miércoles, 4 de junio de 2014

CAPITULO 224




Paula 

 —¿En tres horas? —Mantuve mis músculos relajados, aunque todo mi cuerpo quería tensarse. Estábamos perdiendo mucho tiempo, y no tenía manera de explicarle a Pedro por qué necesita acabar con esto de una vez.


¿Acabar con esto de una vez? ¿Así es como me sentía realmente al respecto? 


Tal vez no se trataba sólo de que Pedro necesitaba una coartada plausible. Tal vez tenía miedo de acobardarme si tenía demasiado tiempo para pensar en lo que íbamos a hacer.  


—Sí —dijo Pedro—. Supuse que necesitarías tiempo para conseguir un vestido y un peinado y toda esa mierda femenina. ¿Me... me equivoqué?


—No. No, está bien. Supongo que pensé que llegaríamos aquí y simplemente lo haríamos. Pero, tienes razón.


—No vamos a ir al Red, Paloma. Nos vamos a casar. Sé que no es en una iglesia, pero pensé que...


—Sí. —Sacudí la cabeza y cerré los ojos por un segundo, y luego lo miré—Sí, tienes razón. Lo siento. Voy a bajar para buscar algo blanco, y luego vuelvo aquí y me prepararé. Si no puedo encontrar algo aquí, me iré a Crystals. Hay más tiendas allí.



Pedro se acercó a mí, deteniéndose a tan sólo unos centímetros de distancia. 

Me miró durante unos instantes, el tiempo suficiente para hacerme retorcer.


—Dime —dijo en voz baja. Sin importar cuánto tratara de justificarme, él me conocía lo suficientemente bien para saber —cara de póquer o no— que le ocultaba algo.


—Creo que lo que estás percibiendo es agotamiento. No he dormido en casi veinticuatro horas.


Suspiró, me besó en la frente, y luego se fue a la nevera. Se inclinó, y luego se volvió, sosteniendo dos pequeñas latas de Red Bull. —Problema resuelto.


—Mi prometido es un genio.


Me entregó una lata y, a continuación, me tomó en sus brazos. —Me gusta eso.


—¿Qué crea que eres un genio?


—Ser tu prometido.


—¿Sí? Todavía no me acostumbro a eso. Te llamaré de una manera diferente en tres horas.


—Me va a gustar aún más el nuevo nombre.


Sonreí, viendo a Pedro abrir la puerta del baño. 

—Mientras encuentras un vestido, me voy a tomar otra ducha, afeitarme, y luego tratar de encontrar algo que ponerme.


—¿Así que no estarás aquí cuando vuelva? 

—¿Quieres que esté? Es en la capilla Graceland, ¿verdad? Pensé que simplemente nos encontraríamos allí.


—Va a ser bastante lindo vernos mutuamente en la capilla, justo antes de hacerlo, vestida y lista para caminar por el pasillo. 

—¿Vas a caminar sola por Las Vegas durante tres horas?

—Crecí aquí, ¿recuerdas?


Pedro pensó por un momento. —¿Guillermo sigue trabajando como supervisor del casino?


Levanté una ceja. —No lo sé. No he hablado con él. Pero incluso si así fuera, el único casino que me queda cerca es el Bellagio, y eso está justo a la suficiente distancia para que yo camine a nuestra habitación.


Pedro pareció satisfecho con eso, y luego asintió. —Nos vemos allí. —Me guiñó un ojo, y luego cerró la puerta del baño.


Agarré mi bolso de la cama y la llave electrónica de la habitación, y, después de echar un vistazo a la puerta del baño, agarré el celular de Pedro de la mesa de noche.


Abriendo los contactos, presioné sobre el nombre que necesitaba, envié la información de contacto a mi teléfono a través de un mensaje de texto, y luego borré el mensaje al segundo en que se envió. Cuando dejé abajo el teléfono, la puerta del baño se abrió y Pedro apareció en sólo una toalla.  


—¿Licencia matrimonial? —preguntó.


—La capilla se hará cargo de eso por un pago extra. 

Pedro asintió, pareciendo aliviado, y luego cerró la puerta de nuevo.


Jalé la puerta de la habitación para abrirla y me dirigí al ascensor,registrando y luego llamando al nuevo número.


—Por favor, contesta —susurré. El ascensor se abrió, revelando una multitud de mujeres jóvenes, probablemente sólo un poco mayores que yo. Se reían y arrastraban las palabras, la mitad de ellas discutiendo acerca de su noche y las demás decidiendo si debían ir a la cama o sólo quedarse levantadas para no perder sus vuelos a casa.


—Contesta, maldita sea —dije después del primer timbre. 


Tres timbres después, saltó el correo de voz.


Te has comunicado con Marcos. Ya sabes qué hacer.  

—Ugh —resoplé, dejando que mi mano cayera a mi muslo. La puerta se abrió, y caminé con propósito hacia las tiendas de Bellagio.


Después de buscar por demasiados lujos, demasiada mala calidad, demasiado encaje, demasiadas cuentas, y demasiado... de todo, por fin lo encontré: el vestido que usaría cuando me convertiría en la señora Alfonso. Era blanco, por supuesto, y llegaba hasta las rodillas. Bastante simple, de verdad, excepto por el escote y una cinta de raso blanco que se ataba alrededor de la cintura. Me paré en el espejo, dejando que mis ojos estudiaran cada línea y detalle. 


Era hermoso, y me sentía hermosa en él. En sólo un par de horas, estaría parada junto a Pedro Alfonso, viendo cómo sus ojos captan cada curva de la tela.
 
Caminé a lo largo de la pared, explorando los numerosos velos. Después de intentar con el cuarto, lo puse de nuevo en su cubículo, nerviosa. Un velo era demasiado formal. Demasiado inocente. Otro me llamó la atención, y caminé allí,dejando que mis dedos se deslizaran sobre las diferentes cuentas, perlas, piedras y metales de diversas horquillas. Eran menos delicadas, y más... yo. Había muchos en la mesa, pero yo seguía regresando a uno en particular. Tenía una pequeña peinilla de plata, y el resto era sólo decenas de diamantes de imitación de diferentes tamaños que de alguna manera formaban una mariposa. Sin saber por qué, lo sostuve en mi mano, segura de que era perfecto. 

Los zapatos se hallaban en la parte trasera de la tienda. No tenía una gran cantidad para elegir, pero por suerte no fui muy exigente y elegí el primer par de tacones de tiras plateadas que vi. Dos tirantes pasaron sobre mis dedos de los pies, y dos más alrededor de mi tobillo, con un grupo de perlas para camuflar el cinturón. Afortunadamente tenían disponible la talla seis, así que me dirigí a la última cosa en mi lista: la joyería.


Elegí un simple pero elegante par de pendientes de perla. En la parte superior, donde se sujetaban a mi oreja, había un pequeño circonio cúbico, lo suficientemente llamativo para una ocasión especial, y un collar a juego. Nunca en mi vida había querido destacar. Al parecer, ni siquiera mi boda me cambiaría eso.


Pensé en la primera vez que estuve de pie frente a Pedro


Estaba sudoroso, sin camisa, y jadeando, y yo estaba cubierta de sangre de Cristian Young. Eso fue hace sólo seis meses, y ahora nos vamos a casar. Y tengo diecinueve años. Sólo tengo diecinueve años.

¿Qué diablos estoy haciendo?


Me paré en la caja registradora, mirando imprimirse el recibo para el vestido, los zapatos, la horquilla, y la joyería, tratando de no hiperventilar.


La pelirroja detrás del mostrador arrancó el recibo y me lo entregó con una sonrisa. —Es un vestido precioso. Una buena elección.


—Gracias —le dije. No estaba segura de sí le devolví la sonrisa o no. De repente, aturdida, me alejé, sosteniendo la bolsa contra mi pecho.  

Después de una breve parada en la tienda de joyas buscando un anillo de bodas de titanio negro para Pedro, eché un vistazo a mi teléfono y luego lo dejé de nuevo en mi bolso. Lo estaba haciendo bien.


Cuando entré en el casino, mi bolso comenzó a vibrar. Puse la bolsa entre mis piernas y busqué el teléfono. Después de que sonó dos veces, mis dedos buscaban con más desesperación, arañando y empujando todo a un lado para encontrar al teléfono a tiempo. 

—¿Hola? —chillé—. ¿Marcos?  

—¿Paula? ¿Está todo bien?


—Sí —suspiré mientras me sentaba en el suelo contra el lateral de la máquina tragamonedas más cercana—. Estamos bien. ¿Cómo estás?


—He estado pasando el rato con Cami. Está bastante molesta por el incendio. Perdió a algunos de sus clientes habituales.


—Oh, Dios, Marcos. Lo siento mucho. No puedo creerlo. No parece real —le dije, con mi garganta sintiéndose apretada—. Había tantos. Sus padres probablemente ni siquiera lo saben todavía. —Sostuve mi mano en mi cara.


—Sí. —Suspiró, sonando cansado—. Se parece a una zona de guerra allí.


¿Qué es ese ruido? ¿Estás en una galería? —Parecía disgustado, como si ya supiera la respuesta, y no podía creer que fuéramos tan insensibles. 

—¿Qué? —le dije—. Dios, no. Nosotros... tomamos un vuelo a Las Vegas.


—¿Qué? —dijo, indignado. O tal vez sólo confuso, no podía estar segura. Él era excitable.


Me encogí ante la desaprobación en su voz, sabiendo que era sólo el comienzo. Yo tenía un objetivo. Tenía que dejar mis sentimientos a un lado lo mejor que podía hasta que lograra lo que vine a buscar. —Sólo escucha. Es importante. No tengo mucho tiempo, y necesito tu ayuda. 

—Está bien. ¿Con qué?


—No hables. Sólo escucha. ¿Me lo prometes?


—Paula, deja de jugar. Sólo dime de una jodida vez. 

—Había un montón de gente en la pelea de anoche. Mucha gente murió. Alguien tiene que ir a la cárcel por ello. 

—¿Crees que va a ser Pedro?  


—Él y Agustin, sí. Tal vez John Savage, y cualquier otro que crean que trabajaba allí. Gracias a Dios Valentin no estaba en la ciudad. 

—¿Qué hacemos?


—Le pedí a Pedro que se casara conmigo. 

—Uh... bien. ¿Cómo diablos le va a ayudar eso?


—Estamos en Las Vegas. Tal vez si podemos probar que nos encontrábamos fuera para casarnos a las pocas horas, aun si unas pocas docenas de chicos universitarios borrachos dan testimonio de que él estuvo en la pelea, esto va a sonar una locura suficiente para crear una duda razonable. 

—Paula —suspiró.


Un sollozo quedó atrapado en mi garganta. —No lo digas. Si crees que no va a funcionar, no me lo digas, ¿de acuerdo? Fue todo en lo que pude pensar, y si él se entera de por qué estoy haciendo esto, no se casaría.

—Por supuesto que no lo hará. Paula, sé que tienes miedo, pero esto es una locura. No puedes casarte con él para mantenerlo fuera de problemas. Esto no va a funcionar, de todos modos. Ustedes no se fueron hasta después de la pelea.

—Te dije que no me lo digas.


—Lo siento. Él tampoco querría que hagas esto. Querría que te cases con él porque tú quieres. Si alguna vez se entera, le vas a romper el corazón.


—No lo sientas, Marcos. Va a funcionar. Por lo menos le dará una oportunidad. Es una oportunidad, ¿no? Son mejores probabilidades de las que él tenía.


—Supongo —dijo, sonando derrotado.


Suspiré y asentí, tapándome la boca con la mano libre. Las lágrimas nublaron mi visión, haciendo un caleidoscopio de la planta del casino. Una probabilidad era mejor que nada.


—Felicitaciones —dijo.  

—¡Felicidades! —dijo Cami en el fondo. Su voz sonaba cansada y ronca,aunque estaba segura de que era sincera.


—Gracias. Mantenme actualizada. Hazme saber si van a husmear la casa, o si oyes algo acerca de una investigación.


—Lo haré... y es jodidamente raro que nuestro hermano pequeño sea el primero en casarse.  

Me eché a reír una vez. —Supéralo.  

—Vete a la mierda. Y, te quiero.

—Yo también te quiero, Marcos.


Sostuve el teléfono en mi regazo con ambas manos, viendo que la gente que pasaba me miraba. Obviamente se preguntaban por qué estaba sentada en el suelo, pero no lo suficiente para preguntarme. Me levanté, cogí mi cartera y bolso, y respiré hondo.

—Aquí viene la novia —dije, dando mis primeros pasos.

CAPITULO 223



Pedro  


Paula me tomó la mano, jalándome mientras caminamos por el casino hacia los ascensores. Yo arrastraba los pies, tratando de echar un vistazo alrededor antes de que subiéramos. Sólo habían pasado unos meses desde la última vez que estuvimos en Las Vegas, pero esta vez era menos estresante. Nos encontrábamos aquí por una razón mucho mejor. De cualquier modo,Paula seguía completamente enfocada, negándose a hacer una pausa el tiempo suficiente para que me pusiera demasiado cómodo en alguna mesa. Ella odiaba Las Vegas y con buena razón, lo que me hizo cuestionar aún más por qué decidió venir aquí, pero mientras estuviera en una misión para ser mi esposa, yo no iba a discutir.  


—Pepe —dijo, jadeando—, los ascensores están justo... allí... —Me tiró un poco más hasta llegar a su destino final.


—Estamos de vacaciones, Paloma. Relájate.


—No, nos vamos a casar, y tenemos menos de veinticuatro horas para hacerlo.


Presioné el botón, llevándonos a ambos a un espacio abierto al lado de la multitud. No debería haber sido una sorpresa que haya tanta gente que esté finalizando su noche tan cerca de la salida del sol, pero incluso un chico de fraternidad salvaje como yo podría estar impresionado aquí. 


—Todavía no lo puedo creer —le dije. Llevé sus dedos a mi boca y los besé.


Paula seguía mirando por encima de las puertas del ascensor, viendo los números descender. —Ya lo has mencionado. —Me  miró y una de las esquinas de su boca se curvó—. Créelo, cariño. Estamos aquí.



Mi pecho se levantó mientras mis pulmones se llenaban de aire,preparándose para dejar escapar un largo suspiro. En los últimos tiempos, o tal vez nunca, mis huesos y músculos se habían sentido tan relajados. Mi mente estaba a gusto. Se sentía extraño sentir todas esas cosas, sabiendo lo que acababa de dejar detrás en el campus, y al mismo tiempo se sentía tan responsable. Era desconcertante y perturbador, esto de sentirse feliz un minuto, y como un criminal al siguiente.


Se formó una rendija entre las puertas del ascensor, y luego se deslizaron lentamente hasta abrirse, permitiendo que los pasajeros se dirijan al pasillo. Paula y yo salimos juntos con nuestra pequeña maleta. Una mujer tenía un bolso grande,
un gran equipaje de mano que tenía el tamaño de dos de los nuestros, y una maleta vertical de cuatro ruedas, en la que podría caber al menos dos niños pequeños.


—¿Te estás mudando aquí? —le pregunté—. Eso es genial. —Paula me dio un codazo en las costillas.


Ella me lanzó una larga mirada, luego a Paula, y después habló con un acento francés. —No. —Apartó la mirada, claramente infeliz de que le haya hablado.


Paula y yo intercambiamos miradas, y entonces ella ensanchó sus ojos, en silencio diciendo: Guau, qué perra. Traté de no reírme. Maldita sea, amaba a esa mujer, y me encantaba saber lo que pensaba sin que tenga que decirme una palabra.

La mujer francesa asintió. —Presiona el botón del piso treinta y cinco, por favor. —Casi el Penthouse. Por supuesto.


Cuando las puertas se abrieron en el piso veinticuatro, Paula y yo salimos a la alfombra adornada, un poco perdidos, haciendo el repaso que las personas siempre hacen cuando miran su habitación de hotel. Finalmente, al final del pasillo, Paula insertó su llave electrónica y la sacó rápidamente.


La puerta hizo clic. La luz se tornó verde. Entramos.


Paula encendió la luz y sacando su bolso por encima de su cabeza, lo arrojó sobre la cama king-size. Me sonrió. —Es lindo. 

Solté el bolso, dejándolo caer, y luego tomé a Paula en mis brazos. —Ya está.Estamos aquí. Cuando durmamos en esta cama más tarde, vamos a ser marido y mujer.


Paula me miró a los ojos, profundos y reflexivos, y luego tomó un lado de mi cara. Una esquina de su boca se curvó. —Tengamos por seguro que así será.


No pude empezar a imaginar qué pensamientos se arremolinaban detrás de sus hermosos ojos grises, porque casi de inmediato esa mirada reflexiva desapareció.


Se alzó sobre las puntas de sus pies y me dio un beso en la boca. —¿A qué hora es la boda?

CAPITULO 222



Pedro 


Paula se inclinó con una sonrisa cuando besé su mejilla, y luego continuó con el registro mientras me giraba hacia el organizador para concretar una capilla.


Miré en dirección a mi futura esposa, sus largas piernas apoyadas en un par de tacones de plataforma que hacían a un buen par de piernas lucir incluso mejor. Su ligera y delgada camisa, sólo lo suficientemente transparente, me sentí decepcionado de ver una camiseta sin mangas debajo. Sus gafas de sol favoritas estaban ajustadas al frente de su sombrero favorito y solo algunos mechones largos de su cabello caramelo, un poco ondulados después de secarlos naturalmente luego de su ducha, caían en cascada escapando de su sombrero. Mi Dios, esa mujer era jodidamente sexy. Ni siquiera tenía que intentarlo, y todo lo que yo quería era  estar sumergido en todo su asunto. Ahora que estábamos comprometidos, no sonaba como un pensamiento tan bastardo.  


—¿Señor? —dijo el organizador. 


—Oh, sí. Hola —dije, dándole una última mirada a Paula antes de prestarle al tipo toda mi atención —. Necesito una capilla. Abierta toda la noche. Elegante.


Sonrió. —Por supuesto, señor. Tenemos varias para usted justo aquí en Bellagio  Son completamente hermosas y…


—¿De casualidad no tienes a Elvis en una capilla de aquí, cierto? Imagino que si vamos a casarnos en Las Vegas, deberíamos ser casados por Elvis o al menos invitarlo, ¿sabes?



—No, señor. Me disculpo, las capillas del Bellagio no ofrecen un impostor de Elvis. Sin embargo, puedo encontrar un par de números para que usted llame y pida esa aparición en su boda. También hay, por supuesto, la mundialmente famosa Capilla Graceland , si lo prefiere. Ellos tienen paquetes que incluyen un impostor de Elvis.


—¿Elegantes?


—Estoy seguro de que estará muy complacido. 

—Muy bien, esa. Tan rápido como sea posible.

El organizador sonrió. —¿Tenemos prisa, cierto?


Comencé a sonreír, pero me di cuenta que ya estaba sonriendo, y probablemente lo había estado, como un idiota, desde que llegué al escritorio. — ¿Ves esa chica de allí?


Él la miró. Rápidamente. Respetuosamente. Me agradaba. —Sí señor. Es un hombre afortunado.


—Estoy seguro de que lo soy  Programa la boda para dos… tal vez tres horas desde ahora? Necesitará tiempo para terminar algunas cosas y estar lista.


—Muy considerado de su parte, señor. —Cliqueó un par de botones en su teclado y luego agarró el ratón, moviéndolo alrededor y cliqueándolo un par de veces. Su sonrisa se desvaneció a medida que se concentraba y luego levantó su rostro de nuevo cuando terminó. La impresora zumbó, y luego me entregó un pedazo de papel—. Aquí tiene, señor. Felicitaciones. —Extendió su puño y lo choqué, sintiéndome como si me acabase de entregar un boleto ganador dela lotería.

CAPITULO 221




Paula


Cuando las ruedas del avión aterrizaron en la pista del Aeropuerto Internacional de McCarran,Pedro finalmente estaba relajado y recargado en mi hombro. Las luces brillantes de Las Vegas habían sido visibles desde los últimos diez minutos, señalándonos como un faro, hacia todo lo que odiaba, y todo lo que quería.


Pedro se despertó lentamente, mirando por la ventanilla con rapidez antes de besar la cúspide de mi hombro. —¿Estamos aquí?



—Viva . Creí que tal vez volverías a dormir. Va a ser un día largo.


—No hay forma de que regrese a dormir luego de ese sueño —dijo,estirándose—. No estoy seguro de si quiero dormir de nuevo.  


Mis dedos estrecharon los suyos. Odiaba verlo tan perturbado. Él no hablaría sobre su sueño, pero no tomó mucho descubrir dónde se encontraba mientras estaba durmiendo. Me pregunté si alguna persona que hubiera escapado de Keaton sería capaz de cerrar sus ojos sin ver el humo y los rostros aterrorizados.  


El avión llegó a la puerta de embargue, la luz del cinturón de seguridad sonó, y las luces de la cabina se encendieron, indicándole a todos ponerse de pie y retirar su equipaje de mano. Todo el mundo tenía prisa, a pesar de que nadie iba a salir de allí antes que las personas sentadas frente a ellos.


Me senté, fingiendo paciencia, observando a Pedro ponerse de pie para retirar nuestro equipaje. Su camisa se subió cuando levantó el brazo, revelando sus abdominales moviéndose y luego contrayéndose cuando bajó los bolsos.


—¿Tienes un vestido en esto?


Negué con la cabeza. —Pensé que encontraría uno aquí.  

Asintió una vez. —Sí, apuesto que tienen bastantes de donde escoger. Una mejor selección para una boda de Las Vegas que en casa.


—Exactamente mi modo de pensar.

Pedro extendió su mano y me ayudó a dar los dos pasos hacia el pasillo. —Lucirás asombrosa sin importar lo que te pongas.

Besé su mejilla y tomé mi bolso justo cuando la línea comenzó a moverse.


Seguimos a los otros pasajeros hasta la puerta y hacia la terminal.  

—Déjà vu —susurró Pedro.  

Me sentí de la misma forma. Las máquinas tragamonedas cantaban sus canciones de sirena y proyectaban coloridas luces brillantes, prometiendo falsamente suerte y mucho dinero. La última vez que Pedro y yo estuvimos aquí, era fácil identificar a las parejas que iban a casarse, y me pregunté si nosotros éramos igual de evidentes.


Pedro tomó mi mano cuando pasamos a la zona para retirar el equipaje, y luego continuamos hacia la señal que marcaba taxis. Las puertas automáticas se separaron y caminamos hacia el aire de la noche desierta. Todavía estaba sofocantemente caliente y seco. Inhalé el calor, permitiéndole a las Vegas saturar cada parte de mí.


Casarme con Pedro sería la cosa más fácil y más difícil que había hecho nunca. Necesitaba despertar las partes de mí que fueron moldeadas en las esquinas más oscuras de esta ciudad para hacer que mi plan funcionara. Si Pedro pensaba que estaba haciendo esto por cualquier otra razón diferente a sólo querer comprometerme con él, nunca me permitiría llegar hasta el final, y Pedro no era exactamente ingenuo, y aun peor, me conocía mejor que cualquier otro, sabía de lo que era capaz. Si conseguía realizar la boda y mantenía a Pedro fuera de prisión sin que supiera por qué, sería mi mejor engaño hasta ahora.


A pesar de que habíamos rodeado a la multitud esperando por el equipaje, había una larga línea para los taxis. Suspiré. 


Deberíamos haber estado casándonos en este momento. 


Todavía estaba oscuro, pero habían pasado casi cinco horas
desde el incendio. No podíamos permitirnos más líneas.


—¿Paloma? —Pedro estrechó mi mano—. ¿Estás bien? 

—Sí —dije, sacudiendo mi cabeza y sonriendo—. ¿Por qué?

—Pareces… un poco tensa


Tomé control de mi cuerpo; cómo estaba de pie, mi expresión facial, cualquiera cosa que podría advertirlo. Mis hombros estaban tan tensos que estaban colgando alrededor de mis orejas, así que los obligué a relajarse. —Sólo estoy lista.


—¿Para acabarlo de una vez? —preguntó, su ceño frunciéndose por largo tiempo. Si no lo hubiera conocido mejor, nunca lo hubiese captado.


—Pepe—dije, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura—, ésta fue mi idea, ¿recuerdas?


—También lo fue la última vez que fuimos a Las Vegas. ¿Recuerdas cómo acabó?


Reí, y luego me sentí terrible. La línea vertical de sus cejas se formó cuando las acercó con más profundidad. Esto era tan importante para él. Cuánto me amaba era abrumador la mayoría del tiempo, pero esta noche era diferente. —Tengo prisa, sí. ¿Tú no?


—Sí, pero algo está mal.  

—Sólo estás nervioso. Deja de preocuparte.


Su rostro se relajó y me abrazó. —De acuerdo. Si dices que estás bien, entonces te creo.  

Quince largos minutos después, y estábamos al frente de la línea. Un taxi se estacionó en el bordillo y se detuvo. Pedro abrió la puerta para mí, y me incliné hacia el asiento trasero y me deslicé, esperando que entrara.


El conductor del taxi miró sobre su hombro. —¿Viaje corto?


Pedro situó nuestro único bolso de mano frente a él en el suelo del coche. —Viajamos ligero.


—Bellagio, por favor —dije calmadamente, impidiéndole el paso a la urgencia en mi voz.


Con letras que no comprendía, una alegre melodía circense resonaba a través de los parlantes a medida que nos dirigíamos desde el aeropuerto hacia la famosa calle Strip. 


Las luces eran visibles a kilómetros antes de que llegáramos al hotel.


Cuando llegamos a la Strip, noté un río de gente caminando de un lado a otro a los costados de la carretera. Incluso en las tempranas horas de la mañana, las aceras estaban abarrotadas con solteros, mujeres empujaban coches con sus bebés dormidos, personas disfrazadas tomaban fotos por propina, y los hombres de negocio, aparentemente buscaban relajarse.


Pedro colocó su brazo alrededor de mis hombros. Me recargué contra él, tratando de no mirar mi reloj por décima vez. 

El taxi aparcó en el acceso circular del Bellagio, y Pedro se inclinó hacia adelante con billetes para pagarle al conductor. 


Luego sacó nuestro equipaje de mano con ruedas, y esperó por mí. Salí rápidamente, tomando su mano y pisando hacia  el concreto. Como si no estuviéramos en la temprana AM, personas estaban de pie en la línea de taxi para ir a un casino diferente, y otros estaban regresando, tambaleándose y riendo luego de una larga noche de copas.


Pedro apretó mi mano. —Realmente estamos aquí. 

—¡Sip! —dije, tirando de él hacia adentro. El cielo raso estaba decorado llamativamente. Todos en el vestíbulo estaban de pie con sus narices en el aire.


— Qué estás…  —dije, girándome hacia Pedro


Estaba permitiéndome arrastrarlo mientras asimilaba el cielo raso.


—¡Mira, Paloma! Es… guau —dijo, asombrado ante los enormes multicolores floreciendo, besando el cielo raso.


—¡Sip! —dije, tironeándolo hasta el escritorio frontal.


—Registrándonos —dije—. Y necesitamos programar una boda en la capilla local.


—¿En cuál? —preguntó el hombre. 

—Cualquiera. Una agradable. Abierta las veinticuatro horas.


—Podemos organizarlo. Solo comprobaré tu registro aquí, y luego el organizador puede ayudarte con la capilla de bodas, los espectáculos, cualquier cosa que quieras.


—Genial —dije, girándome hacia Pedro con una sonrisa triunfante. Todavía estaba mirando el cielo raso—. ¡Pedro! —dije, tirando se su brazo.


Se giró, recuperándose de su estado hipnótico—. ¿Sí?


—¿Puedes acercarte al organizador y programar la boda?


—¿Sí? Quiero decir, sí. Puedo hacer eso. ¿En cuál?


Reí una vez. —Cerca. Abierta toda la noche. Elegante.

—Entendido —dijo. Pellizcó mi mejilla antes de arrastrar el bolso de mano hacia el escritorio del organizador.


—Estamos registrados como Alfonso —dije, sacando un pedazo de papel—Este es nuestro número de confirmación.


—Ah, sí. Tengo una suite de luna de miel disponible. ¿Le gustaría cambiar?


Negué con la cabeza. —Estamos bien. —Pedro estaba al otro lado de la habitación, hablando con un hombre detrás del escritorio. Estaban mirando juntos el folleto, y él tenía una enorme sonrisa en su rostro mientras el hombre señalaba
los diferentes lugares.


—Por favor, permite que esto funcione —dije, entre dientes.

—¿De qué habla, señora?


—Oh. Nada —dije, mientras se giraba para seguir cliqueando en su computadora.