domingo, 25 de mayo de 2014

CAPITULO 190




Paula apenas habló mientras empacábamos, aún menos en el camino hacia el aeropuerto. Ella miró al vacío la mayor parte del tiempo a menos que uno de nosotros le hiciera una pregunta. No estaba seguro de si se estaba ahogando en la desesperación, o simplemente se concentraba en el desafío que se avecinaba.


Registrándonos en el hotel,Rosario hizo toda los tramites, mostrando su identificación falsa, como si lo hubiera hecho mil veces antes.


Se me ocurrió, entonces, que probablemente lo había hecho antes. Las Vegas era donde habían adquirido dichas identificaciones impecables, y el por qué Rosario nunca parecía preocuparse por lo que podría manejar Paula


Habían visto todo antes, en las entrañas de la ciudad del pecado.
Valentin era un turista inconfundible, con la cabeza hacia atrás, sorprendido frente al techo ostentoso. Sacamos nuestro equipaje en el ascensor, y puse a Paula a mi lado.


—¿Estás bien? —pregunté, poniendo mis labios en su sien.


—No quiero estar aquí —se ahogó.


Las puertas se abrieron, revelando el intrincado dibujo de la alfombra que alineaba el pasillo. Rosario y Valentin fueron por un lado, Paula y yo por el otro.


Nuestra habitación estaba al final del pasillo.



Paula metió la llave electrónica en la ranura, y luego abrió la puerta. La habitación era enorme, empequeñeciendo la cama extra-grande en el centro de la habitación.


Dejé la maleta contra la pared, presionando todos los interruptores hasta que la cortina gruesa se separó para revelar el tránsito, luces intermitentes y el tráfico de La Franja de las Vegas. Otro botón apartó un segundo conjunto de cortinas transparentes.


Paula no prestó atención a la ventana. Ni siquiera se molestó en levantar la mirada. El brillo y el oro habían perdido su lustre por sus años anteriores.


Puse nuestro equipaje en el suelo y miré alrededor de la habitación. —Esto es lindo, ¿verdad?


Paula me miró. —¿Qué? —Abrió su maleta en un solo movimiento, y sacudió la cabeza—. Esto no son vacaciones, Pedro. No deberías estar aquí.


En dos pasos, estuve detrás de ella, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura. Ella era diferente aquí, pero yo no lo era. Todavía podía ser alguien con quién podía contar, alguien que pudiera protegerla de los fantasmas de su pasado.


—Voy donde tu vayas —le dije al oído.


Apoyó la cabeza en mi pecho y suspiró. —Tengo que llegar al primer piso.


Puedes quedarte aquí o echar un vistazo a La Franja. Te veré más tarde, ¿de acuerdo?


—Voy contigo.


Se volvió hacia mí. —No te quiero allí, Pepe.


No esperaba eso de ella, sobre todo, no el tono frío de su voz.


Paula tocó mi brazo. —Si voy a ganar catorce mil dólares en un fin de semana, tengo que concentrarme. No me gusta quién voy a ser mientras estoy en esas mesas, y no quiero que lo veas, ¿de acuerdo?


Le aparté el pelo de sus ojos, y luego besé su mejilla. —Está bien, Paloma— No podía fingir que entendía lo que quería decir, pero la respetaría.


Rosario llamó a la puerta y luego pasó usando el mismo modelo descubierto que lució en la fiesta de citas. Sus tacones eran desorbitados, y se había puesto dos capas extra de maquillaje. Parecía diez años mayor.


Saludé a Rosario, y luego agarré la llave electrónica adicional de la mesa.


Rosario ya estaba concentrando a Paula para su noche, me recordaba a un entrenador que ofrece una charla motivadora a su boxeador antes de una gran pelea de boxeo.


Valentin estaba de pie en el pasillo, mirando a tres bandejas de comida a medio-comer en el suelo dejado allí por los huéspedes en el pasillo.


—¿Qué es lo que quieres hacer primero? —pregunté.


—Definitivamente no me estoy casando contigo.


—Estás jodidamente hilarante. Vamos abajo.


La puerta del ascensor se abrió, y el hotel cobró vida. Era como si los pasillos fueran las venas, y la gente fuera su sangre. Grupos de mujeres vestidas como estrellas porno, familias, extranjeros, las ocasionales despedidas de solteros,y los empleados del hotel se sucedían en el caos organizado.


Tomó un tiempo conseguir ir más allá de las tiendas que se alineaban en las salidas y llegar a la avenida, pero salimos a la calle y caminamos hasta que vimos,una multitud reunida frente a uno de los casinos. Las fuentes estaban encendidas, la interpretación de alguna canción patriótica. 


Valentin estaba hipnotizado, al parecer incapaz de moverse mientras observaba la danza del agua y rocío.
Debimos haber alcanzado los últimos dos minutos, porque las luces se apagaron pronto, el agua se apagó, y la multitud se dispersó inmediatamente.


—¿Qué fue eso? —pregunté.


Valentin seguía mirando a la fuente ya calmada. —No lo sé, pero fue genial.


Las calles estaban llenas de Elvis, Michael Jackson, bailarinas y personajes de dibujos animados, todos fácilmente disponibles para tomar una foto por un precio. En un momento dado, no dejaba de oír un ruido de aleteo, y luego identifiqué de dónde venía. Los hombres estaban de pie en la acera, cortando una pila de cartas en sus manos. Le entregaron una a Valentin. Era una foto de una mujer con unos pechos ridículamente grandes en una pose seductora. Ofrecían prostitutas y clubes de striptease.


Valentin tiró la tarjeta al suelo. La acera estaba cubierta de ellas.
Una chica pasó por delante, mirándome con una sonrisa ebria. Llevaba sus tacones en sus manos. Mientras deambulaba por ahí, me di cuenta de sus pies ennegrecidos. El suelo estaba sucio, los cimientos para la ostentación y la sofisticación arriba.


—Estamos salvados —dijo Valentin, acercándose a un vendedor ambulante vendiendo Red Bull y cualquier licor que puedas imaginar. Valentin ordenó dos con vodka, y sonrió cuando tomó su primer trago—. Puede que nunca me quiera ir.


Miré la hora en mi teléfono celular. —Ha pasado una hora. Regresemos.


—¿Te acuerdas de dónde vinimos? Porque yo no.


—Sí. Por este camino.


Volvimos sobre nuestros pasos. Me alegré cuando finalmente terminamos en nuestro hotel, porque en verdad no estaba muy seguro de cómo volver,tampoco. La Franja no era difícil de navegar, pero había un montón de
distracciones en el camino, y definitivamente Valentin estaba en el modo de vacaciones.


Busqué en las mesas de póker a Paula, sabiendo que es donde ella estaría.


Alcancé a ver su pelo caramelo, se sentó bien erguida y con confianza en una mesa llena de viejos y Rosario, las chicas eran un gran contraste del resto de los acampados en la zona de póker.


Valentin me hizo señas a una mesa de blackjack, y jugamos un rato para pasar el tiempo.
Media hora más tarde, Valentin empujó mi brazo. Paula estaba de pie, hablando con un hombre con la piel de oliva y el pelo oscuro, con un traje y corbata. La tenía por el brazo, e inmediatamente me levanté.


Valentin agarró mi camisa. —Espera, Pedro. Él trabaja aquí. Sólo dale un minuto. Puedes hacer que nos echen si no mantienes tu cabeza.


Los miré. Estaba sonriendo, pero Paula era todo negocio. Él luego reconoció a Rosario.


—Lo conocen —dije, tratando de leer sus labios para entender la conversación distante. Lo único que pude entender fue algo de sal a cenar conmigo del tipo en el traje, y Paula diciendo estoy aquí con alguien.


Valentin no me podía contener en este tiempo, pero se detuvo a unos metros de distancia cuando vi al del traje besar la mejilla de Paula.


—Fue bueno verte de nuevo. Nos vemos mañana... a las cinco ¿de acuerdo?Estaré en el piso ocho —dijo.


Mi estómago se hundió, y mi cara se sentía como si estuviera en llamas.


Rosario tiró del brazo de Paula, notando mi presencia.


—¿Quién era ese? —pregunté.


Paula asintió hacia el tipo del traje. —Ese es Guillermo Viveros. Lo conozco desde hace mucho tiempo.


—¿Desde hace cuánto?


Miró a la silla vacía en la mesa de póker. —Pedro, no tengo tiempo para esto.


—Supongo que él tiró la idea del ministro joven —dijo Rosario, enviando una sonrisa coqueta en la dirección de Guillermo.


—¿Ese es tu ex-novio? —pregunté, al instante enojado—. ¿Pensé que dijiste que era de Kansas?


Paula dio una mirada impaciente a Rosario, y a continuación tomó mi barbilla en su mano. —Sabe que no soy lo suficientemente mayor como para estar aquí,Pepe. Me dio hasta la medianoche. Te explicaré todo más tarde, pero por ahora tengo que volver al juego, ¿de acuerdo?

CAPITULO 189



Tomé a Paula bajo mi brazo, y juntos nos fuimos a través de la casa, por las escaleras y a través de la multitud hacia la puerta principal. Paula se movió rápidamente, desesperada por llegar a la seguridad del apartamento. Sólo había oído hablar elogios de Ruben Chaves como jugador de póker por mi padre. Ver a Paula correr como una niña asustada me hacía odiar cada momento que mi familia perdió admirándolo.


A medio paso, la mano de Rosario salió disparada y agarró el abrigo de Paula.


Paula—susurró, señalando a un pequeño grupo de personas.


Estaban apiñadas alrededor de un hombre más viejo, desaliñado, sin afeitar y sucio hasta el punto en que parecía que olía. Señalaba a la casa, con una imagen pequeña. Las parejas asentían, discutiendo la foto entre ellos.


Paula irrumpió hacia el hombre y le sacó la foto de las manos. —¿Qué demonios estás haciendo aquí?


Miré la foto en su mano. No podía haber tenido más de quince años, flaca, con el pelo ratonil y los ojos hundidos. Ella debía de haber sido miserable. No es de extrañar que quisiera alejarse.


Las tres parejas que lo rodeaban se alejaron. Miré hacia atrás a sus rostros asombrados, y luego esperé a que el hombre respondiera. Era Ruben jodido Chaves. Lo reconocí por los agudos ojos inconfundibles ubicados en esa cara sucia.



Valentin y Rosario estaban a cada lado de Paula. Ahuequé sus hombros desde atrás.


Ruben miró el vestido de Paula y chasqueó la lengua en señal de desaprobación. —Bueno, bueno, Cookie. Puedes sacar a la chica de Vegas…


—Cállate. Cállate, Ruben. Sólo da la vuelta —señaló tras él—, y vuelve a cualquier lugar de donde vengas. No quiero que estés aquí.


—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.


—Dime algo nuevo —se burló Rosario.


Ruben entrecerró los ojos hacia ella, y luego volvió su atención a su hija. —Te ves increíblemente hermosa. Has crecido. No te reconocería en la calle.


Paula suspiró. —¿Qué quieres?


Él levantó las manos y se encogió de hombros. —Parece que me he metido en un lío, nena. Tu viejo padre necesita un poco de dinero.


Todo el cuerpo de Paula se puso tenso. —¿Cuánto?


—Lo estaba haciendo relativamente bien, realmente lo estaba. Sólo tenía que pedir un granito de arena para salir adelante y... ya sabes.


—Lo sé —le espetó—. ¿Cuánto necesitas?


—Veinticinco.


—Mierda,Ruben, ¿dos mil quinientos? Si te largas en este mismo instante...


Te los daré —dije, sacando mi cartera.


—Quiere decir veinticinco mil —dijo Paula, su voz fría.


Los ojos de Ruben rodaron encima de mí, de mi cara a mis zapatos. —¿Quién es este payaso?


Mis cejas se alzaron de mi cartera, y por instinto, me incliné hacia mi presa.
La única cosa que me detenía era sentir el pequeño cuerpo de Paula entre nosotros, y saber que este hombrecito sucio era su padre. —Puedo ver, ahora, por qué un hombre como tú se ha reducido a pedirle a su hija adolescente un préstamo.


Antes de que Ruben pudiera hablar, Paula sacó su celular. —¿A quién le debes esta vez, Ruben?


Ruben se rascó su grasoso y canoso cabello. —Bueno, es una historia divertida, Cookie…


—¿Quién? —gritó Paula.


—Benny.


Paula se inclinó hacia mí. —¿Benny? ¿Le debes a Benny? ¿Qué diablos estabas...? —Hizo una pausa—. No tengo esa cantidad de dinero, Ruben.


Sonrió. —Algo me dice que sí.


—¡Bien, no lo tengo! ¿Realmente lo has hecho, esta vez, no? ¡Sabía que no pararías hasta que terminaras muerto!
Se movió, la sonrisa satisfecha en su rostro había desaparecido. —¿Cuánto tienes?


—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.


Los ojos de Rosario se lanzaron en dirección a Paula—¿De dónde sacaste once mil dólares,Paula?


—Las peleas de Pedro.


Tiré de sus hombros hasta que me miró. —¿Has obtenido once mil de mis peleas? ¿Cuándo estabas apostando?


—Agustin y yo tenemos un acuerdo —dijo casualmente.
Los ojos de Ruben estaban repentinamente animados. —Puedes duplicar eso en un fin de semana, Cookie. Puedes hacerme veinticinco para el domingo, y Benny no enviará a sus matones por mí.


—Me dejará sin nada, Ruben. Necesito pagar la escuela —dijo Paula, un deje de tristeza en su voz.


—Oh, puedes conseguirlo de nuevo en muy poco tiempo —dijo, agitando la mano con desdén.


—¿Cuándo es la fecha límite? —preguntó Paula.


—El lunes. A la media noche —dijo, sin pedir disculpas.


—No tienes que darle una jodida moneda de diez centavos, Paloma —le dije.


Ruben agarró la muñeca de Paula —¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera por ti!


Rosario le dio una palmada en la mano y luego lo empujó. 


—¡No te atrevas a empezar esa mierda otra vez, Ruben! ¡Ella no te obligó a pedirle dinero prestado a Benny!


Ruben miró a Paula. La luz de odio en sus ojos hizo que cualquier conexión que tuviera con su hija desapareciera. —Si no fuera por ella, habría tenido mi propio dinero. Me arrebataste todo lo que era mío,Paula. ¡No tengo nada!


Paula ahogó un grito. —Voy a reunir el dinero de Benny para el domingo.Pero cuando lo haga, quiero que me dejes en paz. No voy a hacer esto otra vez,Ruben. A partir de ahora, estás por tu cuenta, ¿me oyes? Mantente. Alejado.


Apretó los labios y asintió. —Como tú digas, Cookie.


Paula se dio la vuelta y se dirigió hacia el coche.


Rosario suspiró. —Hagan sus maletas, muchachos. Nos vamos a Las Vegas.


—Caminó hacia el Charger, y Valentin y yo nos pusimos de pie, congelados.


—Espera. ¿Qué? —Él me miró—. Como Las Vegas, ¿Las Vegas? ¿Al igual que en Nevada?


—Eso parece —le dije, metiendo las manos en los bolsillos.


—Sólo vamos a reservar un vuelo a Las Vegas —dijo Valentin, todavía tratando de procesar la situación.


—Sí.


Valentin se acercó a la puerta abierta de Rosario para dejar que ella y Paula entraran al lado del pasajero, y luego la cerró de golpe, su cara en blanco.


—Nunca he estado en Las Vegas.


Una sonrisa traviesa elevó mi boca hacia un lado. —Parece que es hora de estallar esa cereza.

CAPÍTULO 188




Mantuve mis brazos alrededor de Paula mientras caminábamos a través del césped de la casa Sigma Tau. Paula temblaba, así que caminé rápidamente y
torpemente tirando de ella, tratando de sacarla del frío tan rápido como sus tacones altos lo permitían. Al segundo que atravesamos las gruesas puertas dobles,inmediatamente prendí un cigarro en mi boca para agregar la típica niebla de la fiesta de fraternidad. El bajo de las bocinas resonaba como un latido debajo de nuestros pies.



Después de que Valentin y yo nos hicimos cargo de los abrigos de las chicas,guié a Paula hacia la cocina, con Valentin y Rosario justo detrás. Nos quedamos de pie allí, con cervezas en mano, oyendo a Jay Gruber y Omar Pierce discutiendo mi última pelea. Lorena se apartó de la camisa de Omar, claramente aburrida con la plática de hombres.


—Amigo, ¿pusiste el nombre de tu chica en tu muñeca? ¿Qué en el infierno te poseyó para hacer eso? —dijo Omar.
Le di la vuelta a mi mano para revelar el apodo de Paula —Estoy loco por ella —dije, bajando la mirada hacia Paula.


—Apenas la conoces —se burló Lorena.


—La conozco.


En mi visión de perfil, vi a Valentin empujar a Rosario hacia las escaleras,así que tomé la mano de Paula y lo seguí. Desafortunadamente, Omar y Lorena hicieron lo mismo. En una fila, bajamos las escaleras hacia el sótano, la música creciendo más fuerte con cada paso.


Al segundo que mi pie golpeó el último escalón, el DJ puso una canción lenta. Sin dudarlo, jalé a Paula a la pista de baile de concreto, alineado con los muebles que habían sido empujados hacia los lados por la fiesta.


Paula encajaba perfectamente en la curva de mi cuello.


—Estoy contento que nunca fui a una de estas cosas antes —le dije en su oído—. Es correcto que te haya traído sólo a ti.


Paula presionó su mejilla contra mi pecho, y sus dedos presionaron mis hombros.


—Todos te están mirando en este vestido —dije—, creo que es algo genial... estar con la chica que todos quieren.


Paula se inclinó hacia atrás para ponerme los ojos en blanco. —Ellos no me quieren. Están curiosos de por qué tú me quieres. De cualquier forma, siento pena por cualquiera que piense que tiene una oportunidad. Estoy desesperadamente y completamente enamorada de ti.


¿Cómo siquiera podía preguntárselo?


—Tú sabes porque te quiero. No sabía que estaba perdido hasta que me encontraste. No sabía lo solo que estaba hasta la primera noche que pasé sin ti en mi cama. Eres lo único que he hecho bien. Tú eres por quien he estado esperando,Paloma.


Paula se alzó para tomar mi cara entre sus manos, y envolví mis brazos alrededor de ella, levantándola del piso. Nuestros labios se presionaron suavemente, y mientras trabajaba sus labios contra los míos, me aseguré silenciosamente de comunicar lo mucho que la amaba en ese beso, porque nunca podría hacerlo correctamente con sólo palabras.


Después de unas canciones y un momento hostil, aunque entretenido, entre Lorena y Rosario, decidí que era un buen momento para dirigirnos arriba. —Ven,Paloma. Necesito un cigarro.


Paula me siguió hacia arriba en las escaleras. Me aseguré de agarrar su abrigo antes de continuar hacia el balcón. El segundo que dimos un paso afuera,me detuve, Paula también se detuvo a mi lado, frente a Adrian y una muy maquillada chica que él toqueteaba.


El primer movimiento fue hecho por Adrian, quien llevó su mano debajo de la falda de la chica.


Paula—dijo, sorprendido y sin aliento.


—Hola, Adrian —replicó Paula, conteniendo una carcajada.


—Cómo, uh... ¿cómo has estado?


Ella sonrió amablemente. —He estado genial, ¿tú?


—Uh. —Miró a su cita—Paula, esta es Amalia. Amalia... Paula.


—¿Paula Paula? —preguntó ella.


Adrian le dio un rápido e incómodo asentimiento. Amalia estrechó la mano de Paula con una mirada disgustada en su cara, y entonces me miró como si acabara de encontrar al enemigo.


—Gusto en conocerte... creo.


—Amalia —advirtió Adrian.


Reí una vez, y entonces abrí las puertas para que pasaran. Adrian agarró la mano de Amalia y se dirigió hacia a la casa.


—Eso fue... raro —dijo Paula, sacudiendo su cabeza y doblando sus brazos alrededor de ella. Miró sobre el borde hacia dos parejas enfrentando el viento invernal.


—Por lo menos, ha superado sus malditos intentos para que regreses —le dije, sonriendo.


—No creo que estuviera tratando de hacerme regresar tanto como tratando de mantenerme lejos de ti.


—Llevó a una chica a casa una vez. Ahora se comporta como si hubiese hecho un hábito el recoger y salvar a todas las estudiantes de primer año que he embolsado.


Paula me lanzó una mirada irónica por la esquina de su ojo. —¿Te he dicho lo mucho que detesto esa palabra?


—Lo siento —le dije, tirando de ella a mi lado. Encendí un cigarrillo y tomé una respiración profunda, girando mi mano. Las delicadas pero gruesa líneas negras de tinta que se entretejían para formar la palabra Paloma—. ¿Es extraño que este tatuaje no sólo sea mi nuevo favorito, sino que también me haga sentir a gusto el saber que está ahí?


—Muy extraño —dijo Paula. Le lancé una mirada, y se rió—. Estoy bromeando. No puedo decir que lo entiendo, pero es dulce... en una especie de forma a lo Pedro Alfonso.


—Si se siente tan bien tener esto en mi brazo, no puedo imaginar cómo se sentirá el poner un anillo en tu dedo.


—Pedro...


—En cuatro o tal vez cinco años —le dije, internamente asombrado de que hubiese ido tan lejos.


Paula respiró. —Tenemos que reducir la velocidad. Muy, muy despacio.


—No empieces, Paloma.


—Si seguimos a este ritmo, voy a estar descalza y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para vivir contigo, no estoy lista para un anillo, y ciertamente no estoy preparada para sentar cabeza.


Ahuequé suavemente sus hombros. —Este no es el discurso de "quiero ver otras personas", ¿verdad? Porque no voy a compartirte. De ninguna manera.


—No quiero a nadie más —dijo, exasperada.


Me relajé y liberé sus hombros, volviendo a agarrar la barandilla. —¿Qué estás diciendo, entonces? —le pregunté, aterrorizado por su respuesta.


—Estoy diciendo que tenemos que reducir la velocidad. Eso es todo lo que digo.


Asentí, insatisfecho.


Paula me cogió el brazo. —No te enojes.


—Parece que damos un paso adelante y dos pasos atrás, Paloma. Cada vez que pienso que estamos en la misma página, levantas una pared. No lo entiendo...
la mayoría de las chicas acosan a sus novios para que se lo tomen en serio, para hablar de sus sentimientos, para dar el siguiente paso...


—¿Creo que hemos establecido que no soy la mayoría de las chicas?


Dejé caer mi cabeza, frustrado. —Estoy cansado de adivinar. ¿Hacia dónde ves que esto está yendo, Paula?


Apretó los labios contra mi camisa. —Cuando pienso en mi futuro, te veo.


La abracé a mi lado, todos los músculos de mi cuerpo inmediatamente relajándose con sus palabras. Los dos miramos las nubes moviéndose a través de la noche sin estrellas, el cielo negro. La risa y el murmullo de las voces inferiores provocaron una sonrisa en el rostro de Paula. Vi los mismos asistentes a la fiesta que ella, acurrucados juntos y corriendo a la casa desde la calle.


Por primera vez en el día, el sentimiento ominoso que se había cernido sobre mí todo el día comenzó a desvanecerse.


—¡Paula! ¡Ahí estás! He estado buscándote por todos lados —dijo Rosario,apresurándose a través de la puerta. Levantó su teléfono celular—. Acabo de hablar por teléfono con mi padre. Ruben les llamó anoche.


La nariz de Paula frunció. —¿Ruben? ¿Por qué los llamó?


Rosario levantó las cejas. —Tu madre le sigue colgando.


—¿Qué es lo que quiere?


Rosario apretó los labios. —Saber dónde estabas.


—No se lo dijeron, ¿verdad?


La cara de Rosario cayó. —Es tu padre, Paula. Papá pensó que tenía derecho a saber.


—Va a venir aquí —dijo Paula, su voz hinchada de pánico—. ¡Va a venir aquí, Ro!


—¡Lo sé! ¡Lo siento! —dijo Rosario, tratando de consolar a su amiga. Paula se apartó de ella y se cubrió la cara con las manos No estaba seguro de qué demonios pasaba, pero toqué los hombros de Paula —No te hará daño, Paloma —le dije—. No lo voy a dejar.


—Encontrará una manera —dijo Rosario, mirando a Paula con los ojos pesados—. Siempre lo hace.


—Tengo que salir de aquí. —Paula se apretó su abrigo, y luego tiró de las manijas de las puertas francesas. Estaba demasiado alterada para detenerse el tiempo suficiente como para empujar primero y antes de tirar las manijas de las puertas. Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, cubrí sus manos con las mías.
Después de ayudar a abrir las puertas, Paula me miró. No estaba segura de si tenía las mejillas ruborizadas de vergüenza o por el frío, pero todo lo que quería era hacer que eso desapareciera.