TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 2 de abril de 2014
CAPITULO 17
Pedro se subió al bordillo y aparcó su moto a la sombra detrás del edificio
Jefferson de Artes Liberales. Se puso las gafas de sol sobre la cabeza y me cogió de
la mano, sonriendo mientras nos dirigíamos a hurtadillas a la parte trasera del
edificio. Se detuvo junto a una ventana abierta cerca del suelo.
Abrí los ojos como platos al darme cuenta de lo que se disponía a hacer.
—Estás de broma.
Pedro sonrió.
—Esta es la entrada VIP. Deberías ver cómo entran los demás.
Sacudí la cabeza mientras él se esforzaba por meter las piernas, y después
desapareció. Me agaché y grité a la oscuridad.
—¡Pedro!
—Aquí abajo, Paloma. Mete primero los pies, y yo te cojo.
—¡Estás completamente loco si crees que voy a saltar a la oscuridad!
—¡Yo te cojo! ¡Te lo prometo!
Suspiré, mientras me tocaba la frente con la mano
—¡Esto es una locura!
Me senté y después me lancé hacia delante hasta que la mitad de mi cuerpo
colgaba en la oscuridad. Me puse boca abajo y estiré los pies en busca del suelo.
Intenté tocar con los pies la mano de Pedro, pero me resbalé y grité cuando caí
hacia atrás. Un par de manos me agarraron y oí la voz de Pedro en la oscuridad.
—Te caes como una chica —dijo riéndose entre dientes.
Me bajó al suelo y, entonces, me adentró más en la oscuridad. Después de
una docena de pasos, pude oír el familiar griterío de números y nombres, y
entonces la habitación se iluminó. Había un farol en la esquina, que arrojaba la luz
suficiente para poder adivinar la cara de Pedro.
—¿Qué hacemos?
—Esperar. Agustin tiene que acabar de soltar su rollo antes de que yo entre.
Estaba inquieta.
—¿Debería esperar aquí? ¿O mejor entro? ¿Adónde voy cuando empiece la
pelea? ¿Dónde están Valen y Ro?
—Han ido por el otro camino. Simplemente sígueme. No voy a mandarte a
ese foso de tiburones sin mí. Quédate junto a Agustin; él evitará que te aplasten. Yo
no puedo cuidar de ti y pegar puñetazos a la vez.
—¿Que me aplasten?
—Esta noche habrá más gente. Alberto Hoffman es de State. Allí tienen su
propio Círculo. Así que nuestra gente se juntará con la suya. Va a ser una auténtica
locura.
—¿Estás nervioso? —pregunté.
Él sonrió, bajando la mirada hacia mí.
—No, pero tú sí que pareces algo nerviosa, en cambio.
—Tal vez —admití.
—Si te hace sentir mejor, no dejaré que me toque. Ni siquiera dejaré que me
dé un golpe por sus fans.
—¿Y cómo vas a arreglártelas?
Él se encogió de hombros.
—Normalmente, dejo que me toquen una vez, solo para que parezca justo.
—¿Dejas…? ¿Dejas que tu rival te alcance?
—¿Dónde estaría la diversión si me limitara a destrozar a alguien y no
dejara que me dieran nunca? No es bueno para el negocio, nadie apostaría en mi
contra.
—Qué montón de gilipolleces —dije, cruzándome de brazos.
Pedro arqueó una ceja.
—¿Crees que te estoy engañando?
—Me resulta difícil creer que solo te peguen cuando tú les dejas.
—¿Te gustaría hacer una apuesta sobre ese asunto, Paula Chaves ?
—sonrió él, con una mirada de emoción.
—Acepto la apuesta. Creo que te alcanzará una vez.
—¿Y si no lo hace? ¿Qué gano? —preguntó él.
Me encogí de hombros mientras el griterío al otro lado de la pared creció
hasta convertirse en un rugido. Agustin dio la bienvenida a la multitud, y entonces
repasó las reglas.
La boca de Pedro se abrió en una amplia sonrisa.
—Si ganas, no me acostaré con nadie durante un mes. —Arqueé una ceja y
él volvió a sonreír—. Pero, si gano yo, tendrás que quedarte conmigo un mes.
—¿Qué? ¡Pero si ya me alojo contigo de todos modos! ¿Qué tipo de apuesta
es esa? —grité por encima del ruido.
—Hoy han arreglado las calderas de Morgan —dijo con una sonrisa y
guiñándome el ojo.
Una sonrisa de satisfacción relajó mi expresión cuando Agustin gritó el
nombre de Pedro.
—Cualquier cosa vale la pena con tal de verte probar la abstinencia, para
variar.
Pedro me dio un beso en la mejilla y salió, sacando pecho. Fui tras él y,
cuando entramos en la siguiente habitación, me quedé sorprendida por el gran
número de personas que estaban amontonadas en un espacio tan pequeño. La
habitación se hallaba llena hasta la bandera, y los empujones y el griterío
aumentaban al entrar en la habitación. Pedro me señaló con la cabeza, y Agustin me
pasó la mano por los hombros, tirando de mí hacia él.
Me incliné para hablarle a Agustin al oído.
—Apuesto dos por Pedro —dije.
Agustin levantó las cejas mientras me miraba sacar del bolsillo dos billetes de
cien dólares con la cara del presidente Benjamin. Extendió la palma y le puse los
billetes en la mano.
—No eres la Pollyanna que pensaba —dijo él, pegándome un repaso.
Alberto le sacaba al menos una cabeza a Pedro, así que no pude evitar tragar
saliva cuando los vi de pie uno junto al otro. Alberto era enorme, duplicaba el
tamaño y la masa muscular de Pedro. No podía ver la expresión de este, pero era
evidente que Alberto estaba sediento de sangre.
Agustin apretó los labios contra mi oreja.
—Tal vez quieras taparte los oídos, nena.
Me llevé las manos a ambos lados de la cabeza, y Agustin tocó la bocina. En
lugar de atacar, Pedro retrocedió unos pasos. Alberto lanzó un golpe, y Pedro lo
esquivó, desviándose hacia la derecha. Alberto volvió a golpear, pero Pedro se
agachó y dio un paso al otro lado.
—¿Qué demonios? ¡Esto no es un combate de boxeo! —gritó Agustin.
Pedro alcanzó a Alberto en la nariz. El ruido del sótano era ensordecedor.
Pedro encajó un gancho de izquierda en la mandíbula de Alberto, y no pude evitar
llevarme las manos a la boca cuando Alberto intentó lanzar unos cuantos puñetazos
más, que acabaron todos en el aire. Alberto cayó contra su séquito después de que
Pedro le diera un codazo en la cara. Justo cuando creía que todo había casi
acabado, Alberto volvió a atacar. Golpe tras golpe, Alberto no parecía aguantar el
ritmo. Ambos hombres estaban cubiertos de sudor, y ahogué un grito cuando
Alberto falló otro puñetazo y acabó golpeando un pilar de cemento con el puño.
Cuando su oponente se dobló, cubriéndose el puño, Pedro se dispuso a dar el
golpe de gracia.
Era incansable: primero le dio un rodillazo a Alberto en la cara, y después lo
aporreó una y otra vez hasta que Alberto se derrumbó y se dio un golpe contra el
suelo. El nivel de ruido estalló cuando Agustin se apartó de mí para lanzar el
cuadrado rojo sobre la cara ensangrentada de Alberto.
Pedro desapareció detrás de sus fans, y yo apreté la espalda contra la pared,
buscando a tientas el camino hasta la puerta por la que habíamos entrado. Llegar
hasta el farol fue un enorme alivio. Me preocupaba que me derribaran y morir
pisoteada.
Clavé la mirada en el umbral de la puerta, esperando a que la multitud
irrumpiera en la pequeña habitación. Después de que pasaran varios minutos sin
que Pedro diera ninguna señal de vida, me preparé para rehacer mis pasos hasta la
ventana. Con la cantidad de gente que intentaba salir a la vez, no era seguro
empezar a dar vueltas por allí.
Justo cuando me adentraba en la oscuridad, unas pisadas crujieron sobre el
suelo de cemento. Pedro me estaba buscando alarmado.
—¡Paloma!
—¡Estoy aquí! —grité, lanzándome en sus brazos.
Pedro bajó la mirada y frunció el ceño.
—¡Me has dado un susto de cojones! Casi he tenido que empezar otra pelea
solo para llegar hasta ti… Y, cuando por fin llego, ¡te habías ido!
—Me alegro de que hayas vuelto. No me entusiasmaba tener que averiguar
el camino de vuelta en la oscuridad.
La preocupación desapareció de su rostro y sonrió ampliamente.
—Me parece que has perdido la apuesta.
Agustin irrumpió, me miró y, después, lanzó a Pedro una mirada fulminante.
—Tenemos que hablar.
Pedro me guiñó un ojo.
—No te muevas. Vuelvo ahora mismo.
Desaparecieron en la oscuridad. Agustin alzó su voz unas cuantas veces, pero
no pude averiguar lo que decía. Pedro se dio media vuelta mientras se metía un
fajo de dinero en el bolsillo y después me dedicó una media sonrisa.
—Vas a necesitar más ropa.
—¿De verdad me vas a obligar a quedarme contigo un mes?
—¿Me habrías obligado a pasar un mes sin sexo? —Me reí, admitiendo que
lo habría hecho.
—Será mejor que hagamos una parada en Morgan.
Pedro sonrió.
—Me parece que esto será interesante.
Cuando Agustin pasó, me dejó con un golpe mis ganancias en la palma de la
mano y se fundió en la muchedumbre, que empezaba a disiparse.
Pedro arqueó una ceja.
—¿Has apostado?
Sonreí y me encogí de hombros.
—Me pareció buena idea disfrutar de la experiencia completa.
CAPITULO 16
Sentí que mi respiración se relajaba y que me pesaban los párpados; no
tardé mucho en dormirme. Cuando volví a abrir los ojos, el cielo nocturno había
oscurecido la ventana. Unas voces amortiguadas se colaban por el vestíbulo desde
la sala de estar, incluida la más profunda de Pedro. Fui sigilosamente hasta el
vestíbulo y entonces me quedé helada al oír mi nombre.
—Pau lo entiende, Pepe. No te tortures —dijo Valentin.
—Ya vais juntos a la fiesta de citas. ¿Qué hay de malo en pedirle que salga
contigo? —preguntó Rosario.
Me puse tensa, a la espera de su respuesta.
—No quiero salir con ella. Solo quiero estar con ella. Es una chica…
diferente.
—¿Diferente en qué sentido? —preguntó Rosario, con un tono ligeramente
irritado.
—No aguanta mis gilipolleces, es refrescante. Tú misma lo dijiste, Ro. No
soy su tipo. Lo que hay entre nosotros… simplemente es diferente.
—Estás más cerca de ser su tipo de lo que tú te crees —dijo Rosario.
Me eché hacia atrás tan silenciosamente como pude, y cuando los tablones
de madera crujieron bajo mis pies desnudos me estiré para cerrar la puerta del
dormitorio de Pedro y bajé por el vestíbulo.
—Hola, Pau—dijo Rosario con una sonrisa—. ¿Qué tal tu siesta?
—Me he quedado inconsciente durante cinco horas. Ha sido más un coma
que una siesta.
Pedro se quedó mirándome fijamente durante un momento y, cuando le
sonreí, vino directamente hacia mí, me cogió la mano y me arrastró por el vestíbulo
hasta su dormitorio. Cerró la puerta, y sentí que el corazón me daba un vuelco en
el pecho, preparándome para que dijera algo que aplastara mi ego.
Levantó las cejas.
—Lo siento mucho, Paloma. Antes me comporté contigo como un gilipollas.
Me relajé un poquito al ver remordimiento en su mirada.
—No sabía que estuvieras enfadado conmigo.
—Y no lo estaba. Simplemente tengo la mala costumbre de arremeter contra
la gente que me importa. Sé que es una excusa penosa, pero lo siento —dijo él,
mientras me envolvía en sus brazos.
Apoyé la mejilla en su pecho, acomodándome.
—¿Y por qué estabas enfadado?
—No importa. Lo único que me preocupa eres tú.
Me incliné hacia atrás para levantar la mirada hacia él.
—Puedo soportar tus rabietas.
Escrutó mi cara durante unos momentos, antes de que una ligera sonrisa se
extendiera en sus labios.
—No sé por qué me aguantas, y no sé qué haría yo si no lo hicieras.
Podía oler la mezcla de cigarrillos y menta de su aliento, y le miré los labios;
mi cuerpo reaccionó ante lo cerca que estábamos. La expresión de Pedro cambió y
su respiración se entrecortó: él también lo había notado.
Se inclinó hacia delante una distancia infinitesimal, pero ambos dimos un
respingo cuando su móvil sonó. Soltó un suspiro y lo sacó de su bolsillo.
—Sí, ¿Hoffman? Jesús…, está bien. Serán mil dólares fáciles. ¿Jefferson?
—Me miró y pestañeó—. Allí estaré. —Colgó y me cogió de la mano—. Ven
conmigo. —Me llevó de vuelta al vestíbulo—. Era Agustin —dijo a Valentin—. Alberto
Hoffman estará en Jefferson dentro de noventa minutos.
Valentin asintió, se levantó y sacó el móvil del bolsillo. Rápidamente tecleó
la información y envió invitaciones mediante SMS exclusivos a quienes conocían el
Círculo. Esos miembros, que rondaban los diez, escribirían a los diez nombres de
su lista, y así seguiría la cadena hasta que todos los miembros supieran dónde iba a
celebrarse la pelea.
—Muy bien —dijo Rosario, sonriendo—. ¡Será mejor que nos preparemos!
El ambiente del apartamento era tenso y optimista al mismo tiempo. Pedro
parecía el menos afectado, mientras se calzaba las botas y una camiseta sin mangas
blanca, como si se dispusiera a dar un paseo.
Rosario me guio por el vestíbulo hasta el dormitorio de Pedro y frunció el
ceño.
—Tienes que cambiarte, Pau. No puedes ir así vestida a la pelea.
—¡Llevé una puñetera chaqueta de punto la última vez y no dijiste nada!
—protesté.
—La última vez no pensaba en serio que fueras a ir. Toma —dijo, mientras
me lanzaba unas cuantas prendas de ropa—. Ponte esto.
—¡No pienso ponerme eso!
—¡Vamos! —gritó Valentin desde la sala de estar.
—¡Date prisa! —me apresuró Rosario, corriendo hacia la habitación de
Valentin. Me puse el top amarillo atado al cuello, sin espalda, y los tejanos de talle
bajo que Rosario me había lanzado, después me calcé un par de zapatos de tacón,
y me pasé un cepillo por el pelo mientras bajaba al vestíbulo. Rosario salió de su
habitación con un vestido corto verde y unos zapatos de tacón a juego, y, cuando
doblamos la esquina, Pedro y Valentin estaban de pie junto a la puerta.
Pedro se quedó boquiabierto.
—¡Oh, demonios, no! ¿Intentas que me maten? Tienes que cambiarte,
Paloma.
—¿Cómo? —pregunté bajando la mirada.
Rosario se puso las manos en las caderas.
—Está monísima, Pepe, ¡déjala en paz!
Pedro me cogió de la mano y me condujo por el vestíbulo.
—Ponte una camiseta… y unas zapatillas. Algo cómodo.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque si llevas esa camiseta estaré más preocupado de quién te está
mirando las tetas que de Hoffman —dijo él, deteniéndose en su puerta.
—Creía que habías dicho que no te importaba ni un comino lo que pensaran
los demás.
—Esto es diferente, Paloma. —Pedro bajó la mirada a mi pecho y después
volvió a levantarla—. No puedes ir así a la pelea, así que, por favor…,
simplemente…, por favor, simplemente cámbiate —balbuceó, mientras me
empujaba dentro de la habitación y cerraba la puerta.
—¡Pedro! —grité.
Me quité los tacones y me puse las Converse. Después, me zafé del top
atado al cuello y sin espalda, y lo lancé al otro lado de la habitación. Me puse la
primera camiseta de algodón que tocaron mis manos y atravesé corriendo el
vestíbulo para detenerme en el umbral de la puerta.
—¿Mejor? —dije resoplando, al tiempo que me recogía el pelo en una cola
de caballo.
—¡Sí! —dijo Pedro, aliviado—. ¡Vámonos!
Corrimos hasta el aparcamiento y salté al asiento trasero de la moto de
Pedro, mientras él encendía el motor y salía despedido, recorriendo a toda
velocidad la calle que llevaba a la universidad. Me aferré a su cintura por la
expectación; las prisas por salir me habían llenado las venas de adrenalina.
CAPITULO 15
Entrecerré los ojos por la luz del sol que entraba por la ventana y entonces la
alarma resonó en mis oídos. Pedro seguía dormido, rodeándome todavía con
brazos y piernas. Conseguí liberar un brazo para parar el despertador.
Después de frotarme la cara, lo miré: estaba durmiendo sonoramente a dos
centímetros de mi cara.
—Oh, Dios mío —susurré, preguntándome cómo habíamos llegado a estar
tan entrelazados. Respiré hondo y contuve la respiración mientras intentaba
liberarme.
—Déjalo, Paloma, estoy durmiendo —murmuró él, apretándome contra él.
Después de varios intentos, finalmente conseguí soltarme, y me senté al
borde de la cama, mirando hacia atrás para ver su cuerpo medio desnudo, liado en
las sábanas. Lo observé durante un momento y suspiré. Los límites empezaban a
difuminarse, y era culpa mía.
Su mano se deslizó sobre las sábanas hasta tocarme los dedos.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo él, con los ojos apenas abiertos.
—Voy a por un vaso de agua. ¿Quieres algo?
Pedro dijo que no con la cabeza, cerró los ojos y pegó la mejilla al colchón.
—Buenos días, Pau —dijo Valentin desde el sillón cuando doblé la esquina.
—¿Dónde está Ro?
—Sigue dormida. ¿Qué haces levantada tan temprano? —preguntó él,
mirando el reloj.
—Ha sonado el despertador, pero siempre me despierto pronto después de
beber. Es una maldición.
—Yo también —asintió él.
—Más vale que despiertes a Ro. Tenemos clase dentro de una hora —dije,
mientras abría el grifo y me inclinaba para beber.
Valentin asintió.
—Pensaba dejarla dormir.
—No lo hagas. Se enfadará si se pierde la clase.
—Ah —dijo él, levantándose—, entonces es mejor que la despierte.
Se dio media vuelta.
—Oye, Pau.
—¿Sí?
—No sé qué hay entre Pedro y tú, pero sé que hará algo estúpido para
cabrearte. Es un tic que tiene. No se acerca a nadie muy a menudo, y, por la razón
que sea, contigo lo ha hecho. Pero tienes que perdonarle sus demonios. Es la única
forma que tiene de saberlo.
—¿Saber qué? —pregunté, levantando una ceja por su discurso
melodramático.
—Si podrás trepar el muro —respondió simplemente.
Sacudí la cabeza y me reí.
—Lo que tú digas, Valen.
Valentin se encogió de hombros y desapareció en su dormitorio. Oí unos
suaves murmullos, un gruñido de protesta y después la risa dulce de Rosario.
Removí la avena en mi cuenco y añadí el sirope de chocolate, estrujando
directamente el bote.
—Eso es asqueroso, Paloma —dijo Pedro, vestido solo con un par de
calzoncillos de cuadros verdes.
Se frotó los ojos y sacó una caja de cereales del armario.
—Buenos días para ti también —dije, cerrando de una palmadita la tapa de
la botella.
—He oído que se acerca tu cumpleaños. El último de tus años de
adolescencia —bromeó, con los ojos hinchados y rojos.
—Sí…, bueno, no me van los cumpleaños. Creo que Ro piensa llevarme a
cenar o algo así —sonreí—. Puedes apuntarte si te apetece.
—Vale —dijo encogiéndose de hombros—, ¿es dentro de una semana desde
el domingo?
—Sí. ¿Y cuándo es el tuyo?
Vertió la leche y hundió los cereales con la cuchara.
—En abril. El 1 de abril.
—Anda ya.
—No, lo digo en serio —dijo él, mientras masticaba.
—¿Tu cumpleaños es el Día de los Inocentes? —pregunté de nuevo,
arqueando una ceja.
Se rio.
—¡Sí! Vas a llegar tarde. Será mejor que te vistas.
—Ro me va a llevar en coche.
Estaba segura de que estaba siendo intencionadamente frío cuando se limitó
a encogerse de hombros.
—Tú misma —dijo él, volviéndose de espaldas para acabarse los cereales.
—DECIDIDAMENTE te está mirando —susurró Rosario, inclinándose
hacia atrás para mirar al otro extremo de la habitación.
—Déjalo ya, tonta, te va a ver.
Rosario sonrió y agitó la mano.
—Ya me ha visto. Sigue mirando hacia aquí.
Dudé durante un momento y entonces, finalmente, hice acopio del
suficiente valor como para mirar hacia donde él estaba. Adrian me estaba mirando
directamente a mí, sonriendo.
Le devolví la sonrisa y después fingí escribir algo en mi portátil.
—¿Sigue mirando? —susurré.
—Sí —respondió Rosario entre risas.
Después de clase, Adrian me paró en el vestíbulo.
—No te olvides de la fiesta de este fin de semana.
—No lo haré —dije, intentando no parpadear ni hacer cualquier otra cosa
ridícula. Rosario y yo seguimos nuestro camino hacia la cafetería, donde
habíamos quedado con Pedro y Valentin para comer, acortando por el césped. Ella
seguía riéndose por el comportamiento de Adrian cuando Valentin y Pedro se
acercaron.
—Hola, encanto —dijo Rosario, justo antes de besar a su novio en la boca.
—¿De qué os reíais? —preguntó Valentin.
—Ah, es que un chico se ha pasado toda la hora de clase mirando a Paula.
Ha sido adorable.
—Mientras fuera a Paula a quien mirara —dijo Valentin con un guiño.
—¿Quién era? —dijo Pedro con una mueca.
Me reajusté la mochila e indiqué a Pedro que me la quitara de los brazos y
la cogiera. Sacudí la cabeza.
—Ro se imagina cosas.
—¡Paula! ¡Menudo pedazo de mentirosa que estás hecha! Era Adrian Hayes,
y resultaba evidente. El chico estaba prácticamente babeando.
La cara de Pedro se torció en una mueca de disgusto.
—¿Adrian Hayes?
Valentin tiró a Rosario de la mano.
—Vamos a comer. ¿Os uniréis hoy a nosotros para disfrutar de la alta cocina
de la cafetería?
Rosario lo besó de nuevo como respuesta; Pedro y yo los seguimos algo
más atrás. Dejé mi bandeja entre Rosario y Jeronimo, pero Pedro no ocupó su lugar
habitual delante de mí. En lugar de eso, se sentó algo más lejos. En ese momento
me di cuenta de que no había dicho mucho durante nuestro paseo hacia la
cafetería.
—¿Estás bien, Pepe? —le pregunté.
—¿Yo? Sí, ¿por qué? —dijo, relajando el gesto de la cara.
—Es que has estado muy callado.
Varios miembros del equipo de fútbol americano se acercaron a la mesa y se
sentaron, riéndose estruendosamente. Pedro parecía algo molesto mientras jugaba
con la comida de su plato. Daniel Jenks lanzó una patata frita al plato de Pedro.
—¿Qué hay, Pepe? He oído que te has tirado a Cristina Martin. Hoy ha estado
arrastrando tu nombre por el barro.
—Cierra el pico, Jenks —dijo Pedro, sin levantar la mirada de la comida.
Me incliné hacia delante para que el musculoso gigante que estaba sentado
enfrente de Pedro pudiera experimentar la fuerza de mi mirada.
—Corta el rollo, Dani.
Pedro me fulminó con la mirada.
—Sé cuidarme solo, Paula.
—Lo siento, solo…
—No quiero que sientas nada, no quiero que hagas nada —me espetó él,
levantándose de la mesa y cruzando furioso la puerta.
Jeronimo me miró con las cejas levantadas.
—Eh, ¿qué mosca le ha picado?
Yo pinché una patata con el tenedor y resoplé.
—Ni idea.
Valentin me dio una palmadita en la espalda.
—Tú no has hecho nada, Paula.
—Simplemente hay varias cosas que le rondan por la cabeza —añadió
Rosario.
—¿Qué cosas? —pregunté.
Valentin se encogió de hombros y centró la atención en su bandeja.
—A estas alturas, deberías saber que ser amigo de Pedro requiere tener
paciencia y una actitud indulgente. Vive en un universo propio.
Sacudí la cabeza.
—Ese es el Pedro que ve todo el mundo…, no el que yo conozco.
Valentin se inclinó hacia delante.
—No hay ninguna diferencia. Simplemente tienes que aceptar las cosas
como vengan.
Después de clase, fui en coche con Rosario al apartamento y vimos que la
moto de Pedro no estaba. Fui a su habitación y me hice un ovillo en su cama,
apoyando la cabeza en el brazo.Pedro se encontraba bien por la mañana. Con todo
el tiempo que habíamos estado juntos, no podía creer que me hubiera pasado
desapercibido que algo lo hubiera molestado. No solo eso, me incomodaba que
Rosario pareciera saber qué ocurría y yo no.
CAPITULO 14
En el apartamento, todos cruzamos torpemente la puerta. Fui directamente
al baño para quitarme el humo del pelo. Cuando salí de la ducha, vi que Pedro me
había llevado una de sus camisetas y un par de sus pantalones cortos para que me
cambiara.
La camiseta me engulló y los pantalones desaparecieron bajo la camiseta.
Me derrumbé en la cama y suspiré, todavía sonriendo por lo que había dicho en el
aparcamiento.
Pedro se quedó mirándome durante un momento, y sentí una punzada en
el pecho. Tenía unas ansias casi voraces por cogerle la cara y plantar mi boca en la
suya, pero luché contra el alcohol y las hormonas que corrían por mis venas.
—Buenas noches, Paloma —susurró, mientras se daba media vuelta.
Me moví nerviosa; todavía no estaba preparada para dormirme.
—¿Pepe? —dije, acercándome para apoyar la barbilla en su hombro.
—¿Sí?
—Sé que estoy borracha, y acabamos de tener una enorme pelea por esto,
pero…
—No voy a acostarme contigo, así que deja de pedírmelo —dijo, todavía de
espaldas a mí.
—¿Qué? ¡No! —grité.
Pedro se rio y se volvió para mirarme, con una expresión de ternura.
—¿Qué pasa, Paloma?
Suspiré.
—Esto —dije, apoyando la cabeza sobre su pecho y estirando el brazo por
encima de él, acurrucándome tan cerca como pude.
Se puso tenso y levantó las manos, como si no supiera cómo reaccionar.
—Estás borracha.
—Lo sé —dije, demasiado ebria como para avergonzarme.
Se relajó y me puso una mano sobre la espalda y otra sobre el pelo mojado,
después apretó los labios contra mi frente.
—Eres la mujer más confusa que he conocido nunca.
—Es lo menos que puedes hacer después de espantar al único chico que se
me ha acercado hoy.
—¿Te refieres a Eduardo, el violador? Sí, te debo una.
—No importa —dije, sintiendo el inicio de un rechazo.
Me cogió el brazo y lo sujetó contra su estómago para evitar que lo apartara.
—No, lo digo en serio. Tienes que tener más cuidado. Si no hubiera estado
allí… Ni siquiera quiero pensar en ello. ¿Y ahora esperas que me disculpe por
hacer que te dejara en paz?
—No quiero que te disculpes. Ni siquiera se trata de eso.
—Entonces, ¿qué pasa? —me preguntó, buscándome los ojos.
Su cara estaba a escasos centímetros de la mía y podía notar su aliento en
mis labios.
Fruncí el ceño.
—Estoy borracha, Pedro. Es la única excusa que tengo.
—¿Quieres que te abrace hasta que te quedes dormida? —No respondí y él
se movió para mirarme directamente a los ojos—. Debería decir que no para
corroborar mi postura —dijo, arqueando las cejas—. Pero después me odiaría si me
negara y no volvieras a pedírmelo.
Apoyé la mejilla en su pecho, y él me abrazó más fuerte, suspirando.
—No necesitas ninguna excusa, Paloma. Solo tienes que pedirlo.
CAPITULO 13
Rosario y Valentin aparecieron a nuestro lado. Valentin se movía como si
hubiera visto demasiados vídeos de Usher. Estuve a punto de dejarme llevar por el
pánico cuando Pedro me apretó contra él. Si usaba alguno de esos movimientos en
el sofá, entendía por qué tantas chicas se arriesgaban a sufrir una humillación por
la mañana.
Ciñó sus manos alrededor de mis caderas, y me di cuenta de que su
expresión era diferente, casi seria. Le pasé las manos por el pecho y por los
impecables abdominales, mientras se estiraban y tensaban bajo la ajustada
camiseta, al ritmo de la música. Me puse de espaldas a él y sonreí cuando me
agarró por la cintura. Por todo ello y por el alcohol que me corría por las venas,
cuando apretó mi cuerpo contra el suyo, me vinieron ideas a la cabeza que eran
cualquier cosa menos las de una simple amiga.
La siguiente canción se unió a la que estábamos bailando, y Pedro no dio
señal alguna de querer volver al bar. Tenía la nuca cubierta de gotas de sudor, y las
luces multicolores me hacían sentir algo mareada. Cerré los ojos y apoyé la cabeza
contra su hombro. Me agarró las manos y me las subió hasta el cuello. Sus manos
bajaron por mis brazos, por mis costillas y finalmente regresaron a mis caderas.
Cuando noté sus labios y su lengua sobre mi cuello, me aparté de él.
Él se rio, algo sorprendido.
—¿Qué pasa, Paloma?
Mi ánimo se enardeció, pero las duras palabras que quería decir se me
quedaron atascadas en la garganta. Me retiré al bar y pedí otra Coronita. Pedro se
sentó en el taburete que había a mi lado y levantó el dedo para pedirse otra copa.
En cuanto el camarero me sirvió la botella, me bebí la mitad del contenido antes de
volver a dejarla sobre la barra.
—¿Crees que esto cambiará la opinión de alguien sobre nosotros? —dije,
echándome el pelo a un lado para cubrir el lugar en el que me había besado.
Soltó una carcajada.
—Me importa un pimiento lo que piensen de nosotros.
Lo fulminé con la mirada y después me volví hacia delante.
—Paloma —dijo, tocándome el brazo.
Me aparté de él.
—No, nunca podría emborracharme lo suficiente para dejar que me llevaras
a ese sofá.
Su cara se retorció en una mueca de ira, pero, antes de que pudiera decir
nada, una morena impresionante, con morritos, unos ojos azules enormes y un
escote todavía mayor, se acercó a él.
—Vaya, vaya, si es Pedro Alfonso —dijo, contoneándose en todos los sitios
correctos.
Dio un trago y clavó los ojos en mí.
—Hola, Aldana.
—¿No me presentas a tu novia? —dijo ella sonriendo.
Puse los ojos en blanco por lo transparente y lamentable que resultaba.
Pedro echó la cabeza hacia atrás para apurar la cerveza y después lanzó la
botella vacía por la barra. Todos los que estaban esperando para pedir la siguieron
con la mirada hasta que cayó en el cubo de la basura que había al final.
—No es mi novia.
Cogió a Aldana de la mano, y ella lo siguió feliz a la pista de baile. La
manoseó por todas partes durante una canción, otra y otra. Estaban montando una
escena por cómo ella le dejaba meterle mano y, cuando la inclinó, me volví de
espaldas a ellos.
—Pareces cabreada —dijo un hombre que estaba sentado a mi lado—. ¿Ese
de ahí es tu novio?
—No, es solo un amigo —murmuré.
—Pues menos mal. Podría haber sido bastante incómodo para ti si lo
hubiera sido.
Se volvió hacia la pista de baile y sacudió la cabeza ante el espectáculo.
—Y que lo digas —asentí, apurando lo que me quedaba de la botella.
Apenas había notado el sabor de las últimas dos, y tenía los dientes
adormecidos.
—¿Te apetece otra? —preguntó. Lo examiné y él sonrió—. Soy Eduardo.
—Paula —dije, estrechando la mano que me tendía. Levantó dos dedos al
camarero y sonreí—. Gracias.
—Entonces, ¿vives aquí? —me preguntó.
—En Morgan Hall, en Eastern.
—Yo tengo un apartamento en Hinley.
—¿Vas a State? —pregunté—. ¿No está como a… una hora de distancia?
¿Qué haces por aquí?
—Me gradué el pasado mayo. Mi hermana pequeña va a Eastern. Me quedo
con ella esta semana mientras busco trabajo.
—Vaya…, la vida en el mundo real, ¿eh?
Eduardo se rio.
—Y es tal y como nos cuentan que es.
Saqué el brillo de labios del bolsillo y me lo extendí con esmero, usando el
espejo que forraba la pared que había detrás de la barra.
—Un bonito color —dijo él, mientras me observaba apretar los labios.
Sonreí, mientras sentía la ira hacia Pedro y la embriaguez del alcohol.
—Tal vez puedas probarlo después.
A Eduardo se le iluminó la mirada mientras se acercaba más, y yo sonreí
cuando me tocó la rodilla. Apartó la mano cuando Pedro se interpuso entre
nosotros.
—¿Estás lista, Paloma?
—Estoy en medio de una conversación, Pedro —dije, apartándolo.
Tenía la camiseta empapada por el circo que había montado en la pista de
baile, y me limpié la mano en la falda ostentosamente.
Pedro puso mala cara.
—¿Acaso conoces a este tío?
—Es Eduardo —dije, dedicándole la mejor sonrisa de flirteo a mi nuevo amigo.
Me guiñó un ojo, después miró a Pedro y le tendió la mano.
—Me alegro de verte.
Pedro me observó expectante hasta que cedí y lo señalé con la mano.
—Eduardo, este es Pedro —murmuré.
—Pedro Alfonso —apuntilló él, mirando la mano de Eduardo como si quisiera
arrancársela. Los ojos de Eduardo se abrieron como platos y, con poca elegancia,
apartó la mano.
—¿Pedro Alfonso? ¿El Pedro Alfonso de Eastern? —Apoyé la mejilla en el
puño, temiendo la inevitable escena exacerbada por la testosterona que podría
desarrollarse a continuación. Pedro alargó el brazo por detrás de mí para agarrarse
a la barra.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—Te vi luchar con Shawn Smith el año pasado, tío. ¡Pensaba que estaba a
punto de presenciar la muerte de alguien! —Pedro lo fulminó con la mirada.
—¿Quieres verlo de nuevo?
Eduardo soltó una carcajada, y nos miró por turnos. Cuando se dio cuenta de
que Pedro iba en serio, me sonrió como señal de disculpa y finalmente se fue.
—¿Estás lista ahora? —espetó él.
—Eres un auténtico gilipollas, ¿lo sabías?
—Me han llamado cosas peores —me dijo, ayudándome a levantarme del
taburete. Seguimos a Rosario y a Valentin hasta el coche, y cuando Pedro intentó
cogerme de la mano y llevarme a través del aparcamiento, la aparté. Se dio media
vuelta y yo me detuve bruscamente, retrocediendo cuando él se quedó a tan solo
unos centímetros de mi cara.
—¡Debería besarte ya y acabar con esto! —gritó él—. ¡Esto es ridículo! Te
besé en el cuello, ¿y qué?
Su aliento olía a cervezas y cigarrillos, así que lo aparté.
—No soy tu amiga con derecho a roce, Pedro.
Él sacudió la cabeza, sin poder creérselo.
—¡Nunca he dicho que lo fueras! ¡Estás conmigo veinticuatro horas, siete
días a la semana, duermes en mi cama, pero la mitad del tiempo actúas como si no
quisieras que te vieran conmigo!
—¡Pero si he venido aquí contigo!
—Siempre te he tratado con respeto, Paloma.
Yo seguí en mis trece.
—No, me tratas como si te perteneciera. ¡No tenías derecho a espantar a
Eduardo así!
—¿Sabes quién es Eduardo? —me preguntó.
Cuando negué con la cabeza, se acercó más.
—Pues yo sí. El año pasado lo arrestaron por agresión sexual, pero retiraron
los cargos.
Crucé los brazos.
—Oh, ¿entonces tenéis algo en común?
Pedro frunció el ceño, y los músculos de sus mandíbulas se movieron bajo
la piel.
—¿Me estás llamando violador? —dijo en un tono frío y bajo.
Apreté los labios, todavía más enfadada por que tuviera razón. Lo había
llevado demasiado lejos.
—No, simplemente estoy cabreada contigo.
—He estado bebiendo, ¿vale? Tu piel estaba a dos centímetros de la mía,
eres guapa y hueles acojonantemente bien cuando sudas. ¡Te besé, lo siento!
¡Supéralo!
Su disculpa me hizo esbozar una sonrisa.
—¿Crees que soy guapa?
Frunció el ceño con disgusto.
—Eres una preciosidad y lo sabes. ¿Por qué sonríes?
Intenté reprimir mi regocijo para no darle ese placer.
—Nada. Vámonos.
Pedro se rio y sacudió la cabeza.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡Eres un auténtico dolor de cabeza! —me gritó,
mirándome fijamente. No podía dejar de sonreír y, tras unos segundos, Pedro
sonrió. Sacudió la cabeza de nuevo, y después me pasó el brazo por el cuello.
—Me vuelves loco. Lo sabes, ¿no?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)