sábado, 24 de mayo de 2014

CAPITULO 186



Me tumbé en la cama, incapaz de detener mi mente lo suficiente como para quedarme dormido. La respiración de Paula se había igualado media hora antes.


Mi móvil se iluminó y sonó una sola vez, lo que indica un mensaje de texto.


Lo abrí, y de inmediato fruncí el ceño. El nombre del remitente se desplazaba a través de la pantalla: Benjamin


Amigo. Hablando de golpear a Adrian.


Con mucho cuidado, saqué el brazo de debajo de la cabeza de Paula para usar las dos manos para escribir la respuesta.


¿Quién lo dice?


Lo digo yo, está sentado aquí.


¿Ah, sí? ¿Qué está diciendo?


Es sobre Paloma. ¿De verdad quieres saber?


No seas idiota.


Dice que todavía lo llama.


Negativo.


Antes, dijo que ella está esperando que metas la pata para poder deshacerse de ti.


¿Dijo cómo?


dijo que el otro día le contó que se sentía muy infeliz, pero que eras un tipo loco y que estaba preocupada de qué hacer.


Si ella no estuviera a mi lado iría allí a patear su maldito trasero.


No vale la pena. Todos sabemos que está ardido.


Todavía me molesta.


Lo he oído. No te preocupes por esas estupideces. Tienes a tu chica a tu lado.


De no haber tenido a Paula durmiendo a mi lado, habría salido en mi moto directamente a la casa de Sig Tau a pegarle un puñetazo a la dentadura de Adrian de-cinco-mil-dólares. Tal vez también un bate contra su Porsche.


Pasó media hora antes que los temblores de la rabia finalmente disminuyeran. Paula no se había movido. El suave sonido que hacía con su nariz cuando dormía ayudó a ralentizar mi ritmo cardíaco, y en poco tiempo tuve la
oportunidad tomarla de vuelta a mis brazos y relajarme.


Paula no estaba llamando a Adrian. Si no era feliz, me lo habría dicho. Tomé una respiración profunda y vi la sombra del árbol de afuera danzando en la pared.



—No lo hizo —dijo Valentin, parado a medio paso.


Las chicas nos dejaron solos en el apartamento para ir a comprar un vestido para la cita de la fiesta, así que le conté a Valentin lo de Adrian de camino a la tienda de muebles.


—Claro que lo hizo. —Le pasé mi teléfono para que lo viera—Benjamin me envió un mensaje anoche y lo delató.


Valentin suspiró y sacudió la cabeza. —Él sabía que iba a volver contigo. Me refiero... ¿cómo no? Esos tipos son más chismosos que las chicas.


Me detuve al ver un sofá que me llamó la atención. —Apuesto a que eso es por qué lo hizo. Con la esperanza de que yo me enterara.


Asintió. —Seamos realistas. El viejo tú tendría un ataque de celos y la asustarías lanzándola justo a los brazos de Adrian.


—Bastardo —dije mientras un vendedor se acercaba.


—Buenos días, caballeros. ¿Puedo ayudarlos a encontrar algo en particular?Valentin se arrojó sobre el sofá, y luego rebotó un par de veces antes de asentir. —Estoy de acuerdo.


—Sí. Voy a llevar este —le dije.


—¿Lo va llevar? —dijo, un poco sorprendido.


—Sí —dije, un poco sorprendido por su reacción—. ¿Es posible?


—Sí, señor, se puede. ¿Quieres saber el precio?


—Lo dice aquí, ¿no?


—Sí.


—Entonces, me lo llevo. ¿Dónde pago?


—Por aquí, señor.


El vendedor trató sin éxito de hablar de algunos elementos más que coincidían con el sofá, pero tenía unas cuantas cosas para comprar ese día.
Valentin les dio nuestra dirección, y el vendedor me dio las gracias por ser la venta más fácil del año.


—¿A dónde vamos ahora? —me preguntó, tratando de mantenerse a la par de camino al Charger.


—Calvin.


—¿Quieres un nuevo tatuaje?


—Sí.


Me miró, cauteloso. —¿Qué vas a hacer, Pepe?


—Lo que siempre dije que haría si encontraba a la chica adecuada.


Se puso delante de la puerta del pasajero. —No estoy seguro que esto sea una buena idea. ¿No crees que deberías hablar con Paula primero... ya sabes, para que no se asuste?


Fruncí el ceño. —Podría decir que no.


—Es mejor que diga que no, que tú haciéndolo y salga corriendo del apartamento porque la asustaste. Las cosas han ido bien entre ustedes. ¿Por qué no lo dejas por un rato?


Puse las manos en sus hombros. —Eso no suena como yo en absoluto —le dije, y luego lo moví a un lado.


Trotó alrededor de la parte delantera del Charger, y luego se sentó en el asiento del conductor. —Todavía creo que es una mala idea.


—Anotado.


—Entonces, ¿dónde?


—Steiner.


—¿La joyería?


—Sí.


—¿Por qué, Pedro? —preguntó, su voz más dura que antes.


—Ya lo verás.


Negó con la cabeza. —¿Estás intentando que salga corriendo?


—Va a suceder, Valen. Sólo quiero tenerlo. Para cuando llegue el momento.


—Ningún tiempo cercano es el adecuado. Estoy tan enamorado de Rosario, que me vuelve loco a veces, pero no tenemos la edad suficiente para esta mierda todavía, Pedro. Y… ¿si dice que no?


Mis dientes se apretaron ante la idea. —No voy a preguntarle hasta que sepa que está lista.


Su boca se torció. —Justo cuando creo que no puedes hacer nada más loco, haces otra cosa que me recuerda que estás mucho más allá de loco.


—Espera a ver la piedra que vamos a buscar.


Giró la cabeza lentamente en mi dirección. —Ya has ido de compras,¿verdad?


Sonreí.

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