martes, 13 de mayo de 2014

CAPITULO 148



El viaje al apartamento pareció durar una eternidad. Sólo un toque de aire caliente del verano se mantuvo, inusual para la época del año, pero era bienvenido.
El cielo nocturno oscurecía todo a mí alrededor, por lo que temí lo peor. Vi el coche de Rosario aparcado en su habitual sitio y estuve inmediatamente nervioso. Cada paso se sentía como un pie más cerca del corredor de la muerte.
Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió de golpe y Rosario me miró con una expresión en blanco en su rostro.


—¿Paula está aquí?


Rosario asintió. —Está durmiendo en tu habitación —dijo en voz baja.


Me puse delante de ella y me senté en el sofá. Valentin estaba en el asiento del amor, y Rosario se dejó caer a mi lado.


—Está bien —dijo Rosario. Su voz era dulce y tranquilizadora.


—No debí haberle hablado de esa manera —dije—. En un momento la estoy empujando tan lejos como pueda para enojarla, y al siguiente estoy aterrado de que entre en razón y me saque de su vida.


—Dale un poco de crédito. Sabe exactamente lo que estás haciendo. No eres su primer rodeo



—Exactamente. Se merece algo mejor. Lo sé, y al mismo tiempo no puedo alejarme. No sé por qué —dije con un suspiro, frotándome las sienes—. No tiene sentido. Nada de esto tiene sentido.


—Paula lo entiende, Pepe. No te tortures —dijo Valentin.


Rosario me dio un codazo en el brazo. —Ya van a ir a la fiesta. ¿Dónde está el daño en invitarla a salir?


—No quiero salir con ella, sólo quiero estar a su alrededor. Ella es…diferente. —Era una mentira. Rosario lo sabía y yo lo sabía. La verdad era que si realmente me preocupara por ella, la dejaría malditamente sola.


—¿Cómo diferente? —preguntó Rosario, sonando irritada.


—No sigue mis idioteces, es refrescante. Lo dijiste tú misma, Ro. No soy su tipo. Simplemente no es… de esa forma con nosotros. —Incluso si lo fuera, no debería serlo.


—Estás más cerca de ser su tipo de lo que crees —dijo Rosario.


Miré a los ojos de Rosario. Estaba completamente seria. Rosario era como una hermana para Paula, y tan protectora como una madre osa. Nunca se animarían a cualquier cosa la una a la otra que podría ser perjudicial. Por primera vez, sentí un poco de esperanza.
Las tablas de madera crujieron en el pasillo, y nos congelamos. La puerta de mi habitación se cerró, y luego los pasos de Paula resonaron en la sala.


—Hola, Paula —dijo Rosario con una sonrisa—. ¿Cómo estuvo tu siesta?


—Estuve inconsciente durante cinco horas. Es más cercano a un coma que a una siesta.


Su máscara estaba corrida debajo de sus ojos, y su pelo estaba enmarañado en su cabeza. Era impresionante. Me sonrió y me levanté, tomé su mano y la llevé directamente a la habitación. Paula me miró confundida y preocupada,
haciéndome sentir aún más desesperado por hacer las paces.


—Lo siento, Paloma. Fui un imbécil contigo.


Sus hombros cayeron. —No sabía que estabas enojado conmigo.


—No estaba enojado contigo. Es sólo que tengo la mala costumbre de desquitarme con quienes me preocupan. Es una pobre excusa de mierda, lo sé, pero lo siento —dije, envolviéndola en mis brazos.


—¿Por qué estabas enojado? —preguntó, poniendo su mejilla en mi pecho.


Maldita sea, eso se sintió demasiado bien. Si no fuera un idiota, le habría explicado que sabía que las calderas habían sido arregladas, y que la idea de dejarla ir y pasar más tiempo con Adrian me asustaba demasiado, pero no podía hacerlo. No quería arruinar el momento.


—No importa. Lo único que me preocupa eres tú.


Me miró y sonrió. —Puedo manejar tus rabietas.


Examiné su rostro durante unos momentos antes de que una pequeña sonrisa se extendiera a través de mis labios. 


—No sé por qué me aguantas, y tampoco sé lo que haría si no lo hicieras.


Sus ojos cayeron lentamente de mis ojos a mis labios, y contuvo el aliento.
Cada vello en mi piel se erizó, y no estaba seguro de si respiraba o no. Me incliné menos de un centímetro esperando a ver si protestaba, pero entonces, sonó mi
jodido teléfono. Los dos saltamos.


—Sí —dije con impaciencia.


—Perro Loco. Alberto estará en Jefferson en noventa.


—¿Hoffman? Jesús… De acuerdo. Sera grande y facil. ¿Jefferson?


—Jefferson —dijo Agustin—. ¿Estás dentro?


Miré a Paula y le guiñé un ojo.


—Estaremos ahí. —Colgué, metí el teléfono en el bolsillo y agarré la mano de Paula—. Ven conmigo. —La llevé a la sala de estar—. Era Agustin —le dije a Valentin—Alberto Hoffman estará en Jefferson en noventa minutos.

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