martes, 13 de mayo de 2014

CAPITULO 150



Un lado de su boca apareció. No lo hizo perturbador. —Cualquier cosa vale la pena para verte intentar la abstinencia, para variar.


Su respuesta envió una descarga de adrenalina a través de mis venas que sólo había sentido alguna vez durante una pelea. La besé en la mejilla, dejando que mis labios permanecieran contra su piel sólo un momento más antes de caminar hacia la sala. Me sentía como un rey. De ninguna manera ese hijo de puta me iba a tocar.
Tal como había anticipado, era sólo una sala donde estaban de pie, y empujones y gritos se ampliaron una vez que entramos. Asentí a Agustin en dirección a Paula, para señalarle que estuviera atento a ella. Lo comprendió de inmediato. Agustin era un bastardo codicioso, pero una vez fue el monstruo invicto en el Círculo. No tenía nada de qué preocuparme siempre y cuando la vigilara. Él lo haría, así que no me distraería. Agustin haría cualquier cosa, siempre y cuando eso significara hacer una tonelada de dinero.
Se hizo un camino despejado mientras caminaba hacia el Círculo y, entonces, la puerta humana se cerró detrás de mí. Alberto se puso cara a cara conmigo, jadeando y temblando como si acabara de tomarse un Red Bull y un Mountain Dew.
Por lo general, no tomaba esta mierda en serio y hacía un juego de mentalizar a mis adversarios, pero la pelea de esa noche era importante, así que puse mi cara de jugador.
Agustin hizo sonar la bocina. Me equilibré, di unos pasos hacia atrás y esperé a que Alberto cometiera su primer error. Esquivé su primer golpe y luego otro.
Agustin extrajo algo de atrás. Estaba insatisfecho, pero lo había previsto. A Agustin le gustan las peleas para entretener. Era la mejor manera de obtener más cabezas en
los sótanos. Más gente significaba más dinero.
Incliné mi codo y envié mi primer golpe a la nariz de Alberto, duro y rápido.
En una noche normal de pelea, la contendría, pero quería terminar con esto y pasar el resto de la noche celebrándolo con Paula.
Golpeé a Hoffman otra vez, y después esquivé algunos golpes suyos, cuidándome de no estar tan emocionado para dejar que me golpeara y cagarlo todo. Alberto tomó un segundo impulso y volvió por mí, pero no le llevó mucho tiempo lanzarme otro golpe que no pudo aterrizar. Esquivaba golpes de Marcos de forma más rápida de lo que esta perra podía lanzar.
Mi paciencia se había acabado y atraje a Hoffman a la columna de cemento en el centro de la sala. Me paré frente a esta, vacilando sólo lo suficiente para que mi oponente pensara que tenía una ventaja para clavar mi cara con un golpe devastador. Lo esquivé mientras ponía todo en su último lanzamiento y golpeó con el puño directo al pilar. La sorpresa se registró en los ojos de Hoffman justo antes de que se doblara.
Esa fue mi señal. Inmediatamente lo ataqué. Un ruido sordo señaló que Hoffman finalmente cayó al suelo y después de un breve silencio, la sala estalló.
Agustin lanzó una bandera roja en el rostro de Hoffman y, a continuación, me vi rodeado de gente.
La mayor parte del tiempo disfruto de la atención y las malditas felicitaciones de los que apuestan por mí, pero esta vez sólo estaban siendo un obstáculo. Intenté mirar a través del mar de gente para encontrar a Paula, pero cuando por fin eché un vistazo a donde se suponía que debía estar, se me encogió el estómago. Se había ido.
Las sonrisas se volvían caras de sorpresa mientras empujaba a la gente fuera de mi camino.


—¡Maldita sea, muévanse! —grité, empujando más fuerte cuando el pánico se apoderó de mí.


Finalmente, llegué a la sala de lámparas, buscando desesperadamente a Paula en la oscuridad. —¡Paloma!


—¡Estoy aquí! —Su cuerpo se estrelló contra el mío y eché mis brazos alrededor de ella. En un segundo me sentí aliviado y al siguiente estaba irritado.


—¡Casi me matas del susto! ¡Casi tuve que empezar otra pelea para llegar a ti! ¡Finalmente llego y te has ido!


—Me alegro de que hayas vuelto. No tenía ganas de tratar de encontrar mi camino en la oscuridad.


Su sonrisa me hizo olvidar todo lo demás y recordé que era mía. Al menos por un mes más.


—Creo que has perdido la apuesta.


Agustin entró pisando fuerte, miró a Paula y luego a mí, fijamente. —Tenemos que hablar.


Le guiñé un ojo a Paula —No te muevas. Ya regreso. —Seguí a Agustin a la habitación de al lado—. Sé lo que vas a decir...


—No, no —gruñó Agustin—. No sé lo que estás haciendo con ella, pero no jodas con mi dinero.


Me reí una vez. —Esta noche hiciste una cuenta. Te lo compensaré.


—¡Por supuesto que lo harás! ¡No permitiré que eso vuelva a suceder! —Agustin estrelló el dinero en mi mano y a continuación chocó sus hombros junto a mí al pasar.


Metí el fajo de billetes en el bolsillo, y le sonreí a Paula —Vas a necesitar más ropa.


—¿En serio vas a hacer que me quede contigo durante un mes?


—¿Habrías hecho que yo no tuviera sexo durante un mes?


Se echó a reír. —Será mejor que pasemos por Morgan.


Cualquier intento de cubrir mi gran satisfacción fue un épico fracaso.


—Eso será interesante.


Mientras Agustin pasaba, le entregó a Paula algo de dinero antes de desaparecer entre la decreciente multitud.


—¿Apostaste? —pregunté, sorprendido.


—Pensé que debía obtener la experiencia completa —dijo con un encogimiento de hombros.


La tomé de la mano y la llevé hacia la ventana, entonces salté una vez, subiendo. Me arrastré por el césped y después de darme la vuelta, me incliné para levantar a Paula.
El paseo a Morgan parecía perfecto. Hacía un calor insoportable y el aire tenía la misma sensación eléctrica como una noche de verano. Intenté no sonreír todo el tiempo como un idiota, pero era difícil no hacerlo.


—¿Por qué quieres que me quede contigo, de todos modos? —preguntó.


Me encogí de hombros.


—No lo sé. Todo es mejor cuando estás cerca.


Valentin y Rosario esperaban en el Charger para que pudiéramos aparecer con las cosas extras de Paula. Una vez que tomó todo, fuimos a la zona de aparcamiento y se sentó a horcajadas en la moto. Envolvió sus brazos alrededor de mi pecho y apoyé mi mano sobre la suya.


Respiré hondo.


—Me alegro de que estuvieras allí esta noche, Paloma.

 Nunca me había divertido tanto en una pelea en mi vida.
El tiempo que se tomó en responder se sintió como una eternidad. Posó su barbilla en mi hombro.



—Eso fue porque estabas tratando de ganar nuestra apuesta.


Me volví hacia ella, mirándola fijamente a los ojos. —Maldita sea que así era.


Sus cejas se alzaron. —¿Por eso estabas de tan mal humor hoy? ¿Por qué sabías que habían arreglado las calderas, y me iría esta noche?


Me perdí en sus ojos un momento y decidí que era un buen momento para callarme. Arranqué el motor y conduje a casa, más lento de lo que había conducido… nunca. Cuando un semaforo nos pilló, me encontré con una cantidad extraña de alegría al poner mis manos sobre ella, o apoyando mi mano en su rodilla. A ella no parecía importarle y la verdad es que yo estaba jodidamente cerca del cielo.
Llegamos al apartamento, Paula se bajó de la moto como una profesional, y se dirigió a las escaleras.


—Siempre odio cuando han estado en casa durante un rato. Me siento como si fuéramos a interrumpirlos.


—Acostúmbrate. Este será tu hogar por las próximas cuatro semanas —dije, dando la vuelta—. Súbete.


—¿Qué?


—Vamos, te cargaré.


Se rió y saltó sobre mi espalda. Agarré sus muslos mientras corría escaleras arriba.


Rosario abrió la puerta antes de que llegáramos a la cima y sonrió. —Mírense ustedes dos. Si no los conociera mejor...


—Ya basta, Ro—dijo Valentin desde el sofá.


Genial. Valentin estaba en uno de sus estados de ánimo.
Rosario sonrió como si hubiera dicho demasiado y seguidamente abrió la puerta para que pudiéramos pasar. Seguí sosteniendo a Paloma, y después la dejé caer frente al sillón reclinable. Gritó cuando me incliné hacia atrás, empujando juguetonamente mi peso contra ella.


—Estás muy alegre esta noche, Pepe. ¿Qué pasa? —apuntó Rosario.


—Acabo de ganar una gran cantidad de dinero, Ro. Dos veces más de lo que pensé que ganaría. ¿Por qué no iba a estar feliz?


Rosario sonrió. —No, es algo más —dijo, mirando mi mano mientras acariciaba el muslo de Paula.


—Ro —advirtió Valentin.


—Bien. Hablaré de otra cosa. ¿No te invitó Adrian a la fiesta de Sig Tau este fin de semana, Pau?


La ligereza que sentía se fue inmediatamente y me giré hacia Paula.


—¿Er... sí? ¿No vamos a ir todos?


—Yo estaré allí —dijo Valentin, distraído por la televisión.


—Y eso significa que yo también —dijo Rosario, mirándome expectante.


Me hostigaba, esperando a que me ofreciera voluntariamente para ir, pero yo estaba más preocupado por Adrian pidiéndole a Paula una cita de mierda.


—¿Él va a pasar a recogerte o algo así? —pregunté.


—No, sólo me habló de la fiesta.


La boca de Rosario se extendió en una sonrisa traviesa, casi flotando en la anticipación. —Aunque dijo que te vería allí. Es muy lindo.


Le disparé a Rosario una mirada irritada y seguidamente miré a Paula.


—¿Irás?


—Le dije que lo haría. —Se encogió de hombros—. ¿Tú?


—Sí —dije sin vacilar. No era una fiesta de citas, después de todo, sólo un fin de semana de cerveza. Lo que no me importa. Y ni de coña iba a dejar que Adrian tuviera toda una noche con ella. Ella habría vuelto... uf, no quiero ni pensarlo. Él habría puesto su sonrisa Abercrombie, o la llevaría al restaurante de sus padres para desfilar su dinero, o encontrado alguna otra manera de deslizarse en sus pantalones.


Valentin me miró. —La semana pasada dijiste que no irías.


—He cambiado de opinión, Valen. ¿Cuál es el problema?


—Nada —replicó, retirándose a su habitación.


Rosario frunció el ceño.


—Tu sabes cuál es el problema —dijo—. ¿Por qué no dejas de volverlo loco y sólo acabas con eso? —Se unió a Valentin en su habitación y sus voces se redujeron a murmullos detrás de la puerta cerrada.


—Bueno, me alegro de que todo el mundo lo sepa —dijo Paula.


Paula no era la única confundida por el comportamiento de Valentin.
Anteriormente, él se burlaba de mí acerca de ella y ahora se comportaba como un renegón. ¿Qué pudo haber pasado entre entonces y ahora para asustarlo? Tal vez se sentiría mejor una vez que me diera cuenta que finalmente había decidido terminar con las otras chicas y sólo quería a Paula. Tal vez el hecho de que hubiera admitido que realmente me preocupaba por ella había hecho que Valentin se preocupara aún más. Yo no tenía exactamente madera de novio. Sí. Eso tenía más sentido.


Me puse de pie. —Voy a tomar una ducha rápida.


—¿Les pasa algo? —preguntó Paula.


—No, él sólo está paranoico.


—Es por nosotros —adivinó. Una rara sensación flotante vino sobre mí.


Había dicho nosotros—. ¿Qué? —preguntó, mirándome con suspicacia.


—Tienes razón. Es por nosotros. No te duermas, ¿de acuerdo? Quiero hablar contigo de algo.


Me costó menos de cinco minutos bañarme, pero me quedé bajo el chorro de agua durante por lo menos otro cinco más, planeando qué decirle a Paula. Perder más tiempo no era una opción. Estará aquí por el siguiente mes y era el momento perfecto para demostrarle que yo no era quien ella pensaba. Para ella, al menos, yo era diferente y podríamos pasar las próximas cuatro semanas disipando cualquier sospecha que pudiera tener.

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