miércoles, 21 de mayo de 2014

CAPITULO 175



Paula tomó un bocado, y después otro, escasamente deteniéndose para tragar. Un pequeño gemido emanó de sus labios. —Esto está realmente bueno,Pepe —dijo todavía masticando—. Me lo había estado ocultado.


—Si te lo hubiera dicho antes, lo hubieras estado esperando todas las noches. —La sonrisa artificial que de algún modo puse, se desvaneció.


—Te voy a extrañar también, Pepe —dijo, todavía masticando.


—Vas a seguir viniendo, ¿cierto?


—Sabes que lo haré. Y tú vas a estar en lo de Morgan, ayudándome a estudiar, tal como lo hiciste antes.


—Pero no será lo mismo —suspiré—. Vas a estar saliendo con Adrian, nos vamos a mantener ocupados… nos vamos a ir en diferentes direcciones.


—No va a cambiar mucho.


Me reí una vez. —¿Quién hubiera pensado por la primera vez que nos conocimos que estaríamos sentados aquí? No hubieras podido decirme tres meses atrás que iba a ser tan miserable por despedirme de una chica.


La cara de Paula decayó. —No quiero que seas miserable.


—Entonces no te vayas.


Paula tragó saliva, y sus cejas se movieron infinitesimalmente. —No puedo mudarme aquí, Pedro. Eso es una locura.


—¿Quién lo dice? Acabo de tener las dos mejores semanas de mi vida.


—Yo también.



—¿Entonces por qué siento como si nunca fuera a volver a verte?


Me observó por un momento, pero no contestó. En su lugar se puso de pie y caminó alrededor de la mesa del desayuno, sentándose en mi regazo. Todo en mí quería mirarla a los ojos, pero tenía miedo de que si lo hacía trataría de besarla, y nuestra noche estaría arruinada.


Me abrazó, su suave mejilla presionando a la mía. —Te vas a dar cuenta que dolor en el trasero era yo. Y después te olvidarás acerca de todo eso de extrañarme—susurró en mi oído.


Froté mi mano en círculos entre sus omóplatos, tratando de ahogar la tristeza. —¿Lo prometes?


Paula me miró a los ojos, tocando cada lado de mi cara con sus manos.
Acarició mi quijada con su pulgar. Pensamientos de rogarle que se quedara pasaron por mi mente, pero no me escucharía. No del otro lado de su burbuja.
Paula cerró sus ojos y se recostó. Sabía que ella quería besar la esquina de mi boca, pero volteé el rostro para que nuestros labios se encontraran. Era mi última oportunidad. Tenía que darle un beso de despedida. Se paralizó un momento, pero después su cuerpo se relajó, y dejó que sus labios permanecieran en los míos.


Paula finalmente se alejó, jugando con una sonrisa. —Tengo un día importante mañana. Voy a limpiar la cocina, y después me voy a ir a la cama.


—Te ayudaré.


Lavamos los platos juntos en silencio, con Moro dormido a nuestros pies.
Sequé el último plato y lo puse en el estante, y después alcancé su mano para guiarla al corredor. Cada pasó era una agonía.
Paula se bajó sus vaqueros, y después levantó su camisa sobre su cabeza.
Agarrando una de mis camisas del armario, dejó al gris y desgastado material de algodón deslizarse sobre su cabeza. Me quité la ropa y sólo dejé mi bóxer como había hecho docenas de veces con ella en la habitación, pero esta vez la solemnidad llenaba la habitación.
Nos subimos a la cama, y apagué la lámpara. Inmediatamente envolví mis brazos a su alrededor y suspiré, y ella posicionó su rostro en mi cuello.
Los árboles afuera de mi ventana formaban una sombra en las paredes.
Traté de concentrarme en sus figuras y en la forma en que la luz y el viento cambiaban la forma de sus siluetas contra los diferentes ángulos de la pared.
Cualquier cosa para evitar de mi mente los números en el reloj, o cuan cerca estábamos de la mañana.
La mañana. Mi vida iba a cambiar para empeorar en sólo unas horas.
Jesucristo. No podía resistirlo. Apreté mis ojos cerrados, tratando de bloquear ese tren de pensamientos.


—¿Pepe, estás bien?


Me tomó un poco formar las palabras. —Nunca he estado menos bien en mi vida.

Presionó su frente contra mi cuello de nuevo, y la apreté más.


—Esto es una tontería —dijo—. Vamos a vernos todos los días.


—Sabes que no es verdad.


Su cabeza ladeó un poco hacia arriba. No estaba seguro si me miraba fijamente, o se alistaba para decirme algo.

Esperé en la oscuridad, en el silencio,sintiendo como si el mundo fuera a derrumbarse a mí alrededor en cualquier
segundo. Sin advertencia, Paula frunció sus labios y tocó mi cuello con ellos. Su boca se abrió cuando probó mi piel, y la calidad humedad de su boca permaneció en ese punto.
Bajé la mirada en su dirección, tomado completamente por sorpresa. Una familiar chispa ardía tras la ventana de sus ojos. Inseguro de cómo pasó,finalmente había llegado hasta ella. Paula finalmente se había dado cuenta de mis sentimientos hacia ella, y la luz de pronto había entrado.
Me incliné, presionando mis labios contra los suyos, suave y lento. Mientras más tiempo nuestras bocas permanecían unidas, más me sentía abrumado por la realidad del asunto.
Paula me puso más cerca de ella. Cada movimiento que hacía era una afirmación más de la respuesta. Ella sentía lo mismo. Me quería. Me deseaba.
Quería correr alrededor de la calle y gritar en celebración, y al mismo tiempo no quería mover mi boca de la suya.
Su boca se abrió, y moví mi lengua adentro, probando y buscando suavemente.


—Te deseo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario