viernes, 25 de abril de 2014

CAPITULO 91




Rosario Me cogió de la mano al pasar junto a Pedro. Bajamos corriendo las escaleras hacia el coche; agradecí que estuviera a solo unos pasos de distancia,pues sentía que las lágrimas me inundaban los ojos. Casi me caí hacia atrás cuando mi abrigo se quedó enganchado en algo. Me solté de la mano de Rosario, que se dio media vuelta al mismo tiempo que yo.

Pedro estaba allí, agarrando el abrigo, y sentí que las orejas me ardían a pesar del frío nocturno. Los labios y el cuello de Pedro estaban manchados de un ridículo rojo intenso.

—¿Adónde vas? —dijo él, con una mirada entre ebria y confusa.

—A casa —le solté, recolocándome el abrigo cuando me soltó.

—¿Qué hacías aquí?

Oí la nieve que crujía bajo los pies de Rosario, que se había colocado detrás de mí; Valentin bajó a toda prisa las escaleras y se detuvo detrás de Pedro, mirando con recelo a su novia.

—Lo siento. Si hubiera sabido que ibas a estar aquí, no habría venido.

Se metió las manos en los bolsillos del abrigo.

—Puedes venir siempre que quieras, Paloma. Nunca he querido que te alejaras.


No podía controlar la acidez de mi voz.
—No quiero interrumpir. —Miré a lo alto de las escaleras, donde estaba Aldana con aire petulante—. Disfruta de tu velada —dije, dándome media vuelta.

Me cogió del brazo.

—Espera. ¿Te has enfadado? —Solté mi abrigo de su mano—. Sabes…, ni siquiera sé por qué me sorprendo. —Enarcó las cejas—. Contigo no puedo ganar. ¡No puedo ganar! Dices que hemos acabado… ¡Y yo me quedo aquí hecho una mierda! Tuve que romper mi teléfono en un millón de añicos para evitar llamarte cada minuto de cada maldito día… Tuve que fingir que todo iba bien en la universidad para que tú fueras feliz… ¿Y ahora tienes los cojones de cabrearte conmigo? ¡Me rompiste el corazón!

Sus últimas palabras resonaron en la noche.

Pedro, estás borracho. Deja que Pau se vaya a casa —dijo Valentin.

Pedro me agarró de los hombros y me empujó hacia él.

—¿Me quieres o no? ¡No puedes seguir haciéndome esto, Paloma!

—No he venido aquí para verte —dije, con una mirada asesina.

—No la quiero —dijo él, mirándome los labios—. Pero, joder, me siento como un cabrón desgraciado, Paloma.

Le brillaron los ojos y se inclinó hacia mí, acercando la cabeza para besarme.

Lo cogí por la barbilla y lo aparté.

—Tienes la boca manchada de su pintalabios, Pedro—dije, asqueada.

Dio un paso atrás y se levantó la camiseta para limpiarse la boca. Se quedó mirando las rayas rojas en la tela blanca y sacudió la cabeza.

—Solo quería olvidarme de todo por una maldita noche.

Me sequé una lágrima que se me había escapado.

—Pues no dejes que yo te la estropee.

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