cuando salté los pocos metros que
me separaban del suelo.

—¿Estás bien, Pau? ¿Te ha hecho daño? —me preguntó Valentin.

Una manga de la camisa me colgaba solo de unos cuantos hilos. Aparte de eso, había escapado sin un rasguño. Sacudí la cabeza, todavía conmocionada.

Valentin me puso las manos a ambos lados de la cara y me miró a los ojos.

—Pau, respóndeme. ¿Estás bien?

Asentí. Cuando la sangre absorbió la adrenalina, las lágrimas empezaron a fluir.

—Estoy bien.

Me abrazó, apretando la mejilla contra mi frente, y después se enderezó.

—¡Estamos aquí, Pepe!

Pedro corrió hacia nosotros a toda velocidad, y solo bajó el ritmo cuando me tuvo en sus brazos. Estaba cubierto de sangre, le chorreaba por el ojo y también tenía la boca salpicada de rojo.

—¡Santo cielo! ¿Está herida? —preguntó él.

Valentin seguía con su mano en mi espalda.

—Me ha dicho que está bien.

Pedro me apartó extendiendo el brazo y frunció el ceño.


—¿Estás herida, Paloma?

Justo cuando decía que no con la cabeza, vi a la primera persona del sótano que bajaba por la salida de incendios. Pedro me estrechó con fuerza entre sus brazos, revisando las caras de quienes salían en silencio. Un hombre bajito y rechoncho saltó de la escalera y se quedó helado cuando nos vio de pie en la acera.

—Tú —gruñó Pedro.

Me soltó y corrió por el césped hasta que tiró al hombre al suelo. Miré a Valentin, confusa y horrorizada.

—Ese es el tipo que no dejaba de empujar a Pedro dentro del Círculo —dijo Valentin.

CAPITULO 97


Aparcamos en una zona oscura del aparcamiento, y Pedro se negó a soltarme la mano hasta que nos colamos por la ventana del sótano del Hellerton Science Building. Lo habían construido el año anterior, así que no tenía un
ambiente enrarecido ni tanto polvo como los otros sótanos en los que nos habíamos colado.

En cuanto entramos en el vestíbulo, el rugido de la multitud llegó a nuestros oídos. Asomé la cabeza y vi un océano de caras, muchas de las cuales no me sonaban. Todo el mundo sujetaba una botella de cerveza en la mano, pero los
estudiantes de State College eran fáciles de distinguir entre la muchedumbre. Eran los que se bamboleaban con los ojos medio cerrados.

—Quédate cerca de Valentin, Paloma. Ahí fuera se va a montar una gorda —dijo él desde detrás de mí.

Observó a la muchedumbre y sacudió la cabeza por la enorme cantidad de asistentes. El sótano de Hellerton era el más espacioso del campus, así que a Agustin le gustaba programar peleas allí cuando esperaban una gran afluencia de público.

Incluso con ese espacio de más, había personas aplastadas contra las paredes y empujones por conseguir un buen sitio.
Agustin salió de una esquina y no intentó ocultar el descontento por mi presencia.

—Pensé que te había dicho que no trajeras a tu chica a las peleas nunca más,Pedro.

Pedro se encogió de hombros.

—Ya no es mi chica.

Aunque procuré que la expresión de mi rostro no cambiara, había pronunciado esas palabras con tanta naturalidad que sentí un pinchazo en el pecho.

Agustin bajó la mirada a nuestros dedos entrelazados y luego volvió a mirar a Pedro a la cara.

—Nunca voy a entender lo vuestro. —Sacudió la cabeza y después echó un vistazo a la multitud. Seguía llegando gente por las escaleras, aunque ya no cabía un alfiler entre los que ya estaban en la pista—. Tenemos un llenazo de locura esta noche, así que nada de cagadas hoy, ¿vale?

—Me aseguraré de que haya espectáculo, Agustin.

—Eso no es lo que me preocupa. Alberto ha estado entrenando.

—También yo.

—Chorradas —se rio Valentin.

Pedro se encogió de hombros.

—Tuve una pelea con Marcos el pasado fin de semana. Ese mierdecilla es rápido.

Me reí y Agustin me miró.

—Será mejor que te tomes esto en serio, Pedro —dijo él, mirándome a los ojos—. Hay mucho dinero en juego en esta pelea.

—Ah, ¿y yo no? —dijo Pedro , irritado por el sermón de Agustin.

Agustin se volvió, sujetando el megáfono delante de los labios, y se subió a una silla por encima de la muchedumbre de espectadores borrachos. Pedro me sujetó a su lado mientras Agustin daba la bienvenida a los asistentes y después repasó las reglas.

—Buena suerte —le dije, tocándole el pecho.

Solo había estado nerviosa en otro combate, en el que se había enfrentado en Las Vegas, pero no podía librarme del sentimiento siniestro que me había embargado desde que había puesto un pie en Hellerton. Algo fallaba, y Pedro también lo sentía.

Pedro me cogió por los hombros y me dio un beso en los labios. Se apartó rápidamente, asintiendo una vez.

—Esa es toda la suerte que necesito.

CAPITULO 96




Intentamos seguir con nuestra conversación, pero resultaba evidente que era forzada e incómoda. La camarera estuvo un buen rato en la mesa de Pedro pasándose los dedos por el pelo y cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro.

Finalmente, se acordó de tomarnos nota de lo que queríamos comer cuando Pedro respondió a su móvil.

—Tomaré los tortellini —dijo Adrian, mirándome.

—Y yo… —Alargué la última palabra, distraída porque Pedro  y Valentin se habían levantado.

Pedro siguió a Valentin a la puerta, pero vaciló, se detuvo y se dio media vuelta. Cuando vio que lo miraba, vino directamente hacia nuestra mesa. La camarera esbozó una sonrisa de esperanza, como si creyera que iba a despedirse.
Sus ilusiones se frustraron rápidamente cuando Pedro se puso a mi lado sin apenas parpadear en su dirección.

—Tengo una pelea dentro de cuarenta y cinco minutos, Paloma. Quiero que vengas.

—Pepe…

Su gesto era contenido, pero podía ver la tensión de alrededor de sus ojos.No estaba segura de si no quería dejar mi cena con Adrian al destino, o si realmente deseaba que fuera con él. En cualquier caso, había tomado mi decisión un segundo después de que me lo pidiera.

—Necesito que estés allí. Es la revancha con Alberto Hoffman, el chico de State. Habrá mucha gente y montones de dinero en juego… y Agustin dice que Alberto ha estado entrenándose.

—Ya has peleado antes con él, Pedro , sabes que es una victoria fácil.

—Pau —dijo Adrian con calma.

—Te necesito allí —insistió Pedro ; su confianza parecía tambalearse.

Miré a Adrian con una sonrisa de disculpa.

—Lo siento.

—¿Lo dices en serio? —dijo él, enarcando las cejas—. ¿Te vas en medio de la cena?

—Todavía puedes llamar a Omar, ¿verdad? —pregunté mientras me levantaba.

Las comisuras de la boca de Pedro se elevaron mínimamente mientras dejaba un billete de veinte en la mesa.

—Con esto debería bastar.

—No me importa el dinero…Pau…

Me encogí de hombros.

—Es mi mejor amigo, Adrian. Si me necesita allí, tengo que ir.

Sentí la mano de Pedro cerrarse en torno a la mía mientras me guiaba fuera del restaurante. Adrian me observaba con una mirada de estupefacción. Valentin ya estaba al teléfono en su Charger, avisando a todo el mundo. Pedro se sentó en la parte de atrás conmigo, sujetándome la mano con firmeza.

—Acabo de hablar con Agustin, Pepe. Me ha dicho que los chicos de State se han presentado borrachos y con los bolsillos llenos de dinero. Ya están cabreados,así que tal vez sea buena idea mantener a Pau lejos del follón.

Pedro asintió.

—Sí, no la pierdas de vista.

—¿Dónde está Rosario? —pregunté.

—Estudiando para su examen de Física.

—Es un buen laboratorio —dijo Pedro.

Solté una carcajada y eché una mirada a Pedro , que sonreía abiertamente.

—¿Cuándo has visto el laboratorio? No has hecho Física —dijo Valentin.

Pedro se rio y yo le di un pequeño codazo. Apretó los labios hasta que la necesidad de reír pasó y me guiñó un ojo, apretándome la mano una vez más, entrelazando los dedos con los míos, y oí que un pequeño suspiro se le escapaba de los labios. Sabía en qué pensaba, porque yo me sentía igual. Durante ese rato, fue como si nada hubiera cambiado.