viernes, 25 de abril de 2014

CAPITULO 92





Intenté llegar al Honda, pero Pedro volvió a cogerme por el brazo. Inmediatamente, Rosario, fuera de sí, se lanzó a darle puñetazos en el brazo. Él la miró, abrió y cerró los ojos, asombrado y sin poder creer lo que veía. Ella siguió
levantando los puños y dejándolos caer contra su pecho hasta que me soltó.

—¡Déjala en paz, cabrón!

Valentin la cogió, pero Rosario lo empujó y se volvió para abofetear a Pedro. El sonido del golpe de su mano contra su mejilla fue rápido y fuerte, y me estremecí con el ruido. Todos nos quedamos petrificados durante un momento,
conmocionados por la rabia repentina de Rosario.
Pedro frunció el ceño, pero no se defendió. Valentin volvió a cogerla, esta vez por las muñecas, y la empujó hasta el Honda mientras ella lo ponía verde.

Rosario se debatía violentamente, y su pelo se movía de un lado a otro mientras intentaba soltarse. Me sorprendió su determinación por atacar a Pedro.

Odio puro brillaba en sus ojos normalmente dulces y libres de preocupaciones.

—¿Cómo pudiste? ¡Merecía algo mejor de ti, Pedro!

—¡Rosario, PARA! —gritó Valentin en voz más alta de lo que le había oído jamás.

Ella dejó caer los brazos a los lados, mientras miraba a Valentin con incredulidad.

—¿Lo estás defendiendo?

Aunque parecía nervioso, se mantuvo firme.

—Pau rompió con él. Ahora Pedro solo intenta seguir adelante.

Rosario frunció los ojos y obligó a Valentin a que le soltara el brazo.

—Vale, y ¿por qué no vas a buscar a una PUTA cualquiera… —Se volvió a mirar a Aldana— … del Red y la traes a casa para follar? Luego me cuentas si te ha
ayudado a olvidarte de mí.

—Ro… —Valentin la cogió pero ella se libró de él, cerrando la puerta de un golpe una vez sentada tras el volante. Me senté a su lado, procurando no mirar Pedro.

—Cariño, no te vayas —le suplicó Valentin, inclinándose a mirar por la ventana.

Ella arrancó el coche.

—En este asunto, hay un lado bueno y uno malo, Valen. Y tú estás en el malo.

—Yo estoy contigo —dijo, con mirada desesperada.

—No, ya no —añadió mientras daba marcha atrás.

—¿Rosario? ¡Rosario! —le gritó Valentin mientras ella se dirigía a toda velocidad hacia la carretera, dejándolo atrás.

 Suspiré.

—Ro, no puedes romper con él por esto. Tiene razón.

Rosario puso la mano sobre la mía y me la apretó.

—No, en absoluto. Nada de lo que acaba de pasar ha estado bien.

Cuando llegamos al aparcamiento de Morgan, el teléfono de Rosario sonó.

Puso los ojos en blanco y respondió.

—No quiero que vuelvas a llamarme nunca más. Lo digo en serio,Valen —dijo ella—. No, no puedes…, porque no quiero, simplemente. No puedes defender lo que ha hecho: no puedes defender que haya herido así a Pau y estar
conmigo… ¡Eso es exactamente lo que quiero decir, Valentin! ¡Da igual! ¿Acaso has visto a Pau intentando tirarse al primer chico con el que se cruza! No es Pedro,
Valentin, ese es el problema. ¡No te ha pedido que lo defiendas! Uf… No pienso hablar más de esto. No vuelvas a llamarme. Adiós.

Salió a toda prisa del coche, cruzó la calle y subió furiosa las escaleras. Intenté seguirle el ritmo para poder oír su parte de la conversación.

Cuando su teléfono volvió a sonar, lo apagó.

Pedro ha pedido a Valen que lleve a Aldana a casa. Quería pasarse por aquí cuando regresara.

—Deberías dejar que viniera, Ro.

—No, tú eres mi mejor amiga. No puedo tragar con lo que he visto esta noche, y no puedo estar con alguien que lo defienda. Fin de la conversación, Pau, lo digo en serio.

Asentí y Rosario me abrazó por los hombros, acercándome a ella mientras subíamos las escaleras a nuestras habitaciones. Carla ya estaba dormida y yo me salté la ducha y me metí en la cama vestida de la cabeza a los pies, con el abrigo y todo. No podía dejar de pensar en Pedro entrando por la puerta con Aldana, ni en
las manchas de pintalabios rojo por toda su cara. Intenté alejar de mi mente las imágenes asquerosas de lo que habría pasado si no hubiera estado allí y pasé por varias emociones hasta quedarme en la desesperación.

Valentin tenía razón. No tenía ningún derecho a estar enfadada, pero ignorar el dolor no me ayudaba.

CAPITULO 91




Rosario Me cogió de la mano al pasar junto a Pedro. Bajamos corriendo las escaleras hacia el coche; agradecí que estuviera a solo unos pasos de distancia,pues sentía que las lágrimas me inundaban los ojos. Casi me caí hacia atrás cuando mi abrigo se quedó enganchado en algo. Me solté de la mano de Rosario, que se dio media vuelta al mismo tiempo que yo.

Pedro estaba allí, agarrando el abrigo, y sentí que las orejas me ardían a pesar del frío nocturno. Los labios y el cuello de Pedro estaban manchados de un ridículo rojo intenso.

—¿Adónde vas? —dijo él, con una mirada entre ebria y confusa.

—A casa —le solté, recolocándome el abrigo cuando me soltó.

—¿Qué hacías aquí?

Oí la nieve que crujía bajo los pies de Rosario, que se había colocado detrás de mí; Valentin bajó a toda prisa las escaleras y se detuvo detrás de Pedro, mirando con recelo a su novia.

—Lo siento. Si hubiera sabido que ibas a estar aquí, no habría venido.

Se metió las manos en los bolsillos del abrigo.

—Puedes venir siempre que quieras, Paloma. Nunca he querido que te alejaras.


No podía controlar la acidez de mi voz.
—No quiero interrumpir. —Miré a lo alto de las escaleras, donde estaba Aldana con aire petulante—. Disfruta de tu velada —dije, dándome media vuelta.

Me cogió del brazo.

—Espera. ¿Te has enfadado? —Solté mi abrigo de su mano—. Sabes…, ni siquiera sé por qué me sorprendo. —Enarcó las cejas—. Contigo no puedo ganar. ¡No puedo ganar! Dices que hemos acabado… ¡Y yo me quedo aquí hecho una mierda! Tuve que romper mi teléfono en un millón de añicos para evitar llamarte cada minuto de cada maldito día… Tuve que fingir que todo iba bien en la universidad para que tú fueras feliz… ¿Y ahora tienes los cojones de cabrearte conmigo? ¡Me rompiste el corazón!

Sus últimas palabras resonaron en la noche.

Pedro, estás borracho. Deja que Pau se vaya a casa —dijo Valentin.

Pedro me agarró de los hombros y me empujó hacia él.

—¿Me quieres o no? ¡No puedes seguir haciéndome esto, Paloma!

—No he venido aquí para verte —dije, con una mirada asesina.

—No la quiero —dijo él, mirándome los labios—. Pero, joder, me siento como un cabrón desgraciado, Paloma.

Le brillaron los ojos y se inclinó hacia mí, acercando la cabeza para besarme.

Lo cogí por la barbilla y lo aparté.

—Tienes la boca manchada de su pintalabios, Pedro—dije, asqueada.

Dio un paso atrás y se levantó la camiseta para limpiarse la boca. Se quedó mirando las rayas rojas en la tela blanca y sacudió la cabeza.

—Solo quería olvidarme de todo por una maldita noche.

Me sequé una lágrima que se me había escapado.

—Pues no dejes que yo te la estropee.

CAPITULO 90




Llegamos al apartamento de Pedro  y me fijé en que la Harley estaba aparcada debajo de las escaleras, mientras que faltaba el Charger de Valentin.

Lancé un suspiro de alivio y seguí a Rosario por los peldaños helados.

—Con cuidado —me previno.

Si hubiera sabido lo perturbador que sería poner de nuevo un pie en el apartamento, no habría permitido que Rosario me convenciera para ir allí. Moro salió corriendo de una esquina a toda velocidad y se chocó con mis piernas porque
sus patitas traseras no pudieron frenar el impulso en las baldosas de la entrada. Lo cogí y dejé que me saludara con sus besitos de cachorro. Al menos, él no me había olvidado. 

Lo llevé en brazos por el apartamento, mientras Rosario buscaba su bolsa.

—¡Sé que las dejé aquí! —dijo Ro desde el baño, antes de salir a toda prisa al pasillo hacia la habitación de Valentin.

—¿Has mirado en el armarito que está debajo del lavabo? —preguntó Valen.

Miré mi reloj.

—Date prisa, Ro. Tenemos que irnos.

Rosario suspiró de frustración en el dormitorio. Volví a mirar mi reloj y di un bote cuando la puerta principal se abrió violentamente detrás de mí. Pedro  entró torpemente, envolviendo con sus brazos a Aldana, que se reía junto a su boca.

Llevaba una caja en la mano que me llamó la atención; al darme cuenta de lo que era, me sentí asqueada: condones. 

Tenía la otra mano en la parte trasera del cuello de él, y era incapaz de decir quién abrazaba a quién.

Pedro  tuvo que mirar dos veces cuando me vio de pie sola en medio del salón; se quedó congelado, así que Aldana levantó la mirada con el esbozo de una sonrisa todavía en la cara.

—Paloma —dijo Pedro , estupefacto.

—¡La encontré! —dijo Rosario, antes de salir corriendo de la habitación de Valentin.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él.

El olor a whisky que despedía su aliento se mezcló con las ráfagas de copos de nieve, y mi ira incontrolable pudo más que cualquier necesidad de fingir indiferencia.

—Me alegra ver que vuelves a ser el de siempre, Pepe—dije.

El calor que irradiaba mi cara me quemaba los ojos y nublaba mi visión.

—Ya nos íbamos —le gruñó Rosario.