TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 2 de abril de 2014
CAPITULO 13
Rosario y Valentin aparecieron a nuestro lado. Valentin se movía como si
hubiera visto demasiados vídeos de Usher. Estuve a punto de dejarme llevar por el
pánico cuando Pedro me apretó contra él. Si usaba alguno de esos movimientos en
el sofá, entendía por qué tantas chicas se arriesgaban a sufrir una humillación por
la mañana.
Ciñó sus manos alrededor de mis caderas, y me di cuenta de que su
expresión era diferente, casi seria. Le pasé las manos por el pecho y por los
impecables abdominales, mientras se estiraban y tensaban bajo la ajustada
camiseta, al ritmo de la música. Me puse de espaldas a él y sonreí cuando me
agarró por la cintura. Por todo ello y por el alcohol que me corría por las venas,
cuando apretó mi cuerpo contra el suyo, me vinieron ideas a la cabeza que eran
cualquier cosa menos las de una simple amiga.
La siguiente canción se unió a la que estábamos bailando, y Pedro no dio
señal alguna de querer volver al bar. Tenía la nuca cubierta de gotas de sudor, y las
luces multicolores me hacían sentir algo mareada. Cerré los ojos y apoyé la cabeza
contra su hombro. Me agarró las manos y me las subió hasta el cuello. Sus manos
bajaron por mis brazos, por mis costillas y finalmente regresaron a mis caderas.
Cuando noté sus labios y su lengua sobre mi cuello, me aparté de él.
Él se rio, algo sorprendido.
—¿Qué pasa, Paloma?
Mi ánimo se enardeció, pero las duras palabras que quería decir se me
quedaron atascadas en la garganta. Me retiré al bar y pedí otra Coronita. Pedro se
sentó en el taburete que había a mi lado y levantó el dedo para pedirse otra copa.
En cuanto el camarero me sirvió la botella, me bebí la mitad del contenido antes de
volver a dejarla sobre la barra.
—¿Crees que esto cambiará la opinión de alguien sobre nosotros? —dije,
echándome el pelo a un lado para cubrir el lugar en el que me había besado.
Soltó una carcajada.
—Me importa un pimiento lo que piensen de nosotros.
Lo fulminé con la mirada y después me volví hacia delante.
—Paloma —dijo, tocándome el brazo.
Me aparté de él.
—No, nunca podría emborracharme lo suficiente para dejar que me llevaras
a ese sofá.
Su cara se retorció en una mueca de ira, pero, antes de que pudiera decir
nada, una morena impresionante, con morritos, unos ojos azules enormes y un
escote todavía mayor, se acercó a él.
—Vaya, vaya, si es Pedro Alfonso —dijo, contoneándose en todos los sitios
correctos.
Dio un trago y clavó los ojos en mí.
—Hola, Aldana.
—¿No me presentas a tu novia? —dijo ella sonriendo.
Puse los ojos en blanco por lo transparente y lamentable que resultaba.
Pedro echó la cabeza hacia atrás para apurar la cerveza y después lanzó la
botella vacía por la barra. Todos los que estaban esperando para pedir la siguieron
con la mirada hasta que cayó en el cubo de la basura que había al final.
—No es mi novia.
Cogió a Aldana de la mano, y ella lo siguió feliz a la pista de baile. La
manoseó por todas partes durante una canción, otra y otra. Estaban montando una
escena por cómo ella le dejaba meterle mano y, cuando la inclinó, me volví de
espaldas a ellos.
—Pareces cabreada —dijo un hombre que estaba sentado a mi lado—. ¿Ese
de ahí es tu novio?
—No, es solo un amigo —murmuré.
—Pues menos mal. Podría haber sido bastante incómodo para ti si lo
hubiera sido.
Se volvió hacia la pista de baile y sacudió la cabeza ante el espectáculo.
—Y que lo digas —asentí, apurando lo que me quedaba de la botella.
Apenas había notado el sabor de las últimas dos, y tenía los dientes
adormecidos.
—¿Te apetece otra? —preguntó. Lo examiné y él sonrió—. Soy Eduardo.
—Paula —dije, estrechando la mano que me tendía. Levantó dos dedos al
camarero y sonreí—. Gracias.
—Entonces, ¿vives aquí? —me preguntó.
—En Morgan Hall, en Eastern.
—Yo tengo un apartamento en Hinley.
—¿Vas a State? —pregunté—. ¿No está como a… una hora de distancia?
¿Qué haces por aquí?
—Me gradué el pasado mayo. Mi hermana pequeña va a Eastern. Me quedo
con ella esta semana mientras busco trabajo.
—Vaya…, la vida en el mundo real, ¿eh?
Eduardo se rio.
—Y es tal y como nos cuentan que es.
Saqué el brillo de labios del bolsillo y me lo extendí con esmero, usando el
espejo que forraba la pared que había detrás de la barra.
—Un bonito color —dijo él, mientras me observaba apretar los labios.
Sonreí, mientras sentía la ira hacia Pedro y la embriaguez del alcohol.
—Tal vez puedas probarlo después.
A Eduardo se le iluminó la mirada mientras se acercaba más, y yo sonreí
cuando me tocó la rodilla. Apartó la mano cuando Pedro se interpuso entre
nosotros.
—¿Estás lista, Paloma?
—Estoy en medio de una conversación, Pedro —dije, apartándolo.
Tenía la camiseta empapada por el circo que había montado en la pista de
baile, y me limpié la mano en la falda ostentosamente.
Pedro puso mala cara.
—¿Acaso conoces a este tío?
—Es Eduardo —dije, dedicándole la mejor sonrisa de flirteo a mi nuevo amigo.
Me guiñó un ojo, después miró a Pedro y le tendió la mano.
—Me alegro de verte.
Pedro me observó expectante hasta que cedí y lo señalé con la mano.
—Eduardo, este es Pedro —murmuré.
—Pedro Alfonso —apuntilló él, mirando la mano de Eduardo como si quisiera
arrancársela. Los ojos de Eduardo se abrieron como platos y, con poca elegancia,
apartó la mano.
—¿Pedro Alfonso? ¿El Pedro Alfonso de Eastern? —Apoyé la mejilla en el
puño, temiendo la inevitable escena exacerbada por la testosterona que podría
desarrollarse a continuación. Pedro alargó el brazo por detrás de mí para agarrarse
a la barra.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—Te vi luchar con Shawn Smith el año pasado, tío. ¡Pensaba que estaba a
punto de presenciar la muerte de alguien! —Pedro lo fulminó con la mirada.
—¿Quieres verlo de nuevo?
Eduardo soltó una carcajada, y nos miró por turnos. Cuando se dio cuenta de
que Pedro iba en serio, me sonrió como señal de disculpa y finalmente se fue.
—¿Estás lista ahora? —espetó él.
—Eres un auténtico gilipollas, ¿lo sabías?
—Me han llamado cosas peores —me dijo, ayudándome a levantarme del
taburete. Seguimos a Rosario y a Valentin hasta el coche, y cuando Pedro intentó
cogerme de la mano y llevarme a través del aparcamiento, la aparté. Se dio media
vuelta y yo me detuve bruscamente, retrocediendo cuando él se quedó a tan solo
unos centímetros de mi cara.
—¡Debería besarte ya y acabar con esto! —gritó él—. ¡Esto es ridículo! Te
besé en el cuello, ¿y qué?
Su aliento olía a cervezas y cigarrillos, así que lo aparté.
—No soy tu amiga con derecho a roce, Pedro.
Él sacudió la cabeza, sin poder creérselo.
—¡Nunca he dicho que lo fueras! ¡Estás conmigo veinticuatro horas, siete
días a la semana, duermes en mi cama, pero la mitad del tiempo actúas como si no
quisieras que te vieran conmigo!
—¡Pero si he venido aquí contigo!
—Siempre te he tratado con respeto, Paloma.
Yo seguí en mis trece.
—No, me tratas como si te perteneciera. ¡No tenías derecho a espantar a
Eduardo así!
—¿Sabes quién es Eduardo? —me preguntó.
Cuando negué con la cabeza, se acercó más.
—Pues yo sí. El año pasado lo arrestaron por agresión sexual, pero retiraron
los cargos.
Crucé los brazos.
—Oh, ¿entonces tenéis algo en común?
Pedro frunció el ceño, y los músculos de sus mandíbulas se movieron bajo
la piel.
—¿Me estás llamando violador? —dijo en un tono frío y bajo.
Apreté los labios, todavía más enfadada por que tuviera razón. Lo había
llevado demasiado lejos.
—No, simplemente estoy cabreada contigo.
—He estado bebiendo, ¿vale? Tu piel estaba a dos centímetros de la mía,
eres guapa y hueles acojonantemente bien cuando sudas. ¡Te besé, lo siento!
¡Supéralo!
Su disculpa me hizo esbozar una sonrisa.
—¿Crees que soy guapa?
Frunció el ceño con disgusto.
—Eres una preciosidad y lo sabes. ¿Por qué sonríes?
Intenté reprimir mi regocijo para no darle ese placer.
—Nada. Vámonos.
Pedro se rio y sacudió la cabeza.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡Eres un auténtico dolor de cabeza! —me gritó,
mirándome fijamente. No podía dejar de sonreír y, tras unos segundos, Pedro
sonrió. Sacudió la cabeza de nuevo, y después me pasó el brazo por el cuello.
—Me vuelves loco. Lo sabes, ¿no?
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