TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
jueves, 15 de mayo de 2014
CAPITULO 158
Volver a casa solo, en el asiento trasero del Charger de Valentin, era poco estimulante. Rosario tiró sus tacones y rió mientras tocaba la mejilla de Valentin con su dedo gordo. Debía de estar locamente enamorado de ella, ya que él sólo sonrió, divertido con su risa contagiosa.
Mi teléfono sonó. Era Agustin. —Tengo un novato listo para dentro de una hora. En Hellerton.
—Sí, eh… No puedo.
—¿Qué?
—Me escuchaste. Dije que no puedo.
—¿Estás enfermo? —preguntó Agustin, la ira creciendo en su voz.
—No. Debo asegurarme de que Paloma regrese a salvo a casa.
—Tuve muchos problemas para armar esto, Alfonso.
—Lo sé. Lo siento. Tengo que irme.
Suspiré cuando Valentin se estacionó en su puesto frente al apartamento y el Porsche de Adrian no se encontraba por ningún lado.
—¿Vienes, primo? —preguntó Valentin, volteándose en su asiento.
—Sí —dije, mirando mis manos—. Sí, supongo.
Valentin empujó su asiento hacia adelante para dejarme salir, y me detuve junto al pequeño cuerpo de Rosario.
—No tienes nada de qué preocuparte, Pepe Confía en mí.
Asentí una vez y los seguí por las escaleras. Fueron directo a la habitación de Valentin y cerraron la puerta. Caí en el sillón reclinable, escuchando las risas incesantes de Rosario, y tratando de no imaginar a Adrian poniendo sus manos en la rodilla de Paula, o en su muslo.
Menos de diez minutos después, el motor de un carro ronroneó afuera, e hice mi camino hacia la puerta, sosteniendo la perilla. Podía oír dos pares de pies subiendo por las escaleras. Eran tacones. Una ola de alivio me llenó. Paula estaba en casa.
Sólo sus murmullos se filtraron por la puerta. Cuando hubo silencio y la perilla de la puerta se movió, la giré por completo y abrí rápidamente.
Paula cayó a través del umbral y sostuve su brazo. —Tranquila.
Inmediatamente se volteó para ver la expresión en la cara de Adrian. Era tensa, como si no supiera qué pensar, pero se recuperó rápido, fingiendo ver más allá de mí hacia el interior del apartamento.
—¿Ninguna joven humillada, varada, que necesite un aventón a casa?
Le lancé una mirada furiosa. Él tenía agallas. —No empieces conmigo.
Adrian sonrió y guiñó un ojo a Paula —Siempre estoy dándole problemas.
Ya no tan seguido como solía ser, ya que descubrió que era más fácil si hacía que ellas manejaran sus propios transportes.
—Supongo que eso simplifica las cosas —dijo Paula,
volviéndose hacia mí con una sonrisa divertida.
—No es gracioso, Paloma.
—¿Paloma? —preguntó Adrian.
Paula se movió nerviosamente. —Es, eh… Es sólo un apodo, ni siquiera sé de dónde lo sacó.
—Tendrás que contármelo cuando lo averigües. Suena como una buena historia. —Adrian sonrió—. Buenas noches, Pau.
—¿Quieres decir buenos días? —preguntó ella.
—Eso también —dijo con una sonrisa que me hizo querer vomitar.
Paula estaba ocupada desvaneciéndose, así que para traerla de vuelta a la realidad, cerré de golpe la puerta sin advertencia. Se echó hacia atrás.
—¿Qué? —espetó.
Pisoteé por el pasillo hacia la habitación, con Paula detrás de mí. Se detuvo justo en la puerta, saltando en un pie, tratando de quitarse su tacón. —Él es bueno,Pepe.
Observé su lucha para balancearse con una pierna, y finalmente decidí ayudarla antes de que se cayera. —Te vas a lastimar —dije, enganchando mi brazo en su cintura con una mano, y quitando sus tacones con la otra. Me quité la camisa y la tiré en una esquina.
Para mi sorpresa, Paula alcanzó su espalda para bajar la cremallera de su vestido, lo deslizó hacia abajo, y luego pasó una camiseta sobre su cabeza. Hizo una especie de truco de magia con su corpiño para quitarlo y sacarlo de su
camiseta. Todas las mujeres parecen saber la misma maniobra.
—Estoy segura de que no hay nada que no hayas visto antes —dijo, rodando sus ojos. Se sentó en el colchón y luego empujó sus piernas entre las cobijas y las sábanas. La observé acurrucarse contra la almohada, y luego me quité mis vaqueros, pateándolos a la esquina también.
Estaba curvada en una bola, esperando que fuera a la cama. Me irritaba que hubiera venido a casa con Adrian y que ahora se hubiera desvestido en frente de mí como si nada, pero al mismo tiempo, ese era justo el jodido tipo de situación platónica en la que estábamos, y era todo gracias a mí.
Tantas cosas crecían en mi interior. No sabía qué hacer con todo eso.
Cuando hicimos la apuesta, no se me ocurrió que ella podría salir con Adrian.
Hacer un berrinche sólo la llevaría directo a sus brazos. En el fondo, sabía que haría lo que fuera para mantenerla cerca. Si mantener mis celos escondidos significaba más tiempo con Paula, eso es lo que yo haría.
Me arrastré en la cama hasta su lado y levanté mi mano, apoyándola sobre su cadera.
—No fui a una pelea esta noche. Agustin llamó. No fui.
—¿Por qué? —preguntó, volteándose.
—Quería asegurarme de que llegarás a casa.
Arrugó su nariz. —No hace falta que me cuides.
Tracé el largo de su brazo con mi dedo. Era tan cálida. —Lo sé. Creo que todavía me siento mal por la otra noche.
—Te dije que no me importaba.
—¿Es por eso que dormiste en el sillón? ¿Por qué no te importaba?
—No podía conciliar el sueño luego de que tus… amigas se fueran.
—Dormiste perfectamente en el sillón. ¿Por qué no podías dormir conmigo?
—Quieres decir, ¿junto a un hombre que todavía olía al par de zorras de bar que acababa de enviar a casa? ¡No lo sé! ¡Qué egoísta de mi parte!
Retrocedí, tratando de mantener la imagen fuera de mi cabeza. —Te dije que lo sentía.
—Y yo te dije que no me importaba. Buenas noches —dijo, y se volteó.
Me estiré a través de la almohada para poner mi mano en la suya, acariciando el interior de sus dedos. Me incliné y besé su cabello. —Estuve tan preocupado de que no me volvieras a hablar… creo que es peor que seas indiferente.
—¿Qué quieres de mí,Pedro? No quieres que esté enojada por lo que hiciste, pero quieres que me importe. Le dijiste a Rosario que no quieres nada conmigo, pero te enojas tanto cuando yo digo lo mismo, tanto que sales como alma que lleva el diablo y te pones ridículamente borracho. No tienes ningún sentido.
Sus palabras me sorprendieron. —¿Por eso le dijiste aquellas cosas a Rosario? ¿Por qué le dije que no saldría contigo?
Su expresión era una combinación de sorpresa e ira. —No, quise decir lo que dije. Sólo que no lo decía como un insulto.
—Yo sólo lo dije porque no quiero arruinar las cosas, Paloma. Ni siquiera sé cómo merecerte. Trataba de comprenderlo en mi cabeza.
Decir las palabras me hacía sentir enfermo, pero tenían que ser dichas.
—Como sea. Necesito dormir un poco. Tengo una cita esta noche.
—¿Con Adrian?
—Sí. ¿Puedo dormir?
—Por supuesto —dije, saliendo de la cama. Paula no dijo una palabra mientras la dejaba atrás. Me senté en el sillón reclinable, cambiando los canales de la televisión. Demasiado para mantener mi temperamento controlado, pero maldición, esa mujer se podía meter bajo mi piel. Hablar con ella era como tener una conversación con un agujero negro. No importaba lo que dijera, incluso las pocas veces que era claro acerca de mis sentimientos. Su oído selectivo era exasperante. No podía hacerla comprender, y ser directo sólo parecía enojarla.
CAPITULO 157
La fiesta se desarrolló como usualmente lo hacía: Drama, un par de peleas, chicas metiéndose en una pelea, una pareja o dos teniendo una discusión terminando con la chica en lágrimas, y luego estaban los rezagados, ya sea
desmayados o vomitando en un área no designada.
Mis ojos viajaron a la parte superior de las escaleras más veces de las que deberían. Incluso cuando las chicas prácticamente me rogaban que las llevara a casa, continué mirando, tratando de no imaginar a Paula y Adrian haciéndolo, o incluso peor, él haciéndola reír.
—Hola, Pedro —llamó una aguda y cantarina voz por detrás. No me di vuelta, pero no tomó mucho para que la chica se moviera hasta entrar en mi línea de visión. Se inclinó sobre los postes de madera de la barandilla—. Te ves aburrido. Creo que debería hacerte compañía.
—No estoy aburrido. Puedes irte —dije, comprobando la parte superior de las escaleras de nuevo. Paula se detuvo en el descansillo, su espalda hacia las escaleras.
Rió. —Eres tan divertido.
Paula pasó a mi lado despreocupadamente, hacia donde Rosario estaba. La seguí, dejando a la chica ebria hablando sola.
—Si quieren pueden adelantarse —dijo Paula con moderado entusiasmo—Adrian se ofreció para llevarme a casa.
—¿Qué? —dijo Rosario, sus cansados ojos iluminados como una doble fogata.
—¿Qué? —dije, incapaz de contener mi irritación.
Rosario se giró. —¿Hay algún problema?
La fulminé con la mirada. Ella sabía exactamente cuál era mi problema.
Tomé a Pedro por el codo y tiré de ella alrededor de la esquina.
—Ni siquiera lo conoces.
Liberó su mano de mi agarre. —Esto no es de tu incumbencia, Pedro.
—Al demonio si no lo es. No dejaré que viajes a casa con un completo extraño. ¿Y si trata de aprovecharse de ti?
—¡Bien! ¡Él es lindo!
No podía creerlo. Realmente estaba cayendo en su juego.
—¿Adrian Hayes, Paloma? ¿En serio? Adrian Hayes. ¿Qué clase de nombre es ese, de todos modos?
Se cruzó de brazos y alzó el mentón. —Ya está bien, Pepe. Estás comportándote como un idiota.
Me incliné, furioso. —Lo mataré si te toca.
—Me gusta.
Una cosa era asumir que estaba siendo engañada, y otra era escucharla admitirlo. Ella era demasiado buena para mí; maldición, sin duda era demasiado buena para Adrian Hayes. ¿Por qué se comportaba de forma frívola por ese idiota?
Mi rostro se tensó en reacción a la ira que corría por mis venas.
—Está bien. Si terminas debajo de él en el asiento trasero de su coche, después no vengas llorando conmigo.
Su boca se abrió, estaba ofendida y furiosa. —No te preocupes, no lo haré — dijo, alejándose de mí.
Me di cuenta de lo que había dicho, y entonces tomé su brazo y suspiré, sin girar del todo. —No quise decir eso, Paloma. Si te lastima, si tan sólo te hace sentir incómoda, sólo házmelo saber.
Sus hombros cayeron. —Sé que no lo quisiste decir. Pero tienes que ponerle un alto a este exceso de sobreprotección de hermano mayor que tienes.
Me reí. Ella realmente no lo entendía. —No estoy jugando al hermano mayor, Paloma. Nada de eso.
Adrian rodeó la esquina y metió las manos en los bolsillos.
—¿Todo listo?
—Sí, vamos —dijo Paula, tomando el brazo de Adrian.
Fantaseé con correr detrás de él y empujar mi codo contra la parte posterior de su cabeza, pero entonces Paula se giró y me vio mirándolo.
Ya basta, articuló. Caminó con Adrian, y él mantuvo la puerta abierta para ella.
Una amplia sonrisa se extendió en su rostro, en apreciación.
Por supuesto. Cuando él lo hizo, sí lo notó.
CAPITULO 156
Paula desapareció y cerré mis ojos con fuerza, tratando de bloquear el grito en mi cabeza. Todo en mí decía que debía ir allí arriba y traerla de vuelta. Agarré la barandilla, conteniéndome.
—Te ves enojado —dijo Rosario, chocando su vaso rojo con el mío.
Mis ojos se abrieron de golpe. —No, ¿por qué?
Hizo una mueca. —No me mientas. ¿Dónde está Paula?
—Arriba. Con Adrian.
—Oh.
—¿Qué se supone que significa eso?
Se encogió de hombros. Sólo había estado ahí poco más de una hora, y ya tenía esa mirada familiar en sus ojos. —Estás celoso.
Cambié mi peso, incómodo con alguien, además de Valentin, siendo tan directo conmigo. —¿Dónde está Valen?
Rosario hizo rodar los ojos. —Haciendo sus deberes como estudiante de primer año.
—Por lo menos no tiene que quedarse después y limpiar.
Levantó el vaso hasta su boca y bebió un sorbo. No estaba seguro de cómo podía ya estar casi ebria.
—Entonces, ¿lo estás?
—¿Estoy qué?
—¿Celoso?
Fruncí el ceño. Rosario generalmente no era tan desagradable. —No.
—Número dos.
—¿Eh?
—Esa es la mentira número dos. —Miré alrededor. Valentin seguramente me rescataría pronto—. Realmente la jodiste anoche —dijo, sus ojos de pronto limpios.
—Lo sé.
Entrecerró los ojos, mirándome tan intensamente que quise huir. Rosario era una pequeña cosa rubia, pero era intimidante como la mierda cuando quería serlo.
—Deberías alejarte, Pedro. —Miró arriba, hacia la cima de las escaleras—. Él es lo que ella piensa que quiere.
Mis dientes se apretaron. Ya sabía eso, pero era peor oírlo de Rosario.
Antes de esto, pensé que ella tal vez estaría bien conmigo y Paula, y eso de alguna manera significaba que no era un completo idiota por perseguirla. —Lo sé.
Levantó una ceja. —No creo que lo sepas.
No respondí, tratando de no hacer contacto visual con ella. Tomó mi mentón con su mano, aplastando mis mejillas contra mis dientes.
—¿Lo haces?
Traté de hablar, pero sus dedos ahora aplastaban mis labios juntos. Me eché hacia atrás y aparté su mano. —Probablemente no. No soy exactamente conocido por hacer lo correcto.
Rosario me miró por unos segundos, y después sonrió. —Está bien, entonces.
—¿Eh?
Me dio una palmada en la mejilla y luego me señaló. —Tú, Perro loco, eres exactamente de lo que vine a protegerla. Pero, ¿sabes qué? Todos estamos rotos de una manera u otra. Incluso con tu épica metida de pata, podrías ser exactamente lo que necesita. Tienes una oportunidad más —dijo, sosteniendo un dedo a dos centímetros de mí nariz—. Sólo una. No lo arruines… ya sabes… mas de lo usual.
Rosario se alejó y desapareció por el pasillo.
Era tan rara.
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