lunes, 14 de abril de 2014

CAPITULO 53




Pedro se dio media vuelta y Valentin se quedó de pie, cogiendo al mismo
tiempo mi brazo y la mano de Rosario para hacernos cruzar la puerta detrás de su
primo. Recorrimos la corta distancia que nos separaba de Morgan Hall, y Rosario
y yo nos sentamos en los escalones de la entrada, desde donde observamos a
Pedro caminar de un lado a otro.
—¿Estás bien, Pepe? —preguntó Valentin.
—Dame… solo un minuto —dijo él, poniéndose las manos justo debajo de
las caderas.
Valentin hundió las manos en los bolsillos.
—Me sorprende que hayas parado.
—Paloma me ha dicho que le enseñara un poco de buena educación, Valen,
no que lo matara. He necesitado toda mi voluntad para detenerme cuando lo he
hecho.
Rosario se puso las grandes gafas de sol cuadradas para levantar la mirada
hacia Pedro.
—De todos modos, ¿qué ha dicho Daniel que te hiciera saltar así?
—Algo que nunca más volverá a decir —dijo Pedro entre dientes.
Rosario miró a Valentin, que se encogió de hombros.
—Yo no lo he oído.
Pedro volvió a cerrar los puños.
—Tengo que volver a entrar.
Pedro me miró y se esforzó por calmarse.
—Ha dicho que… todo el mundo piensa que Paloma tiene…, joder, ni
siquiera puedo decirlo.
—Dilo de una vez —murmuró Rosario, mientras se mordía las uñas.
Jeronimo caminaba detrás de Pedro, claramente encantado con tantas
emociones.
—Todos los chicos heteros de Eastern quieren tirársela porque ha
conseguido domar al inalcanzable Pedro Alfonso —soltó sin más—. Eso es lo que
están diciendo ahora mismo al menos.
Pedro golpeó a Jeronimo con el hombro cuando pasó a su lado de camino a la
cafetería. Valentin salió disparado tras él y lo cogió del brazo. Me llevé las manos a
la boca cuando Pedro amagó con darle un puñetazo y Valentin se agachó. Clavé los
ojos en America, que no parecía afectada, acostumbrada como estaba a su rutina.
Solo se me ocurría una cosa para detenerlo. Bajé a toda prisa los peldaños y
corrí hacia él. Entonces, salté sobre Pedro y cerré las piernas alrededor de su
cintura; él me agarró por los muslos, mientras yo lo cogía por ambos lados de la
cara y le daba un largo y profundo beso en la boca. Pude notar cómo su ira se
fundía mientras me besaba y, cuando me aparté, supe que había ganado.
—Nos da igual lo que piensen, ¿recuerdas? No puede empezar a
importarnos ahora —dije, sonriendo confiada.
Tenía más influencia en él de la que jamás había creído posible.
—No puedo dejar que hablen así de ti, Paloma —insistió él con el ceño
fruncido, mientras me volvía a dejar en el suelo.
Deslicé los brazos bajo los suyos y entrelazamos los dedos a su espalda.
—¿Así? ¿Cómo? Piensan que soy especial porque nunca antes habías
sentado la cabeza. ¿Acaso no estás de acuerdo con eso?
—Pues claro que sí, pero no puedo aguantar la idea de que todos los chicos
de la universidad quieran acostarse contigo sin más. —Apoyó su frente contra la
mía—. Esto me va a volver loco. Seguro.
—No dejes que te afecten sus comentarios, Pedro —dijo Valentin—. No
puedes pelearte con todo el mundo.
Pedro suspiró.
—Todo el mundo… ¿Cómo te sentirías si todo el mundo pensara eso de
Rosario?
—¿Y quién dice que no es así? —dijo Rosario, ofendida. Todos nos reímos,
pero Rosario torció el gesto—. No estaba bromeando.
Valentin la consoló y la besó en la mejilla.
—Lo sé, nena. Pero renuncié a los celos hace mucho; si no lo hubiera hecho,
no tendría tiempo para hacer nada más.
Rosario sonrió como muestra de gratitud y entonces lo abrazó. Valentin
tenía una capacidad inigualable para hacer que todos los que estaban a su
alrededor se sintieran bien, sin duda, una consecuencia de crecer con Pedro y sus
hermanos. Probablemente era más un mecanismo de defensa que otra cosa.
Pedro me acarició la oreja con la nariz, y me reí hasta que vi a Adrian
acercarse. Me inundó el mismo sentimiento de urgencia que había tenido cuando
Pedro quería volver a la cafetería, e inmediatamente me solté de Pedro para
recorrer rápidamente los tres metros aproximadamente que nos separaban e
interceptar a Adrian.
—Necesito hablar contigo —dijo él.
Me volví a mirar detrás de mí y, entonces, dije que no con la cabeza como
aviso.
—Este no es un buen momento,Adrian. De hecho, es muy poco oportuno.
Pedro y Daniel tuvieron un rifirrafe en la comida, y él sigue muy sensible. Será
mejor que lo dejes en paz.
Adrian miró fijamente a Pedro y después volvió a centrarse en mí, decidido.
—Acabo de oír lo que ha pasado en la cafetería. Me parece que no eres
consciente del berenjenal en el que te estás metiendo. Pedro es un mal bicho,
Pau. Todo el mundo lo sabe. Nadie comenta lo genial que es que lo hayas
cambiado…, todo el mundo espera que haga lo que mejor se le da. No sé qué te
habrá dicho, pero ni te imaginas qué tipo de persona es.
Noté las manos de Pedro sobre los hombros.
—Bueno, ¿y a qué esperas para decírselo?
Adrian se movió nervioso.
—¿Sabes a cuántas chicas humilladas he llevado a casa después de que
pasaran unas cuantas horas a solas en una habitación con él en alguna fiesta? Te
hará daño.
Pedro tensó los dedos como reacción, y yo le cogí la mano hasta que se
relajó.
—Deberías irte, Adrian.
—Y tú deberías escucharme, Paupy.
—No la llames así —gruñó Pedro.
Adrian no apartó los ojos de mí.
—Estoy preocupado por ti.
—Te lo agradezco, pero no es necesario.
Adrian sacudió la cabeza.
—Te veía como un reto, Pau. Ha conseguido hacerte pensar que eres
diferente de las otras chicas para poder echarte mano. Pero acabará cansándose de
ti. Tiene una capacidad de atención propia de un niño pequeño.
Pedro se puso delante de mí, tan cerca de Adrian que sus narices casi se
tocaban.
—Te he dejado hablar, pero se me ha agotado la paciencia.
Adrian intentó mirarme, pero Pedro se inclinó en su dirección.
—Que no la mires, joder. Mírame a mí, pedazo de mierda. —Adrian miró
fijamente a Pedro a los ojos y esperó—. Como se te ocurra tan solo respirar en su
dirección, me aseguraré de que llegues cojeando a la Facultad de Medicina.
Adrian retrocedió unos pasos hasta que pude verlo.
—Pensaba que eras más lista —dijo él, meneando la cabeza antes de girarse
en redondo e irse.
Pedro observó cómo se marchaba, y entonces sus ojos buscaron los míos.
—Sabes que no ha dicho más que gilipolleces, ¿no? Nada de eso es verdad.
—Estoy segura de que es lo que piensa todo el mundo —dije, dándome
cuenta del interés que despertábamos en quienes pasaban a nuestro lado.
—Entonces les demostraré que se equivocan.

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