miércoles, 21 de mayo de 2014

CAPITULO 178



Dejé que mis manos cayeran a mis costados. A pesar del aire frío llenando el apartamento debido a la puerta del frente abierta, el sudor goteaba de mis sienes.
Mi pecho se movía como si hubiera corrido una maratón.
Rosario corrió a la habitación de Valentin. A los cinco minutos, ya estaba vestida, anudándose el pelo en un moño. Valentin la ayudó a deslizarse en el abrigo y luego la besó despidiéndola y ofreciendo un gesto de seguridad. Agarró sus llaves y dejó que la puerta se cerrara detrás de ella.


—Siéntate. Maldita. Sea —dijo Valentin, señalando el sillón reclinable.


Cerré los ojos, y luego hice lo que me ordenó. Mis manos temblaban cuando las llevé a mi cara.


—Tienes suerte. Estaba a dos segundos de llamar a Horacio. Y a cada hermano que tienes.


Negué con la cabeza. —No llames a papá —dije—. No lo llames. —Lágrimas saladas quemaron mis ojos.


—Habla.


—Se lo hice. Quiero decir, no la obligué, nosotros...


Valentin asintió. —Anoche fue difícil para los dos. ¿De quién fue la idea?


—De ella. —Parpadeé—. Traté de alejarme. Me ofrecí a esperar, pero prácticamente me suplicó.


Valentin parecía tan confundido como yo.


Levanté las manos y las dejé caer en mi regazo. —Tal vez la lastimé, no lo sé.


—¿Cómo se comportó después? ¿Te dijo algo?



Pensé por un momento. —Dijo algo sobre que era un primer beso.


—¿Eh?


—Hace unas semanas se le escapó que el primer beso la pone nerviosa, y me burlé de ella.


Valentin frunció el ceño. —Eso no suena como si estuviera molesta.


—Le dije que era su último primer beso. —Me reí una vez utilizando el borde de mi camiseta para pellizcar la humedad de mi nariz—. Pensé que todo estaba bien, Valen. Que por fin me había dejado entrar ¿Por qué me pediría... y luego simplemente se iría?


Valentin negó con la cabeza lentamente, tan confundido como yo. —No lo sé, primo. Rosario se enterará. Sabremos algo pronto.


Me quedé mirando el suelo, pensando en lo que podría pasar después. — ¿Qué voy a hacer? —le pregunté, mirándole.


Valentin me agarró del antebrazo. —Vas a limpiar tu desorden para mantenerte ocupado hasta que llamen.


Entré en mi habitación. La puerta yacía sobre mi colchón desnudo, trozos de espejo y cristal rotos en el suelo. Parecía como si una bomba hubiera pasado.


Valentin apareció en la puerta con una escoba, un recogedor y un destornillador. —Me encargaré del cristal. Tú ocúpate de la puerta.


Asentí, quitando el gran tablón de madera de la cama. Sólo después de realizar el último giro en el destornillador, sonó mi celular. Salí disparando para tomarlo de la mesita de noche.


Era Rosario.


—¿Ro? —me atraganté.


—Soy yo. —La voz de Paula era pequeña y nerviosa.


Quería rogarle que regresase, pedir su perdón, pero no estaba seguro de qué había hecho mal. Entonces, me enojé.


—¿Qué mierda pasó contigo anoche? Me desperté esta mañana, y no estabas y tú… ¿sólo te fuiste y no dijiste adiós? ¿Por qué?


—Lo siento. Yo...


—¿Lo sientes? ¡He estado volviéndome loco! No contestas tu teléfono, te escabulles y... ¿P… Por qué? ¡Pensé que finalmente teníamos todo resuelto!


—Sólo necesitaba un poco de tiempo para pensar.


—¿Sobre qué? —Hice una pausa, con miedo de lo que podría responder a la pregunta que estaba a punto de hacerle—. ¿Te... Te lastimé?


—¡No! ¡No es nada de eso! Realmente, realmente lo siento. Estoy segura de que Rosario te lo dijo. Yo no me despedido.


—Necesito verte —le dije, desesperado.


Paula suspiró. —Tengo mucho que hacer hoy, Pepe. Tengo que desempacar y tengo pilas de ropa que lavar.


—Te arrepientes.


—No es… no es eso. Somos amigos. Eso no va a cambiar.


—¿Amigos? Entonces, ¿qué diablos fue anoche?


Podía oír su respiración. —Sé lo que quieres. Solamente no puedo hacer eso ahora mismo.


—¿Así que sólo necesitas algo de tiempo? Podrías haberme dicho eso. No tenías que salir corriendo de mí.


—Sólo parecía la forma más fácil.


—¿Más fácil para quién?


—No podía dormir. Me quedé pensando en cómo sería en la mañana, cargando el coche de Ro… y no pude hacerlo, Pepe.


—Ya es bastante malo que no vas a estar más aquí. No puedes simplemente salir de mi vida.


—Te veré mañana —dijo, tratando de sonar casual—. No quiero que las cosas estén raras, ¿de acuerdo? Sólo necesito organizar algunas cosas. Eso es todo.


—Está bien —le dije—. Puedo hacer eso.


La línea quedó en silencio y Valentin me miró, cauteloso. —Pedro… acabas de arreglar la puerta. No más líos, ¿de acuerdo?


Mi rostro entero se arrugó, y asentí. Traté de estar enojado, eso era mucho más fácil de controlar que el abrumador dolor físico en mi pecho, pero lo único que sentía fue oleada tras oleada de tristeza. Me sentía demasiado cansado para luchar contra ello.


—¿Qué te dijo?


—Necesita tiempo.


—Está bien. Así que, eso no es el final. Puedes lidiar con eso, ¿verdad?


Tomé una respiración profunda. —Sí. Puedo lidiar con eso.


El recogedor tintineaba con los fragmentos de vidrio mientras Valentin caminaba con él por el pasillo. A solas en el dormitorio, rodeado de fotos de Paula y yo, me dieron ganas de romper algo de nuevo, así que fui a la sala a esperar por Rosario.


Por suerte, no tardó mucho en volver. Me imaginé que estaba probablemente preocupada por Valentin.


La puerta se abrió y me levanté. —¿Ella está contigo?


—No. No está.


—¿Dijo algo más?


Rosario tragó, dudando en responder. —Dijo que va a mantener su promesa, y que para mañana a esta hora, no la extrañaras.


Mis ojos se dirigieron al piso. —No volverá —dije cayendo en el sofá.


Rosario dio un paso adelante. —¿Qué significa eso, Pedro?


Me tomé la parte superior de mi cabeza con ambas manos. 

—Lo que pasó anoche no era su forma de decir que quería que estuviéramos juntos. Estaba despidiéndose.


—No sabes eso.


—La conozco.


Paula se preocupa por ti.


—No me ama.


Rosario tomó aire, y cualquier reserva que había tenido acerca de mi temperamento se desvaneció mientras una expresión simpática suavizaba su rostro. —No sabes eso, tampoco. Escucha, sólo dale algo de espacio. Paula no es
como las chicas a las que estas acostumbrado,Pepe. Se asusta fácilmente. La última vez que alguien mencionó que se iban a poner serios, se mudó un estado entero de distancia. Esto no es tan malo como parece.


Levanté la vista hacia Rosario, sintiendo un poquito de esperanza. —¿Así que no lo crees?


—Pedro, se fue porque sus sentimientos por ti la asustan. Si lo supieras todo, sería más fácil de explicar, pero no puedo decírtelo.


—¿Por qué no?


—Porque se lo prometí a Paula, y es mi mejor amiga.


—¿Ella no confía en mí?


—No confía en sí misma. Tú, sin embargo, necesitas confiar en mí. —Rosario agarró mis manos y tiró de mí para levantarme—. Ve a tomar una ducha, larga y caliente, y luego vamos a comer fuera.Valentin me dijo que es noche de póquer en casa de tu padre.


Negué con la cabeza. —No puedo ir a jugar póquer. Van a preguntar por Paloma. ¿Tal vez podríamos ir a ver a Paloma?


Rosario palideció. —No va a estar en casa.


—¿Ustedes van a salir?


—Ella.


—¿Con quién? —Sólo me tomó unos segundos para darme cuenta—Adrian.


Rosario asintió.


—Es porque piensa que no la voy a extrañar —dije, mi voz se quebró. No podía creer que iba hacerme esto. Era sólo cruel.


Rosario no vaciló en interceptar otra rabia. —Vamos a ir a ver una película, entonces, una comedia, por supuesto y luego ya veremos si el go-kart sigue abierto, y puedes sacarme de la pista otra vez.


Rosario era inteligente. Sabía que la pista de go-kart era uno de los pocos lugares en los que no había estado con Paula


—No puedo sacarte de la pista. Tú simplemente no puedes manejar dentro de lo establecido.


—Ya veremos —dijo Rosario, empujándome hacia el baño—. Llora si es necesario. Grita. Saca todo de tu sistema, y luego vamos a divertirnos. No va a durar para siempre, pero te mantendrá ocupado por esta noche.


Me di la vuelta en la puerta del baño. —Gracias, Ro.


—Sí, sí… —dijo, volviendo a donde Valentin.

Giré la llave del agua, dejando que el vapor calentara el lugar antes de entrar. El reflejo en el espejo me sorprendió. Círculos oscuros bajo mis ojos cansados, mí una vez confiada postura ahora era flácida; lucía como el infierno.
Una vez en la ducha, dejé correr el agua sobre mi cara, manteniendo mis ojos cerrados. Los contornos delicados de los rasgos de Paula quemaron detrás de mis párpados. No era la primera vez; la veía cada vez que cerraba mis ojos. Ahora que se había ido, era como estar atrapado en una pesadilla.
Contuve algo que brotaba en mi pecho. Cada pocos minutos, el dolor se renovaba.
La echaba de menos. Dios, la echaba de menos, y todo lo que habíamos pasado se recreaba una y otra vez en mi cabeza.


Puse las palmas de mis manos contra la pared del azulejo, apreté mis ojos con fuerza. —Por favor, regresa —dije en voz baja. Ella no podía oírme, pero eso no me impedía desear que viniera y me salvará del terrible dolor que sentía sin ella allí.

Después de revolcarme en mi desesperación bajo el agua, tomé unas cuantas respiraciones profundas, y me compuse. El hecho de que Paula se hubiera marchado no debería haber sido una sorpresa, incluso después de lo que pasó
anoche. Lo que Rosario decía tenía sentido. Paula era tan nueva y asustadiza en esto como yo. Los dos teníamos una manera bastante pobre de lidiar con nuestras emociones, y supe al segundo de darme cuenta que me había enamorado de ella que me iba a destrozar.
El agua caliente lavó la ira y el miedo, y un nuevo optimismo se apoderó de mí. Yo no era un perdedor que no tenía ni idea de cómo conseguir una chica. En algún lugar de mis sentimientos por Paula, me había olvidado de ese hecho. Era el momento de creer en mí mismo otra vez, y recordar que Paula no era más que una chica que podría romper mi corazón; que era también mí mejor amiga. Sabía cómo hacerla sonreír, y sus cosas favoritas. Todavía tenía un perro en esta pelea.

CAPITULO 177



Al principio, no entré en pánico. Al principio, una neblina soñolienta me proporcionó la suficiente confusión para fomentar una sensación de calma. Al principio, cuando estiré mi brazo por Paula a través de las sábanas y no la sentí allí, sólo sentí un poco de decepción, seguido por curiosidad.
Probablemente estaba en el baño, o tal vez comiendo cereales en el sofá.
Acababa de darme su virginidad a mí, a alguien con el que había gastado demasiado tiempo y esfuerzo pretendiendo no tener más que sentimientos platónicos. Eso era mucho para asimilar.


—¿Paloma? —llamé. Levanté sólo mi cabeza, esperando que se arrastrara a la cama conmigo. Pero después de unos momentos, me di por vencido, y me senté.


Sin tener idea de que ocurría, me puse el bóxer que me había sacado anoche, y deslicé una camiseta por encima de mi cabeza.
Mis pies se arrastraron por el pasillo hasta la puerta del baño, y golpeé. La puerta se abrió un poco. No se oía ningún movimiento, pero la llamé, de todos modos. —¿Paloma?


Abriendo la puerta un poco más, se reveló lo que esperaba. Vacío y oscuro.


Entonces entré en la sala de estar, esperando verla en la cocina o en el sofá, pero no se encontraba en ningún lugar.


—¿Paloma? —llamé, esperando por una respuesta.



El pánico comenzó a crecer dentro de mí, pero me negué a enloquecer hasta que supiera qué demonios pasaba. Pisoteé hacia la habitación de Valentin y abrí la puerta sin llamar.
Rosario yacía junto a Valentin, enredada en sus brazos de la manera en que imaginé que Paula habría estado conmigo en este momento.


—¿Han visto a Paula? No puedo encontrarla.


Valentin se incorporó sobre el codo, frotándose los ojos con los nudillos. —¿Eh?


Paula —dije, con impaciencia encendiendo el interruptor de la luz. Tanto Valentin como Rosario retrocedieron—. ¿La han visto?


Diferentes escenarios pasaban por mi mente, todos causando diferentes grados de alarma. Quizás ella había sacado a Moro, y alguien la había secuestrado,o herido, o tal vez se había caído por las escaleras. Pero las garras de Moro repiqueteaban contra el suelo del pasillo, por lo que no podía ser. Tal vez fue a buscar algo fuera al coche de Rosario.
Corrí hacia la puerta del frente y miré alrededor. Entonces corrí escaleras abajo, mis ojos buscando cada centímetro entre la puerta principal del apartamento y el auto de Rosario.


Nada. Ella había desaparecido.


Valentin apareció en la puerta, entrecerrando los ojos y abrazándose a sí mismo por el frío.


—Sí. Nos despertó temprano. Quería ir a casa.


Subí las escaleras de dos en dos, agarrando los hombros desnudos de Valentin, empujándolo hacia atrás todo el camino hasta el lado opuesto de la habitación, y embistiéndolo contra la pared. Agarró mi camiseta, con una
expresión en su rostro medio aturdida y medio frunciendo el ceño.


—¿Qué dem...? —comenzó.


—¿La llevaste a casa? ¿A Morgan? ¿En medio de la maldita noche? ¿Por qué?


—¡Porque me lo pidió!


Lo empujé contra la pared otra vez, cegado por la rabia que comenzaba a tomar el control de mi sistema.


Rosario salió del dormitorio, con su pelo despeinado y su rímel manchado por debajo de sus ojos. Estaba en su bata, apretando el cinturón alrededor de su cintura. —¿Qué demonios está pasando? —preguntó, deteniéndose a medio paso delante de mí.


Valentin sacudió el brazo y le tendió la mano. —Mare, quédate atrás.


—¿Estaba enfadada? ¿Molesta? ¿Por qué se fue? —pregunté entre dientes.


Rosario dio un paso más. —¡Simplemente odia las despedidas, Pedro! ¡No me sorprendió en absoluto que quisiera irse antes de que despertaras!


Sostuve a Valentin contra la pared y miré a Rosario —¿Estaba... estaba llorando?


Me imaginé que Paula se había disgustado por haber permitido que alguien como yo, alguien que no le importa una mierda, haya tomado su virginidad, y luego pensé que tal vez de alguna manera, la había lastimado accidentalmente.


El rostro de Rosario se retorció de miedo, confusión, ira. —¿Por qué? — dijo. Su tono era más una acusación que una pregunta—. ¿Por qué iba a estar llorando o enojada,Pedro?


—Ro —advirtió Valentin.


Rosario dio un paso más. —¿Qué has hecho?


Solté a Valentin, pero él tomó un puñado de mi camisa mientras me enfrentaba a su novia.


—¿Estaba llorando? —exigí.


Rosario negó con la cabeza. —¡Se encontraba bien! ¡Sólo quería ir a casa!


¿Qué has hecho? —gritó.


—¿Pasó algo? —preguntó Valentin.


Sin pensarlo, me di la vuelta alrededor y me balanceé, casi golpeando la cara de Valentin.


Rosario gritó, cubriéndose la boca con las manos. —¡Pedro, para! —dijo a través de sus manos.


Valentin envolvió sus brazos alrededor de mis codos, con el rostro a sólo un par de centímetros del mío. —¡Llámala! —gritó—. ¡Tranquilízate, maldita sea, y llama a Paula!


Pasos rápidos y ligeros recorrieron el pasillo y regresaron. Rosario volvió, extendiendo su mano y sosteniendo mi teléfono. —Llámala.


Lo tomé de su mano y marqué el número de Paula. Sonó hasta que me llevó al correo de voz. Colgué el teléfono y marqué de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. No contestaba. Me odiaba.
Dejé caer el teléfono al suelo, con mi pecho agitado. Cuando las lágrimas quemaron mis ojos, agarré lo primero que mis manos tocaron, y lo lancé a través del cuarto. Fuera lo que fuera, quedó fragmentado en trozos grandes.
Girándome, vi los taburetes situados directamente uno frente al otro, recordándome a nuestra cena. Recogí uno con la pierna y lo estrellé contra la nevera hasta que se rompió. La puerta del refrigerador se abrió, y la pateé. La
fuerza hizo que rebotara abriéndose de nuevo, así que la pateé otra vez, y otra vez, hasta que Valentin finalmente corrió para mantenerla cerrada.


Pisoteé hacia mi habitación. Las sábanas sucias en la cama se burlaban de mí. Mis brazos se extendieron a cada lado mientras las arrancaba del colchón —la sabana ajustable, la sábana superior y la manta— y entonces regresé a la cocina
para tirarlas a la basura, y luego hice lo mismo con las almohadas. Todavía loco de ira, me quedé en mi habitación, obligándome a calmarme, pero no había nada por lo que calmarme. Había perdido todo.


Caminando lentamente, me detuve frente a la mesita de noche. El recuerdo de Paula metiendo la mano en el cajón vino a la mente. Las bisagras chirriaron cuando lo abrí, revelando la pecera llena de condones. Apenas había hurgado en ellos desde que había conocido a Paula. Ahora que ella había hecho su elección, no podía imaginarme estar con nadie más.
El cristal se sentía frío en mi mano cuando la recogí y la lancé a través del cuarto. Chocó contra la pared junto a la puerta y se hizo añicos, rociando pequeños paquetes de papel de aluminio en todas las direcciones.
Mi reflejo en el espejo sobre la cómoda me miró. Mi barbilla hacia abajo, y me miré fijamente a los ojos. Mi pecho se movía, estaba temblando, y bajo los estándares de cualquiera me veía loco, pero el control se hallaba tan fuera de mi alcance en este momento. Levanté el brazo hacia atrás y golpeé el puño en el espejo. Los fragmentos apuñalaron en mis nudillos, dejando un círculo sangriento.


—¡Pedro, para! —dijo Valentin desde la sala—. ¡Detente, maldita sea!


Me precipité hacia él, empujándolo hacia atrás y, a continuación, cerré la puerta de un portazo. Presioné mis manos contra la madera, y luego di un paso atrás, pateándola hasta que el pie hizo un hueco en la parte baja. Tiré hacia los lados hasta que salió de las bisagras, y luego la arrojé al otro lado de la habitación.


Los brazos de Valentin me agarraron de nuevo. —¡Dije basta! —gritó—¡Estás asustando a Rosario! —La vena en su frente sobresalía, la que aparecía sólo cuando se enfurecía.


Lo empujé y me empujó de regreso. Lancé otro golpe, pero lo esquivó.


—¡Iré a verla! —declaró Rosario—. ¡Voy a ver si está bien, y voy a hacer que te llame!

CAPITULO 176



El peso de sus palabras cayó en mí, y entendí lo que quería decir. Una parte de mí quería arrancar cada pedazo de tela entre nosotros, la otra encender todas las luces y sirenas. Estábamos finalmente en la misma página. No había necesidad de apresurarlo ahora.
Me alejé un poco, pero Paula sólo se volvió más determinada. Me puse en posición vertical sobre mis rodillas, pero Paula se quedó conmigo.


Agarré sus hombros para mantenerla a raya. —Espera un segundo —susurré, respirando fuerte—. No tienes que hacer esto, Paloma. Esto no es de lo que se trata está noche.


Aunque yo quería hacer lo correcto, la inesperada intensidad de Paula junto con el hecho de que no había tenido sexo en un periodo de tiempo que de seguro era el record de mi vida, mi pene estaba orgullosamente erecto contra mi bóxer.


Paula se recostó otra vez, y está vez la dejé acercarse lo suficiente para tocar sus labios con los míos. Me miró, seria y decidida. —No me hagas rogar —susurró contra mi boca.



No importaba cuan noble intenté ser, esas palabras saliendo de su boca me destruyeron. Agarré la parte de atrás de su cuello y sellé mis labios contra los suyos.


Los dedos de Paula recorrieron la longitud de mi espalda y se quedaron en el elástico de mi bóxer, antes de parecer querer contemplar su siguiente movimiento. Seis semanas de tensión sexual reprimida me abrumaron, y nos estrellamos en el colchón. Mis dedos se enredaron en su cabello mientras me posicionaba entre sus rodillas abiertas. Justo cuando nuestras bocas de encontraron de nuevo, deslizó su mano al frente de mi bóxer. Cuando sus suaves dedos tocaron mi piel desnuda, un gemido gutural surgió. Era el mejor maldito sentimiento que podría imaginar.


La vieja y gris camisa que Paula vestía fue la primera cosa en desaparecer.
Afortunadamente, la luna llena alumbraba la habitación lo suficiente para que yo pudiera apreciar sus pechos desnudos por sólo unos instantes antes de que impacientemente me moviera al resto de ella. Mi mano apretó sus bragas, y después las deslicé debajo de sus piernas. Probé su boca mientras seguía la línea interna de su pierna, y viajé por la longitud de su muslo. Mis dedos fueron dentro de la suave y mojada piel de Paula, y dejó escapar un largo y vacilante suspiro.
Antes de que fuera más allá, una conversación que habíamos tenido anteriormente no hace mucho se reprodujo en mi mente. Paula era virgen. Si esto era lo que ella realmente quería, yo tenía que ser gentil. La última cosa que quería hacer era herirla.
Sus piernas se doblaron y retorcieron con cada movimiento de mi mano.
Lamí y succioné diferentes puntos de su cuello mientras esperaba a que ella tomara una decisión. Sus caderas se movieron de lado a lado, y se mecieron de atrás hacia adelante, recordándome el modo en que bailó contra mí en el Red. Tiró de su labio inferior, y lo mordió,hundiendo sus dedos en mi espalda al mismo tiempo.
Me posicioné sobre ella. Todavía tenía puestos mi bóxer, pero podía sentir su piel desnuda contra mí. Era tan malditamente cálida, contenerme fue la cosa más difícil que jamás me había obligado a hacer. Ni siquiera un centímetro más y pude haber empujado a través de mi bóxer y haber estado dentro de ella.


—Paloma —dije jadeante—. No tiene que ser está noche.

Esperaré hasta que estés lista. —Paula alcanzó el cajón de arriba de la mesa de noche y la abrió. El sonido de plástico crujió en su mano, y después abrió el paquete cuadrado con sus dientes. Eso fue una luz verde, si alguna vez había visto una.


Mi mano dejó su espalda, y me bajé mi bóxer, pateándolo violentamente.
Toda la paciencia que tenía se había ido. La única cosa en la que podía pensar era en estar dentro de ella. Deslicé el látex sobre mí, y después bajé mis labios entre sus muslos, tocando las partes más sensibles de mi piel contra la suya.


—Mírame, Paloma —solté.


Sus grandes, redondos y grises ojos miraron en mi dirección. Era tan irreal.
Esto era sobre lo que había estado soñando desde la primera vez que ella me rodó los ojos, y estaba pasando finalmente. Ladeé mi cabeza, y después me incliné para
besarla tiernamente. Continué y después me tensé, empujando hacia adentro lo más gentilmente que pude. Cuando me hice hacia atrás, miré a los ojos de Paula.
Sus rodillas sostenían mis caderas en un agarre fuerte, y se mordió el labio inferior más fuertes que antes, pero sus dedos hacían presión sobre mi espalda,colocándome más cerca. Cuando me balanceé dentro de ella de nuevo, apretó los ojos con fuerza.


La besé suave y pacientemente. —Mírame —susurré.


Ella canturreó, gimió y gritó. Con cada sonido que hacía se me dificultaba más controlar mis movimientos. El cuerpo de Paula finalmente se relajó,permitiendo que me moviera contra ella en un movimiento más rítmico. Entre más rápido me movía, menos en control me sentía. Toqué cada parte de su piel, lamí y besé su cuello, mejillas y labios.


Me apretaba contra ella una y otra vez, y cada vez empujaba más dentro.


—Te he deseado por tanto tiempo,Paula. Eres todo lo que quiero —dije en un suspiró contra su boca.


Agarré su muslo con una mano y me apoyé en mi codo. Nuestros estómagos se deslizaron fácilmente contra el otro y gotas de sudor comenzaron a formarse en nuestra piel. Pensé en volverla, o en ponerla encima de mí, pero decidí que prefería sacrificar la creatividad por ser capaz de mirarla a los ojos, y quedarme tan cerca a ella como pudiera.


Justo cuando pensé que podía hacer que durará toda la noche,Paula suspiró—: Pedro.


El sonido de ella diciendo mi nombre en un suspiro me tomó desprevenido y me volvió loco. Tenía que ir más rápido, empujar más profundo hasta que cada músculo en mi cuerpo se tensara. Gemí y me sacudí un par de veces antes de colapsar finalmente.
Inhalé por la nariz contra su cuello. Ella olía a sudor, y su loción… y yo. Era malditamente fantástico.


—Ese fue un gran primer beso —dijo con una expresión contenta y cansada.


Escaneé su cara y sonreí. —Tú último primer beso.


Paula parpadeó, y después caí en el colchón con ella, agarrando su desnuda espalda baja.
De repente, la mañana era algo por lo que esperar. Iba a ser nuestro primer día juntos, en vez de empacar la miseria mal disimulada, podíamos quedarnos durmiendo, pasar una ridícula cantidad de tiempo en la cama, y después sólo disfrutar el día como pareja. Eso sonaba malditamente cerca al cielo para mí.
Tres meses atrás, nadie habría podido convencerme de que me sentiría de ese modo. Ahora, no había nada que quisiera más.
Un gran y relajado aliento movió mi pecho arriba y abajo lentamente mientras me quedaba dormido al lado de la segunda mujer que había amado.

CAPITULO 175



Paula tomó un bocado, y después otro, escasamente deteniéndose para tragar. Un pequeño gemido emanó de sus labios. —Esto está realmente bueno,Pepe —dijo todavía masticando—. Me lo había estado ocultado.


—Si te lo hubiera dicho antes, lo hubieras estado esperando todas las noches. —La sonrisa artificial que de algún modo puse, se desvaneció.


—Te voy a extrañar también, Pepe —dijo, todavía masticando.


—Vas a seguir viniendo, ¿cierto?


—Sabes que lo haré. Y tú vas a estar en lo de Morgan, ayudándome a estudiar, tal como lo hiciste antes.


—Pero no será lo mismo —suspiré—. Vas a estar saliendo con Adrian, nos vamos a mantener ocupados… nos vamos a ir en diferentes direcciones.


—No va a cambiar mucho.


Me reí una vez. —¿Quién hubiera pensado por la primera vez que nos conocimos que estaríamos sentados aquí? No hubieras podido decirme tres meses atrás que iba a ser tan miserable por despedirme de una chica.


La cara de Paula decayó. —No quiero que seas miserable.


—Entonces no te vayas.


Paula tragó saliva, y sus cejas se movieron infinitesimalmente. —No puedo mudarme aquí, Pedro. Eso es una locura.


—¿Quién lo dice? Acabo de tener las dos mejores semanas de mi vida.


—Yo también.



—¿Entonces por qué siento como si nunca fuera a volver a verte?


Me observó por un momento, pero no contestó. En su lugar se puso de pie y caminó alrededor de la mesa del desayuno, sentándose en mi regazo. Todo en mí quería mirarla a los ojos, pero tenía miedo de que si lo hacía trataría de besarla, y nuestra noche estaría arruinada.


Me abrazó, su suave mejilla presionando a la mía. —Te vas a dar cuenta que dolor en el trasero era yo. Y después te olvidarás acerca de todo eso de extrañarme—susurró en mi oído.


Froté mi mano en círculos entre sus omóplatos, tratando de ahogar la tristeza. —¿Lo prometes?


Paula me miró a los ojos, tocando cada lado de mi cara con sus manos.
Acarició mi quijada con su pulgar. Pensamientos de rogarle que se quedara pasaron por mi mente, pero no me escucharía. No del otro lado de su burbuja.
Paula cerró sus ojos y se recostó. Sabía que ella quería besar la esquina de mi boca, pero volteé el rostro para que nuestros labios se encontraran. Era mi última oportunidad. Tenía que darle un beso de despedida. Se paralizó un momento, pero después su cuerpo se relajó, y dejó que sus labios permanecieran en los míos.


Paula finalmente se alejó, jugando con una sonrisa. —Tengo un día importante mañana. Voy a limpiar la cocina, y después me voy a ir a la cama.


—Te ayudaré.


Lavamos los platos juntos en silencio, con Moro dormido a nuestros pies.
Sequé el último plato y lo puse en el estante, y después alcancé su mano para guiarla al corredor. Cada pasó era una agonía.
Paula se bajó sus vaqueros, y después levantó su camisa sobre su cabeza.
Agarrando una de mis camisas del armario, dejó al gris y desgastado material de algodón deslizarse sobre su cabeza. Me quité la ropa y sólo dejé mi bóxer como había hecho docenas de veces con ella en la habitación, pero esta vez la solemnidad llenaba la habitación.
Nos subimos a la cama, y apagué la lámpara. Inmediatamente envolví mis brazos a su alrededor y suspiré, y ella posicionó su rostro en mi cuello.
Los árboles afuera de mi ventana formaban una sombra en las paredes.
Traté de concentrarme en sus figuras y en la forma en que la luz y el viento cambiaban la forma de sus siluetas contra los diferentes ángulos de la pared.
Cualquier cosa para evitar de mi mente los números en el reloj, o cuan cerca estábamos de la mañana.
La mañana. Mi vida iba a cambiar para empeorar en sólo unas horas.
Jesucristo. No podía resistirlo. Apreté mis ojos cerrados, tratando de bloquear ese tren de pensamientos.


—¿Pepe, estás bien?


Me tomó un poco formar las palabras. —Nunca he estado menos bien en mi vida.

Presionó su frente contra mi cuello de nuevo, y la apreté más.


—Esto es una tontería —dijo—. Vamos a vernos todos los días.


—Sabes que no es verdad.


Su cabeza ladeó un poco hacia arriba. No estaba seguro si me miraba fijamente, o se alistaba para decirme algo.

Esperé en la oscuridad, en el silencio,sintiendo como si el mundo fuera a derrumbarse a mí alrededor en cualquier
segundo. Sin advertencia, Paula frunció sus labios y tocó mi cuello con ellos. Su boca se abrió cuando probó mi piel, y la calidad humedad de su boca permaneció en ese punto.
Bajé la mirada en su dirección, tomado completamente por sorpresa. Una familiar chispa ardía tras la ventana de sus ojos. Inseguro de cómo pasó,finalmente había llegado hasta ella. Paula finalmente se había dado cuenta de mis sentimientos hacia ella, y la luz de pronto había entrado.
Me incliné, presionando mis labios contra los suyos, suave y lento. Mientras más tiempo nuestras bocas permanecían unidas, más me sentía abrumado por la realidad del asunto.
Paula me puso más cerca de ella. Cada movimiento que hacía era una afirmación más de la respuesta. Ella sentía lo mismo. Me quería. Me deseaba.
Quería correr alrededor de la calle y gritar en celebración, y al mismo tiempo no quería mover mi boca de la suya.
Su boca se abrió, y moví mi lengua adentro, probando y buscando suavemente.


—Te deseo.