lunes, 14 de abril de 2014

CAPITULO 55


En esta ocasión, la habitual influencia calmante de Valentin había perdido su
efecto en Pedro, y me agobió que su rabieta hubiera acabado con nuestra noche.
—Tengo que avisar a Jeronimo de que nos vamos —gruñí, dejando atrás a
Pedro de camino a la pista de baile.
Una mano cálida me rodeó la muñeca. Me giré en redondo y vi a Pedro
agarrándome sin ningún tipo de arrepentimiento.
—Iré contigo.
Retorcí el brazo para librarme de su sujeción.
—Soy totalmente capaz de caminar unos pocos metros yo sola, Pedro. ¿Qué
problema tienes?
Vislumbré a Jeronimo en el centro y me abrí paso a empujones hasta él.
—¡Nos vamos!
—¿Qué? —gritó Jeronimo por encima de la música.
—¡Pedro está de un humor de perros! ¡Nos vamos!
Jeronimo puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, a la vez que me decía
adiós con la mano mientras me alejaba de la pista de baile. Justo cuando había
localizado a Rosario y a Valentin, un hombre disfrazado de pirata tiró de mí hacia
atrás.
—¿Adónde crees que vas? —sonrió él, mientras chocaba contra mí.
Me reí y sacudí la cabeza por la mueca que estaba poniendo. Cuando ya me
iba, me cogió el brazo. No tardé mucho en darme cuenta de que no me estaba
cogiendo sin más, sino para buscar protección.
—¡Eh! —gritó él, mirando más allá de mí con los ojos como platos.
Pedro le impedía llegar a la pista de baile y lanzó un puñetazo directamente
a la cara del pirata. La fuerza del impacto nos envió a ambos al suelo. Con las
palmas de la mano sobre el pavimento de madera, parpadeé asombrada y sin creer
lo que pasaba. Cuando sentí algo cálido y húmedo en la mano, me volví y
retrocedí. Estaba cubierta de la sangre de la nariz del hombre. Se tapaba la mano
con la cara, pero el brillante líquido rojo le caía por el antebrazo mientras se
retorcía de dolor en el suelo.
Pedro se apresuró a recogerme, parecía tan conmocionado como yo:
—¡Oh, mierda! ¿Estás bien, Paloma?
Cuando me puse de pie, me solté el brazo que me estaba cogiendo.
—¿Te has vuelto loco?
Rosario me cogió de la muñeca y tiró de mí entre la multitud hasta llegar al
aparcamiento. Valentin abrió las puertas y, cuando me acomodé en el asiento,
Pedro se volvió hacia mí.
—Lo siento, Paloma. No sabía que te estaba agarrando.
—¡Tu puño ha pasado a escasos centímetros de mi cara! —dije, cogiendo la
toalla manchada de grasa que Valentin me había lanzado. Asqueada, me sequé la
sangre de la mano.
La seriedad de la situación me ensombreció el gesto, mientras él ponía
expresión de sufrimiento.
—No me habría vuelto a pegarle un puñetazo si hubiera sabido que podía
darte. Lo sabes, ¿no?
—Cállate, Pedro. De verdad, será mejor que te calles —dije, con la mirada
fija en la parte posterior de la cabeza de Valentin.
—Paloma… —empezó a decir Pedro.
Valentin golpeó el volante con la parte inferior de la palma de la mano.
—¡Cierra el pico, Pedro! Ya has dicho que lo sientes, ¡ahora cierra la puta
boca!
Llegamos a casa en el más absoluto silencio. Valentin echó hacia delante su
asiento para dejarme salir del coche y miré a Rosario, que asintió comprendiendo
lo que le pedía.
Dio un beso de buenas noches a su novio.
—Nos vemos mañana, cariño.
Valen asintió resignado y la besó.
—Te quiero.
Pasé por delante de Pedro para llegar al Honda de Rosario, y él corrió
hasta mi lado.
—Venga, no te vayas enfadada.
—No te preocupes, no me voy enfadada, sino furiosa.
—Necesita algo de tiempo para que la cosa se enfríe, Pedro —le avisó
Rosario, cerrando la puerta.
Cuando la puerta del acompañante se abrió de golpe, Pedro la sujetó y se
apoyó contra ella.
—No te vayas, Paloma. Sé que me he pasado.
Levanté la mano y mostré los restos de sangre seca en la palma.
—Avísame cuando madures.
Se apoyó en la puerta con la cadera.
—No puedes irte.
Levanté una ceja, y Valentin corrió rodeando el coche tras nosotras.
Pedro, estás borracho. Estás a punto de cometer un enorme error. Deja
que se vaya a casa, relájate… Podéis hablar mañana cuando estés sobrio.
La expresión de Pedro se volvió desesperada.
—No puede irse —dijo él, mirándome fijamente a los ojos.
—Esto no va a funcionar, Pedro —dije tirando de la puerta—. ¡Apártate!
—¿Qué quieres decir con que no va a funcionar? —preguntó Pedro,
cogiéndome del brazo.
—Me refiero a tu cara de tristeza. No voy a picar —dije soltándome.
Valentin observó a Pedro durante un momento y, entonces, se volvió hacia
mí.
—Pau…, este es el momento del que hablaba. Quizá deberías…
—No te metas, Valen —le espetó Rosario, mientras ponía el coche en
marcha.
—Voy a hacer una gilipollez. Voy a hacer muchas gilipolleces, Paloma, pero
tienes que perdonarme.
—¡Mañana tendré un enorme moratón en el culo! Pegaste a ese chico porque
estabas cabreado conmigo. ¿Qué quieres que piense? ¡Porque ahora mismo veo
banderas rojas por todas partes!
—Nunca he pegado a una chica en mi vida —dijo él, sorprendido por mis
palabras.
—¡Y no estoy dispuesta a ser la primera! —añadí, tirando de la puerta—.
¡Apártate, joder!
Pedro asintió y después dio un paso atrás. Me senté al lado de Rosario y
cerré de un golpe la puerta. Echó marcha atrás, y Pedro se inclinó a mirarme a por
la ventanilla.
—¿Me llamarás mañana, verdad? —suplicó, con la mano en el parabrisas.
—Vámonos ya, Ro —dije, negándome a mirarlo a los ojos.

CAPITULO 54



Durante la semana siguiente, Pedro se tomó su promesa muy en serio. Ya

no seguía la corriente a las chicas que lo paraban entre una y otra clase y, a veces,
incluso era grosero. Cuando llegamos a la fiesta de Halloween del Red, estaba un
poco preocupada por cómo mantener alejados a los compañeros ebrios.
Rosario, Jeronimo y yo estábamos sentados en una mesa cercana, observando a
Valentin y a Pedro jugar al billar contra dos de sus hermanos Sig Tau.
—¡Vamos, cariño! —gritó Rosario, levantándose sobre los peldaños de su
taburete.
Valentin le guiñó el ojo, y entonces tiró y metió la bola en el agujero más
alejado de la derecha.
—¡Bieeeen! —chilló ella.
Un trío de mujeres vestidas como los Ángeles de Charlie se acercaron a
Pedro, que estaba esperando su turno, y yo sonreí, mientras él hacía todo lo
posible por ignorarlas. Cuando una de ellas le acarició el brazo siguiendo la línea
de uno de sus tatuajes, Pedro se apartó. Cuando le tocó lanzar, la echó y ella se fue
haciendo pucheros con sus amigas.
—¿Te das cuenta de lo ridículas que son? Esas chicas no tienen vergüenza ni
la conocen —dijo Rosario.
Jeronimo sacudió la cabeza con asombro.
—Es Pedro. Supongo que es el rollo del chico malo. O bien quieren salvarlo
o creen que son inmunes a sus modos. No estoy seguro de por qué opción
decantarme.
—Probablemente por ambas —dije riéndome y burlándome de las chicas
que esperaban a que Pedro les prestara algo de atención.
—¿Te imaginas tener que esperar a ser la elegida? ¿Saber que te van a usar
para el sexo?
—Problemas con papá —dijo Rosario, dando un trago a su bebida.
Jeronimo apagó el cigarrillo y nos tiró de los vestidos.
—¡Vamos, chicas! ¡El Jeronimo quiere bailar!
—Te acompaño solo si me prometes no volver a llamarte a ti mismo así
—dijo Rosario.
Jeronimo se mordió el labio inferior, y Rosario sonrió.
—Venga, Pau. No querrás hacerme llorar, ¿verdad?
Nos unimos a los policías y vampiros que estaban en la pista de baile, y
Jeronimo empezó a mostrar su repertorio de pasos a lo Justin Timberlake. Lancé una
mirada a Pedro por encima del hombro y lo pillé mirándome desde la esquina por
el rabillo del ojo, mientras fingía observar a Valentin meter la bola número ocho
que le daba la partida. Valentin recogió sus ganancias, y Pedro se dirigió a la larga
mesa, grande y baja, que estaba junto a la pista de baile, cogiendo una bebida de
camino. Jeronimo se meneaba sin sentido en la pista de baile y, finalmente, se colocó
entre Rosario y yo. Pedro puso los ojos en blanco, riéndose mientras volvía a
nuestra mesa con Valentin.
—Voy a por otra copa, ¿queréis algo? —gritó Rosario por encima de la
música.
—Iré contigo —dije, mientras miraba a Jeronimo y señalaba hacia la barra.
Jeronimo sacudió la cabeza y siguió bailando.Rosario y yo nos abrimos paso
entre la multitud. Los camareros estaban desbordados, así que nos preparamos
para una larga espera.
—Los chicos están haciendo una masacre esta noche —dijo Rosario.
Me acerqué a su oído.
—Nunca entenderé por qué alguien apuesta contra Valen.
—Por la misma razón que lo hacen contra Pedro. Son idiotas —sonrió ella.
Un hombre vestido con toga se apoyó en la barra al lado de Rosario y
sonrió.
—Señoritas, ¿qué van a beber esta noche?
—Nos pagamos nuestras propias copas, gracias —dijo Rosario, mirando
hacia delante.
—Soy Miguel —dijo él, y después señaló a su amigo—: Este es Lucas.
Sonreí educadamente y miré a Rosario, que puso su mejor cara de «largaos
de aquí». La camarera nos preguntó qué queríamos y después asintió a los
hombres que estaban detrás de nosotras, que se peleaban por hacerse cargo del
pedido de Rosario. Trajo un vaso cuadrado lleno de un líquido rosa y espumoso,
y tres cervezas. Miguel le entregó el dinero y ella asintió.
—Esto es alucinante —dijo Miguel, mirando a la multitud.
—Sí —respondió Rosario molesta.
—Te he visto bailando antes —me dijo Lucas, señalando la pista de baile—.
Estabas genial.
—Eh…, gracias —dije, intentando ser educada, pero consciente de que
Pedro estaba a unos pocos metros.
—¿Quieres bailar? —me preguntó él.
—No, gracias. Estoy aquí con mi…
—Novio —dijo Pedro, apareciendo de la nada.
Lanzó una mirada asesina a los hombres que estaban delante de nosotros, y
estos se alejaron un poco, claramente intimidados.
Rosario no pudo contener su sonrisa petulante cuando Valentin la rodeó
con el brazo. Pedro señaló el otro lado del local.
—Largaos, ¿a qué esperáis?
Los hombres nos miraron a Rosario y a mí, y después dieron unos cuantos
pasos hacia atrás antes de refugiarse en la seguridad de la multitud.
Valentin besó a Rosario.
—¡No puedo llevarte a ningún sitio!
Ella soltó una risita tonta y yo sonreí a Pedro, que me miraba furibundo.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué les habéis dejado que os pagaran las bebidas?
Rosario se soltó de Valentin, reparando en el mal humor de Pedro.
—No les hemos dejado, Pedro. Yo misma les dije que no lo hicieran.
Pedro me cogió la botella que sujetaba en la mano.
—Entonces, ¿qué es esto?
—¿Lo dices en serio? —pregunté.
—Sí, lo digo muy en serio —dijo mientras tiraba la cerveza a la papelera que
había junto a la barra—. Te lo he dicho cien veces…: no puedes aceptar bebidas de
cualquier tío. ¿Y si te han echado algo?
Rosario levantó su bebida.
—No hemos perdido de vista las bebidas en ningún momento. Te estás
pasando.
—No estoy hablando contigo —dijo Pedro, mirándome fijamente a los ojos.
—¡Oye! —dije, enfadada—. No le hables así.
Pedro —le avisó Valentin—, déjalo ya.
—No me gusta que aceptes que otros tíos te inviten a copas —dijo Pedro.
Levanté una ceja
—¿Intentas iniciar una pelea?
—¿Te gustaría llegar a la barra y verme compartir alguna copa con una
chica?
Asentí una vez.
—Está bien. Ahora ignoras a todas las mujeres. Lo pillo. Debería hacer el
mismo esfuerzo.
—Eso estaría bien —dijo, intentando claramente controlar su carácter.
Resultaba un poco desconcertante estar en el lado malo de su ira. Los ojos le
brillaban todavía de rabia, y un ansia innata de contraatacar se apoderó de mí.
—Vas a tener que controlar ese rollo del novio celoso, Pedro, no he hecho
nada malo.
Pedro me lanzó una mirada de incredulidad.
—¡Pero si he llegado aquí y me he encontrado con que un tío te estaba
invitando a una copa!
—¡No le grites! —dijo Rosario.
Valentin apoyó la mano en el hombro de Pedro.
—Todos hemos bebido mucho. Salgamos de aquí.

CAPITULO 53




Pedro se dio media vuelta y Valentin se quedó de pie, cogiendo al mismo
tiempo mi brazo y la mano de Rosario para hacernos cruzar la puerta detrás de su
primo. Recorrimos la corta distancia que nos separaba de Morgan Hall, y Rosario
y yo nos sentamos en los escalones de la entrada, desde donde observamos a
Pedro caminar de un lado a otro.
—¿Estás bien, Pepe? —preguntó Valentin.
—Dame… solo un minuto —dijo él, poniéndose las manos justo debajo de
las caderas.
Valentin hundió las manos en los bolsillos.
—Me sorprende que hayas parado.
—Paloma me ha dicho que le enseñara un poco de buena educación, Valen,
no que lo matara. He necesitado toda mi voluntad para detenerme cuando lo he
hecho.
Rosario se puso las grandes gafas de sol cuadradas para levantar la mirada
hacia Pedro.
—De todos modos, ¿qué ha dicho Daniel que te hiciera saltar así?
—Algo que nunca más volverá a decir —dijo Pedro entre dientes.
Rosario miró a Valentin, que se encogió de hombros.
—Yo no lo he oído.
Pedro volvió a cerrar los puños.
—Tengo que volver a entrar.
Pedro me miró y se esforzó por calmarse.
—Ha dicho que… todo el mundo piensa que Paloma tiene…, joder, ni
siquiera puedo decirlo.
—Dilo de una vez —murmuró Rosario, mientras se mordía las uñas.
Jeronimo caminaba detrás de Pedro, claramente encantado con tantas
emociones.
—Todos los chicos heteros de Eastern quieren tirársela porque ha
conseguido domar al inalcanzable Pedro Alfonso —soltó sin más—. Eso es lo que
están diciendo ahora mismo al menos.
Pedro golpeó a Jeronimo con el hombro cuando pasó a su lado de camino a la
cafetería. Valentin salió disparado tras él y lo cogió del brazo. Me llevé las manos a
la boca cuando Pedro amagó con darle un puñetazo y Valentin se agachó. Clavé los
ojos en America, que no parecía afectada, acostumbrada como estaba a su rutina.
Solo se me ocurría una cosa para detenerlo. Bajé a toda prisa los peldaños y
corrí hacia él. Entonces, salté sobre Pedro y cerré las piernas alrededor de su
cintura; él me agarró por los muslos, mientras yo lo cogía por ambos lados de la
cara y le daba un largo y profundo beso en la boca. Pude notar cómo su ira se
fundía mientras me besaba y, cuando me aparté, supe que había ganado.
—Nos da igual lo que piensen, ¿recuerdas? No puede empezar a
importarnos ahora —dije, sonriendo confiada.
Tenía más influencia en él de la que jamás había creído posible.
—No puedo dejar que hablen así de ti, Paloma —insistió él con el ceño
fruncido, mientras me volvía a dejar en el suelo.
Deslicé los brazos bajo los suyos y entrelazamos los dedos a su espalda.
—¿Así? ¿Cómo? Piensan que soy especial porque nunca antes habías
sentado la cabeza. ¿Acaso no estás de acuerdo con eso?
—Pues claro que sí, pero no puedo aguantar la idea de que todos los chicos
de la universidad quieran acostarse contigo sin más. —Apoyó su frente contra la
mía—. Esto me va a volver loco. Seguro.
—No dejes que te afecten sus comentarios, Pedro —dijo Valentin—. No
puedes pelearte con todo el mundo.
Pedro suspiró.
—Todo el mundo… ¿Cómo te sentirías si todo el mundo pensara eso de
Rosario?
—¿Y quién dice que no es así? —dijo Rosario, ofendida. Todos nos reímos,
pero Rosario torció el gesto—. No estaba bromeando.
Valentin la consoló y la besó en la mejilla.
—Lo sé, nena. Pero renuncié a los celos hace mucho; si no lo hubiera hecho,
no tendría tiempo para hacer nada más.
Rosario sonrió como muestra de gratitud y entonces lo abrazó. Valentin
tenía una capacidad inigualable para hacer que todos los que estaban a su
alrededor se sintieran bien, sin duda, una consecuencia de crecer con Pedro y sus
hermanos. Probablemente era más un mecanismo de defensa que otra cosa.
Pedro me acarició la oreja con la nariz, y me reí hasta que vi a Adrian
acercarse. Me inundó el mismo sentimiento de urgencia que había tenido cuando
Pedro quería volver a la cafetería, e inmediatamente me solté de Pedro para
recorrer rápidamente los tres metros aproximadamente que nos separaban e
interceptar a Adrian.
—Necesito hablar contigo —dijo él.
Me volví a mirar detrás de mí y, entonces, dije que no con la cabeza como
aviso.
—Este no es un buen momento,Adrian. De hecho, es muy poco oportuno.
Pedro y Daniel tuvieron un rifirrafe en la comida, y él sigue muy sensible. Será
mejor que lo dejes en paz.
Adrian miró fijamente a Pedro y después volvió a centrarse en mí, decidido.
—Acabo de oír lo que ha pasado en la cafetería. Me parece que no eres
consciente del berenjenal en el que te estás metiendo. Pedro es un mal bicho,
Pau. Todo el mundo lo sabe. Nadie comenta lo genial que es que lo hayas
cambiado…, todo el mundo espera que haga lo que mejor se le da. No sé qué te
habrá dicho, pero ni te imaginas qué tipo de persona es.
Noté las manos de Pedro sobre los hombros.
—Bueno, ¿y a qué esperas para decírselo?
Adrian se movió nervioso.
—¿Sabes a cuántas chicas humilladas he llevado a casa después de que
pasaran unas cuantas horas a solas en una habitación con él en alguna fiesta? Te
hará daño.
Pedro tensó los dedos como reacción, y yo le cogí la mano hasta que se
relajó.
—Deberías irte, Adrian.
—Y tú deberías escucharme, Paupy.
—No la llames así —gruñó Pedro.
Adrian no apartó los ojos de mí.
—Estoy preocupado por ti.
—Te lo agradezco, pero no es necesario.
Adrian sacudió la cabeza.
—Te veía como un reto, Pau. Ha conseguido hacerte pensar que eres
diferente de las otras chicas para poder echarte mano. Pero acabará cansándose de
ti. Tiene una capacidad de atención propia de un niño pequeño.
Pedro se puso delante de mí, tan cerca de Adrian que sus narices casi se
tocaban.
—Te he dejado hablar, pero se me ha agotado la paciencia.
Adrian intentó mirarme, pero Pedro se inclinó en su dirección.
—Que no la mires, joder. Mírame a mí, pedazo de mierda. —Adrian miró
fijamente a Pedro a los ojos y esperó—. Como se te ocurra tan solo respirar en su
dirección, me aseguraré de que llegues cojeando a la Facultad de Medicina.
Adrian retrocedió unos pasos hasta que pude verlo.
—Pensaba que eras más lista —dijo él, meneando la cabeza antes de girarse
en redondo e irse.
Pedro observó cómo se marchaba, y entonces sus ojos buscaron los míos.
—Sabes que no ha dicho más que gilipolleces, ¿no? Nada de eso es verdad.
—Estoy segura de que es lo que piensa todo el mundo —dije, dándome
cuenta del interés que despertábamos en quienes pasaban a nuestro lado.
—Entonces les demostraré que se equivocan.