domingo, 27 de abril de 2014

CAPITULO 97


Aparcamos en una zona oscura del aparcamiento, y Pedro se negó a soltarme la mano hasta que nos colamos por la ventana del sótano del Hellerton Science Building. Lo habían construido el año anterior, así que no tenía un
ambiente enrarecido ni tanto polvo como los otros sótanos en los que nos habíamos colado.

En cuanto entramos en el vestíbulo, el rugido de la multitud llegó a nuestros oídos. Asomé la cabeza y vi un océano de caras, muchas de las cuales no me sonaban. Todo el mundo sujetaba una botella de cerveza en la mano, pero los
estudiantes de State College eran fáciles de distinguir entre la muchedumbre. Eran los que se bamboleaban con los ojos medio cerrados.

—Quédate cerca de Valentin, Paloma. Ahí fuera se va a montar una gorda —dijo él desde detrás de mí.

Observó a la muchedumbre y sacudió la cabeza por la enorme cantidad de asistentes. El sótano de Hellerton era el más espacioso del campus, así que a Agustin le gustaba programar peleas allí cuando esperaban una gran afluencia de público.

Incluso con ese espacio de más, había personas aplastadas contra las paredes y empujones por conseguir un buen sitio.
Agustin salió de una esquina y no intentó ocultar el descontento por mi presencia.

—Pensé que te había dicho que no trajeras a tu chica a las peleas nunca más,Pedro.

Pedro se encogió de hombros.

—Ya no es mi chica.

Aunque procuré que la expresión de mi rostro no cambiara, había pronunciado esas palabras con tanta naturalidad que sentí un pinchazo en el pecho.

Agustin bajó la mirada a nuestros dedos entrelazados y luego volvió a mirar a Pedro a la cara.

—Nunca voy a entender lo vuestro. —Sacudió la cabeza y después echó un vistazo a la multitud. Seguía llegando gente por las escaleras, aunque ya no cabía un alfiler entre los que ya estaban en la pista—. Tenemos un llenazo de locura esta noche, así que nada de cagadas hoy, ¿vale?

—Me aseguraré de que haya espectáculo, Agustin.

—Eso no es lo que me preocupa. Alberto ha estado entrenando.

—También yo.

—Chorradas —se rio Valentin.

Pedro se encogió de hombros.

—Tuve una pelea con Marcos el pasado fin de semana. Ese mierdecilla es rápido.

Me reí y Agustin me miró.

—Será mejor que te tomes esto en serio, Pedro —dijo él, mirándome a los ojos—. Hay mucho dinero en juego en esta pelea.

—Ah, ¿y yo no? —dijo Pedro , irritado por el sermón de Agustin.

Agustin se volvió, sujetando el megáfono delante de los labios, y se subió a una silla por encima de la muchedumbre de espectadores borrachos. Pedro me sujetó a su lado mientras Agustin daba la bienvenida a los asistentes y después repasó las reglas.

—Buena suerte —le dije, tocándole el pecho.

Solo había estado nerviosa en otro combate, en el que se había enfrentado en Las Vegas, pero no podía librarme del sentimiento siniestro que me había embargado desde que había puesto un pie en Hellerton. Algo fallaba, y Pedro también lo sentía.

Pedro me cogió por los hombros y me dio un beso en los labios. Se apartó rápidamente, asintiendo una vez.

—Esa es toda la suerte que necesito.

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