sábado, 3 de mayo de 2014

CAPITULO 118



Malditos buitres, pueden esperar por horas. También días. Noches.
Mirándote, escogiendo qué partes de ti arrancarán primero, qué piezas serían las más dulces, las más tiernas, o simplemente qué parte sería la más conveniente.
Lo que no saben, lo que nunca han anticipado, es que la presa está fingiendo. Son los buitres los que son fáciles. Sólo cuando piensan que todo lo que tienen que hacer es tener paciencia, sentarse y esperar a que expires, es el momento de sorprenderlos. Ese es el momento de traer tu arma secreta: una absoluta falta de respeto al Status Quo; rechazar el orden normal de las cosas.
Ahí es cuando los sacudes con mucha fuerza. No te importa una mierda.
Un oponente en el Círculo, algún imbécil malo al azar tratando de exponer tu debilidad con insultos, una mujer tratando de amarrarte; sucede cada vez.
Había tenido mucho cuidado desde muy joven para vivir mi vida de esta manera. Estos imbéciles con su corazón sangrando, iban por ahí dando su alma a cada banshee “caza-fortuna” que les sonreía. Pero de alguna manera yo era de los que nadaban contra la corriente. Era un hombre diferente. Mi forma de vivir era más difícil, si me preguntaban. Dejaba la emoción en la puerta, y la reemplazaba con insensibilidad, o ira, que era mucho más fácil de controlar, era simple. Dejarte sentir vulnerable. Tantas veces como he tratado de explicar este error a mis hermanos, primos, o amigos, me recibieron con escepticismo.
Tantas veces como los había visto llorando o perdiendo el sueño por alguna puta tonta en un maldito par de tacones que nunca daba una mierda por ellos de todos modos, no podían entenderlo. Las mujeres con ese tipo de angustia no dejaban que te enamores de ellas tan fácilmente. No se inclinaban en tu sofá o te permitían encantarlas en su habitación la primera noche, ni siquiera la décima.
Mis teorías fueron ignoradas porque esa no era la manera en que las cosas sucedían.
Atracción, sexo, enamoramiento, amor y luego la angustia. Ese era el orden lógico. Y siempre había sido así.
Pero no para mí. De. Ninguna. Maldita. Manera.
Decidí hace mucho tiempo que alimentaría a los buitres hasta que una paloma llegara. Una paloma. El tipo de alma que no le impediría nada a nadie, que simplemente camine y se preocupe de sus propios asuntos, tratando de pasar por la vida sin joder al resto de las personas con sus propias necesidades y hábitos egoístas. Valiente. Una comunicadora. Inteligente. Hermosa. De voz suave. Una criatura que fuera camarada con la vida. Inalcanzable hasta que tenga una razón para confiar en ti.
Mientras estaba parado en la puerta de mi apartamento, chasqueé la última parte de las cenizas fuera de mi cigarro, la chica con chaqueta de color rosa y sangre en el Círculo destelló en mi memoria. Sin pensarlo, la llamé Paloma. En el momento, fue un apodo estúpido para ponerla más incómoda de lo que ya estaba.
Su rostro manchado con carmesí, sus ojos muy abiertos. Exteriormente parecía inocente, pero me di cuenta de que era sólo su ropa. La empujé de mi memoria mientras miraba fijamente la sala de estar.
Aldana estaba acostada perezosamente en mi sofá, mirando la televisión. Se veía aburrida y me pregunté por qué seguía en mi apartamento. Por lo general, tomaba su mierda y se iba antes de que la echara.
La puerta se quejó cuando la abrí un poco más. Me aclaré la garganta y recogí mi mochila por las correas. —Aldana. Me voy.
Se incorporó, estiró, y luego se apoderó de la cadena de su bolso excesivamente grande. No podía imaginar que tuviera suficientes pertenencias para llenarlo. Colocó los eslabones de plata por encima de su hombro y luego se deslizó sobre sus tacones, paseándose por la puerta.
—Mándame un mensaje si estás aburrido —dijo sin mirarme. Se puso sus gigantes gafas de sol y luego bajó las escaleras, sin encontrarse afectada por despedirla. Su indiferencia era exactamente la razón por la que Aldana era una de mis pocas viajeras frecuentes. No lloró por el compromiso o tuvo una rabieta.
Tomó nuestro arreglo por lo que era, y luego se fue.

CAPITULO 117



Papá pensó por un minuto, se limpió la nariz con su manga, y luego asintió.

Salió con fuertes pisadas de la habitación, como si estuviera enojado.

Miré a mami, la observé tratando de respirar, y vi a Becky comprobando los números en la caja junto a ella. Toqué la muñeca de mamá. Los ojos de Becky parecían saber algo que yo no, y eso hizo que mi estómago se sintiera enfermo.

—Sabes, Pedro —dijo Becky, inclinándose para que pudiera mirarme a los ojos—, la medicina que le estoy dando a tu mamá la hará dormir, pero a pesar de que está durmiendo, aun puede oírte. Todavía puedes decirle a mami que la amas y que la extrañarás, y ella escuchará todo lo que digas.

Miré a mami, pero rápidamente negué con mi cabeza. —No quiero perderla.

Becky puso su suave y cálida mano en mi hombro, justo como mami solía hacerlo cuando yo estaba enojado. —Tu mamá quiere estar aquí contigo. Quiere mucho eso. Pero Jesús la quiere con él en este momento.

Fruncí el ceño. —Yo la necesito más que Jesús.

Becky sonrió, y luego besó mi coronilla.


Papá tocó en la puerta y la abrió. Mis hermanos se agruparon alrededor de él en el pasillo, y Becky me condujo de la mano para unirme a ellos.

Los ojos de Marcos no dejaron la cama de mami, y Manuel y Nahuel miraron a todos lado, excepto a la cama. Me hizo sentir mejor de alguna manera que todos parecían tan asustados como yo.

Pablo estaba de pie junto a mí, un poco más adelante, como la vez que me protegió cuando jugábamos en el patio delantero y los chicos del vecindario trataron de buscar pelea con Nahuel —No se ve bien —dijo Pablo.

Papá se aclaró la garganta. —Mamá ha estado muy enferma durante mucho tiempo, chicos, y es tiempo para ella... es momento de que ella... —Su voz se fue apagando poco a poco.

Becky ofreció una pequeña y simpática sonrisa. —Su mamá no ha estado comiendo o tomando algo. Su cuerpo se está yendo. Esto será muy difícil, pero es un buen momento para que le digan a su madre que la aman, y la extrañarán, y eso
está bien para que ella se vaya. Necesita saber que eso está bien.

Mis hermanos asintieron al unísono. Todos, excepto yo. No estaba bien. No quería que se fuera. No me importaba si Jesús la quería o no. Ella era mi mami. Él podría tomar a una mami mayor. Una que no tuviera niños pequeños que cuidar.

Traté de recordar todo lo que me dijo. Traté de pegarlo dentro de mi cabeza: Juega.Visita a papá. Pelea por lo que amas. Esa última cosa me molestaba. Amaba a mami, pero no sabía cómo luchar por ella.

Becky se inclinó hacia el oído de mi papá. Él negó con la cabeza, y después asintió hacia mis hermanos. —De acuerdo, chicos. Vamos a decir adiós, y luego tienes que meter a tus hermanos en la cama, Pablo. No necesitan estar aquí para lo demás.

—Sí, señor —dijo Pablo. Sabía que estaba fingiendo una cara valiente. Sus ojos estaban tan tristes como los míos.

Pablo habló con ella por un rato, luego Manuel y Nahuel le susurraron cosas en cada uno de sus oídos. Marcos lloró y la abrazó por mucho tiempo. Todos le dijeron que estaba bien para ella dejarnos. Todos menos yo. Mami no respondió a nada esta vez.

Pablo tiró de mi mano, sacándome de su dormitorio. Caminé hacia atrás hasta que estuvimos en el pasillo. Traté de fingir que ella sólo iba a dormir, pero mi cabeza se puso difusa. 

Pablo me cargó y me llevó por las escaleras. Sus pies subieron más rápido cuando los lamentos de papá llegaron a través de las paredes.

—¿Qué te dijo a ti? —preguntó Pablo, encendiendo el grifo de la bañera.

No respondí. Lo escuché preguntar, y recordé como ella me dijo que lo hiciera, pero mis lágrimas no funcionarían y mi boca tampoco.

Pablo me quitó la camisa sucia por encima de mi cabeza y mis pantalones cortos y luego bajó los calzoncillos entrenadores de Pablo y Tren al suelo. —Es hora de entrar a la bañera, pequeño. —Me levantó del suelo y me sentó en el agua tibia, empapando la esponja y apretándola desde arriba de mi cabeza. No parpadeé. Ni siquiera traté de quitar el agua de mi cara, aun cuando odiaba eso.

—Ayer, mamá me dijo que cuidara de ti y de los gemelos, y de papá. —Pablo cruzó sus manos en el borde de la bañera y apoyó su barbilla sobre ellas,mirándome—. Así que eso es lo que haré, Pepe, ¿de acuerdo? Voy a cuidar de ti.
Así que no te preocupes. Juntos, vamos a extrañar a mamá, pero no estés asustado.Me aseguraré de que todo esté bien. Lo prometo.

Quería asentir, o abrazarlo, pero nada funcionó. A pesar de que debería haber estado luchando por ella, yo estaba en el segundo piso, en una bañera llena de agua, inmóvil como una estatua. Ya la había defraudado. Le prometí en el
fondo de mi cabeza que haría todas las cosas que me había dicho tan pronto como mi cuerpo volviera a funcionar. 

Cuando la tristeza se fuera, siempre jugaría y siempre pelearía. Duro.

CAPITULO 116



Cada historia tiene dos lados. 
Ahora es el momento de ver la historia a través de los ojos de Pedro.



Incluso con el sudor en su frente y el salto en su respiración, no parecía enferma. Su piel no tenía el resplandor melocotón al que yo estaba acostumbrado, y sus ojos no eran tan brillantes, pero todavía era hermosa. La mujer más hermosa que jamás vería.

Su mano se dejó caer de la cama y su dedo tembló. Mis ojos se mueven desde sus frágiles y amarillentas uñas, a su delgado brazo, por su hombro huesudo, finalmente fijándome en sus ojos. Me estaba mirando, sus párpados abiertos en dos rendijas, sólo lo suficiente para hacerme saber que ella sabía que yo estaba ahí. Eso es lo que amaba de ella. Cuando me miraba, realmente me veía. 

No miraba más allá de mí a las otras docenas de cosas que necesitaba hacer con su día, o desconectarse de mis estúpidas historias. Ella escuchaba, y eso la hacía realmente feliz. Todos los demás parecían asentir sin escuchar, pero ella no. Ella jamás.

—Pedro —dijo, su voz ronca. Se aclaró la garganta, y las esquinas de su boca se curvaron—. Ven aquí, bebé. Está bien. Ven.

Papá puso un par de dedos en mi nuca y me empujó hacia adelante mientras escuchaba a la enfermera. Papá la llamaba Becky. Llegó a la casa por primera vez hace unos días. Sus palabras eran suaves y sus ojos eran un poco amables, pero no me agradaba Becky. No puedo explicarlo, pero que estuviera aquí me asustaba. Sabía que estaba aquí para ayudar, pero eso no era algo bueno, a pesar de que mi papá está de acuerdo con ella.

El empujoncito de papá me llevó varios pasos al frente, lo suficientemente cerca de mamá para que pudiera tocarme. 

Estiró sus largos y elegantes dedos y acarició mi brazo. —Está bien,Pedro —susurró—. Mami quiere decirte algo.

Metí mi dedo en la boca y lo empujé alrededor de mis encías, poniéndome inquieto. Asentir hizo que su pequeña sonrisa creciera, así que me aseguré de hacer más movimientos con mi cabeza mientras di un paso hacia su cara.

Usó lo que quedaba de su fuerza para deslizarse más cerca de mí, y luego tomó un respiro. —Lo que voy a pedirte será muy duro, hijo. Sé que lo puedes hacer, porque ahora eres un niño grande.

Asentí de nuevo, haciéndola sonreír, incluso si no lo decía en serio. Sonreír cuando se veía tan cansada e incómoda no se siente bien, pero ser valiente la hacía feliz. Así que fui valiente.

—Pedro, necesito que escuches lo que voy a decir, y aun más importante,necesito que lo recuerdes. Esto será muy difícil. He estado tratando de recordar cosas de cuando tenía tres años, y yo.... —Su voz se desvaneció, el dolor fue muy fuerte por un momento.

—¿El dolor se está poniendo inmanejable, Ana? —dijo Becky, empujando una aguja en la intravenosa de mamá.

Después de unos momentos, mami se relajó. Tomó otro respiro y lo intentó de nuevo.

—¿Puedes hacer eso por mami? ¿Puedes recordar lo que voy a decir? —

Asentí de nuevo, y levantó una mano en mi mejilla. Su piel no era muy cálida, y sólo pudo mantener su mano por unos segundos antes de que se pusiera temblorosa y cayera sobre la cama—. En primer lugar, está bien estar triste. Está bien sentir cosas. Recuerda eso. Segundo, se un niño tanto como puedas. Juega,Pedro. Sé tonto. —Sus ojos le restan importancia—. Y tú y tus hermanos cuídense los unos a los otros, y a tu padre. Incluso cuando crezcan y se vayan a otro lugar, es importante volver a casa. ¿De acuerdo?

Mi cabeza se balanceó de arriba abajo, desesperado por complacerla.

—Uno de estos días, te enamorarás, hijo. No te conformes con cualquier persona. Elige a la chica que no sea fácil, una por la que tengas que luchar, y después nunca dejes de pelear. Nunca... —Tomó un suspiro profundo—, dejes de luchar por lo que quieres. Y nunca... —Frunció el ceño—, olvides que mami te ama.Incluso si no puedes verme. —Una lágrima cayó por su mejilla—. Siempre,siempre te amaré.

Tomó una respiración entrecortada y luego tosió.

—De acuerdo —dijo Becky, pegando una cosa de aspecto gracioso en sus oídos. Mantuvo el otro extremo en el pecho de mami—. Hora de descansar.

—No hay tiempo —susurró mami.

Becky miró a mi papá. —Nos estamos acercando, señor Alfonso.Probablemente debería traer al resto de los chicos para despedirse.

Los labios de papá hicieron una dura línea, y sacudió su cabeza. —No estoy listo. —Se atragantó.

—Nunca estarás listo para perder a tu esposa, Horacio. Pero no quieres dejarla ir sin que los chicos le digan adiós.