miércoles, 4 de junio de 2014

CAPITULO 221




Paula


Cuando las ruedas del avión aterrizaron en la pista del Aeropuerto Internacional de McCarran,Pedro finalmente estaba relajado y recargado en mi hombro. Las luces brillantes de Las Vegas habían sido visibles desde los últimos diez minutos, señalándonos como un faro, hacia todo lo que odiaba, y todo lo que quería.


Pedro se despertó lentamente, mirando por la ventanilla con rapidez antes de besar la cúspide de mi hombro. —¿Estamos aquí?



—Viva . Creí que tal vez volverías a dormir. Va a ser un día largo.


—No hay forma de que regrese a dormir luego de ese sueño —dijo,estirándose—. No estoy seguro de si quiero dormir de nuevo.  


Mis dedos estrecharon los suyos. Odiaba verlo tan perturbado. Él no hablaría sobre su sueño, pero no tomó mucho descubrir dónde se encontraba mientras estaba durmiendo. Me pregunté si alguna persona que hubiera escapado de Keaton sería capaz de cerrar sus ojos sin ver el humo y los rostros aterrorizados.  


El avión llegó a la puerta de embargue, la luz del cinturón de seguridad sonó, y las luces de la cabina se encendieron, indicándole a todos ponerse de pie y retirar su equipaje de mano. Todo el mundo tenía prisa, a pesar de que nadie iba a salir de allí antes que las personas sentadas frente a ellos.


Me senté, fingiendo paciencia, observando a Pedro ponerse de pie para retirar nuestro equipaje. Su camisa se subió cuando levantó el brazo, revelando sus abdominales moviéndose y luego contrayéndose cuando bajó los bolsos.


—¿Tienes un vestido en esto?


Negué con la cabeza. —Pensé que encontraría uno aquí.  

Asintió una vez. —Sí, apuesto que tienen bastantes de donde escoger. Una mejor selección para una boda de Las Vegas que en casa.


—Exactamente mi modo de pensar.

Pedro extendió su mano y me ayudó a dar los dos pasos hacia el pasillo. —Lucirás asombrosa sin importar lo que te pongas.

Besé su mejilla y tomé mi bolso justo cuando la línea comenzó a moverse.


Seguimos a los otros pasajeros hasta la puerta y hacia la terminal.  

—Déjà vu —susurró Pedro.  

Me sentí de la misma forma. Las máquinas tragamonedas cantaban sus canciones de sirena y proyectaban coloridas luces brillantes, prometiendo falsamente suerte y mucho dinero. La última vez que Pedro y yo estuvimos aquí, era fácil identificar a las parejas que iban a casarse, y me pregunté si nosotros éramos igual de evidentes.


Pedro tomó mi mano cuando pasamos a la zona para retirar el equipaje, y luego continuamos hacia la señal que marcaba taxis. Las puertas automáticas se separaron y caminamos hacia el aire de la noche desierta. Todavía estaba sofocantemente caliente y seco. Inhalé el calor, permitiéndole a las Vegas saturar cada parte de mí.


Casarme con Pedro sería la cosa más fácil y más difícil que había hecho nunca. Necesitaba despertar las partes de mí que fueron moldeadas en las esquinas más oscuras de esta ciudad para hacer que mi plan funcionara. Si Pedro pensaba que estaba haciendo esto por cualquier otra razón diferente a sólo querer comprometerme con él, nunca me permitiría llegar hasta el final, y Pedro no era exactamente ingenuo, y aun peor, me conocía mejor que cualquier otro, sabía de lo que era capaz. Si conseguía realizar la boda y mantenía a Pedro fuera de prisión sin que supiera por qué, sería mi mejor engaño hasta ahora.


A pesar de que habíamos rodeado a la multitud esperando por el equipaje, había una larga línea para los taxis. Suspiré. 


Deberíamos haber estado casándonos en este momento. 


Todavía estaba oscuro, pero habían pasado casi cinco horas
desde el incendio. No podíamos permitirnos más líneas.


—¿Paloma? —Pedro estrechó mi mano—. ¿Estás bien? 

—Sí —dije, sacudiendo mi cabeza y sonriendo—. ¿Por qué?

—Pareces… un poco tensa


Tomé control de mi cuerpo; cómo estaba de pie, mi expresión facial, cualquiera cosa que podría advertirlo. Mis hombros estaban tan tensos que estaban colgando alrededor de mis orejas, así que los obligué a relajarse. —Sólo estoy lista.


—¿Para acabarlo de una vez? —preguntó, su ceño frunciéndose por largo tiempo. Si no lo hubiera conocido mejor, nunca lo hubiese captado.


—Pepe—dije, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura—, ésta fue mi idea, ¿recuerdas?


—También lo fue la última vez que fuimos a Las Vegas. ¿Recuerdas cómo acabó?


Reí, y luego me sentí terrible. La línea vertical de sus cejas se formó cuando las acercó con más profundidad. Esto era tan importante para él. Cuánto me amaba era abrumador la mayoría del tiempo, pero esta noche era diferente. —Tengo prisa, sí. ¿Tú no?


—Sí, pero algo está mal.  

—Sólo estás nervioso. Deja de preocuparte.


Su rostro se relajó y me abrazó. —De acuerdo. Si dices que estás bien, entonces te creo.  

Quince largos minutos después, y estábamos al frente de la línea. Un taxi se estacionó en el bordillo y se detuvo. Pedro abrió la puerta para mí, y me incliné hacia el asiento trasero y me deslicé, esperando que entrara.


El conductor del taxi miró sobre su hombro. —¿Viaje corto?


Pedro situó nuestro único bolso de mano frente a él en el suelo del coche. —Viajamos ligero.


—Bellagio, por favor —dije calmadamente, impidiéndole el paso a la urgencia en mi voz.


Con letras que no comprendía, una alegre melodía circense resonaba a través de los parlantes a medida que nos dirigíamos desde el aeropuerto hacia la famosa calle Strip. 


Las luces eran visibles a kilómetros antes de que llegáramos al hotel.


Cuando llegamos a la Strip, noté un río de gente caminando de un lado a otro a los costados de la carretera. Incluso en las tempranas horas de la mañana, las aceras estaban abarrotadas con solteros, mujeres empujaban coches con sus bebés dormidos, personas disfrazadas tomaban fotos por propina, y los hombres de negocio, aparentemente buscaban relajarse.


Pedro colocó su brazo alrededor de mis hombros. Me recargué contra él, tratando de no mirar mi reloj por décima vez. 

El taxi aparcó en el acceso circular del Bellagio, y Pedro se inclinó hacia adelante con billetes para pagarle al conductor. 


Luego sacó nuestro equipaje de mano con ruedas, y esperó por mí. Salí rápidamente, tomando su mano y pisando hacia  el concreto. Como si no estuviéramos en la temprana AM, personas estaban de pie en la línea de taxi para ir a un casino diferente, y otros estaban regresando, tambaleándose y riendo luego de una larga noche de copas.


Pedro apretó mi mano. —Realmente estamos aquí. 

—¡Sip! —dije, tirando de él hacia adentro. El cielo raso estaba decorado llamativamente. Todos en el vestíbulo estaban de pie con sus narices en el aire.


— Qué estás…  —dije, girándome hacia Pedro


Estaba permitiéndome arrastrarlo mientras asimilaba el cielo raso.


—¡Mira, Paloma! Es… guau —dijo, asombrado ante los enormes multicolores floreciendo, besando el cielo raso.


—¡Sip! —dije, tironeándolo hasta el escritorio frontal.


—Registrándonos —dije—. Y necesitamos programar una boda en la capilla local.


—¿En cuál? —preguntó el hombre. 

—Cualquiera. Una agradable. Abierta las veinticuatro horas.


—Podemos organizarlo. Solo comprobaré tu registro aquí, y luego el organizador puede ayudarte con la capilla de bodas, los espectáculos, cualquier cosa que quieras.


—Genial —dije, girándome hacia Pedro con una sonrisa triunfante. Todavía estaba mirando el cielo raso—. ¡Pedro! —dije, tirando se su brazo.


Se giró, recuperándose de su estado hipnótico—. ¿Sí?


—¿Puedes acercarte al organizador y programar la boda?


—¿Sí? Quiero decir, sí. Puedo hacer eso. ¿En cuál?


Reí una vez. —Cerca. Abierta toda la noche. Elegante.

—Entendido —dijo. Pellizcó mi mejilla antes de arrastrar el bolso de mano hacia el escritorio del organizador.


—Estamos registrados como Alfonso —dije, sacando un pedazo de papel—Este es nuestro número de confirmación.


—Ah, sí. Tengo una suite de luna de miel disponible. ¿Le gustaría cambiar?


Negué con la cabeza. —Estamos bien. —Pedro estaba al otro lado de la habitación, hablando con un hombre detrás del escritorio. Estaban mirando juntos el folleto, y él tenía una enorme sonrisa en su rostro mientras el hombre señalaba
los diferentes lugares.


—Por favor, permite que esto funcione —dije, entre dientes.

—¿De qué habla, señora?


—Oh. Nada —dije, mientras se giraba para seguir cliqueando en su computadora.

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