miércoles, 2 de abril de 2014

CAPITULO 17


Pedro se subió al bordillo y aparcó su moto a la sombra detrás del edificio
Jefferson de Artes Liberales. Se puso las gafas de sol sobre la cabeza y me cogió de
la mano, sonriendo mientras nos dirigíamos a hurtadillas a la parte trasera del
edificio. Se detuvo junto a una ventana abierta cerca del suelo.
Abrí los ojos como platos al darme cuenta de lo que se disponía a hacer.
—Estás de broma.
Pedro sonrió.
—Esta es la entrada VIP. Deberías ver cómo entran los demás.
Sacudí la cabeza mientras él se esforzaba por meter las piernas, y después
desapareció. Me agaché y grité a la oscuridad.
—¡Pedro!
—Aquí abajo, Paloma. Mete primero los pies, y yo te cojo.
—¡Estás completamente loco si crees que voy a saltar a la oscuridad!
—¡Yo te cojo! ¡Te lo prometo!
Suspiré, mientras me tocaba la frente con la mano
—¡Esto es una locura!
Me senté y después me lancé hacia delante hasta que la mitad de mi cuerpo
colgaba en la oscuridad. Me puse boca abajo y estiré los pies en busca del suelo.
Intenté tocar con los pies la mano de Pedro, pero me resbalé y grité cuando caí
hacia atrás. Un par de manos me agarraron y oí la voz de Pedro en la oscuridad.
—Te caes como una chica —dijo riéndose entre dientes.
Me bajó al suelo y, entonces, me adentró más en la oscuridad. Después de
una docena de pasos, pude oír el familiar griterío de números y nombres, y
entonces la habitación se iluminó. Había un farol en la esquina, que arrojaba la luz
suficiente para poder adivinar la cara de Pedro.
—¿Qué hacemos?
—Esperar. Agustin tiene que acabar de soltar su rollo antes de que yo entre.
Estaba inquieta.
—¿Debería esperar aquí? ¿O mejor entro? ¿Adónde voy cuando empiece la
pelea? ¿Dónde están Valen y Ro?
—Han ido por el otro camino. Simplemente sígueme. No voy a mandarte a
ese foso de tiburones sin mí. Quédate junto a Agustin; él evitará que te aplasten. Yo
no puedo cuidar de ti y pegar puñetazos a la vez.
—¿Que me aplasten?
—Esta noche habrá más gente. Alberto Hoffman es de State. Allí tienen su
propio Círculo. Así que nuestra gente se juntará con la suya. Va a ser una auténtica
locura.
—¿Estás nervioso? —pregunté.
Él sonrió, bajando la mirada hacia mí.
—No, pero tú sí que pareces algo nerviosa, en cambio.
—Tal vez —admití.
—Si te hace sentir mejor, no dejaré que me toque. Ni siquiera dejaré que me
dé un golpe por sus fans.
—¿Y cómo vas a arreglártelas?
Él se encogió de hombros.
—Normalmente, dejo que me toquen una vez, solo para que parezca justo.
—¿Dejas…? ¿Dejas que tu rival te alcance?
—¿Dónde estaría la diversión si me limitara a destrozar a alguien y no
dejara que me dieran nunca? No es bueno para el negocio, nadie apostaría en mi
contra.
—Qué montón de gilipolleces —dije, cruzándome de brazos.
Pedro arqueó una ceja.
—¿Crees que te estoy engañando?
—Me resulta difícil creer que solo te peguen cuando tú les dejas.
—¿Te gustaría hacer una apuesta sobre ese asunto, Paula Chaves ?
—sonrió él, con una mirada de emoción.
—Acepto la apuesta. Creo que te alcanzará una vez.
—¿Y si no lo hace? ¿Qué gano? —preguntó él.
Me encogí de hombros mientras el griterío al otro lado de la pared creció
hasta convertirse en un rugido. Agustin dio la bienvenida a la multitud, y entonces
repasó las reglas.
La boca de Pedro se abrió en una amplia sonrisa.
—Si ganas, no me acostaré con nadie durante un mes. —Arqueé una ceja y
él volvió a sonreír—. Pero, si gano yo, tendrás que quedarte conmigo un mes.
—¿Qué? ¡Pero si ya me alojo contigo de todos modos! ¿Qué tipo de apuesta
es esa? —grité por encima del ruido.
—Hoy han arreglado las calderas de Morgan —dijo con una sonrisa y
guiñándome el ojo.
Una sonrisa de satisfacción relajó mi expresión cuando Agustin gritó el
nombre de Pedro.
—Cualquier cosa vale la pena con tal de verte probar la abstinencia, para
variar.
Pedro me dio un beso en la mejilla y salió, sacando pecho. Fui tras él y,
cuando entramos en la siguiente habitación, me quedé sorprendida por el gran
número de personas que estaban amontonadas en un espacio tan pequeño. La
habitación se hallaba llena hasta la bandera, y los empujones y el griterío
aumentaban al entrar en la habitación. Pedro me señaló con la cabeza, y Agustin me
pasó la mano por los hombros, tirando de mí hacia él.
Me incliné para hablarle a Agustin al oído.
—Apuesto dos por Pedro —dije.
Agustin levantó las cejas mientras me miraba sacar del bolsillo dos billetes de
cien dólares con la cara del presidente Benjamin. Extendió la palma y le puse los
billetes en la mano.
—No eres la Pollyanna que pensaba —dijo él, pegándome un repaso.
Alberto le sacaba al menos una cabeza a Pedro, así que no pude evitar tragar
saliva cuando los vi de pie uno junto al otro. Alberto era enorme, duplicaba el
tamaño y la masa muscular de Pedro. No podía ver la expresión de este, pero era
evidente que Alberto estaba sediento de sangre.
Agustin apretó los labios contra mi oreja.
—Tal vez quieras taparte los oídos, nena.
Me llevé las manos a ambos lados de la cabeza, y Agustin tocó la bocina. En
lugar de atacar, Pedro retrocedió unos pasos. Alberto lanzó un golpe, y Pedro lo
esquivó, desviándose hacia la derecha. Alberto volvió a golpear, pero Pedro se
agachó y dio un paso al otro lado.
—¿Qué demonios? ¡Esto no es un combate de boxeo! —gritó Agustin.
Pedro alcanzó a Alberto en la nariz. El ruido del sótano era ensordecedor.
Pedro encajó un gancho de izquierda en la mandíbula de Alberto, y no pude evitar
llevarme las manos a la boca cuando Alberto intentó lanzar unos cuantos puñetazos
más, que acabaron todos en el aire. Alberto cayó contra su séquito después de que
Pedro le diera un codazo en la cara. Justo cuando creía que todo había casi
acabado, Alberto volvió a atacar. Golpe tras golpe, Alberto no parecía aguantar el
ritmo. Ambos hombres estaban cubiertos de sudor, y ahogué un grito cuando
Alberto falló otro puñetazo y acabó golpeando un pilar de cemento con el puño.
Cuando su oponente se dobló, cubriéndose el puño, Pedro se dispuso a dar el
golpe de gracia.
Era incansable: primero le dio un rodillazo a Alberto en la cara, y después lo
aporreó una y otra vez hasta que Alberto se derrumbó y se dio un golpe contra el
suelo. El nivel de ruido estalló cuando Agustin se apartó de mí para lanzar el
cuadrado rojo sobre la cara ensangrentada de Alberto.
Pedro desapareció detrás de sus fans, y yo apreté la espalda contra la pared,
buscando a tientas el camino hasta la puerta por la que habíamos entrado. Llegar
hasta el farol fue un enorme alivio. Me preocupaba que me derribaran y morir
pisoteada.
Clavé la mirada en el umbral de la puerta, esperando a que la multitud
irrumpiera en la pequeña habitación. Después de que pasaran varios minutos sin
que Pedro diera ninguna señal de vida, me preparé para rehacer mis pasos hasta la
ventana. Con la cantidad de gente que intentaba salir a la vez, no era seguro
empezar a dar vueltas por allí.
Justo cuando me adentraba en la oscuridad, unas pisadas crujieron sobre el
suelo de cemento. Pedro me estaba buscando alarmado.
—¡Paloma!
—¡Estoy aquí! —grité, lanzándome en sus brazos.
Pedro bajó la mirada y frunció el ceño.
—¡Me has dado un susto de cojones! Casi he tenido que empezar otra pelea
solo para llegar hasta ti… Y, cuando por fin llego, ¡te habías ido!
—Me alegro de que hayas vuelto. No me entusiasmaba tener que averiguar
el camino de vuelta en la oscuridad.
La preocupación desapareció de su rostro y sonrió ampliamente.
—Me parece que has perdido la apuesta.
Agustin irrumpió, me miró y, después, lanzó a Pedro una mirada fulminante.
—Tenemos que hablar.
Pedro me guiñó un ojo.
—No te muevas. Vuelvo ahora mismo.
Desaparecieron en la oscuridad. Agustin alzó su voz unas cuantas veces, pero
no pude averiguar lo que decía. Pedro se dio media vuelta mientras se metía un
fajo de dinero en el bolsillo y después me dedicó una media sonrisa.
—Vas a necesitar más ropa.
—¿De verdad me vas a obligar a quedarme contigo un mes?
—¿Me habrías obligado a pasar un mes sin sexo? —Me reí, admitiendo que
lo habría hecho.
—Será mejor que hagamos una parada en Morgan.
Pedro sonrió.
—Me parece que esto será interesante.
Cuando Agustin pasó, me dejó con un golpe mis ganancias en la palma de la
mano y se fundió en la muchedumbre, que empezaba a disiparse.
Pedro arqueó una ceja.
—¿Has apostado?
Sonreí y me encogí de hombros.
—Me pareció buena idea disfrutar de la experiencia completa.

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