miércoles, 21 de mayo de 2014

CAPITULO 174




Dos semanas. Eso era todo lo que me quedaba para, ya fuera,disfrutar el tiempo que nos quedaba juntos, o de algún modo demostrarle a Paula que yo podía ser quién ella necesitaba.
Me vuelvo encantador; quito todos los inconvenientes; no reparo en gastos.
Fuimos a los bolos, a cenar, a almorzar, y al cine. También pasamos tanto tiempo en el apartamento como era posible: rentábamos películas, ordenábamos comida,cualquier cosa para estar a solas con ella. No tuvimos ni una sola pelea.
Agustin llamó un par de veces. Aunque hice un buen papel, él no estaba feliz con cuán cortas eran las peleas. Dinero era dinero, pero yo no quería desperdiciar el tiempo estando lejos de Paloma.
Ella estaba más feliz de lo que nunca la había visto, y por primera vez, me sentí como un ser humano normal y completo, en vez de un hombre enojado y roto.
En las noches, podíamos recostarnos y acurrucarnos como una vieja pareja de casados. Entre más se acercaba la última noche, más luchaba por mantenerme optimista y pretender que no estaba desesperado por mantener nuestras vidas del modo en el que estaban.


La noche anterior a la última, Paula optó por cenar en Pizza Shack. Todo era perfecto: las migajas en el suelo rojo, el olor a grasa y especias en el aire, menos el desagradable equipo de fútbol.
Perfecto pero triste. Era el primer sitio en el que íbamos a cenar juntos. Paula se rió mucho, pero nunca se abrió. Nunca mencionó nuestro tiempo juntos.
Todavía en esa burbuja. Todavía inconsciente. Que mis esfuerzos estuvieran siendo ignorados algunas veces era exasperante, pero ser paciente y mantenerla feliz era la única manera en la que tenía alguna oportunidad de tener éxito.
Ella se durmió aquella noche con bastante rapidez. Mientras dormía a tan sólo unos centímetros, la observé, tratando de guardar su imagen en mi memoria.
La manera en la que sus pestañas caían contra su piel; la manera en la que su húmedo cabello se sentía contra mi brazo; el frutal, limpio olor que emanaba de su aromatizado cuerpo: el apenas audible ruido que su nariz hacía cuando exhalaba.
Estaba tan tranquila, y se había acostumbrado a dormir en mi cama.
Las paredes rodeándonos estaban cubiertas con fotos de Paula en la época en la que estaba en el apartamento. Era oscuro, pero cada una estaba relacionada a un recuerdo. Ahora que finalmente se sentía como casa, se iba a ir.
La mañana del último día de Paula aquí se sentía como si fuera a ser tragado por el dolor, sabiendo que ella empacaría a la mañana siguiente para Morgan Hall.
Paloma estaría alrededor, tal vez me visitaría ocasionalmente, probablemente con Rosario, pero estaría con Adrian. Estaba al borde de perderla.
El sillón crujió un poco mientras me balanceaba adelante y atrás, esperando a que se despertara. El apartamento estaba en silencio. Demasiado silencioso. El silencio pesaba sobre mí.
La puerta de Valentin chilló mientras se abría y cerraba, y los pies descalzos de mi primo golpearon contra el suelo. Su cabello estaba levantado en todas las direcciones y sus ojos entrecerrados. Procedió a sentarse en la silla para dos, y me
observó por un rato debajo de la capucha de su sudadera.
Podría haber estado frío. No me di cuenta.


—¿Pepe? La vas a ver de nuevo.


—Lo sé.


—Por la mirada en tu cara, no creo que lo sepas.


—No será los mismo, Valen. Vamos a vivir diferentes vidas, a separarnos.Ella estará con Adrian.


—Tú no sabes eso. Adrian mostrará lo imbécil que es. Ella se dará cuenta.


—Entonces alguien más como Adrian.


Valentin suspiró y puso una pierna en el sofá, sosteniéndolo por el tobillo. —¿Qué puedo hacer?


—No me había sentido así desde que mamá murió. No sé qué hacer —dije ahogado—. La voy a perder.


Las cejas de Valentin se juntaron. —¿Así que vas a renunciar a pelear, eh?


—He intentado todo. No puedo dejarla. Tal vez no sienta lo mismo que yo.


—O tal vez sólo está intentando no hacerlo. Escucha. 
Rosario y yo nos haremos invisibles. Todavía tienes está noche. Haz algo especial. Compra una botella de vino. Hazle espagueti. Haces un malditamente buen espagueti.


Un lado de mi boca se curvo. —El espagueti no va a hacer que ella cambie de opinión.


Valentin sonrió. —Nunca se sabe. Tu manera de cocinar es la razón por la que decidí mudarme contigo e ignorar el hecho de que eres un puto loco.


Asentí. —Lo intentaré. Intentaré lo que sea.


—Sólo hazlo memorable, Pepe —dijo Valentin encogiéndose de hombros—Ella podría entrar en razón.


Valentin y Rosario se ofrecieron a recoger un par de cosas de la tienda de víveres, así yo podría hacer la cena para Paula. Valentin incluso accedió a hacer una parada en la tienda departamental para recoger una vajilla nueva de plata y así no tendríamos que usar la mierda de vajilla “mezcla y combina” que teníamos en los gabinetes.


Mi última noche con Paula estaba lista.


Mientras acomodaba las servilletas esa noche, Paula apareció de la esquina en unos vaqueros agujereados y una camisa blanca suelta y floja.


—He estado salivando. Lo que sea que estás preparando, huele muy bien.


Serví el espagueti con la salsa Alfredo encima en su plato hondo, deslicé el pollo cajún rostizado encima, y después rocié un poco de tomate y cebolla verde picados.


—Esto es lo que he estado cocinando —dije, posicionando el plato frente a la silla de Paula. Se sentó, y sus ojos se abrieron, y después me observó llenar mi propio plato.


Arrojé un trozo de pan de ajo en su plato, y sonrió. —Pensaste en todo.


—Sí, así es —dije, descorchando el vino. El líquido rojo oscuro se derramó un poco cuando fluyó en su copa, y rió entre dientes.


—¿Sabes? No tenías que hacer todo esto.


Fruncí los labios. —Sí, sí tenía que hacerlo.

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