jueves, 5 de junio de 2014

CAPITULO 227




Pedro

La puerta de la limosina se cerró de golpe detrás de mí. —Oh, mierda. Lo siento. Estoy nervioso. 

 
El conductor ondeó su mano despreocupadamente. —No hay problema.  


Veintidós dólares, por favor. Luego regresaré con la limo.  

 
La limosina era nueva. Blanca. A Paula le gustaría. Le tendí un billete de treinta. —Entonces estará de vuelta en hora y media, ¿cierto?  


—¡Sí, señor! ¡Nunca llego tarde!  


Se alejó y me giré. La capilla se encontraba iluminada, brillando contra el cielo matutino. Era más o menos media hora antes del amanecer. Sonreí. A Paula le encantará.  


La puerta delantera se abrió, y salió una pareja. Eran de mediana edad, pero él vestía un traje formal, y ella un enorme vestido blanco. Una mujer bajita con un traje de vestir rosa pálido los despedía con la mano, luego me notó.  


—¿Pedro?  


—Sí —dije, abotonando mi chaqueta. 

 
—¡Podría comerte! ¡Espero que tu novia aprecie lo atractivo que eres!  


—Ella es más linda que yo.  


La mujer se rió. —Soy Chantilly. Básicamente me encargo de todo por aquí.


—Colocó sus puños a su costado, en algún lugar sobre sus caderas. Era tan amplia como lo era de alta, y sus ojos se encontraban casi escondidos debajo de gruesas pestañas postizas—. ¡Vamos, cariño! ¡Pasa! ¡Pasa! —dijo, empujándome hacia adentro.

  
La recepcionista en el escritorio me ofreció una sonrisa y una pequeña montaña de papeleo. Sí, queremos un DVD. Sí, queremos flores. Sí, queremos a Elvis. Acepté todos los cuadritos adecuados, llené nuestros nombres e información, y luego le devolví los papeles.


—Gracias, señor Alfonso —dijo la recepcionista.  

Las manos me sudaban. No podía creer que estuviese aquí.  
Chantilly palmeó mi brazo, bueno, más bien mi muñeca, ya que eso era a lo más alto que podía llegar. —Por aquí, cariño. Puedes refrescarte y esperar a tu novia aquí dentro. ¿Cuál era su nombre?  

—Uh… Paula… —dije, caminando por las puertas que Chantilly abrió. Miré alrededor, notando el sofá y el espejo rodeado por un millón de enormes bombillos. El papel tapiz era concurrido pero agradable, y todo parecía limpio y
tradicional, justo como Paula quería.  

 
—Te avisaré cuando llegue —dijo Chantilly con un guiño—. ¿Necesitas algo? ¿Agua?  

—Sí, eso sería genial —respondí, sentándome.  

—Ya regreso —canturreó mientras salía de la habitación y cerraba la puerta tras de sí. Podía escucharla tarareando por el pasillo.  

Me recosté sobre el sofá, intentando procesar lo que acababa de ocurrir, y preguntándome si Chantilly se había pegado a un enchufe de corriente durante cinco horas, o si naturalmente era así de animada. Aunque simplemente me encontraba sentado, mi corazón latía con fuerza contra mi pecho. Esta era la razón por la que las personas tenían testigos; para ayudarlos a calmarse antes de la boda.


Por primera vez desde que aterrizamos, desearía que Valentin y mis hermanos estuviesen aquí. Me estarían molestando sin parar, ayudándome a apartar mi mente del hecho de que mi estómago rogaba por vomitar. 

 
La puerta se abrió. —¡Aquí tienes! ¿Algo más? Luces un poquito nervioso. ¿Comiste algo?  


—Nop. No he tenido tiempo.  


—¡Oh, no podemos permitir que te desmayes en el altar! Te traeré un poco de queso con galletas, ¿y quizá un poco de fruta? 

 
—Uh, seguro, gracias —dije, aún ligeramente abrumado por el entusiasmo de Chantilly.


Salió, cerró la puerta, y de nuevo me encontré solo. Mi cabeza cayó contra el respaldo del asiento, y mis ojos examinaron los distintos patrones en la textura de la pared. 

.
Agradecía cualquier cosa que evitara que bajara la mirada hacia mi reloj.


¿Iba a venir? Cerré los ojos con fuerza, rehusándome a pensar en eso. Me amaba.


Confiaba en ella. Estaría aquí. Maldición, desearía que mis hermanos estuviesen aquí. Iba a perder mi adorada cabeza.

CAPITULO 226



Paula  


Le sonreí a la pantalla del teléfono, al ver que el texto era de Pedro. Hice clic en responder, sabiendo que las palabras no podían expresar lo que estaba sintiendo.   


También te extraño.  


Queda una hora ¿Todavía no estás lista?


Aun no, ¿tú?  


Demonios sí. Me veo jojoto increíble. Cuando me veas no tendrás duda de casarte conmigo.


¿Jojoto?


Jodidamente maldito corrector. ¿Foto?  


¡No¡ ¡Es de mala suerte!  


Eres el trece de la suerte. Tú tienes suerte.  


Vas a casarte conmigo. Así que todavía no está claro. Y no me llames así.


Te amo, nena. 


Te amo. Nos vemos pronto.  


¿Nerviosa?  


Por supuesto, ¿tú no?  


Solo siento los pies fríos. 


Yo los tengo calientitos.



Ojala pudiera explicarte lo feliz que me siento ahora mismo.


No tienes que hacerlo. Yo siento lo mismo. <3


Me senté con el teléfono en el mostrador del baño y me miré en el espejo,terminé de aplicarme brillo en mi labio inferior. 


Después de lanzar un último mechón de cabello hacia atrás, fui a mi cama, donde había colocado cuidadosamente el vestido. No era lo que mi yo de 10 años habría escogido, pero era hermoso, y lo que estábamos haciendo era hermoso. 


Incluso la razón por qué lo estábamos haciendo era hermoso. 

Podía pensar en muchos motivos menos nobles para casarse. Y, además de eso, nos amábamos. ¿Estaba mal casarse tan jóvenes? La gente solía hacer esto todo el tiempo.  


Negué con la cabeza, tratando de sacudirme todas esas emociones en conflicto que giraban en mi cabeza. ¿Por qué voy ahí una y otra vez? Esto sucedía, y estábamos enamorados. ¿Loco? Sí. ¿Mal? No 

Me deslicé en el vestido y luego subí la cremallera, delante del espejo. — Mucho mejor —dije. En la tienda, aunque el vestido era hermoso, sin el cabello arreglado y el maquillaje hecho,  no se veía bien. Con mis labios rojos y las pestañas rizadas, todo se complementaba.


Acomodé la mariposa de diamantes de imitación en la base de los rizos desordenados que formaban mi peinado de lado, abroché mis zapatos nuevos de correas. Cartera. Teléfono. Anillo de Pepe. La capilla tendría todo lo demás. El taxi
estaba esperando.


A pesar de que miles de mujeres se casaban en Las Vegas todos los años, no evitaba que todo el mundo estuviera mirándome mientras caminaba por el piso del casino en mi vestido de novia. Algunos sonrieron, otros simplemente miraban, pero todo me hizo sentir incómoda. Cuando mi padre perdió su último partido como profesional después de cuatro partidos en fila, y anunció públicamente que era mi culpa,  recibí la suficiente atención por lo que durarían dos vidas enteras.

Debido a una cuantas palabras dichas con frustración, él había ideado el apodo de “trece de la suerte” dándome una carga increíble de soportar. Incluso cuando mi madre finalmente decidió dejar a Ruben y mudarnos a Wichita tres años después, volver a empezar de cero parecía imposible.



Disfruté dos semanas enteras siendo una desconocida, antes de que el primer reportero local descubriera quién era y decidiera acercarse a mí, en el jardín delantero de mi escuela secundaria. Sólo hacía falta una chica odiosa, y una hora un viernes en la noche googleando para averiguar porque nadie se preocupó  lo suficiente por tratar de conseguir el encabezado “ Dónde está ahora ”  La segunda parte de mi experiencia en la secundaria se arruinó. Incluso con un mejor amigo bocazas y peleador.


Cuando Rosario y yo nos fuimos a la universidad, quería ser invisible.


Hasta el día que conocí a Pedro,  estaba disfrutando inmensamente de mi anonimato recién estrenado.


Miré hacia todos los ojos que me miraban fijamente, y me pregunté si estar con Pedro siempre me haría sentir tan visible. 

CAPITULO 225



Pedro 


Me sequé, me cepillé los dientes, y me deslicé en una camiseta y pantalones cortos,  y luego mis Nike. Listo. 


Maldita sea, que bueno era ser un hombre. No podía imaginar tener que secarme el cabello durante media hora, y luego estirarlo con cualquier plancha caliente que pudiera encontrar,  después pasar quince o veinte minutos maquillándome para finalmente tener que vestirme. Llaves. Billetera. Teléfono. Salir. Paula había dicho que estaría en las tiendas de la primera planta, pero dijo claramente que no nos podíamos ver antes de la boda. Así que fui por un trago.


Incluso cuando se tiene prisa, si las fuentes Bellagio están bailando con lamúsica, es antiamericano no detenerse y mirarlas. Encendí un cigarrillo y le di una calada, apoyando los brazos en una gran cornisa de concreto que se alineaban en la plataforma de observación. Mire el agua y recordé la última vez que estuve aquí,de pie con Valentin,mientras Paula eficientemente pateaba los culos de cuatro o cinco veteranos del póquer.


Valentin. Demonios,  estaba tan feliz de que no fuera a esa pelea. Si lo hubiera perdido, o si él hubiera perdido a Rosario, no estoy seguro de que Paula y yo estuviéramos aquí hoy. Una pérdida como esa cambiaría toda la dinámica de nuestras amistades. Valentin no podía estar con Paula y conmigo sin Rosario, y Rosario no podía estar cerca de nosotros sin Valentin. Paula no podía estar lejos de Rosario. 


Si ellos no hubieran decidido quedarse con sus padres durante las vacaciones de primavera, yo podría estar sufriendo la pérdida de Valentin en lugar de preparar nuestra boda. Pensar en llamar al tío Juan y a la tía Olga con la noticia de la muerte de su único hijo, hicieron que un largo escalofrío corriera por mi espalda.


Negué con mi cabeza, alejando esos pensamientos mientras recordaba el momento antes de llamar a papá, de pie delante de Keaton, el humo saliendo por las ventanas. Algunos de los bomberos sostenían una manguera para verter agua en el interior, otros estaban sacando a los sobrevivientes. Recordé lo que se sentía, sabiendo que iba a tener que decirle a mi padre que Marcos había desaparecido y que probablemente estaba muerto. Cómo mi hermano había corrido por el camino equivocado en la confusión, y Paula y yo estábamos ahí afuera sin él. El pensamiento de lo que eso le habría hecho a mi papá, me hizo sentir mal del estómago. Mi padre era el hombre más fuerte que conocía, pero no podría soportar la pérdida de ninguna otra persona.


Mi padre y Juan encendieron nuestro pueblo cuando estaban en la secundaria. Fueron la primera generación de hermanos Alfonso patea traseros.


Cuando eran estudiantes universitarios, los lugareños iniciaban las peleas o eran rescatados de ellas. Horacio y Juan Alfonso nunca experimentaron lo segundo, e incluso conocieron y se casaron con las dos únicas chicas de su universidad que podían manejarlos: Ana y Olga Hempfling. Sí, hermanas, haciendo de Valentin y de mí, dobles primos. 


Probablemente fue bueno que Juan y Olga se detuvieran
en uno, no como mamá teniendo cinco niños revoltosos. 


Estadísticamente, nuestra familia debió tener una chica, aunque no estoy seguro de que el mundo pueda manejar una chica Alfonso. ¿Todas las peleas y la ira, además de los estrógenos? 

 Todo el mundo moriría.


Cuando nació Valentin, el tío Juan sentó cabeza. Valentin era un Alfonso,pero había heredado el temperamento de su madre. Pablo, Nahuel, Manuel, Marcos y yo, teníamos el fusible echando chispas como mi padre, pero Valentin era calmado. Éramos los mejores amigos. Era un hermano que vivía en una casa diferente. Él casi lo era, pero se parecía más a Pablo que el resto de nosotros.


Todos compartíamos el mismo ADN.


La fuente se apagó y me alejé, viendo el letrero de Crystals. Si pudiera entrar y salir de allí rápido, tal vez Paula todavía estaba en las tiendas de Bellagio y no me vería.


Aceleré el paso, esquivando a los turistas extremadamente borrachos y cansados. Un corto viaje en las escaleras mecánicas y una puerta después, estaba en el interior del centro comercial. Tenía rectángulos de cristal desplegando tornados coloridos en el agua, tiendas lujosas, y la misma gama  impar de personas. Familias a strippers. Sólo en Las Vegas.


Entre y salí de unas tiendas sin suerte, y luego caminé hasta que llegué a una tienda de Tom Ford. En diez minutos, me había encontrado y probado un traje gris perfecto, pero tuve problemas para encontrar una corbata adecuada. —A la mierda —dije, tomando el traje y una camisa blanca de botones ¿Quién dijo que el novio tenía que usar una corbata?

Al salir del centro comercial, vi un par de Converse negros en la ventana.


Entré, pregunté por mi tamaño, me los probé, y sonreí. —Me quedo con ellos —le dije a la mujer ayudándome. Me sonrió, con una mirada en sus ojos que podría haberme calentado hace seis meses. Cuando una mujer te miraba de esa forma significaba que cualquier intento de meterte en sus pantalones se habría hecho mil veces más fácil. Esa mirada significaba: llévame a casa.


—Una gran elección —dijo con una voz suave, insinuante. Su pelo oscuro era largo, grueso y brillante. Probablemente a la mitad de su metro cincuenta. Era una sofisticada belleza asiática, envuelta en un apretado vestido y tacones altísimos. 


Sus ojos eran agudos, calculadores. Era exactamente el tipo de desafío que a mi viejo yo le hubiera encantado tomar—. ¿Te quedas en Las Vegas mucho tiempo?  

—Unos pocos días.  

—¿Esta es tu primera vez aquí? 

La segunda.   


—¡Oh! Estaba por ofrecerme a enseñarte  los alrededores.

—Voy a casarme con estos zapatos en un par de horas.


Mi respuesta apagó el deseo en sus ojos, y sonrio amablemente, pero claramente había perdido el interés. —Felicitaciones.


—Gracias —le dije, tomando mi recibo y la bolsa con la caja de zapatos en el interior.


Me fui, sintiéndome mucho mejor conmigo mismo de lo que habría  estado si este fuera un viaje de chicos y la hubiera llevado a mi habitación. Yo no sabía sobre el amor en aquel entonces. Era tan jodidamente fantástico ir a casa con Paula cada noche, y ver la mirada acogedora y amorosa de sus ojos. 


Nada era mejor que encontrar nuevas ideas para enamorarla de mí de nuevo.  Ya viví esa mierda, y esto era mucho, mucho más satisfactorio.


Una hora después de salir del Bellagio, había recogido un traje y una banda de oro para Paula, y estaba de vuelta donde empecé, en nuestra habitación de hotel. Me senté en el borde de la cama y agarré el control remoto, presionando el botón de encender. Una escena familiar iluminó la pantalla. 


Era Keaton, rodeada de cinta amarilla y todavía humeante. El ladrillo alrededor de las ventanas estaba carbonizado, y el terreno circundante se saturó de agua.

El periodista entrevistaba a una chica llorosa, describiendo cómo su compañera de cuarto no había regresado al dormitorio, y seguía esperando para saber si su amiga estaba entre los muertos. No pude aguantar más. Me cubrí la cara con las manos y apoyé los codos en las rodillas. Mi cuerpo temblaba mientras lloraba a mis amigos y a toda la gente que había perdido la vida, mientras pedía perdón una y otra vez por ser la razón por la que estaban allí, y por ser un jodido bastardo y escoger a Paula en lugar de regresar ahí. Cuando no podía llorar más,decidí tomar un baño, estuve un largo rato de pie bajo el agua humeante hasta que alcance el estado de ánimo que Paula necesitaba.

 
Ella no quería verme hasta minutos antes de la boda, así que saqué esos pensamientos de mi cabeza, me vestí, me perfumé, até los cordones de mis Converse y salí. Antes de cerrar, miré por un rato la habitación. Cuando volviera no sería solo Pedro, sería el esposo de Paula. Eso era lo único que hacía todo un poco más soportable. Mi corazón empezó a latir con fuerza. El resto de mi vida estaba a solo dos horas.


El ascensor se abrió, y seguí caminando por el pasillo que atravesaba el casino. El traje me hacía sentir como un millón de dólares, y la gente me miraba, preguntándose a donde iba el gilipollas de buen aspecto y Converse. Cuando estaba a mitad de camino, vi a una mujer sentada en el piso con bolsas de compras, llorando en su celular. Me detuve en seco. Era Paula.  

Instintivamente, di un paso a un lado, medio escondido tras una fila de máquinas tragamonedas. Con la música, el pitido, y la charla, no podía oír lo que estaba diciendo, pero me heló la sangre. ¿Por qué lloraba? ¿Con quién estaba llorando? ¿No quería casarse conmigo? ¿Debía enfrentarla? ¿Debería caminar hacia ella y que fuera lo que Dios quisiera?


Paula se levantó del suelo, luchando con sus bolsas. Todo en mí quería correr hacia ella y ayudarla, pero  tenía miedo. 


Estaba jodidamente aterrorizado de que si me acercaba a ella en ese momento, me diría la verdad, y  tenía miedo de escucharla. El bastardo egoísta en mí se hizo cargo, y me quede allí de pie, mientras se iba.


Una vez que estuvo fuera de mi vista, me senté en el taburete de una máquina tragamonedas. Saqué un cigarrillo, la punta chisporroteó antes que brillara en rojo mientras le  daba una larga calada. ¿Qué iba a hacer si Paula cambiaba de opinión? ¿Podríamos volver de algo así? Independientemente de la respuesta, iba a tener que encontrar una forma de hacerlo. 


Incluso si ella no podía seguir adelante con la boda, no podía perderla.


Me senté allí por un largo tiempo, fumando, deslizando billetes de un dólar en la máquina, mientras una camarera me traía bebidas gratis. Después del cuarto trago, la despedí con un gesto. Emborracharme antes de la boda no resolvería nada. Tal vez por eso Paula estaba reconsiderándolo. Amarla no era suficiente.


Necesitaba madurar de una puta vez, conseguir un trabajo de verdad, dejar de beber, pelear, y controlar mi maldita ira. Me senté solo en el casino, en silencio y prometí que ahora lo haría mejor, y comenzaría en ese momento.


Tomé mi teléfono. A sólo una hora de la boda. Le envié un mensaje a Paula,preocupado de lo que podría responder.


Te extraño.