domingo, 25 de mayo de 2014

CAPÍTULO 188




Mantuve mis brazos alrededor de Paula mientras caminábamos a través del césped de la casa Sigma Tau. Paula temblaba, así que caminé rápidamente y
torpemente tirando de ella, tratando de sacarla del frío tan rápido como sus tacones altos lo permitían. Al segundo que atravesamos las gruesas puertas dobles,inmediatamente prendí un cigarro en mi boca para agregar la típica niebla de la fiesta de fraternidad. El bajo de las bocinas resonaba como un latido debajo de nuestros pies.



Después de que Valentin y yo nos hicimos cargo de los abrigos de las chicas,guié a Paula hacia la cocina, con Valentin y Rosario justo detrás. Nos quedamos de pie allí, con cervezas en mano, oyendo a Jay Gruber y Omar Pierce discutiendo mi última pelea. Lorena se apartó de la camisa de Omar, claramente aburrida con la plática de hombres.


—Amigo, ¿pusiste el nombre de tu chica en tu muñeca? ¿Qué en el infierno te poseyó para hacer eso? —dijo Omar.
Le di la vuelta a mi mano para revelar el apodo de Paula —Estoy loco por ella —dije, bajando la mirada hacia Paula.


—Apenas la conoces —se burló Lorena.


—La conozco.


En mi visión de perfil, vi a Valentin empujar a Rosario hacia las escaleras,así que tomé la mano de Paula y lo seguí. Desafortunadamente, Omar y Lorena hicieron lo mismo. En una fila, bajamos las escaleras hacia el sótano, la música creciendo más fuerte con cada paso.


Al segundo que mi pie golpeó el último escalón, el DJ puso una canción lenta. Sin dudarlo, jalé a Paula a la pista de baile de concreto, alineado con los muebles que habían sido empujados hacia los lados por la fiesta.


Paula encajaba perfectamente en la curva de mi cuello.


—Estoy contento que nunca fui a una de estas cosas antes —le dije en su oído—. Es correcto que te haya traído sólo a ti.


Paula presionó su mejilla contra mi pecho, y sus dedos presionaron mis hombros.


—Todos te están mirando en este vestido —dije—, creo que es algo genial... estar con la chica que todos quieren.


Paula se inclinó hacia atrás para ponerme los ojos en blanco. —Ellos no me quieren. Están curiosos de por qué tú me quieres. De cualquier forma, siento pena por cualquiera que piense que tiene una oportunidad. Estoy desesperadamente y completamente enamorada de ti.


¿Cómo siquiera podía preguntárselo?


—Tú sabes porque te quiero. No sabía que estaba perdido hasta que me encontraste. No sabía lo solo que estaba hasta la primera noche que pasé sin ti en mi cama. Eres lo único que he hecho bien. Tú eres por quien he estado esperando,Paloma.


Paula se alzó para tomar mi cara entre sus manos, y envolví mis brazos alrededor de ella, levantándola del piso. Nuestros labios se presionaron suavemente, y mientras trabajaba sus labios contra los míos, me aseguré silenciosamente de comunicar lo mucho que la amaba en ese beso, porque nunca podría hacerlo correctamente con sólo palabras.


Después de unas canciones y un momento hostil, aunque entretenido, entre Lorena y Rosario, decidí que era un buen momento para dirigirnos arriba. —Ven,Paloma. Necesito un cigarro.


Paula me siguió hacia arriba en las escaleras. Me aseguré de agarrar su abrigo antes de continuar hacia el balcón. El segundo que dimos un paso afuera,me detuve, Paula también se detuvo a mi lado, frente a Adrian y una muy maquillada chica que él toqueteaba.


El primer movimiento fue hecho por Adrian, quien llevó su mano debajo de la falda de la chica.


Paula—dijo, sorprendido y sin aliento.


—Hola, Adrian —replicó Paula, conteniendo una carcajada.


—Cómo, uh... ¿cómo has estado?


Ella sonrió amablemente. —He estado genial, ¿tú?


—Uh. —Miró a su cita—Paula, esta es Amalia. Amalia... Paula.


—¿Paula Paula? —preguntó ella.


Adrian le dio un rápido e incómodo asentimiento. Amalia estrechó la mano de Paula con una mirada disgustada en su cara, y entonces me miró como si acabara de encontrar al enemigo.


—Gusto en conocerte... creo.


—Amalia —advirtió Adrian.


Reí una vez, y entonces abrí las puertas para que pasaran. Adrian agarró la mano de Amalia y se dirigió hacia a la casa.


—Eso fue... raro —dijo Paula, sacudiendo su cabeza y doblando sus brazos alrededor de ella. Miró sobre el borde hacia dos parejas enfrentando el viento invernal.


—Por lo menos, ha superado sus malditos intentos para que regreses —le dije, sonriendo.


—No creo que estuviera tratando de hacerme regresar tanto como tratando de mantenerme lejos de ti.


—Llevó a una chica a casa una vez. Ahora se comporta como si hubiese hecho un hábito el recoger y salvar a todas las estudiantes de primer año que he embolsado.


Paula me lanzó una mirada irónica por la esquina de su ojo. —¿Te he dicho lo mucho que detesto esa palabra?


—Lo siento —le dije, tirando de ella a mi lado. Encendí un cigarrillo y tomé una respiración profunda, girando mi mano. Las delicadas pero gruesa líneas negras de tinta que se entretejían para formar la palabra Paloma—. ¿Es extraño que este tatuaje no sólo sea mi nuevo favorito, sino que también me haga sentir a gusto el saber que está ahí?


—Muy extraño —dijo Paula. Le lancé una mirada, y se rió—. Estoy bromeando. No puedo decir que lo entiendo, pero es dulce... en una especie de forma a lo Pedro Alfonso.


—Si se siente tan bien tener esto en mi brazo, no puedo imaginar cómo se sentirá el poner un anillo en tu dedo.


—Pedro...


—En cuatro o tal vez cinco años —le dije, internamente asombrado de que hubiese ido tan lejos.


Paula respiró. —Tenemos que reducir la velocidad. Muy, muy despacio.


—No empieces, Paloma.


—Si seguimos a este ritmo, voy a estar descalza y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para vivir contigo, no estoy lista para un anillo, y ciertamente no estoy preparada para sentar cabeza.


Ahuequé suavemente sus hombros. —Este no es el discurso de "quiero ver otras personas", ¿verdad? Porque no voy a compartirte. De ninguna manera.


—No quiero a nadie más —dijo, exasperada.


Me relajé y liberé sus hombros, volviendo a agarrar la barandilla. —¿Qué estás diciendo, entonces? —le pregunté, aterrorizado por su respuesta.


—Estoy diciendo que tenemos que reducir la velocidad. Eso es todo lo que digo.


Asentí, insatisfecho.


Paula me cogió el brazo. —No te enojes.


—Parece que damos un paso adelante y dos pasos atrás, Paloma. Cada vez que pienso que estamos en la misma página, levantas una pared. No lo entiendo...
la mayoría de las chicas acosan a sus novios para que se lo tomen en serio, para hablar de sus sentimientos, para dar el siguiente paso...


—¿Creo que hemos establecido que no soy la mayoría de las chicas?


Dejé caer mi cabeza, frustrado. —Estoy cansado de adivinar. ¿Hacia dónde ves que esto está yendo, Paula?


Apretó los labios contra mi camisa. —Cuando pienso en mi futuro, te veo.


La abracé a mi lado, todos los músculos de mi cuerpo inmediatamente relajándose con sus palabras. Los dos miramos las nubes moviéndose a través de la noche sin estrellas, el cielo negro. La risa y el murmullo de las voces inferiores provocaron una sonrisa en el rostro de Paula. Vi los mismos asistentes a la fiesta que ella, acurrucados juntos y corriendo a la casa desde la calle.


Por primera vez en el día, el sentimiento ominoso que se había cernido sobre mí todo el día comenzó a desvanecerse.


—¡Paula! ¡Ahí estás! He estado buscándote por todos lados —dijo Rosario,apresurándose a través de la puerta. Levantó su teléfono celular—. Acabo de hablar por teléfono con mi padre. Ruben les llamó anoche.


La nariz de Paula frunció. —¿Ruben? ¿Por qué los llamó?


Rosario levantó las cejas. —Tu madre le sigue colgando.


—¿Qué es lo que quiere?


Rosario apretó los labios. —Saber dónde estabas.


—No se lo dijeron, ¿verdad?


La cara de Rosario cayó. —Es tu padre, Paula. Papá pensó que tenía derecho a saber.


—Va a venir aquí —dijo Paula, su voz hinchada de pánico—. ¡Va a venir aquí, Ro!


—¡Lo sé! ¡Lo siento! —dijo Rosario, tratando de consolar a su amiga. Paula se apartó de ella y se cubrió la cara con las manos No estaba seguro de qué demonios pasaba, pero toqué los hombros de Paula —No te hará daño, Paloma —le dije—. No lo voy a dejar.


—Encontrará una manera —dijo Rosario, mirando a Paula con los ojos pesados—. Siempre lo hace.


—Tengo que salir de aquí. —Paula se apretó su abrigo, y luego tiró de las manijas de las puertas francesas. Estaba demasiado alterada para detenerse el tiempo suficiente como para empujar primero y antes de tirar las manijas de las puertas. Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, cubrí sus manos con las mías.
Después de ayudar a abrir las puertas, Paula me miró. No estaba segura de si tenía las mejillas ruborizadas de vergüenza o por el frío, pero todo lo que quería era hacer que eso desapareciera.

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