TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 2 de abril de 2014
CAPITULO 15
Entrecerré los ojos por la luz del sol que entraba por la ventana y entonces la
alarma resonó en mis oídos. Pedro seguía dormido, rodeándome todavía con
brazos y piernas. Conseguí liberar un brazo para parar el despertador.
Después de frotarme la cara, lo miré: estaba durmiendo sonoramente a dos
centímetros de mi cara.
—Oh, Dios mío —susurré, preguntándome cómo habíamos llegado a estar
tan entrelazados. Respiré hondo y contuve la respiración mientras intentaba
liberarme.
—Déjalo, Paloma, estoy durmiendo —murmuró él, apretándome contra él.
Después de varios intentos, finalmente conseguí soltarme, y me senté al
borde de la cama, mirando hacia atrás para ver su cuerpo medio desnudo, liado en
las sábanas. Lo observé durante un momento y suspiré. Los límites empezaban a
difuminarse, y era culpa mía.
Su mano se deslizó sobre las sábanas hasta tocarme los dedos.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo él, con los ojos apenas abiertos.
—Voy a por un vaso de agua. ¿Quieres algo?
Pedro dijo que no con la cabeza, cerró los ojos y pegó la mejilla al colchón.
—Buenos días, Pau —dijo Valentin desde el sillón cuando doblé la esquina.
—¿Dónde está Ro?
—Sigue dormida. ¿Qué haces levantada tan temprano? —preguntó él,
mirando el reloj.
—Ha sonado el despertador, pero siempre me despierto pronto después de
beber. Es una maldición.
—Yo también —asintió él.
—Más vale que despiertes a Ro. Tenemos clase dentro de una hora —dije,
mientras abría el grifo y me inclinaba para beber.
Valentin asintió.
—Pensaba dejarla dormir.
—No lo hagas. Se enfadará si se pierde la clase.
—Ah —dijo él, levantándose—, entonces es mejor que la despierte.
Se dio media vuelta.
—Oye, Pau.
—¿Sí?
—No sé qué hay entre Pedro y tú, pero sé que hará algo estúpido para
cabrearte. Es un tic que tiene. No se acerca a nadie muy a menudo, y, por la razón
que sea, contigo lo ha hecho. Pero tienes que perdonarle sus demonios. Es la única
forma que tiene de saberlo.
—¿Saber qué? —pregunté, levantando una ceja por su discurso
melodramático.
—Si podrás trepar el muro —respondió simplemente.
Sacudí la cabeza y me reí.
—Lo que tú digas, Valen.
Valentin se encogió de hombros y desapareció en su dormitorio. Oí unos
suaves murmullos, un gruñido de protesta y después la risa dulce de Rosario.
Removí la avena en mi cuenco y añadí el sirope de chocolate, estrujando
directamente el bote.
—Eso es asqueroso, Paloma —dijo Pedro, vestido solo con un par de
calzoncillos de cuadros verdes.
Se frotó los ojos y sacó una caja de cereales del armario.
—Buenos días para ti también —dije, cerrando de una palmadita la tapa de
la botella.
—He oído que se acerca tu cumpleaños. El último de tus años de
adolescencia —bromeó, con los ojos hinchados y rojos.
—Sí…, bueno, no me van los cumpleaños. Creo que Ro piensa llevarme a
cenar o algo así —sonreí—. Puedes apuntarte si te apetece.
—Vale —dijo encogiéndose de hombros—, ¿es dentro de una semana desde
el domingo?
—Sí. ¿Y cuándo es el tuyo?
Vertió la leche y hundió los cereales con la cuchara.
—En abril. El 1 de abril.
—Anda ya.
—No, lo digo en serio —dijo él, mientras masticaba.
—¿Tu cumpleaños es el Día de los Inocentes? —pregunté de nuevo,
arqueando una ceja.
Se rio.
—¡Sí! Vas a llegar tarde. Será mejor que te vistas.
—Ro me va a llevar en coche.
Estaba segura de que estaba siendo intencionadamente frío cuando se limitó
a encogerse de hombros.
—Tú misma —dijo él, volviéndose de espaldas para acabarse los cereales.
—DECIDIDAMENTE te está mirando —susurró Rosario, inclinándose
hacia atrás para mirar al otro extremo de la habitación.
—Déjalo ya, tonta, te va a ver.
Rosario sonrió y agitó la mano.
—Ya me ha visto. Sigue mirando hacia aquí.
Dudé durante un momento y entonces, finalmente, hice acopio del
suficiente valor como para mirar hacia donde él estaba. Adrian me estaba mirando
directamente a mí, sonriendo.
Le devolví la sonrisa y después fingí escribir algo en mi portátil.
—¿Sigue mirando? —susurré.
—Sí —respondió Rosario entre risas.
Después de clase, Adrian me paró en el vestíbulo.
—No te olvides de la fiesta de este fin de semana.
—No lo haré —dije, intentando no parpadear ni hacer cualquier otra cosa
ridícula. Rosario y yo seguimos nuestro camino hacia la cafetería, donde
habíamos quedado con Pedro y Valentin para comer, acortando por el césped. Ella
seguía riéndose por el comportamiento de Adrian cuando Valentin y Pedro se
acercaron.
—Hola, encanto —dijo Rosario, justo antes de besar a su novio en la boca.
—¿De qué os reíais? —preguntó Valentin.
—Ah, es que un chico se ha pasado toda la hora de clase mirando a Paula.
Ha sido adorable.
—Mientras fuera a Paula a quien mirara —dijo Valentin con un guiño.
—¿Quién era? —dijo Pedro con una mueca.
Me reajusté la mochila e indiqué a Pedro que me la quitara de los brazos y
la cogiera. Sacudí la cabeza.
—Ro se imagina cosas.
—¡Paula! ¡Menudo pedazo de mentirosa que estás hecha! Era Adrian Hayes,
y resultaba evidente. El chico estaba prácticamente babeando.
La cara de Pedro se torció en una mueca de disgusto.
—¿Adrian Hayes?
Valentin tiró a Rosario de la mano.
—Vamos a comer. ¿Os uniréis hoy a nosotros para disfrutar de la alta cocina
de la cafetería?
Rosario lo besó de nuevo como respuesta; Pedro y yo los seguimos algo
más atrás. Dejé mi bandeja entre Rosario y Jeronimo, pero Pedro no ocupó su lugar
habitual delante de mí. En lugar de eso, se sentó algo más lejos. En ese momento
me di cuenta de que no había dicho mucho durante nuestro paseo hacia la
cafetería.
—¿Estás bien, Pepe? —le pregunté.
—¿Yo? Sí, ¿por qué? —dijo, relajando el gesto de la cara.
—Es que has estado muy callado.
Varios miembros del equipo de fútbol americano se acercaron a la mesa y se
sentaron, riéndose estruendosamente. Pedro parecía algo molesto mientras jugaba
con la comida de su plato. Daniel Jenks lanzó una patata frita al plato de Pedro.
—¿Qué hay, Pepe? He oído que te has tirado a Cristina Martin. Hoy ha estado
arrastrando tu nombre por el barro.
—Cierra el pico, Jenks —dijo Pedro, sin levantar la mirada de la comida.
Me incliné hacia delante para que el musculoso gigante que estaba sentado
enfrente de Pedro pudiera experimentar la fuerza de mi mirada.
—Corta el rollo, Dani.
Pedro me fulminó con la mirada.
—Sé cuidarme solo, Paula.
—Lo siento, solo…
—No quiero que sientas nada, no quiero que hagas nada —me espetó él,
levantándose de la mesa y cruzando furioso la puerta.
Jeronimo me miró con las cejas levantadas.
—Eh, ¿qué mosca le ha picado?
Yo pinché una patata con el tenedor y resoplé.
—Ni idea.
Valentin me dio una palmadita en la espalda.
—Tú no has hecho nada, Paula.
—Simplemente hay varias cosas que le rondan por la cabeza —añadió
Rosario.
—¿Qué cosas? —pregunté.
Valentin se encogió de hombros y centró la atención en su bandeja.
—A estas alturas, deberías saber que ser amigo de Pedro requiere tener
paciencia y una actitud indulgente. Vive en un universo propio.
Sacudí la cabeza.
—Ese es el Pedro que ve todo el mundo…, no el que yo conozco.
Valentin se inclinó hacia delante.
—No hay ninguna diferencia. Simplemente tienes que aceptar las cosas
como vengan.
Después de clase, fui en coche con Rosario al apartamento y vimos que la
moto de Pedro no estaba. Fui a su habitación y me hice un ovillo en su cama,
apoyando la cabeza en el brazo.Pedro se encontraba bien por la mañana. Con todo
el tiempo que habíamos estado juntos, no podía creer que me hubiera pasado
desapercibido que algo lo hubiera molestado. No solo eso, me incomodaba que
Rosario pareciera saber qué ocurría y yo no.
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