domingo, 25 de mayo de 2014

CAPITULO 189



Tomé a Paula bajo mi brazo, y juntos nos fuimos a través de la casa, por las escaleras y a través de la multitud hacia la puerta principal. Paula se movió rápidamente, desesperada por llegar a la seguridad del apartamento. Sólo había oído hablar elogios de Ruben Chaves como jugador de póker por mi padre. Ver a Paula correr como una niña asustada me hacía odiar cada momento que mi familia perdió admirándolo.


A medio paso, la mano de Rosario salió disparada y agarró el abrigo de Paula.


Paula—susurró, señalando a un pequeño grupo de personas.


Estaban apiñadas alrededor de un hombre más viejo, desaliñado, sin afeitar y sucio hasta el punto en que parecía que olía. Señalaba a la casa, con una imagen pequeña. Las parejas asentían, discutiendo la foto entre ellos.


Paula irrumpió hacia el hombre y le sacó la foto de las manos. —¿Qué demonios estás haciendo aquí?


Miré la foto en su mano. No podía haber tenido más de quince años, flaca, con el pelo ratonil y los ojos hundidos. Ella debía de haber sido miserable. No es de extrañar que quisiera alejarse.


Las tres parejas que lo rodeaban se alejaron. Miré hacia atrás a sus rostros asombrados, y luego esperé a que el hombre respondiera. Era Ruben jodido Chaves. Lo reconocí por los agudos ojos inconfundibles ubicados en esa cara sucia.



Valentin y Rosario estaban a cada lado de Paula. Ahuequé sus hombros desde atrás.


Ruben miró el vestido de Paula y chasqueó la lengua en señal de desaprobación. —Bueno, bueno, Cookie. Puedes sacar a la chica de Vegas…


—Cállate. Cállate, Ruben. Sólo da la vuelta —señaló tras él—, y vuelve a cualquier lugar de donde vengas. No quiero que estés aquí.


—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.


—Dime algo nuevo —se burló Rosario.


Ruben entrecerró los ojos hacia ella, y luego volvió su atención a su hija. —Te ves increíblemente hermosa. Has crecido. No te reconocería en la calle.


Paula suspiró. —¿Qué quieres?


Él levantó las manos y se encogió de hombros. —Parece que me he metido en un lío, nena. Tu viejo padre necesita un poco de dinero.


Todo el cuerpo de Paula se puso tenso. —¿Cuánto?


—Lo estaba haciendo relativamente bien, realmente lo estaba. Sólo tenía que pedir un granito de arena para salir adelante y... ya sabes.


—Lo sé —le espetó—. ¿Cuánto necesitas?


—Veinticinco.


—Mierda,Ruben, ¿dos mil quinientos? Si te largas en este mismo instante...


Te los daré —dije, sacando mi cartera.


—Quiere decir veinticinco mil —dijo Paula, su voz fría.


Los ojos de Ruben rodaron encima de mí, de mi cara a mis zapatos. —¿Quién es este payaso?


Mis cejas se alzaron de mi cartera, y por instinto, me incliné hacia mi presa.
La única cosa que me detenía era sentir el pequeño cuerpo de Paula entre nosotros, y saber que este hombrecito sucio era su padre. —Puedo ver, ahora, por qué un hombre como tú se ha reducido a pedirle a su hija adolescente un préstamo.


Antes de que Ruben pudiera hablar, Paula sacó su celular. —¿A quién le debes esta vez, Ruben?


Ruben se rascó su grasoso y canoso cabello. —Bueno, es una historia divertida, Cookie…


—¿Quién? —gritó Paula.


—Benny.


Paula se inclinó hacia mí. —¿Benny? ¿Le debes a Benny? ¿Qué diablos estabas...? —Hizo una pausa—. No tengo esa cantidad de dinero, Ruben.


Sonrió. —Algo me dice que sí.


—¡Bien, no lo tengo! ¿Realmente lo has hecho, esta vez, no? ¡Sabía que no pararías hasta que terminaras muerto!
Se movió, la sonrisa satisfecha en su rostro había desaparecido. —¿Cuánto tienes?


—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.


Los ojos de Rosario se lanzaron en dirección a Paula—¿De dónde sacaste once mil dólares,Paula?


—Las peleas de Pedro.


Tiré de sus hombros hasta que me miró. —¿Has obtenido once mil de mis peleas? ¿Cuándo estabas apostando?


—Agustin y yo tenemos un acuerdo —dijo casualmente.
Los ojos de Ruben estaban repentinamente animados. —Puedes duplicar eso en un fin de semana, Cookie. Puedes hacerme veinticinco para el domingo, y Benny no enviará a sus matones por mí.


—Me dejará sin nada, Ruben. Necesito pagar la escuela —dijo Paula, un deje de tristeza en su voz.


—Oh, puedes conseguirlo de nuevo en muy poco tiempo —dijo, agitando la mano con desdén.


—¿Cuándo es la fecha límite? —preguntó Paula.


—El lunes. A la media noche —dijo, sin pedir disculpas.


—No tienes que darle una jodida moneda de diez centavos, Paloma —le dije.


Ruben agarró la muñeca de Paula —¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera por ti!


Rosario le dio una palmada en la mano y luego lo empujó. 


—¡No te atrevas a empezar esa mierda otra vez, Ruben! ¡Ella no te obligó a pedirle dinero prestado a Benny!


Ruben miró a Paula. La luz de odio en sus ojos hizo que cualquier conexión que tuviera con su hija desapareciera. —Si no fuera por ella, habría tenido mi propio dinero. Me arrebataste todo lo que era mío,Paula. ¡No tengo nada!


Paula ahogó un grito. —Voy a reunir el dinero de Benny para el domingo.Pero cuando lo haga, quiero que me dejes en paz. No voy a hacer esto otra vez,Ruben. A partir de ahora, estás por tu cuenta, ¿me oyes? Mantente. Alejado.


Apretó los labios y asintió. —Como tú digas, Cookie.


Paula se dio la vuelta y se dirigió hacia el coche.


Rosario suspiró. —Hagan sus maletas, muchachos. Nos vamos a Las Vegas.


—Caminó hacia el Charger, y Valentin y yo nos pusimos de pie, congelados.


—Espera. ¿Qué? —Él me miró—. Como Las Vegas, ¿Las Vegas? ¿Al igual que en Nevada?


—Eso parece —le dije, metiendo las manos en los bolsillos.


—Sólo vamos a reservar un vuelo a Las Vegas —dijo Valentin, todavía tratando de procesar la situación.


—Sí.


Valentin se acercó a la puerta abierta de Rosario para dejar que ella y Paula entraran al lado del pasajero, y luego la cerró de golpe, su cara en blanco.


—Nunca he estado en Las Vegas.


Una sonrisa traviesa elevó mi boca hacia un lado. —Parece que es hora de estallar esa cereza.

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