Me besó como si se estuviera muriendo de hambre y supiera que había comida en mi boca. No estaba seguro. Como que me gustaba eso. Mordió mi labio inferior y di un paso atrás, perdiendo el equilibrio y estrellándome contra el final de la mesa junto al sillón. Varias cosas golpearon el suelo.
—Ups —dijo riendo.
Sonreí y miré mientras caminaba hacia el sofá y se inclinaba sobre el respaldo de tal manera que sus nalgas quedaron visibles, junto con la tira más delgada de encaje blanco.
Me desabroché el cinturón y di un paso. Iba a hacerlo fácil. Arqueó su cuello y tiró de su largo cabello contra la espalda. Diablos, era caliente, le daría eso. Mi cremallera apenas podía contener lo que tenía debajo.
Se volteó para verme y me incliné, plantándole un beso en los labios.
—¿Tal vez debería decirte mi nombre? —susurró.
—¿Por qué? —jadee—. Me gusta esto.
Sonrió, enganchó sus pulgares a cada lado de sus bragas y entonces las bajó hasta que cayeron a sus tobillos. Sus ojos se conectaron con los míos, refrescantes y malvados.
La decepción de Paula pasó por mi mente.
—¿Qué estás esperando? —preguntó, excitada e impaciente.
—Absolutamente nada —dije, sacudiendo la cabeza. Intenté enfocarme en su trasero desnudo contra mis muslos. Tener que concentrarme para mantenerlo duro era algo definitivamente nuevo y diferente, y todo era culpa de Paula.
Se acercó, me quitó la camisa, y entonces desabrochó mis jeans. Maldición.
Trabajaba a paso de tortuga o esta mujer era una versión femenina de mí. Me quité las botas y me deshice de ellos, pateándolos a un lado.
Una de sus piernas se levantó y su rodilla se enganchó a mi cadera. —He querido esto durante mucho tiempo —susurró contra mi oído—. Desde que te vi en orientación el año pasado.
Llevé mi mano a su muslo, intentando pensar si había hablado con ella antes. Para el momento en que mis dedos alcanzaron el final de la línea, éstos estaban empapados. No bromeaba. El equivalente a un año en juegos mentales
hizo mi trabajo mucho más fácil.
Gimió al segundo que mis dedos tocaron su piel tierna. Estaba tan mojada que mis dedos no hacían mucha fricción, y mis pelotas comenzaban a doler. Sólo me había follado dos mujeres, como mucho, en las últimas semanas. Esta chica, y la amiga de Janet: Lucy. Oh, espera. Con Aldana, hacían tres. La mañana siguiente que conocí a Paula.Paula. La culpa se apoderó de mí, y tuvo un efecto negativo
sobre mi erección.
—No te muevas —dije, corriendo únicamente en bóxer hasta mi habitación.
Saqué un paquete cuadrado de mi mesita de noche, y luego regresé a donde la morena aturdida estaba parada, exactamente de la manera en que la dejé. Tomó el paquete de mi mano y luego se apoyó sobre sus rodillas. Después de un poco de creatividad y trucos bastantes sorprendentes con su lengua, tuve luz verde para empujarla contra el sillón.
Así que lo hice. Boca abajo con los brazos alrededor de ella, y amó cada minuto de ello.
Las pesadas puertas de metal cedieron fácilmente cuando las empujé. Saqué los cigarrillos de mi bolsillo y encendí uno, intentando olvidar lo que acababa de ocurrir. Hice el ridículo por una chica, y fue particularmente satisfactorio para mis hermanos de la fraternidad porque había sido yo quien les había dado un tiempo difícil, durante dos años, por siquiera mencionar que querían hacer más que follarse a una chica. Era mi turno ahora, y no podía hacer una maldita cosa por ello, porque no podía. ¿Lo peor? No quería.
Cuando los otros fumadores a mí alrededor rieron, hice lo mismo, a pesar de que no tenía idea de qué hablaban. Por dentro estaba enojado y humillado, o enojado de estar humillado. Lo que sea. Unas chicas me tocaron y se turnaron para intentar entablar una conversación. Asentí y sonreí para ser agradable, pero lo que realmente quería era salir de ahí y golpear algo. Un berrinche público mostraría debilidad, y no iba a soportar esa mierda.
Paula pasó y corté a una de las chicas a mitad de una oración para alcanzarla.
—Espera, Paloma. Te acompaño.
—No tienes que acompañarme a todas las clases, Pedro. Sé cómo llegar por mí misma.
Lo admito: Eso dolió un poco. Ni siquiera me miró cuando lo dijo, fue completamente indiferente.
En ese momento, una chica con una falda corta y piernas kilométricas pasó de largo. Su brillante cabello negro se balanceó contra su espalda mientras caminaba. Ahí fue cuando me golpeó: tenía que rendirme. Atrapar a una chica caliente al azar era lo que mejor hacía, y Paula no quería nada más que ser mi amiga. Pensé en hacer lo correcto y mantener las cosas platónicas, pero si no hacía algo drástico, ese plan se perdería en la maraña de pensamientos contradictorios y emociones girando dentro de mí.
Era tiempo de finalmente dibujar una línea. No merecía a Paula, de todas maneras. ¿Cuál era el punto?
Arrojé mi cigarrillo al suelo. —Te veré más tarde, Paloma.
Puse mi cara de juego, pero no duraría mucho. Se había cruzado en mi camino a propósito, esperando que su corta falda y tacones de punta captaran mi atención. Me puse delante de ella y me giré, empujando las manos en mis bolsillos.
—¿Tienes prisa?
Sonrió. Ya la tenía. —Voy a clases.
—¿O sí? ¿Qué clase?
Se detuvo, su boca estirándose en una sonrisa. —Pedro Alfonso, ¿correcto?
—Correcto. ¿Mi reputación me precede?
—Lo hace.
—Culpable.
Sacudió la cabeza. —Tengo que ir a clases.
Suspiré, fingiendo decepción. —Eso es una lástima. Estaba a punto de preguntarte si me ayudarías con algo.
—¿Con qué? —Su tono era dudoso, pero aún seguía sonriendo. Podría sólo haberle pedido que me siga a casa para un polvo rápido y probablemente hubiera accedido, pero había cierta cantidad de atractivo en ello.
—Para llegar a mi apartamento. Tengo un terrible sentido de la dirección.
—¿Es eso entonces? —preguntó, asintiendo, frunciendo el ceño y luego sonriendo. Intentaba no verse halagada. Sus dos botones superiores estaban sueltos, dejando la curvatura de su seno y unos pocos centímetros de su sostén
visibles. Sentí la familiar inflamación en mis jeans, y cambié mi peso al otro pie.
—Terrible. —Sonreí, viendo su mirada irse a la deriva, hacia el hoyuelo de mi mejilla. No sé por qué, pero el hoyuelo siempre parecía cerrar el trato.
Se encogió de hombros, tratando de mantener la calma. —Muéstrame el camino. Si veo que te desvías de la ruta, tocaré la bocina.
—Estoy por este lado —dije, asintiendo en dirección al parque de estacionamiento.
Tenía su lengua en mi garganta antes de que hubiéramos subido las escaleras del apartamento, y empujaba mi chaqueta antes de que pudiera sacar la llave correcta. Éramos torpes, pero fue divertido. Tenía un montón de práctica abriendo la puerta de mi apartamento con mis labios sobre los de alguien más. Me metió dentro de la sala de estar en el segundo en que el cerrojo se desbloqueó,
tomé sus caderas y las empujé contra la puerta para cerrarla. Puso sus piernas alrededor de mi cintura y la levanté, presionando mi pelvis contra la de ella.
La decisión fue loca, pero también liberadora. Al día siguiente entré a la cafetería y sin pensarlo dos veces, me senté en el asiento libre frente a Paula.
Estar a su alrededor era natural y fácil, y aparte de tener que soportar las insistentes miradas de la población estudiantil en general, e incluso la de algunos profesores, a ella parecía gustarle que lo hiciera.
—¿Estudiaremos hoy, o qué?
—Lo haremos —dijo, imperturbable.
La única cosa negativa acerca de salir como amigos era que cuanto más tiempo pasábamos juntos, más me gustaba. Era difícil olvidar el color y la forma de sus ojos, o el olor a perfume en su piel. También otras cosas, como cuán largas eran sus piernas y los colores que vestía con mayor frecuencia. Incluso tenía una muy buena idea de qué semana no debería darle mierda extra, la cual afortunadamente para Valentin, era la misma semana de no follar con Rosario. De esa manera, habíamos tenido tres semanas para no estar en guardia en lugar de dos, y así podíamos darnos la justa advertencia.
Aunque para su pesar,Paula no era exigente como la mayoría de las chicas.
La única cosa que parecía afectarla eran las ocasionales preguntas acerca de nuestra relación, pero tan pronto como me ocupé de eso, ella lo superó.
Cuanto más tiempo pasaba, la gente especulaba menos. Comíamos juntos la mayoría de los días, y por las noches cuando estudiábamos, la llevaba a cenar.
Valentin y Rosario nos invitaron a ver una película una vez. Nunca fue incómodo,nunca hubo una pregunta de si éramos más que amigos. No estaba seguro de cómo sentirme respecto a eso, especialmente desde mi decisión de no perseguirla de esa manera, lo cual no me impidió fantasear sobre ella gimiendo en mi sillón, hasta que una noche la vi con Rosario empujándose y haciéndose cosquillas en el apartamento, y entonces me la imaginé en mi cama.
Necesitaba sacarla de mi cabeza.
La única cura era dejar de pensar en ella el tiempo suficiente para buscar a mi próxima conquista.
Unos pocos días después, un rostro familiar me llamó la atención. La había visto antes con Janet Littleton. Lucy era bastante caliente, nunca perdía la oportunidad de mostrar su escote, y era muy bocazas acerca de odiar mis entrañas.
Afortunadamente me tomó treinta minutos, y una invitación tentativa a The Red para llevarla a casa. Apenas había cerrado la puerta antes de que estuviera quitándome la ropa. Hasta allí llegaba el profundo pozo de odio que había albergado hacia mí el año pasado.
Se fue con una sonrisa en el rostro y decepción en los ojos.
Todavía tenía a Paula en mi mente.
Ni siquiera el cansancio post-orgasmo iba a solucionarlo, y sentí algo nuevo:culpa.
Al día siguiente, corrí a la clase de historia y me deslicé en mi escritorio junto a Paula. Ya había sacado su laptop y su libro, apenas reconociendo mi presencia cuando me senté.
El salón de clases estaba más oscuro de lo usual; las nubes privaban a la habitación de la luz natural que solía entrar por las ventanas. Empujé su codo, pero no estaba tan receptiva como siempre, así que tomé el lápiz de su mano y comencé a garabatear en los márgenes. Tatuajes, mayormente, pero escribí su nombre en unas letras geniales. Me miró con una sonrisa apreciativa.
Me incliné y le susurré en el oído—: ¿Quieres almorzar fuera del campus hoy?
—No puedo —susurró.
Escribí en su cuaderno.
Xq?
Porque tengo que hacer uso de mi plan de comidas.
Pura mierda.
De verdad.
Quería discutir pero me quedaba sin espacio en la página.
Bien. Otra comida misteriosa. No puedo esperar.
Sonrió, y disfruté ese sentimiento de “por encima del mundo” que experimentaba cuando sea que la hiciera sonreír. Unos pocos garabatos y un dibujo legítimo de un dragón después, Chaney dejó salir a la clase.
Arrojé el lápiz de Paula en su mochila mientras guardaba el resto de sus cosas, y luego caminamos hacia la cafetería.
No obtuvimos tantas miradas como las que solíamos tener en el pasado. La población estudiantil se había acostumbrado a vernos juntos regularmente.
Cuando fuimos a la fila, tuvimos una pequeña charla sobre el nuevo documento de historia que Chaney había asignado.
Paula pasó su tarjeta de comida y luego hicimos nuestro camino hacia la mesa. Inmediatamente noté que faltaba una cosa en su bandeja: el zumo de naranja que tomaba todos los días.
Escaneé la fila de las robustas y sensatas servidoras que estaban detrás del buffet.
Una vez que la mujer de aspecto severo detrás del mostrador quedó a la vista, supe que había encontrado a mi objetivo.
—Oiga, Señorita… uh… Señorita…
La mujer de la cafetería me evaluó antes de decidir que iba a causarle problemas, al igual que la mayoría de las chicas, antes de que hiciera que sus mulos hormiguearan.
—Armstrong —dijo finalmente en una voz ronca.
Intenté dominar mi disgusto mientras el pensamiento de sus muslos aparecía en los oscuros recovecos de mi mente.
Mostré mi sonrisa más encantadora. —Eso es encantador. Me preguntaba, porque pareces como la jefe aquí… ¿no hay zumo de naranja hoy?
—Hay algo en la parte de atrás. He estado demasiado ocupada para traerlos aquí.
Asentí. —Siempre estás moviendo el culo. Deberían aumentarte el sueldo.Nadie más trabaja tan duro como tú. Todos lo notamos.
Levantó su barbilla, lo que minimizó los pliegues en su cuello. —Gracias. Ya era tiempo de que alguien lo hiciera. ¿Necesitas zumo de naranja?
—Sólo uno… si no te importa, por supuesto.
Me guiñó un ojo. —No, en lo absoluto. Regresaré enseguida.
Lo llevé a la mesa y lo dejé junto a la bandeja de Paula.
—No tenías por qué haberlo hecho. Yo iba a tomar uno. —Se quitó la chaqueta y la puso sobre su regazo, dejando al descubierto sus hombros. Éstos aún seguían bronceados y un poco brillantes, rogándome que los tocara.
Una docena de cosas sucias pasaron por mi mente.
—Bueno, ahora no tienes que hacerlo —dije. Le ofrecí una de mis mejores sonrisas, pero esta vez fue genuina. Este era uno de esos Momentos Felices de Paula, los cuales, en cierto modo, deseaba para estos días.
Benjamin bufó. —¿Ella te convirtió en un mandilón, Pedro? ¿Qué sigue después, abanicarla con una hoja de palmera, mientras usas un Speedo?
Le di una mirada asesina a Benjamin. No quiso decir nada con eso, pero arruinó mi momento y me molestó.
Probablemente parecía un idiota trayéndole la bebida.
Paula se inclinó hacia adelante. —Tú no podrías llenar un Speedo, Benjamin. Cierra tu estúpida boca.
—¡Tranquila, Paula! ¡Estaba bromeando! —dijo Benjamin, levantando sus manos.
—Sólo… no hables así de él —dijo ella, frunciendo el ceño.
La observé por un momento, viendo como su ira disminuía un poco mientras giraba su atención hacia mí. Eso definitivamente fue una primera vez. — Ahora sí que lo he visto todo. Acabo de ser defendido por una chica. —Le ofrecí una pequeña sonrisa y luego me puse de pie, mirando a Benjamin por última vez antes de irme para vaciar mi bandeja. No estaba tan hambriento, de todos modos.
Estacioné en el apartamento y bajé de la moto. Mucho para pensar mejor en la Harley. Todo lo que había resuelto en mi mente no tenía malditamente sentido.
Sólo había tratado de justificar mi extraña obsesión con ella.
De repente, de un muy mal humor, cerré la puerta de golpe detrás de mí y me senté en el sofá. Me puse de un peor humor cuando no pude encontrar el control remoto enseguida.
El plástico negro aterrizó junto a mí mientras Valentin pasaba a sentarse en el sillón. Lo recogí y apunté a la TV, encendiéndola.
—¿Por qué te llevas el control remoto a tu habitación? Luego hay que traerlo de vuelta aquí —le espeté.
—No lo sé, hombre, es sólo un hábito. ¿Cuál es tu problema?
—No lo sé —me quejé, dando vueltas por la TV. Presioné el botón de silencio—Paula Chaves.
Las cejas de Valentin se elevaron. —¿Qué hay con ella?
—Se mete bajo mi piel. Creo que necesito bolsearla y superarlo.
Valentin me miró por un rato, inseguro. —No es que no me guste que no estés jodiendo mi vida con tu recién descubierta moderación, pero nunca has necesitado mi permiso antes… A menos que... no me digas que finalmente te importa la mierda de alguien.
—No seas un idiota.
Valentin no podía contener su sonrisa. —Te preocupas por ella. Supongo que sólo bastaba con que una chica se negara a dormir contigo por un periodo mayor a veinticuatro horas.
—Laura me hizo esperar una semana.
—¿Aunque Paula no te da ni la hora del día?
—Sólo quiere que seamos amigos. Supongo que tengo suerte de que no me trate como a un leproso.
Después de un silencio incómodo, Valentin asintió. —Tienes miedo.
—¿A qué? —le dije con una sonrisa dudosa.
—Al rechazo. Perro loco es uno de nosotros, después de todo.
Abrí mucho los ojos. —Sabes que odio eso malditamente, Valen.
Sonrió. —Lo sé. Casi tanto como odias la forma en la que te sientes ahora.
—No me estás haciendo sentir mejor.
—Así que te gusta y estás asustado. ¿Ahora qué?
—Nada. Sólo que apesta que finalmente encontré la chica que vale la pena tener, y es demasiado buena para mí.
Valentin trató de ahogar una risa. Era irritante que estuviera tan divertido con mi situación. Enderezó su sonrisa y luego dijo—: ¿Por qué no la dejas tomar esa decisión por sí misma?
—Porque me preocupo por ella lo suficiente como para tomarla por ella.
Valentin se estiró y se puso de pie, con los pies descalzos arrastrándose por la alfombra. —¿Quieres una cerveza?
—Seh. Brindemos por la amistad.
—¿Así que vas a seguir saliendo con ella? ¿Por qué? Eso me suena a tortura.
Pensé en ello por un minuto. Sonaba como a tortura, pero no tanto como tenerla lejos. —No quiero que termine conmigo… o cualquier otro idiota.
—Te refieres a cualquier otro. Amigo, eso es de locos.
—Busca mi maldita cerveza y cállate.
Se encogió de hombros. A diferencia de Daniel Jenks, Valentin sabía cuándo callarse.
Metiendo las manos en mis bolsillos, me mantuve al mismo ritmo con ella durante el corto camino a Morgan Hall, y luego la observé mientras jugueteaba con la llave de la puerta de su dormitorio.
Paula finalmente abrió la puerta, y luego tiró su libro de biología en la cama.
Se sentó, cruzó las piernas, y yo caí sobre el colchón, notando lo rígido e incómodo que era. No era extraño que todas las chicas de esta escuela estuvieran de mal humor. Posiblemente no podían tener una buena noche de sueño en ese maldito colchón. Jesús.
Paula se volvió hacia la página correcta de su libro de texto, y me puse a trabajar. Fuimos sobre los puntos claves de cada capítulo. Era algo lindo como me miraba cuando hablaba. Casi tanto como si estuviera colgando de cada palabra, y sorprendida de que supiera leer. Un par de veces, podía decir por su expresión, que no entendía de qué hablaba, así que retrocedía, y sus ojos brillarían más.
Empecé a trabajar duro por la luz en su rostro después de eso.
Antes de que me diera cuenta, era tiempo de que fuera a clases. Suspiré, y luego, en broma, le golpeé la cabeza con su guía de estudio.
—Lo tienes. Ahora sabes esta guía al derecho y al revés.
—Bueno… Ya veremos.
—Te acompañaré a clases. Te cuestionaré en el camino. —Esperé por un rechazo educado, pero me ofreció una pequeña sonrisa y un asentimiento.
Caminamos por el pasillo, y suspiró. —No te enfadarás si repruebo el examen, ¿verdad?
¿Le preocupaba que me fuera a enfadar con ella? No estaba seguro de si debería pensar sobre eso, pero me sentí bastante malditamente asombroso. —No reprobarás, Paloma. Tenemos que empezar antes del siguiente, sin embargo —dije, acompañándola hacia el edificio de ciencias. Le hice pregunta tras pregunta.
Respondió casi todas bien, en algunas dudaba, pero las respondió correctamente.
Llegamos a la puerta de su salón de clases, y pude ver el agradecimiento en su rostro. Aunque era demasiado orgullosa como para reconocerlo.
—Patea sus traseros —dije, sin saber realmente que otra cosa decir.
Adrian Hayes pasó a mi lado y asintió. —Hola, Pepe.
Odiaba a ese cretino. —Adrian —dije, asintiendo.
Adrian era uno de esos tipos que les gustaba seguirme y usar su condición de Caballero Blanco para tener sexo. Le gustaba referirse a mí como un mujeriego, pero la verdad era que Adrian jugaba un juego más sofisticado. No era honesto sobre sus conquistas. Fingía que le importaba y luego las decepcionaba fácilmente.
Una noche de nuestro primer año, llevé a Janet Littleton desde The Red Door hasta mi apartamento. Adrian intentaba tener suerte con su amiga. Nos fuimos por caminos separados. Después que estuve con ella, y no fingí querer una relación, llamó enojada a su amiga para que la fuera a buscar. Su amiga todavía estaba con Adrian, así que él terminó llevando a Janet a casa.
Después de eso, Adrian tuvo una nueva historia para contarle a sus conquistas.
Con cualquier chica que yo estuviera, él usualmente barría mis sobras relatándoles la vez que salvó a Janet.
Lo toleraba, pero sólo apenas.
Los ojos de Adrian apuntaron a Paloma e inmediatamente se encendieron. —Hola, Paula.
No entendía por qué Adrian insistía tanto en ver si podía desembarcar las mismas chicas que yo, pero había tenido clase con ella durante varias semanas y acababa de mostrar interés. Saber que era porque la vio hablando conmigo casi me envió en una furia.
—Hola —dijo Paula, atrapada con la guardia baja.
Claramente no sabía la razón por la que él de repente le hablaba. Estaba escrito en toda su cara—. ¿Quién es? —me preguntó.
Me encogí de hombros casualmente, pero quería entrar al salón y golpear su culo de muy buen gusto. —Adrian Hayes —dije. Su nombre dejó un mal gusto en mi boca—. Es uno de mis hermanos de Sig Tau. —Eso dejó un mal gusto también.
Tenía hermanos, ambos, de fraternidad y de sangre. Adrian se sentía como ninguno de ellos. Era más como el archienemigo que mantienes lo suficientemente cerca como para poder vigilarlo.
—¿Estás en una fraternidad? —preguntó, su pequeña nariz arrugándose.
—Sigma Tau, al igual que Valen. Pensé que ya lo sabías.
—Bueno… no pareces el tipo de fraternidad —dijo, mirando los tatuajes en mis brazos.
El hecho de que los ojos de Paula estuvieran de nuevo en mí inmediatamente me puso de mejor humor. —Mi papá es un ex alumno, y todos mis hermanos son Sig Tau… es una cosa de familia.
—¿Y ellos esperan que jures? —preguntó, escéptica.
—En realidad no. Sólo son chicos buenos—le dije, agitando sus papeles. Se los di a ella—. Es mejor que vayas a clases.
Esbozó una sonrisa perfecta. —Gracias por ayudarme. —Me empujó con el codo, y no pude evitar sonreír de nuevo.
Entró al salón de clases y se sentó junto a Rosario. Adrian las miraba fijamente, observándolas hablar. Me imaginaba agarrando un escritorio y lanzándolo hacia su cabeza mientras caminaba por el pasillo. Sin más clases por el día, no había razón para quedarme. Un largo paseo en la Harley me ayudaría a evitar que la idea de Adrian corrompiendo la gracia de Paula me volviera loco, así que me aseguré de tomar el camino largo a casa para que me diera más tiempo para pensar. Un par de alumnas dignas del sofá cruzaron por mi camino, pero la cara de Paula seguía apareciendo en mi mente, tantas veces que ya empezaba a molestarme.
Había sido notoriamente un pedazo de mierda con todas las chicas con las que había tenido una conversación privada sobre la edad de dieciséis, desde que tenía quince años. Nuestra historia podría haber sido la típica: chico malo se enamora de chica buena, pero Paula no era ninguna princesa. Ocultaba algo.
Quizás esa era nuestra conexión: lo que fuera que estaba dejando de lado.