TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
jueves, 8 de mayo de 2014
CAPITULO 135
Quería decirle. Jesús, alguna vez quería decir las palabras, pero apenas podía admitirlo ante mí mismo, y mucho menos frente ella. En el fondo sabía que era un pedazo de mierda, y ella se merecía algo mejor. Una parte de mí quería llevarla a la habitación y mostrarle por qué era diferente, pero eso fue también lo único que me detuvo. Ella era mi contrario: inocente en la superficie, y dañada profundamente en su interior. Había algo en ella que necesitaba en mi vida, y aunque no estaba seguro de lo que era, no podía entrar en mis malos hábitos y echarlo a perder. Era de las que perdonan, podía verlo, pero tenía líneas dibujadas que sabía que no debía cruzar.
Una mejor opción apareció en mi cabeza, y sonreí. —¿Estás planeando tener sexo conmigo esta noche?
—¡No!
—Por eso. Ahora levanta tu trasero malhumorado, toma tu ducha con agua caliente, y después podemos estudiar algo de Bio.
Los ojos de Paula me miraron, pero cumplió. Casi me empujó con su hombro mientras me pasaba, y luego cerró la puerta del baño. Los tubos bajo el piso inmediatamente se quejaron en respuesta a la apertura del grifo del agua.
Empacó lo justo: sólo lo esencial. Encontré unos pantalones cortos, una camiseta y un par de bragas de algodón blanco con rayas moradas. Las levanté delante de mí, y luego excavé un poco más lejos. Todas eran de algodón.
Realmente no tenía intención de desnudarse conmigo, o incluso de bromear. Un poco decepcionante, pero al mismo tiempo hizo que me gustase aún más. Me pregunté si tenía alguna tanga en absoluto.
¿Era virgen?
Me eché a reír. Una virgen en la universidad era algo inaudito en estos días.
Una crema dental, el cepillo de dientes y un pequeño bote de algún tipo de crema para el rostro estaban en la maleta también, así que los llevé conmigo al final del pasillo, agarrando una toalla limpia del armario de la ropa en el camino.
Llamé inmediatamente, pero no contestó, así que entré. Estaba detrás de la cortina, de todos modos, y no tenía nada que no hubiera visto antes.
—¿Ro?
—No, soy yo —le dije, poniendo sus cosas en la mesa al lado de la pileta.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Fuera! —gritó.
Me reí una vez. Qué bebé. —Olvidaste una toalla y he traído tu ropa, cepillo de dientes y una crema extraña para el rostro que encontré en tu bolsa.
—¿Buscaste entre mis cosas? —Su voz subió una octava.
La risa repentina quedó atrapada en mi garganta y me contuve. Traje las cosas Prudezilla para ser un buen chico, y ella estaba enloqueciendo. No es como si fuera a encontrar nada interesante en su bolso, de todos modos. Era tan traviesa como un maestro de escuela dominical.
Apreté un poco de su pasta de dientes en el cepillo y abrí el grifo.
Paula estaba extrañamente escondida hasta su frente y los ojos salieron de detrás de la cortina. Traté de ignorarlo, sintiendo como hacían un agujero en la parte de atrás de mi cabeza.
Su irritación era un misterio. Para mí, todo el escenario era extrañamente relajante. Ese pensamiento me hizo hacer una pausa; la domesticidad no era algo que pensé en disfrutar.
—¡Fuera, Pedro! —gruñó.
—No puedo ir a la cama sin cepillarme los dientes.
—Si te acercas a un metro de la cortina, te sacaré los ojos mientras duermas.
—No voy a mirar, Paloma —En realidad, la idea de ella inclinada sobre mí, incluso con un cuchillo en la mano, era un poco caliente. Más la parte inclinada que la del cuchillo.
Terminé de cepillarme los dientes y luego me dirigí a la habitación, sonriendo todo el camino. En cuestión de minutos los tubos se silenciaron, pero tardó una eternidad en salir.
CAPITULO 134
Rosario negó con la cabeza y caminó por el pasillo. Valentin la siguió, inclinando su cuerpo para compensar el peso de la maleta mientras la arrastraba a sus espaldas.
Justo cuando pensaba que Paula huiría, se dejó caer en el sillón. Eh. Bueno…ella estaba enojada. Bien podría acabar de una vez.
Me crucé de brazos, manteniendo una distancia mínima de seguridad por estar en la cocina. —¿Qué pasa, Paloma? ¿Día duro?
—No, estoy profundamente disgustada.
Era un comienzo.
—¿Conmigo? —le pregunté con una sonrisa.
—Sí, contigo. ¿Cómo puedes usar a alguien así como así, y tratarla de esa manera?
Y así empezó todo. —¿Cómo la traté? Ella ofreció su número, yo me negué.
Su boca se abrió. Traté de no reír. No sabía por qué me divertía tanto verla aturdida y horrorizada por mi comportamiento, pero lo hacía.
—¿Puedes tener relaciones sexuales con ella, pero no tomarás su número?
—¿Por qué iba a querer su número si no la voy a llamar?
—¿Por qué dormir con ella si no la vas a llamar?
—No prometo nada a nadie, Paloma. Ella no estipuló una relación antes de esturar sus piernas en mi sofá.
Se quedó mirando el sofá con repugnancia. —Es la hija de alguien, Pedro.¿Qué pasa si, en el futuro, alguien trata así a tu hija?
El pensamiento había cruzado mi mente, y estaba preparado. —Mi hija sabrá algo mejor que quitarse las bragas por un imbécil que acaba de conocer, vamos a decirlo de esa manera.
Esa era la verdad. ¿Las mujeres merecen ser tratadas como putas? No.¿Putas merecen ser tratadas como putas? Sí. Yo era un puto. La primera vez que bolseé a Aldana y se fue sin siquiera un abrazo, no lloré por eso y comí un litro de helado. No me quejé con mis hermanos de fraternidad sobre encamarme en la primera cita, y Aldana me trató de acuerdo con la forma en que me comporté. Era lo que era, no tenía sentido pretender proteger su dignidad si ella se disponía a destruirla. Las chicas eran conocidas por juzgar a los demás, de todos modos, sólo estaba tomando un descanso lo suficiente como para juzgar a un hombre por hacerlo. Las oiría etiquetar a una compañera de clase de puta antes de que el pensamiento hubiera cruzado por mi mente. Sin embargo, si llevaba a esa puta a casa, la bolseaba, y la liberaba de sus cadenas, de repente yo era el chico malo.
Tonterías.
Paula se cruzó de brazos notablemente incapaz de discutir, y eso la puso aún más furiosa. —Así que, además de admitir que eres un imbécil, estás diciendo que porque ella se acostó contigo, ¿ella merecía ser desechada como un gato callejero?
—Estoy diciendo que fui honesto con ella. Ella es una adulta, fue de mutuo acuerdo… ella estaba un poco ansiosa al respecto, si quieres saber la verdad. Actúas como si hubiera cometido un crimen.
—Ella no parecía entender tus intenciones, Pedro.
—Las mujeres suelen justificar sus acciones con lo que sus cabezas les dicen.Ella no me dijo por adelantado que esperaba una relación más de lo que yo le dije que esperaba sexo sin compromiso. ¿Cómo es diferente?
—Eres un cerdo.
Me encogí de hombros. —Me han llamado peor. —A pesar de mi indiferencia, oírle decir eso se sintió tan bien como si me hubiera empujado un trozo enorme de madera bajo la uña del pulgar. Incluso si era cierto.
Se quedó mirando el sofá, y luego retrocedió. —Creo que dormiré en el sillón reclinable.
—¿Por qué?
—¡No voy a dormir en esa cosa! ¡Dios sabe sobre lo que estaría acostándome!
Levanté la bolsa de lona en el suelo. —No dormirás en el sofá o en el sillón reclinable. Dormirás en mi cama.
—La qué es más antihigiénica que el sofá, estoy segura.
—Nunca ha habido nadie en mi cama, aparte de mí.
Puso los ojos en blanco. —¡Dame un respiro!
—Hablo absolutamente en serio. Las bolseo en el sofá. No las dejo entrar en mi habitación.
—Entonces, ¿por qué me dejas a mí en tu cama?
CAPITULO 133
La sexoadicta estaba en el baño, vistiéndose y arreglándose. No dijo mucho después de haber terminado, y pensé que iba a tener que conseguir su número y ponerla en la lista muy corta de las chicas, como Aldana, que no requerían una relación para tener sexo, y que también merecían la pena repetir.
El teléfono de Valentin sonó. Hubo un ruido de beso, por lo que debió haber sido Rosario. Ella había cambiado el tono de texto en su teléfono, y Valentin estaba más que feliz de cumplir. Estaban bien juntos, pero también me daban ganas de vomitar.
Estaba sentado en el sofá haciendo clic a través de canales, esperando a que la chica saliera para que pudiera enviarla a su casa, cuando me di cuenta de que Valentin estaba a tope en todo el apartamento.
Mis cejas se juntaron. —¿Qué estás haciendo?
—Es posible que desees recoger tu mierda. Ro va a venir con Pau.
Eso llamó mi atención. —¿Pau?
—Sí. La caldera se estropeó de nuevo en Morgan.
—¿Y?
—Así que se van a quedar aquí por unos pocos días.
Me senté. —¿Ellas? ¿Cómo que Paula se va a quedar aquí? ¿En nuestro apartamento?
—Sí, idiota. Deja de pensar en el culo de Jenna Jameson, y escucha lo que estoy diciendo. Estarán aquí dentro de diez minutos. Con el equipaje.
—De ninguna jodida manera.
Valentin se detuvo en seco y me miró desde debajo de su frente. —Mueve el culo y ayúdame, y saca tu basura —dijo, señalando hacia el baño.
—Oh, mierda —le dije, saltando a mis pies.
Valentin asintió, con los ojos muy abiertos. —Sí.
Finalmente me golpeó. Si Rosario se molestaba porque tenía una rezagada todavía aquí cuando llegue con Paula, pondría a Valentin en su la lado vulnerable.
Si Paula no quería quedarse aquí por eso, se convertiría en su problema, y el mío.
Mis ojos se centraron en la puerta del baño. El grifo había estado funcionando desde que se había ido allí. No sabía si estaba tomando una mierda o una ducha. De ninguna manera iba a sacarla del apartamento antes de que las muchachas llegasen. Se vería mal si fuera atrapado tratando de echarla, así que me decidí a cambiar las sábanas de mi cama y recoger un poco, en su lugar.
—¿Dónde va a dormir Paula? —le pregunté, mirando el sofá. No iba a permitir que su cama estuviera llena de catorce meses de fluidos corporales.
—No lo sé. ¿El sillón?
—No va a estar durmiendo en el sillón de mierda, payaso. —Me rasqué la cabeza—. Creo que va a dormir en mi cama.
Valentin aulló, su sonrisa extendiéndose por lo menos dos manzanas. Se agachó y agarró sus rodillas, su cara poniéndose roja.
—¿Qué?
Se puso de pie y señaló, sacudiendo su dedo y la cabeza hacia mí. Estaba demasiado divertido para hablar, así que se alejó, tratando de continuar la limpieza mientras su cuerpo se estremecía.
Once minutos después, Valentin corría a través de la habitación frente a la puerta. Se abrió camino por las escaleras, y luego nada. El grifo del cuarto de baño
finalmente se apagó, y se volvió muy tranquilo.
Después de unos minutos más, oí la puerta abrirse, y Valentin quejándose entre gruñidos.
—¡Jesús, Bebé! ¡Tú maleta pesa nueve kilos más que la de Paula!
Entré en la sala, viendo mi última conquista salir del baño. Se quedó inmóvil en el pasillo, echó un vistazo a Paula y Rosario, y luego terminó de abotonarse la blusa. Ella definitivamente no estaba refrescándose allí. Todavía tenía maquillaje corrido por toda la cara.
Por un momento me distraje por completo de la torpeza con las letras W T F. Supongo que no era tan sencilla como pensaba, haciendo la visita sorpresa de Rosario y Paula aún más agradable. Aún cuando yo todavía estaba en mi bóxer.
—Hola —le dijo a las chicas. Miró a su equipaje, la sorpresa volviéndose confusión total.
Rosario miró a Valentin.
Él levantó las manos. —¡Ella está con Pedro!
Esa fue mi señal. Doblé la esquina y bostecé, acariciando el culo de mi huésped.
—Mis invitadas están aquí. Será mejor que te vayas.
Ella pareció relajarse un poco y sonrió. Envolvió sus brazos alrededor de mí, y luego me besó en el cuello. Sus labios se sentían suaves y cálidos no como hace una hora. Frente a Paula, eran como dos bollos pegajosos forrados con alambre de púas.
—Voy a dejar mi número en el mostrador.
—Eh... no te preocupes por eso —le dije, deliberadamente indiferente.
—¿Qué? —preguntó, inclinándose hacia atrás. El rechazo brilló sus ojos, buscando en mí cualquier otra cosa de lo que realmente quería decir. Me alegro de que esto sucediera ahora. Podría haberla llamado de nuevo y estropear aún más las cosas. Confundirla con un posible pasajero frecuente era un poco sorprendente.
Solía ser un juez mejor.
—¡Otra vez! —dijo Rosario. Miró a la chica—. ¿Cómo es que estás sorprendida por esto? ¡Él es Pedro follador Alfonso! Él es famoso por esto mismo,y aún así se sorprenden —dijo, dirigiéndose a Valentin. Él puso su brazo alrededor de ella, haciendo un gesto para que se calmara.
Los ojos de la chica se estrecharon, ardiendo con ira y vergüenza, y entonces salió, agarrando su bolso en el camino.
La puerta se cerró de golpe, y los hombros de Valentin se tensaron. Esos momentos le molestaban. Yo, en cambio, tenía una fierecilla que domar, por lo que entré en la cocina y abrí la nevera como si nada hubiera pasado. El infierno en sus ojos predijo una cólera como nunca había experimentado (no porque no me hubiera encontrado con una mujer a la que quisiera entregar mi culo en bandeja de plata, sino porque nunca me había importado quedarme alrededor para escucharlo).
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