TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
lunes, 14 de abril de 2014
CAPITULO 54
Durante la semana siguiente, Pedro se tomó su promesa muy en serio. Ya
no seguía la corriente a las chicas que lo paraban entre una y otra clase y, a veces,
incluso era grosero. Cuando llegamos a la fiesta de Halloween del Red, estaba un
poco preocupada por cómo mantener alejados a los compañeros ebrios.
Rosario, Jeronimo y yo estábamos sentados en una mesa cercana, observando a
Valentin y a Pedro jugar al billar contra dos de sus hermanos Sig Tau.
—¡Vamos, cariño! —gritó Rosario, levantándose sobre los peldaños de su
taburete.
Valentin le guiñó el ojo, y entonces tiró y metió la bola en el agujero más
alejado de la derecha.
—¡Bieeeen! —chilló ella.
Un trío de mujeres vestidas como los Ángeles de Charlie se acercaron a
Pedro, que estaba esperando su turno, y yo sonreí, mientras él hacía todo lo
posible por ignorarlas. Cuando una de ellas le acarició el brazo siguiendo la línea
de uno de sus tatuajes, Pedro se apartó. Cuando le tocó lanzar, la echó y ella se fue
haciendo pucheros con sus amigas.
—¿Te das cuenta de lo ridículas que son? Esas chicas no tienen vergüenza ni
la conocen —dijo Rosario.
Jeronimo sacudió la cabeza con asombro.
—Es Pedro. Supongo que es el rollo del chico malo. O bien quieren salvarlo
o creen que son inmunes a sus modos. No estoy seguro de por qué opción
decantarme.
—Probablemente por ambas —dije riéndome y burlándome de las chicas
que esperaban a que Pedro les prestara algo de atención.
—¿Te imaginas tener que esperar a ser la elegida? ¿Saber que te van a usar
para el sexo?
—Problemas con papá —dijo Rosario, dando un trago a su bebida.
Jeronimo apagó el cigarrillo y nos tiró de los vestidos.
—¡Vamos, chicas! ¡El Jeronimo quiere bailar!
—Te acompaño solo si me prometes no volver a llamarte a ti mismo así
—dijo Rosario.
Jeronimo se mordió el labio inferior, y Rosario sonrió.
—Venga, Pau. No querrás hacerme llorar, ¿verdad?
Nos unimos a los policías y vampiros que estaban en la pista de baile, y
Jeronimo empezó a mostrar su repertorio de pasos a lo Justin Timberlake. Lancé una
mirada a Pedro por encima del hombro y lo pillé mirándome desde la esquina por
el rabillo del ojo, mientras fingía observar a Valentin meter la bola número ocho
que le daba la partida. Valentin recogió sus ganancias, y Pedro se dirigió a la larga
mesa, grande y baja, que estaba junto a la pista de baile, cogiendo una bebida de
camino. Jeronimo se meneaba sin sentido en la pista de baile y, finalmente, se colocó
entre Rosario y yo. Pedro puso los ojos en blanco, riéndose mientras volvía a
nuestra mesa con Valentin.
—Voy a por otra copa, ¿queréis algo? —gritó Rosario por encima de la
música.
—Iré contigo —dije, mientras miraba a Jeronimo y señalaba hacia la barra.
Jeronimo sacudió la cabeza y siguió bailando.Rosario y yo nos abrimos paso
entre la multitud. Los camareros estaban desbordados, así que nos preparamos
para una larga espera.
—Los chicos están haciendo una masacre esta noche —dijo Rosario.
Me acerqué a su oído.
—Nunca entenderé por qué alguien apuesta contra Valen.
—Por la misma razón que lo hacen contra Pedro. Son idiotas —sonrió ella.
Un hombre vestido con toga se apoyó en la barra al lado de Rosario y
sonrió.
—Señoritas, ¿qué van a beber esta noche?
—Nos pagamos nuestras propias copas, gracias —dijo Rosario, mirando
hacia delante.
—Soy Miguel —dijo él, y después señaló a su amigo—: Este es Lucas.
Sonreí educadamente y miré a Rosario, que puso su mejor cara de «largaos
de aquí». La camarera nos preguntó qué queríamos y después asintió a los
hombres que estaban detrás de nosotras, que se peleaban por hacerse cargo del
pedido de Rosario. Trajo un vaso cuadrado lleno de un líquido rosa y espumoso,
y tres cervezas. Miguel le entregó el dinero y ella asintió.
—Esto es alucinante —dijo Miguel, mirando a la multitud.
—Sí —respondió Rosario molesta.
—Te he visto bailando antes —me dijo Lucas, señalando la pista de baile—.
Estabas genial.
—Eh…, gracias —dije, intentando ser educada, pero consciente de que
Pedro estaba a unos pocos metros.
—¿Quieres bailar? —me preguntó él.
—No, gracias. Estoy aquí con mi…
—Novio —dijo Pedro, apareciendo de la nada.
Lanzó una mirada asesina a los hombres que estaban delante de nosotros, y
estos se alejaron un poco, claramente intimidados.
Rosario no pudo contener su sonrisa petulante cuando Valentin la rodeó
con el brazo. Pedro señaló el otro lado del local.
—Largaos, ¿a qué esperáis?
Los hombres nos miraron a Rosario y a mí, y después dieron unos cuantos
pasos hacia atrás antes de refugiarse en la seguridad de la multitud.
Valentin besó a Rosario.
—¡No puedo llevarte a ningún sitio!
Ella soltó una risita tonta y yo sonreí a Pedro, que me miraba furibundo.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué les habéis dejado que os pagaran las bebidas?
Rosario se soltó de Valentin, reparando en el mal humor de Pedro.
—No les hemos dejado, Pedro. Yo misma les dije que no lo hicieran.
Pedro me cogió la botella que sujetaba en la mano.
—Entonces, ¿qué es esto?
—¿Lo dices en serio? —pregunté.
—Sí, lo digo muy en serio —dijo mientras tiraba la cerveza a la papelera que
había junto a la barra—. Te lo he dicho cien veces…: no puedes aceptar bebidas de
cualquier tío. ¿Y si te han echado algo?
Rosario levantó su bebida.
—No hemos perdido de vista las bebidas en ningún momento. Te estás
pasando.
—No estoy hablando contigo —dijo Pedro, mirándome fijamente a los ojos.
—¡Oye! —dije, enfadada—. No le hables así.
—Pedro —le avisó Valentin—, déjalo ya.
—No me gusta que aceptes que otros tíos te inviten a copas —dijo Pedro.
Levanté una ceja
—¿Intentas iniciar una pelea?
—¿Te gustaría llegar a la barra y verme compartir alguna copa con una
chica?
Asentí una vez.
—Está bien. Ahora ignoras a todas las mujeres. Lo pillo. Debería hacer el
mismo esfuerzo.
—Eso estaría bien —dijo, intentando claramente controlar su carácter.
Resultaba un poco desconcertante estar en el lado malo de su ira. Los ojos le
brillaban todavía de rabia, y un ansia innata de contraatacar se apoderó de mí.
—Vas a tener que controlar ese rollo del novio celoso, Pedro, no he hecho
nada malo.
Pedro me lanzó una mirada de incredulidad.
—¡Pero si he llegado aquí y me he encontrado con que un tío te estaba
invitando a una copa!
—¡No le grites! —dijo Rosario.
Valentin apoyó la mano en el hombro de Pedro.
—Todos hemos bebido mucho. Salgamos de aquí.
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