Viernes. El día de la fiesta de citas, tres días después de que Paula sonrió por el nuevo sofá y entonces minutos más tarde dio vuelta la botella de whisky sobre mis tatuajes.
Las chicas habían terminado de hacer lo que las chicas hacen en las fiestas de citas, y yo estaba sentado frente al departamento, en los escalones, esperando a que Moro fuera a cagar.
Por razones que no podía detallar, mis nervios estaban disparados. Ya había tomado un par de tragos de whisky para tratar de tranquilizarme, pero fue inútil.
Miré mi muñeca, esperando que cualquier ominoso sentimiento que tenía fuera sólo una falsa alarma. Mientras comenzaba a decirle a Moro que se diera prisa porque estaba jodidamente frío afuera, se agachó e hizo su asunto.
—¡Ya casi es hora, pequeño! —dije, alzándolo en brazos y caminando hacia adentro.
—Acabo de llamar al florista. Bueno, floristas. El primero no tenía suficiente —dijo Valentin.
Sonreí. —Las chicas van a enojarse. ¿Te aseguraste que los entregarán antes de que lleguen a casa?
—Sí.
—¿Qué pasa si llegan a casa temprano?
—Estarán aquí con tiempo de sobra.
Asentí.
—Oye —dijo Valentin con media sonrisa—, ¿estás nervioso acerca de esta noche?
—No —dije, frunciendo el ceño.
—Lo estás, también, ¡eres un marica! ¡Estás nervioso por la noche de citas!
—No seas idiota —dije, dirigiéndome a mi habitación.
Mi camisa negra ya estaba planchada y esperando en su gancho. No era nada especial, una de las dos camisas con cuello abotonado que tenía.
La fiesta sería mi primera, sí, e iba con mi novia por primera vez, pero el nudo en mi estómago era por algo más. Algo que no podía descifrar. Como si algo terrible estuviera acechando en el futuro inmediato.
Nervioso, regresé a la cocina y me serví otro trago de whisky. El timbre sonó, y levanté la vista del mostrador para ver a Valentin corriendo a través de la sala desde su habitación, con una toalla en su cintura.
—Podría haberlo conseguido.
—Sí, pero entonces tendrías que parar de llorar en tu Jim Beam —se quejó, jalando la puerta. Un pequeño hombre cargando dos enormes ramos más grandes que él, estaba parado en la entrada.
—Uh, sí... por este camino, amigo —dijo Valentin, abriendo la puerta más amplia.
Diez minutos más tarde, el departamento empezaba a ser de la forma que imaginé. La idea de conseguir las flores de Paula antes de la fiesta de citas se me había ocurrido, pero un ramo no era suficiente.
Justo cuando uno de los chicos repartidores se fueron, otro llegó, y otro. Una vez que cada superficie en el departamento orgullosamente mostraba al menos dos
o tres ramos ostentosos de rosas rojas, rosas, amarillas y blancas, Valentin y yo estábamos satisfechos.
Tomé una rápida ducha, me rasuré, y me deslizaba en unos vaqueros cuando el motor del Honda zumbó ruidosamente en el estacionamiento. Unos segundos después se apagó, Rosario atravesó la puerta principal, y luego Paula.
Sus reacciones hacia las flores fue inmediata y Valentin y yo sonreíamos como idiotas mientras ellas chillaban con deleite.
Valentin miró alrededor de la habitación con orgullo.
—Fuimos a comprarles dos flores, pero pensamos que un ramo no sería suficiente.
Paula envolvió sus brazos alrededor de mi cuello. —Ustedes chicos... son asombrosos. Gracias.
Palmeé su trasero, dejando mi palma detenerse en la suave curva justo arriba de su muslo.
—Treinta minutos para la fiesta, Paloma.
Las chicas se vistieron en la habitación de Valentin mientras nosotros esperábamos. Me tomó cinco minutos completos para abotonar mi camisa, encontrar mi cinturón, y deslizarme en calcetines y zapatos. Las chicas, sin embargo, se tomaron jodidamente una eternidad.
Valentin, impaciente, tocó la puerta. La fiesta empezó hace quince minutos.
—Hora de irnos, señoritas —dijo Valentin.
Rosario salió con un vestido que lucía como una segunda piel, y Valentin chifló, destellando una sonrisa instantánea en su cara.
—¿Dónde está ella? —pregunté.
—Paula tiene un poco de problemas con su zapato. Saldrá en sólo un segundo —explicó Rosario.
—¡El suspenso me está matando, Paloma! —llamé.
La puerta chirrió, y Paula salió moviéndose con nerviosismo, con su corto vestido blanco.
Su cabello estaba recogido hacia un lado, y aunque sus pechos estaban cuidadosamente ocultos, se acentuaban por la tela muy apretada.
Rosario me codeó, y parpadeé. —Mierda.
—¿Estás listo para enloquecer? —preguntó Rosario.
—No estoy enloqueciendo, luce asombrosa.
Paula sonrió con travesura en sus ojos, y lentamente se dio la vuelta para mostrar la caída inclinada de tela en la parte de atrás.
—De acuerdo, ahora estoy enloqueciendo —dije, caminando hacia ella y alejándola de los ojos de Valentin.
—¿No te gusta? —preguntó.
—Necesitas una chaqueta. —Corrí hacia el estante y rápidamente cubrí con el abrigo de Paula sus hombros.
—No puede usar eso toda la noche, Pepe —Rosario río entre dientes.
—Luces hermosa, Paula—dijo Valentin, tratando de disculpar mi comportamiento.
—Lo haces —dije desesperado por escuchar y entender sin causar una pelea—. Luces increíble, pero no puedes usar eso. Tu falda es... guau, tus piernas son... tu falda es muy corta y ¡sólo es la mitad de un vestido! —Paula sonrió, al
menos no estaba cabreada.
—¿Ustedes viven para torturarnos el uno al otro? —Valentin frunció el ceño.
—¿Tienes un vestido más largo? —pregunté..
Paula bajó la mirada. —Es de hecho bastante modesto en frente. Sólo la parte de atrás muestra mucha piel.
—Paloma —dije, haciendo un gesto de dolor—, no quiero que estés enojada, pero no puedo llevarte a la casa de la fraternidad luciendo así. Me meteré en una pelea en los primeros cinco minutos.
Se inclinó y besó mis labios. —Tengo fe en ti.
—Esta noche va a apestar —gruñí.
—Esta noche va a ser fantástica —dijo Rosario, ofendida.
—Sólo piensa en lo fácil que será quitármelo después —dijo Paula. Se puso de puntillas para besar mi cuello.
Miré el techo, tratando de no dejar que sus labios,pegajosos de su brillo labial, debilitaran mi caso.
—Ese es el problema. Todos los otros tipos allí estarán pensando lo mismo.
—Pero tú eres el único que conseguirá descubrirlo —dijo con entonación.
Cuando no respondí, se inclinó otra vez para mirarme a los ojos—. ¿De verdad quieres que me cambie?
Escaneé su cara, y cada parte de ella, y entonces exhalé. —No importa lo que uses, eres hermosa.—Sólo debería acostumbrarme a eso, ahora, ¿cierto? —Paula se encogió de hombros, y sacudí mi cabeza.
—Está bien, ya estamos tarde. Vámonos.