jueves, 8 de mayo de 2014

CAPITULO 134



Rosario negó con la cabeza y caminó por el pasillo. Valentin la siguió, inclinando su cuerpo para compensar el peso de la maleta mientras la arrastraba a sus espaldas.
Justo cuando pensaba que Paula huiría, se dejó caer en el sillón. Eh. Bueno…ella estaba enojada. Bien podría acabar de una vez.

Me crucé de brazos, manteniendo una distancia mínima de seguridad por estar en la cocina. —¿Qué pasa, Paloma? ¿Día duro?

—No, estoy profundamente disgustada.

Era un comienzo.

—¿Conmigo? —le pregunté con una sonrisa.

—Sí, contigo. ¿Cómo puedes usar a alguien así como así, y tratarla de esa manera?

Y así empezó todo. —¿Cómo la traté? Ella ofreció su número, yo me negué.

Su boca se abrió. Traté de no reír. No sabía por qué me divertía tanto verla aturdida y horrorizada por mi comportamiento, pero lo hacía.

—¿Puedes tener relaciones sexuales con ella, pero no tomarás su número?

—¿Por qué iba a querer su número si no la voy a llamar?

—¿Por qué dormir con ella si no la vas a llamar?

—No prometo nada a nadie, Paloma. Ella no estipuló una relación antes de esturar sus piernas en mi sofá.

Se quedó mirando el sofá con repugnancia. —Es la hija de alguien, Pedro.¿Qué pasa si, en el futuro, alguien trata así a tu hija?

El pensamiento había cruzado mi mente, y estaba preparado. —Mi hija sabrá algo mejor que quitarse las bragas por un imbécil que acaba de conocer, vamos a decirlo de esa manera.

Esa era la verdad. ¿Las mujeres merecen ser tratadas como putas? No.¿Putas merecen ser tratadas como putas? Sí. Yo era un puto. La primera vez que bolseé a Aldana y se fue sin siquiera un abrazo, no lloré por eso y comí un litro de helado. No me quejé con mis hermanos de fraternidad sobre encamarme en la primera cita, y Aldana me trató de acuerdo con la forma en que me comporté. Era lo que era, no tenía sentido pretender proteger su dignidad si ella se disponía a destruirla. Las chicas eran conocidas por juzgar a los demás, de todos modos, sólo estaba tomando un descanso lo suficiente como para juzgar a un hombre por hacerlo. Las oiría etiquetar a una compañera de clase de puta antes de que el pensamiento hubiera cruzado por mi mente. Sin embargo, si llevaba a esa puta a casa, la bolseaba, y la liberaba de sus cadenas, de repente yo era el chico malo.

Tonterías.

Paula se cruzó de brazos notablemente incapaz de discutir, y eso la puso aún más furiosa. —Así que, además de admitir que eres un imbécil, estás diciendo que porque ella se acostó contigo, ¿ella merecía ser desechada como un gato callejero?

—Estoy diciendo que fui honesto con ella. Ella es una adulta, fue de mutuo acuerdo… ella estaba un poco ansiosa al respecto, si quieres saber la verdad. Actúas como si hubiera cometido un crimen.

—Ella no parecía entender tus intenciones, Pedro.

—Las mujeres suelen justificar sus acciones con lo que sus cabezas les dicen.Ella no me dijo por adelantado que esperaba una relación más de lo que yo le dije que esperaba sexo sin compromiso. ¿Cómo es diferente?

—Eres un cerdo.

Me encogí de hombros. —Me han llamado peor. —A pesar de mi indiferencia, oírle decir eso se sintió tan bien como si me hubiera empujado un trozo enorme de madera bajo la uña del pulgar. Incluso si era cierto.

Se quedó mirando el sofá, y luego retrocedió. —Creo que dormiré en el sillón reclinable.

—¿Por qué?

—¡No voy a dormir en esa cosa! ¡Dios sabe sobre lo que estaría acostándome!

Levanté la bolsa de lona en el suelo. —No dormirás en el sofá o en el sillón reclinable. Dormirás en mi cama.

—La qué es más antihigiénica que el sofá, estoy segura.

—Nunca ha habido nadie en mi cama, aparte de mí.

Puso los ojos en blanco. —¡Dame un respiro!

—Hablo absolutamente en serio. Las bolseo en el sofá. No las dejo entrar en mi habitación.

—Entonces, ¿por qué me dejas a mí en tu cama?

No hay comentarios:

Publicar un comentario