jueves, 3 de abril de 2014

CAPITULO 18




Me llevó a la ventana, después se arrastró hasta el exterior y me ayudó a
salir al fresco aire de la noche. Los grillos cantaban alegremente en las sombras,
deteniéndose solo el tiempo necesario para dejarnos pasar. Las matas de hierba
que bordeaban la acera se mecían con la suave brisa, recordándome el sonido del
océano cuando no está lo suficientemente cerca como para oír romper las olas. No
hacía ni demasiado calor ni demasiado frío: era la noche perfecta.
—¿Por qué demonios ibas a querer que me quedara contigo, en cualquier
caso? —pregunté.
Pedro se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos.
—No sé. Todo es mejor cuando estás tú.
Las mariposas que sus palabras me hicieron sentir en el estómago
desaparecieron en cuanto vi las manchas rojas y sanguinolentas de su camisa.
—¡Puaj! Estás cubierto de sangre.
Pedro se miró con indiferencia y entonces abrió la puerta, invitándome a
entrar. Me encontré con Carla, que estaba estudiando en la cama, cautiva de los
libros de texto que la rodeaban.
—Las calderas funcionan desde esta mañana —comentó ella.
—Eso he oído —dije, mientras rebuscaba en mi armario.
—Hola —dijo Pedro a Carla.
La expresión del rostro de Carla se torció cuando escudriñó la figura
sudorosa y manchada de Pedro.
—Pedro, esta es mi compañera de habitación, Carla . Carla, Pedro Alfonso.
—Encantada de conocerte —saludó Carla, empujándose las gafas sobre el
puente de la nariz. Echó una mirada a mis abultadas bolsas—. ¿Te mudas?
—No. He perdido una apuesta.
Pedro estalló en una carcajada mientras cogía mis bolsas.
—¿Lista?
—Sí. ¿Cómo voy a llevar todo esto a tu apartamento? Vamos en tu moto.
Pedro sonrió y sacó su móvil. Llevó mi equipaje hasta la calle y, minutos
después, el Charget negro antiguo de Valentin hizo su aparición.
Bajaron la ventanilla del lado del copiloto, y Rosario asomó la cabeza.
—¡Hola, monada!
—¡Hola! Las calderas vuelven a funcionar en Morgan. ¿Vas a seguir
quedándote con Valen?
—Sí, había pensado quedarme esta noche. He oído que has perdido una
apuesta —dijo, guiñándome un ojo.
Antes de que pudiera hablar, Pedro cerró el maletero y Valen aceleró,
mientras Rosario gritaba al volver a caer sentada en el coche.
Caminamos hasta su Harley, y esperó a que me acomodara en mi asiento.
Cuando lo envolví con mis brazos, apoyó su mano sobre la mía.
—Me alegro de que estuvieras allí esta noche, Paloma. Nunca en mi vida me
he divertido tanto en una pelea.
Apoyé el mentón en su hombro y sonreí.
—Claro, porque intentabas ganar nuestra apuesta.
Inclinó el cuello para mirarme.
—Ya lo creo que sí.
No había ningún signo de burla en su mirada; lo decía en serio y quería que
lo viera.
Arqueé las cejas.
—¿Por eso estabas de tan mal humor hoy? ¿Porque sabías que habían
arreglado las calderas y que me iría esta noche?
Pedro no respondió; se limitó a sonreír cuando arrancó la moto. Recorrimos
el trayecto hasta el apartamento de forma extrañamente lenta. En cada semáforo,
Pedro cubría mis manos con las suyas, o bien posaba la mano sobre mi rodilla. Los
límites volvían a difuminarse, y me pregunté cómo podríamos pasar un mes juntos
sin arruinarlo todo. Los cabos sueltos de nuestra amistad se estaban atando de una
forma que nunca podía haber imaginado.
Cuando llegamos al apartamento, el Charger de Valentin estaba en su hueco
habitual.
Me quedé de pie delante de la escalera.
—Siempre odio cuando llevan un rato en casa. Me siento como si fuéramos
a interrumpirlos.
—Pues acostúmbrate. Esta es tu casa durante las próximas cuatro semanas.
—Pedro sonrió y se volvió, dándome la espalda—. Vamos.
—¿Qué?
Sonreí.
—Vamos, te llevaré a caballito.
Solté una risita y salté sobre su espalda, entrelazando los dedos sobre su
pecho, mientras subía corriendo las escaleras. Rosario abrió la puerta antes de que
pudiéramos llegar arriba y sonrió.
—Menuda parejita… Si no supiera…
—Corta el rollo, Ro —dijo Valentin desde el sofá.
Rosario sonrió como si hubiera hablado más de la cuenta, entonces abrió la
puerta de par en par para que cupiéramos. Pedro se dejó caer sobre el sillón. Chillé
cuando se inclinó sobre mí.
—Te veo tremendamente alegre esta noche, Pepe. ¿A qué se debe? —le
espetó Rosario.
Me agaché para verle la cara. Nunca lo había visto tan contento.
—He ganado un montón de dinero, Ro. El doble de lo que pensaba. ¿Por
qué no iba a estar contento?
Rosario se rio.
—No, es otra cosa —dijo ella, observando a Pedro darme palmaditas en el
muslo.
Tenía razón, Pedro estaba diferente. Lo rodeaba un cierto halo de paz, casi
como si un nuevo sentimiento de alegría se hubiera adueñado de su alma.
—Ro —la avisó Valentin.
—De acuerdo, hablaré de otra cosa. ¿No te había invitado Adrian a la fiesta
de Sig Tau este fin de semana, Pau?
La sonrisa de Pedro se desvaneció y se volvió hacia mí, aguardando una
respuesta.
—Bueno, sí. ¿No vamos a ir todos?
—Yo sí —dijo Valentin, absorto por la televisión.
—Lo que significa que yo también voy —dijo Rosario, mirando con
expectación a Pedro.
Pedro se quedó mirándome un momento y me dio un ligero codazo en la
pierna.
—¿Va a pasar a recogerte o algo así?
—No, simplemente me dijo que iría a la fiesta.
Rosario puso una sonrisa traviesa y asintió con anticipación.
—En todo caso, dijo que te vería allí. Es muy mono.
Pedro lanzó una mirada de irritación a Rosario y después se volvió hacia
mí:
—¿Vas a ir?
—Le dije que lo haría —respondí, encogiéndome de hombros—. ¿Tú vas a
ir?
—Claro —dijo sin vacilación.
La atención de Valentin se volvió entonces hacia Pedro.
—La semana pasada dijiste que no querías ir.
—He cambiado de opinión, Valen. ¿Qué problema hay?
—Ninguno —gruñó él, retirándose a su dormitorio.
Rosario miró a Pedro con el ceño fruncido.
—Sabes muy bien cuál es —dijo ella—. ¿Por qué no paras de volver loco al
chico y lo superas?
Se reunió con Valentin en su habitación y, tras la puerta cerrada, sus voces se
redujeron a un murmullo.
—Bueno, me alegro de que todo el mundo lo sepa —dije.
Pedro se levantó.
—Me voy a dar una ducha rápida.
—¿Le preocupa algo? —pregunté.
—No, solo está un poco paranoico.
—Es por nosotros —me atreví a adivinar.
Los ojos de Pedro se iluminaron y asintió.
—¿Qué pasa? —pregunté, mirándolo suspicaz.
—Vas bien encaminada. Tiene que ver con nosotros. No te quedes dormida,
¿vale? Quiero hablar contigo de algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario