TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
martes, 13 de mayo de 2014
CAPITULO 150
Un lado de su boca apareció. No lo hizo perturbador. —Cualquier cosa vale la pena para verte intentar la abstinencia, para variar.
Su respuesta envió una descarga de adrenalina a través de mis venas que sólo había sentido alguna vez durante una pelea. La besé en la mejilla, dejando que mis labios permanecieran contra su piel sólo un momento más antes de caminar hacia la sala. Me sentía como un rey. De ninguna manera ese hijo de puta me iba a tocar.
Tal como había anticipado, era sólo una sala donde estaban de pie, y empujones y gritos se ampliaron una vez que entramos. Asentí a Agustin en dirección a Paula, para señalarle que estuviera atento a ella. Lo comprendió de inmediato. Agustin era un bastardo codicioso, pero una vez fue el monstruo invicto en el Círculo. No tenía nada de qué preocuparme siempre y cuando la vigilara. Él lo haría, así que no me distraería. Agustin haría cualquier cosa, siempre y cuando eso significara hacer una tonelada de dinero.
Se hizo un camino despejado mientras caminaba hacia el Círculo y, entonces, la puerta humana se cerró detrás de mí. Alberto se puso cara a cara conmigo, jadeando y temblando como si acabara de tomarse un Red Bull y un Mountain Dew.
Por lo general, no tomaba esta mierda en serio y hacía un juego de mentalizar a mis adversarios, pero la pelea de esa noche era importante, así que puse mi cara de jugador.
Agustin hizo sonar la bocina. Me equilibré, di unos pasos hacia atrás y esperé a que Alberto cometiera su primer error. Esquivé su primer golpe y luego otro.
Agustin extrajo algo de atrás. Estaba insatisfecho, pero lo había previsto. A Agustin le gustan las peleas para entretener. Era la mejor manera de obtener más cabezas en
los sótanos. Más gente significaba más dinero.
Incliné mi codo y envié mi primer golpe a la nariz de Alberto, duro y rápido.
En una noche normal de pelea, la contendría, pero quería terminar con esto y pasar el resto de la noche celebrándolo con Paula.
Golpeé a Hoffman otra vez, y después esquivé algunos golpes suyos, cuidándome de no estar tan emocionado para dejar que me golpeara y cagarlo todo. Alberto tomó un segundo impulso y volvió por mí, pero no le llevó mucho tiempo lanzarme otro golpe que no pudo aterrizar. Esquivaba golpes de Marcos de forma más rápida de lo que esta perra podía lanzar.
Mi paciencia se había acabado y atraje a Hoffman a la columna de cemento en el centro de la sala. Me paré frente a esta, vacilando sólo lo suficiente para que mi oponente pensara que tenía una ventaja para clavar mi cara con un golpe devastador. Lo esquivé mientras ponía todo en su último lanzamiento y golpeó con el puño directo al pilar. La sorpresa se registró en los ojos de Hoffman justo antes de que se doblara.
Esa fue mi señal. Inmediatamente lo ataqué. Un ruido sordo señaló que Hoffman finalmente cayó al suelo y después de un breve silencio, la sala estalló.
Agustin lanzó una bandera roja en el rostro de Hoffman y, a continuación, me vi rodeado de gente.
La mayor parte del tiempo disfruto de la atención y las malditas felicitaciones de los que apuestan por mí, pero esta vez sólo estaban siendo un obstáculo. Intenté mirar a través del mar de gente para encontrar a Paula, pero cuando por fin eché un vistazo a donde se suponía que debía estar, se me encogió el estómago. Se había ido.
Las sonrisas se volvían caras de sorpresa mientras empujaba a la gente fuera de mi camino.
—¡Maldita sea, muévanse! —grité, empujando más fuerte cuando el pánico se apoderó de mí.
Finalmente, llegué a la sala de lámparas, buscando desesperadamente a Paula en la oscuridad. —¡Paloma!
—¡Estoy aquí! —Su cuerpo se estrelló contra el mío y eché mis brazos alrededor de ella. En un segundo me sentí aliviado y al siguiente estaba irritado.
—¡Casi me matas del susto! ¡Casi tuve que empezar otra pelea para llegar a ti! ¡Finalmente llego y te has ido!
—Me alegro de que hayas vuelto. No tenía ganas de tratar de encontrar mi camino en la oscuridad.
Su sonrisa me hizo olvidar todo lo demás y recordé que era mía. Al menos por un mes más.
—Creo que has perdido la apuesta.
Agustin entró pisando fuerte, miró a Paula y luego a mí, fijamente. —Tenemos que hablar.
Le guiñé un ojo a Paula —No te muevas. Ya regreso. —Seguí a Agustin a la habitación de al lado—. Sé lo que vas a decir...
—No, no —gruñó Agustin—. No sé lo que estás haciendo con ella, pero no jodas con mi dinero.
Me reí una vez. —Esta noche hiciste una cuenta. Te lo compensaré.
—¡Por supuesto que lo harás! ¡No permitiré que eso vuelva a suceder! —Agustin estrelló el dinero en mi mano y a continuación chocó sus hombros junto a mí al pasar.
Metí el fajo de billetes en el bolsillo, y le sonreí a Paula —Vas a necesitar más ropa.
—¿En serio vas a hacer que me quede contigo durante un mes?
—¿Habrías hecho que yo no tuviera sexo durante un mes?
Se echó a reír. —Será mejor que pasemos por Morgan.
Cualquier intento de cubrir mi gran satisfacción fue un épico fracaso.
—Eso será interesante.
Mientras Agustin pasaba, le entregó a Paula algo de dinero antes de desaparecer entre la decreciente multitud.
—¿Apostaste? —pregunté, sorprendido.
—Pensé que debía obtener la experiencia completa —dijo con un encogimiento de hombros.
La tomé de la mano y la llevé hacia la ventana, entonces salté una vez, subiendo. Me arrastré por el césped y después de darme la vuelta, me incliné para levantar a Paula.
El paseo a Morgan parecía perfecto. Hacía un calor insoportable y el aire tenía la misma sensación eléctrica como una noche de verano. Intenté no sonreír todo el tiempo como un idiota, pero era difícil no hacerlo.
—¿Por qué quieres que me quede contigo, de todos modos? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Todo es mejor cuando estás cerca.
Valentin y Rosario esperaban en el Charger para que pudiéramos aparecer con las cosas extras de Paula. Una vez que tomó todo, fuimos a la zona de aparcamiento y se sentó a horcajadas en la moto. Envolvió sus brazos alrededor de mi pecho y apoyé mi mano sobre la suya.
Respiré hondo.
—Me alegro de que estuvieras allí esta noche, Paloma.
Nunca me había divertido tanto en una pelea en mi vida.
El tiempo que se tomó en responder se sintió como una eternidad. Posó su barbilla en mi hombro.
—Eso fue porque estabas tratando de ganar nuestra apuesta.
Me volví hacia ella, mirándola fijamente a los ojos. —Maldita sea que así era.
Sus cejas se alzaron. —¿Por eso estabas de tan mal humor hoy? ¿Por qué sabías que habían arreglado las calderas, y me iría esta noche?
Me perdí en sus ojos un momento y decidí que era un buen momento para callarme. Arranqué el motor y conduje a casa, más lento de lo que había conducido… nunca. Cuando un semaforo nos pilló, me encontré con una cantidad extraña de alegría al poner mis manos sobre ella, o apoyando mi mano en su rodilla. A ella no parecía importarle y la verdad es que yo estaba jodidamente cerca del cielo.
Llegamos al apartamento, Paula se bajó de la moto como una profesional, y se dirigió a las escaleras.
—Siempre odio cuando han estado en casa durante un rato. Me siento como si fuéramos a interrumpirlos.
—Acostúmbrate. Este será tu hogar por las próximas cuatro semanas —dije, dando la vuelta—. Súbete.
—¿Qué?
—Vamos, te cargaré.
Se rió y saltó sobre mi espalda. Agarré sus muslos mientras corría escaleras arriba.
Rosario abrió la puerta antes de que llegáramos a la cima y sonrió. —Mírense ustedes dos. Si no los conociera mejor...
—Ya basta, Ro—dijo Valentin desde el sofá.
Genial. Valentin estaba en uno de sus estados de ánimo.
Rosario sonrió como si hubiera dicho demasiado y seguidamente abrió la puerta para que pudiéramos pasar. Seguí sosteniendo a Paloma, y después la dejé caer frente al sillón reclinable. Gritó cuando me incliné hacia atrás, empujando juguetonamente mi peso contra ella.
—Estás muy alegre esta noche, Pepe. ¿Qué pasa? —apuntó Rosario.
—Acabo de ganar una gran cantidad de dinero, Ro. Dos veces más de lo que pensé que ganaría. ¿Por qué no iba a estar feliz?
Rosario sonrió. —No, es algo más —dijo, mirando mi mano mientras acariciaba el muslo de Paula.
—Ro —advirtió Valentin.
—Bien. Hablaré de otra cosa. ¿No te invitó Adrian a la fiesta de Sig Tau este fin de semana, Pau?
La ligereza que sentía se fue inmediatamente y me giré hacia Paula.
—¿Er... sí? ¿No vamos a ir todos?
—Yo estaré allí —dijo Valentin, distraído por la televisión.
—Y eso significa que yo también —dijo Rosario, mirándome expectante.
Me hostigaba, esperando a que me ofreciera voluntariamente para ir, pero yo estaba más preocupado por Adrian pidiéndole a Paula una cita de mierda.
—¿Él va a pasar a recogerte o algo así? —pregunté.
—No, sólo me habló de la fiesta.
La boca de Rosario se extendió en una sonrisa traviesa, casi flotando en la anticipación. —Aunque dijo que te vería allí. Es muy lindo.
Le disparé a Rosario una mirada irritada y seguidamente miré a Paula.
—¿Irás?
—Le dije que lo haría. —Se encogió de hombros—. ¿Tú?
—Sí —dije sin vacilar. No era una fiesta de citas, después de todo, sólo un fin de semana de cerveza. Lo que no me importa. Y ni de coña iba a dejar que Adrian tuviera toda una noche con ella. Ella habría vuelto... uf, no quiero ni pensarlo. Él habría puesto su sonrisa Abercrombie, o la llevaría al restaurante de sus padres para desfilar su dinero, o encontrado alguna otra manera de deslizarse en sus pantalones.
Valentin me miró. —La semana pasada dijiste que no irías.
—He cambiado de opinión, Valen. ¿Cuál es el problema?
—Nada —replicó, retirándose a su habitación.
Rosario frunció el ceño.
—Tu sabes cuál es el problema —dijo—. ¿Por qué no dejas de volverlo loco y sólo acabas con eso? —Se unió a Valentin en su habitación y sus voces se redujeron a murmullos detrás de la puerta cerrada.
—Bueno, me alegro de que todo el mundo lo sepa —dijo Paula.
Paula no era la única confundida por el comportamiento de Valentin.
Anteriormente, él se burlaba de mí acerca de ella y ahora se comportaba como un renegón. ¿Qué pudo haber pasado entre entonces y ahora para asustarlo? Tal vez se sentiría mejor una vez que me diera cuenta que finalmente había decidido terminar con las otras chicas y sólo quería a Paula. Tal vez el hecho de que hubiera admitido que realmente me preocupaba por ella había hecho que Valentin se preocupara aún más. Yo no tenía exactamente madera de novio. Sí. Eso tenía más sentido.
Me puse de pie. —Voy a tomar una ducha rápida.
—¿Les pasa algo? —preguntó Paula.
—No, él sólo está paranoico.
—Es por nosotros —adivinó. Una rara sensación flotante vino sobre mí.
Había dicho nosotros—. ¿Qué? —preguntó, mirándome con suspicacia.
—Tienes razón. Es por nosotros. No te duermas, ¿de acuerdo? Quiero hablar contigo de algo.
Me costó menos de cinco minutos bañarme, pero me quedé bajo el chorro de agua durante por lo menos otro cinco más, planeando qué decirle a Paula. Perder más tiempo no era una opción. Estará aquí por el siguiente mes y era el momento perfecto para demostrarle que yo no era quien ella pensaba. Para ella, al menos, yo era diferente y podríamos pasar las próximas cuatro semanas disipando cualquier sospecha que pudiera tener.
CAPITULO 149
La expresión de Valentin cambió. Estaba como pez en el agua cuando Agustin lo llamó por una nueva pelea. Sus dedos chocaron contra su teléfono, pulsando, enviando mensajes a todas las personas de su lista. Cuando Valentin desapareció detrás de la puerta, los ojos de Rosario se ampliaron junto a su sonrisa.
—¡Aquí vamos! ¡Será mejor que nos arreglemos!
Antes de que pudiera decir nada, Rosario sacó a Paula por el pasillo. El alboroto era innecesario. Le patearía el culo al chico, valdría la pena por el alquiler y las cuentas de los próximos meses y la vida volvería a la normalidad. Bueno, más o menos normal.Paula se mudaría de nuevo a Morgan Hall y yo me encarcelaría para no matar a Adrian.
Rosario le gritaba a Paula que se cambiara, y ahora Valentin estaba con el teléfono apagado y las llaves del Charger en la mano. Se inclinó hacia atrás para mirar por el pasillo y entonces puso los ojos en blanco.
—¡Vamonos! —gritó.
Rosario corrió por el pasillo, pero en lugar de unirse a nosotros, se metió en el cuarto de Valentin Él volvió a poner los ojos en blanco, pero también sonreía.
Unos momentos más tarde, Rosario salió de la habitación de Valentin con un corto vestido verde y Pau salió del pasillo con unos vaqueros ajustados y una camiseta amarilla, sus tetas rebotando cada vez que se movía.
—Oh, diablos, no. ¿Estás tratando de matarme? Tienes que cambiarte, Paloma.
—¿Qué? —Bajó la mirada a sus vaqueros. Ese no era el problema.
—Está preciosa, Pepe, ¡déjala en paz! —espetó Rosario.
Conduje a Paula por el pasillo. —Consigue una camiseta y un par de zapatillas. Algo cómodo.
—¿Qué? —preguntó, con la confusión distorsionando su rostro—. ¿Por qué?
Me detuve en la puerta. —Porque voy a estar más preocupado acerca de quién está mirando tus tetas con esa camisa en lugar de Hoffman —dije. Llámenlo sexista, pero era verdad. No sería capaz de concentrarme y no iba a perder una pelea por encima del par de tetas de Paula.
—¿Pensé que habías dicho que no te importaba un comino lo que los demás pensaran? —dijo, echando humo.
Realmente no lo entiende.
—Ese es un escenario diferente, Paloma —Miré hacia sus pechos y con orgullo ajustó un sujetador blanco de encaje. De repente, cancelar la pelea se convirtió en una idea tentadora, aunque sólo fuera para pasar el resto de la noche tratando de encontrar una manera de conseguir que estuviera desnuda y contra mi pecho.
Saqué mi vista de sus pechos, haciendo contacto visual de nuevo.
—No puedes llevar esto a la pelea, así que por favor... sólo... por favor,simplemente cámbiate —dije, empujándola hacia la habitación y dejándome afuera antes de que mandara todo a la mierda y la besara.
—Pedro —gritó desde el otro lado de la puerta. Se oyeron golpeteos al otro lado de la puerta y después de lo que, probablemente, fueron zapatos volando por la habitación, finalmente la puerta se abrió. Llevaba una camiseta y un par de Converse. Seguía sexy, pero al menos no estaría demasiado preocupado sobre quién estuviera baboseando por ella para ganar mi maldita pelea.
—¿Mejor? —dijo sin aliento.
—¡Sí! ¡Vámonos!
Valentin y Rosario ya estaban en el Charger, saliendo de la plaza de aparcamiento. Me puse mi casco y esperé hasta que Paula estuviera segura antes de sacar la Harley a las oscuras calles.
Una vez que llegamos a la escuela, pasé por la acera con mis luces apagadas,aparcando detrás de Jefferson.
Cuando llevé a Paula a la entrada trasera, sus ojos se abrieron y se echó a reír. —Estás bromeando.
—Esta es la entrada VIP. Debes ver cómo entra todo el mundo. —Salté por la ventana abierta en el sótano y esperé en la oscuridad.
—¡Pedro! —Medio gritó, medio susurró.
—Aquí abajo, Paloma. Sólo pon los pies primero, te atraparé.
—¡Estás completamente loco si crees que voy a saltar en la oscuridad!
—¡Te atraparé! ¡Lo prometo! ¡Ahora trae tu culo aquí!
—¡Esto es una locura! —susurró.
En la penumbra, vi sus piernas moverse a través de la pequeña abertura rectangular. Incluso después de todas sus cuidadosas maniobras, logró caer en vez de saltar. Un pequeño chillido resonó en las paredes de cemento y, entonces, cayó en mis brazos. Más fácil que nunca de atrapar.
—Caes como una chica —dije, poniéndola en pie.
Caminamos por el oscuro laberinto del sótano hasta que llegamos a la habitación contigua a la sala principal, donde se realizaba la pelea. Agustin gritaba por encima del ruido con su megáfono y brazos sobresalían por encima del mar de cabezas, agitando dinero en el aire.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó, sus pequeñas manos envolviéndose apretadamente alrededor de mi bíceps.
—Espera. Agustin tiene que dar su presentación antes de entrar.
—¿Debo esperar aquí, o debo entrar? ¿A dónde voy cuando comience la pelea? ¿Dónde están Valen y Ro?
Parecía extremadamente inquieta. Me sentí un poco mal por haberla dejado sola.
—Fueron al otro lado. Sólo sígueme, no te mandaré a ese agujero de tiburones sin mí. Quédate junto a Agustin, él evitará que te aplasten. No puedo cuidar de ti y lanzar golpes al mismo tiempo.
—¿Aplastada?
—Va a venir más gente aquí esta noche. Alberto Hoffman es de State. Ellos tienen su propio Círculo allí. Será nuestra gente y su gente, así que el lugar será una locura.
—¿Estás nervioso?
Le sonreí. Era especialmente hermosa cuando se preocupaba por mí.
—No. Aunque tú si pareces un poco nerviosa.
—Tal vez —dijo.
Quería inclinarme y besarla. Algo para aliviar esa expresión de corderito asustado en su cara. Me pregunté si estaba preocupada por mí la primera noche que nos conocimos, o si era sólo porque ahora me conocía que se preocupaba por
mí.
—Si te hace sentir mejor, no dejaré que me toque. Ni siquiera dejaré que lo haga ni una vez por sus fans.
—¿Cómo vas a lograr eso?
Me encogí de hombros. —Normalmente dejo que me den un golpe, para que parezca justo.
—¿Tú...? ¿Dejas que las personas te golpeen?
—¿Qué tan divertido sería si masacro a alguien y nunca consigo que me den un puñetazo? No es bueno para los negocios, nadie apostaría contra mi.
—¡Qué gran mierda! —dijo, cruzando sus brazos.
Levanté una ceja. —¿Piensas que estoy bromeando?
—Me cuesta creer que sólo recibas un golpe cuando dejas que te golpeen.
—¿Te gustaría apostar sobre eso, Paula Chaves? —Sonreí.
La primera vez que dije las palabras, no era mi intención usarlas a mi favor, pero cuando sonrió de una manera igual de malvada, una de las ideas más malditamente brillantes que jamás se me hubieran ocurrido cruzó por mi mente.
Sonrió.
—Acepto esa apuesta. Creo que él te dará uno.
—¿Y si no lo hace? ¿Qué ganaré? —pregunté. Se encogió de hombros al mismo tiempo que el rugido de la multitud nos rodeaba. Agustin mencionaba las reglas a su normal y estúpida manera.
Dejé brotar una ridícula sonrisa en mi cara.
—Si ganas, no tendré sexo por un mes. —Levantó una ceja—. Pero si yo gano, tienes que quedarte conmigo durante un mes.
—¿Qué? ¡Me estoy quedando contigo, de todos modos! ¿Qué tipo de apuesta es esa? —gritó por encima del ruido. Ella no lo sabía. Nadie se lo había dicho.
—Hoy arreglaron las calderas de Morgan —dije con una sonrisa y un guiño.
CAPITULO 148
El viaje al apartamento pareció durar una eternidad. Sólo un toque de aire caliente del verano se mantuvo, inusual para la época del año, pero era bienvenido.
El cielo nocturno oscurecía todo a mí alrededor, por lo que temí lo peor. Vi el coche de Rosario aparcado en su habitual sitio y estuve inmediatamente nervioso. Cada paso se sentía como un pie más cerca del corredor de la muerte.
Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió de golpe y Rosario me miró con una expresión en blanco en su rostro.
—¿Paula está aquí?
Rosario asintió. —Está durmiendo en tu habitación —dijo en voz baja.
Me puse delante de ella y me senté en el sofá. Valentin estaba en el asiento del amor, y Rosario se dejó caer a mi lado.
—Está bien —dijo Rosario. Su voz era dulce y tranquilizadora.
—No debí haberle hablado de esa manera —dije—. En un momento la estoy empujando tan lejos como pueda para enojarla, y al siguiente estoy aterrado de que entre en razón y me saque de su vida.
—Dale un poco de crédito. Sabe exactamente lo que estás haciendo. No eres su primer rodeo
—Exactamente. Se merece algo mejor. Lo sé, y al mismo tiempo no puedo alejarme. No sé por qué —dije con un suspiro, frotándome las sienes—. No tiene sentido. Nada de esto tiene sentido.
—Paula lo entiende, Pepe. No te tortures —dijo Valentin.
Rosario me dio un codazo en el brazo. —Ya van a ir a la fiesta. ¿Dónde está el daño en invitarla a salir?
—No quiero salir con ella, sólo quiero estar a su alrededor. Ella es…diferente. —Era una mentira. Rosario lo sabía y yo lo sabía. La verdad era que si realmente me preocupara por ella, la dejaría malditamente sola.
—¿Cómo diferente? —preguntó Rosario, sonando irritada.
—No sigue mis idioteces, es refrescante. Lo dijiste tú misma, Ro. No soy su tipo. Simplemente no es… de esa forma con nosotros. —Incluso si lo fuera, no debería serlo.
—Estás más cerca de ser su tipo de lo que crees —dijo Rosario.
Miré a los ojos de Rosario. Estaba completamente seria. Rosario era como una hermana para Paula, y tan protectora como una madre osa. Nunca se animarían a cualquier cosa la una a la otra que podría ser perjudicial. Por primera vez, sentí un poco de esperanza.
Las tablas de madera crujieron en el pasillo, y nos congelamos. La puerta de mi habitación se cerró, y luego los pasos de Paula resonaron en la sala.
—Hola, Paula —dijo Rosario con una sonrisa—. ¿Cómo estuvo tu siesta?
—Estuve inconsciente durante cinco horas. Es más cercano a un coma que a una siesta.
Su máscara estaba corrida debajo de sus ojos, y su pelo estaba enmarañado en su cabeza. Era impresionante. Me sonrió y me levanté, tomé su mano y la llevé directamente a la habitación. Paula me miró confundida y preocupada,
haciéndome sentir aún más desesperado por hacer las paces.
—Lo siento, Paloma. Fui un imbécil contigo.
Sus hombros cayeron. —No sabía que estabas enojado conmigo.
—No estaba enojado contigo. Es sólo que tengo la mala costumbre de desquitarme con quienes me preocupan. Es una pobre excusa de mierda, lo sé, pero lo siento —dije, envolviéndola en mis brazos.
—¿Por qué estabas enojado? —preguntó, poniendo su mejilla en mi pecho.
Maldita sea, eso se sintió demasiado bien. Si no fuera un idiota, le habría explicado que sabía que las calderas habían sido arregladas, y que la idea de dejarla ir y pasar más tiempo con Adrian me asustaba demasiado, pero no podía hacerlo. No quería arruinar el momento.
—No importa. Lo único que me preocupa eres tú.
Me miró y sonrió. —Puedo manejar tus rabietas.
Examiné su rostro durante unos momentos antes de que una pequeña sonrisa se extendiera a través de mis labios.
—No sé por qué me aguantas, y tampoco sé lo que haría si no lo hicieras.
Sus ojos cayeron lentamente de mis ojos a mis labios, y contuvo el aliento.
Cada vello en mi piel se erizó, y no estaba seguro de si respiraba o no. Me incliné menos de un centímetro esperando a ver si protestaba, pero entonces, sonó mi
jodido teléfono. Los dos saltamos.
—Sí —dije con impaciencia.
—Perro Loco. Alberto estará en Jefferson en noventa.
—¿Hoffman? Jesús… De acuerdo. Sera grande y facil. ¿Jefferson?
—Jefferson —dijo Agustin—. ¿Estás dentro?
Miré a Paula y le guiñé un ojo.
—Estaremos ahí. —Colgué, metí el teléfono en el bolsillo y agarré la mano de Paula—. Ven conmigo. —La llevé a la sala de estar—. Era Agustin —le dije a Valentin—Alberto Hoffman estará en Jefferson en noventa minutos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)