TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
viernes, 16 de mayo de 2014
CAPITULO 161
Incluso con ella en la habitación de al lado, dormida, el apartamento se sentía diferente sin su voz, sus golpes juguetones, o incluso el sonido de ella mordiéndose las uñas. Me había acostumbrado a todo esto, en nuestro poco
tiempo juntos.
Justo cuando los créditos de la segunda película comenzaron a rodar, oí la puerta de la habitación abrirse y los pies de Paula arrastrándose por el suelo. La puerta del baño se abrió y se cerró. Iba a empezar a prepararse para su cita con Adrian.
Al instante, mi temperamento comenzó a hervir.
—Pedro —advirtió Valentin.
Las palabras de Valentin de hoy temprano se repetían en mi cabeza. Adrian estaba jugando el juego, y yo tenía que jugar mejor. Mi adrenalina se calmó, y me relajé contra el cojín del sofá. Ya era hora de poner mi cara de póquer.
El zumbido de los tubos del baño señalaron la intención de Paula de tomar una ducha. Rosario se puso de pie, y luego casi bailó hacia mi baño. Podía oír sus voces bromeando, pero no pude entender lo que decían.
Me acerqué suavemente al pasillo, y acerqué la oreja a la puerta.
—No estoy muy emocionado de que escuches a mi chica orinar —dijo Valentin en un susurro.
Puse mi dedo en los labios, y luego volví mi atención a sus voces.
—Se lo he explicado —dijo Pau.
Se escuchó la cadena del inodoro y el grifo se encendió, y de repente Paula gritó. Sin pensarlo, agarré el pomo de la puerta y la abrí.
—¿Paloma?
Rosario se echó a reír. —Sólo tiré la cadena del inodoro, Pepe, cálmate.
—Oh. ¿Estás bien, Paloma?
—Estoy genial. Fuera. —Cerré la puerta y suspiré. Eso fue una estupidez.
Después de unos segundos de tensión, me di cuenta de que ninguna de las chicas sabía que me encontraba justo al otro lado de la puerta, así que coloqué la oreja en la madera de nuevo.
—¿Es mucho pedir cerraduras para las puertas?—preguntó Pau—. ¿Ro?
—Es realmente una lástima que ustedes dos no pudieron estar en la misma página. Tú eres la única chica que podría haber… —Suspiró—. Olvídalo. Ya no importa.
El agua se apagó. —Eres tan mala como él —dijo Pau, su voz cargada con frustración—. Es un virus… nadie aquí tiene sentido. Estas enojada con él,¿recuerdas?
—Lo sé —respondió Rosario.
Esa fue mi señal para volver a la sala de estar, pero mi corazón latía a un millón de kilómetros por hora. Por alguna razón, si Rosario pensaba que estaba bien, sentía como si tuviera luz verde, que yo no era un completo idiota por tratar
de estar en la vida de Paula.
Tan pronto como me senté en el sofá, Rosario salió del baño.
—¿Qué? —preguntó ella, sintiendo que algo andaba mal.
—Nada, cariño. Ven a sentarte —dijo Valentin, acariciando el espacio vacío a su lado.
Rosario felizmente cumplió, tumbándose a su lado, con el torso apoyado en su pecho.
El secador de pelo se encendió en el baño, y miré el reloj. La única cosa peor que tener que estar bien con Paula saliendo en una cita con Adrian, era tener a Adrian esperando a Paula en mi apartamento. Mantener la calma durante unos minutos mientras ella agarraba su bolso y salía era una cosa. Mirar su fea cara mientras se sentaba en mi sofá, sabiendo que él planeaba entrar en sus pantalones al final de la noche, era otra.
Un poco de mi ansiedad se alivió cuando Paula salió del baño. Llevaba un vestido rojo, y sus labios combinaban a la perfección. Su cabello en rizos, me recordó a una de esas chicas modelos de los años cincuenta. Pero, mejor… Mucho
mejor.
Sonreí, y ni siquiera estaba obligado. —Estás... hermosa.
—Gracias —dijo, claramente tomándola con la guardia baja.
El timbre sonó, y al instante la adrenalina se apoderó de mis venas. Tomé una respiración profunda, decidido a mantener la calma.
Paula abrió la puerta, y a Adrian le tomó varios segundos para hablar.
—Eres la criatura más hermosa que he visto —susurró.
Sí, definitivamente iba a vomitar antes de que terminara lanzando un puñetazo. Qué perdedor.
La sonrisa de Rosario se extendió de una oreja a la otra. Valentin parecía muy feliz, también. Negándome a dar la vuelta, mantuve mis ojos en el televisor. Si veía la mirada de suficiencia en el rostro de Adrian, treparía sobre el sofá y lo noquearía al piso sin que siquiera diera un paso.
La puerta se cerró y me incliné hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos.
—Lo hiciste bien,Pepe —dijo Valentin.
—Necesito un trago.
CAPITULO 160
No pasó mucho tiempo para encontrar la parte que Valentin buscaba, y no mucho más para que la remplazara. En poco más de una hora, Valentin había instalado el módulo de encendido, encendió el camión, y tuve una visita lo suficientemente larga con papá. Para cuando nos despedíamos mientras el Charger retrocedía fuera de la calzada, ya era unos pocos minutos después de mediodía.
Como Valentin predijo, América ya estaba despierta en el momento en que llegamos al apartamento. Trató de actuar irritada antes de que Valentin explicara nuestra ausencia, pero era obvio que estaba más que contenta de tenerlo en casa.
—He estado tan aburrida. Pau sigue durmiendo.
—¿Todavía? —le pregunté, quitándome las botas.
Rosario asintió e hizo una mueca. —A la chica le gusta dormir. A menos que se haya emborrachado increíblemente la noche anterior, duerme para siempre.He dejado de intentar convertirla en una persona mañanera.
La puerta crujió cuando la abrí lentamente. Paula estaba boca abajo, casi en la misma posición que estaba cuando me fui, justo al otro lado de la cama. Parte de su cabello estaba enmarañado contra su cara, la otra en suaves ondas a través de mi almohada.
La camiseta de Paula se agrupaba alrededor de su cintura, dejando al descubierto sus bragas azul claro. Sólo eran de algodón, no era particularmente sexy, y parecía en estado de coma, pero aún así, mirándola acostada al azar en mis sábanas blancas con el sol de la tarde entrando por las ventanas, su belleza era indescriptible.
—¿Paloma? ¿Vas a levantarte hoy?
Murmuró y luego volvió la cabeza. Di unos cuantos pasos más en la habitación.
—Paloma.
—Hep... merf... furfon... shaw.
Rosario tenía razón. No despertaría pronto. Cerré la puerta suavemente detrás de mí, y entonces me uní a Valentin y Rosario en la sala de estar. Comían de un plato de nachos que Rosario había hecho, mirando algo de chicas en la
televisión.
—¿Se despertó? —preguntó Rosario.
Negué con la cabeza, sentándome en el sillón. —Nop. Estaba hablaba de algo, sin embargo.
Rosario sonrió, con los labios sellados para evitar que los alimentos se cayeran. —Hace eso —dijo, con la boca llena—. Oí que te fuiste de tu habitación anoche. ¿Qué ocurrió?
—Estaba siendo un imbécil.
Las cejas de Rosario se levantaron. —¿Cómo es eso?
—Me sentía frustrado. Casi le dije cómo me sentía y era como si le hubiera entrado por un oído y salido por el otro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Cansado por el momento.
Un nacho voló a mi cara, pero se quedó corto, aterrizando en mi camisa. Lo recogí y lo metí en mi boca, haciendo crujir la tortilla, el queso y la crema agria. No era del todo malo.
—Lo digo en serio. ¿Qué le dijiste?
Me encogí de hombros. —No me acuerdo. Algo acerca de ser quien se merecía.
—Oh —dijo Rosario, suspirando. Se apartó de mí, en dirección a Valentin, con una sonrisa irónica—. Eso fue muy bueno. Incluso tú tienes que admitirlo.
La boca de Valentin se curvó a un lado, esa era la única reacción que obtendría de él por ese comentario.
—Eres un gruñón —dijo Rosario, con el ceño fruncido.
Valentin se levantó. —No, cariño. Simplemente no me estoy sintiendo del todo bien. —Cogió una revista de automóviles de la mesa, y se dirigió al baño.
Con una expresión simpática, Rosario observó a Valentin salir, y luego se volvió hacia mí, con el rostro transformándose por el disgusto. —Supongo que utilizaré tu baño durante las próximas horas.
—Si no quieres perder tu sentido del olfato por el resto de tu vida.
—Puede que quiera después de eso —dijo, temblando.
Rosario volvió a poner la película, y vimos el resto de ella. Realmente no sabía de lo que iba. Una mujer hablaba algo sobre vacas viejas y como su compañero de cuarto era un gigoló. Al final de la película,Valentin se nos había unido, y el personaje principal se había dado cuenta de que tenía sentimientos por su compañera de cuarto, ella no era una vaca vieja, después de todo, y el gigoló, ahora reformado, estaba enojado por algún estúpido malentendido. Ella sólo tenía que perseguirlo por la calle, besarlo, y todo estaba bien. No era la peor película que jamás había visto, pero aún así era una película para chicas...y todavía de mala calidad.
Al medio día, el apartamento estaba bien iluminado, y el televisor encendido, aunque en silencio. Todo parecía normal, pero también vacío. Los anuncios robados estaban aún en las paredes, colgaban al lado de nuestros carteles
favoritos de cerveza con chicas calientes semidesnudas posando en varias posiciones. Rosario había limpiado el apartamento, y Valentin se encontraba tumbado en el sofá, pasando entre los canales. Era un sábado normal. Pero algo
estaba mal. Algo faltaba.
Paula.
CAPITULO 159
El sol salió media hora después. A pesar de mi ira residual, fui capaz de quedarme dormido.
Unos momentos después, mi teléfono sonó. Me revolví para buscarlo, todavía medio dormido, y luego lo sostuve contra mi oreja. —¿Sí?
—¡Estúpido! —dijo Marcos, fuerte en mi oído.
—¿Qué hora es? —pregunté, mirando el televisor. Pasaban los dibujos animados de los sábados por la mañana.
—Las diez y algo. Necesito tu ayuda con el camión de papá. Creo que es el módulo de la ignición. Ni siquiera está encendiendo.
—Marcos —dije a través de un bostezo—. No sé un carajo acerca de carros.
Por eso tengo una moto.
—Entonces, pregúntale a Valentin. Tengo que ir a trabajar en una hora, y no quiero dejar a papá varado.
Bostecé de nuevo. —Maldición, Marcos, no dormí en toda la noche. ¿Qué está haciendo Nahuel?
—¡Trae tu trasero hasta acá! —gritó antes de colgar.
Lancé mi teléfono al sofá y luego me levanté, mirando el reloj en el televisor.
Marcos no se había alejado mucho cuando adivinó la hora. Eran las diez con veinte minutos.
La puerta de Valentin estaba cerrada, así que escuché por un minuto antes de tocar dos veces y asomar mi cabeza dentro. —Oye, Valen. ¡Valentin!
—¿Qué? —dijo Valentin. Su voz sonaba como si hubiera tragado grava y la hubiera pasado con ácido.
—Necesito tu ayuda.
Rosario lloriqueó un poco, pero no se movió.
—¿Con qué? —preguntó Valentin. Se sentó, tomando una camiseta del suelo y deslizándola sobre su cabeza.
—El camión de papá no arranca. Marcos cree que es la ignición.
Valentin terminó de vestirse y luego se inclinó sobre Rosario
—Voy a donde Horacio por unas horas, nena.
—¿Hmmm?
Valentin besó su frente. —Voy a ayudar a Pedro con el camión de Horacio.
Regresaré.
—Está bien —dijo Rosario, durmiéndose de nuevo antes de que Valentin dejara la habitación. Se puso el par de tenis que estaban en la sala y tomó sus llaves.
—¿Vienes o qué? —preguntó.
Caminé por el pasillo hasta mi habitación, arrastrando el trasero como cualquier hombre que sólo ha tenido cuatro horas de sueño, y no ha dormido bien.
Me coloqué una camiseta sin mangas y luego una sudadera con capucha, y unos vaqueros. Haciendo lo mejor posible para caminar silencioso, gentilmente giré la perilla de la puerta de mi cuarto, pero me detuve antes de salir. La espalda de Paula estaba hacia mí, su respiración uniforme, y sus piernas desnudas tendidas en direcciones opuestas. Tuve un casi incontrolable impulso de meterme en la cama
con ella.
—¡Vamos! —llamó Valentin.
Cerré la puerta y lo seguí hasta el Charger. Tomamos turnos para bostezar durante todo el camino hasta donde papá, demasiado cansados para conversar.
La entrada de grava crujió bajo las llantas del Charger, y saludé a Marcos y a papá antes de pisar el patio.
El camión de papá estaba estacionado en frente de la casa. Empujé mis manos en los bolsillos delanteros de mi sudadera, sintiendo el frío en el aire. Hojas caídas crujían bajo mis botas mientras caminaba a través del césped.
—Bueno, hola, Valentin —dijo papá con una sonrisa.
—Hola, tío Horacio. Escuché que tenías un problema de ignición.
Papá puso una mano en su cintura redonda. —Eso creemos… eso creemos.—Asintió, mirando el motor.
—¿Qué les hace creer eso? —preguntó Valentin, enrollando sus mangas.
Marcos señaló el salpicadero. —Eh… esta derretido. Ese fue mi primer indicio.
—Bien hecho —dijo Valentin—Pedro y yo iremos a la tienda de repuestos y recogeremos uno nuevo. Lo pondré y estarás listo.
—En teoría —dije, pasándole un destornillador a Valentin.
Desatornilló los pernos del módulo de ignición y luego lo quitó. Todos observamos la cubierta derretida.
Valentin señaló el descubierto sitio donde el módulo de ignición estaba. — Vamos a tener que remplazar esos cables. ¿Ven las marcas de quemaduras? —preguntó, tocando el metal—. El aislamiento de los cables está derretido también.
—Gracias, Valen. Voy a bañarme. Tengo que alistarme para ir a trabajar — dijo Marcos.
Valentin usó el destornillador para dar un saludo descuidado a Marcos, y luego lo tiró en la caja de herramientas.
—Chicos, parece que tuvieron una larga noche —dijo papá.
La mitad de mi boca se levantó. —Así fue.
—¿Cómo está tu joven dama? ¿Rosario?
Valentin asintió, una amplia sonrisa se ubicó a través de su cara. —Está bien,Horacio. Todavía dormida.
Papá se rió una vez y asintió. —¿Y tu joven dama?
Me encogí de hombros. —Tiene una cita con Adrian Hayes esta noche. No es exactamente mía, papá.
Papá guiñó un ojo. —Todavía.
La expresión de Valentin cayó. Luchaba contra un ceño fruncido.
—¿Qué es esto, Valen? ¿No apruebas la paloma de Pedro?
El uso poco serio del apodo de papá en Paula tomó a Valentin por sorpresa, y su boca tembló, amenazando una sonrisa. —No, me gusta Paula, está bien. Es sólo que es lo más cercano a una hermana para Rosario. Me pone nervioso.
Papá asintió enfáticamente. —Entendible. Aunque, me parece que esta es diferente, ¿no crees?
Valentin se encogió de hombros. —Ese en parte es el punto. No quiero que el primer corazón roto de Pedro sea por la mejor amiga de Rosario. Sin ofender,Pedro.
Fruncí el ceño. —No confías en mí en absoluto, ¿verdad?
—No es eso. Bueno, más o menos.
Papá tocó el hombro de Valentin—Tienes miedo, ya que este es el primer intento de Pedro en una relación, va a meter la pata y a estropear las cosas para ti.
Valentin agarró un trapo sucio y se limpió las manos. —Me siento mal por admitirlo, pero sí. Sin embargo, estoy apoyándote, hermano, realmente lo hago.
Marcos dio un portazo en la puerta con tela metálica cuando salió de la casa. Me dio un puñetazo en el brazo, incluso antes de que lo viera levantar un puño.
—¡Hasta luego, perdedores! —Marcos se detuvo y giró sobre sus talones—No me refería a ti, papá.
Papá ofreció una media sonrisa y sacudió la cabeza. —Claro que no, hijo.
Marcos sonrió, y luego se metió en su coche, un Dodge Intrepid rojo oscuro y deteriorado. Ese auto no era genial ni siquiera cuando íbamos al instituto, pero él lo amaba. Sobre todo porque lo compró con su esfuerzo.
Un pequeño cachorro negro ladró, volviendo mi atención hacia la casa.
Papá sonrió, palmeando su muslo. —Bueno, vamos, miedoso.
El cachorro dio un par de pasos hacia adelante, y luego retrocedió a la casa, ladrando.
—¿Cómo lo está haciendo? —pregunté.
—Hizo pis en el baño dos veces.
Hice una mueca. —Lo siento.
Valentin se rió. —Al menos entendió la idea.
Papá asintió y sacudió la mano con indulgencia.
—Sólo hasta mañana —le dije.
—Está bien, hijo. Ha estado entreteniéndonos. A Marcos le gusta.
—Bien. —Sonreí.
—¿Dónde estábamos? —preguntó papá.
Me froté el brazo que latía por el puñetazo de Marcos—Valentin me recordaba el fracaso que cree que soy cuando se trata de chicas.
Valentin se rió una vez. —Eres un montón de cosas, Pepe. Un fracaso no es una de ellas. Sólo creo que tienes un largo camino por recorrer, entre tú y el temperamento de Paula, las probabilidades están en tu contra.
Mi cuerpo se tensó y me enderecé. —Paula no tiene un mal temperamento.
Papá sacudió la mano. —Cálmate, pequeño. No está hablando mal de Paula.
—Ella no es así.
—Está bien —dijo papá con una pequeña sonrisa. Siempre sabía cómo manejarnos cuando las cosas se ponían tensas, y por lo general trataba de apaciguarnos antes de que hubiéramos ido demasiado lejos.
Valentin tiró el trapo sucio sobre la caja de herramientas. —Vamos a conseguir ese repuesto.
—Déjame saber cuánto te debo.
Negué con la cabeza. —Lo tengo, papá. Estamos a mano por el perro.
Papá sonrió y comenzó a recoger el desorden que Marcos dejó en la caja de herramientas. —Está bien, entonces. Nos vemos en un rato.
Valentin y yo fuimos en el Charger a la tienda de repuestos. Hacía mucho frío. Apreté los extremos de mis mangas en los puños para mantener las manos calientes.
—Es una perra fría hoy —dijo Valentin.
—Casi.
—Creo que le va a gustar el cachorro.
—Eso espero.
Después de unos cuantos minutos de silencio, Valentin asintió. —No era mi intención insultar a Paula. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé.
—Sé lo que sientes por ella, y la verdad es que espero que funcione. Sólo estoy nervioso.
—Sí.
Valentin se detuvo en el estacionamiento de la tienda de repuestos y estacionó, pero no apagó el motor. —Tiene una cita con Adrian Hayes esta noche,Pedro. ¿Cómo crees que estarás cuando pase a recogerla? ¿Has pensado en ello?
—Estoy tratando de no hacerlo.
—Bueno, tal vez deberías. Si realmente quieres que esto funcione, tienes que dejar de reaccionar de la manera que quieres, y reaccionar de la manera en que funcione para ti.
—¿Cómo?
—¿Crees que vas a ganar algún punto si estás haciendo un mohín mientras ella se está preparando y, a continuación, actúas como un idiota con Adrian? ¿O crees que ella apreciará si le dices lo increíble que se ve y la despides como un amigo haría?
—No quiero ser sólo su amigo.
—Ya lo sé, y lo sabes, y Paula probablemente lo sabe, también... y puedes estar absolutamente seguro de que Adrian lo sabe.
—¿Tienes que seguir diciendo ese jodido nombre?
Valentin apagó el motor. —Vamos,Pepe. Tú y yo sabemos que siempre y cuando sigas mostrándole a Adrian que lo que hace te cabrea, él seguirá ese juego.
No le des la satisfacción, y juega mejor que él. Demostrará lo imbécil que es, y Paula se librará de él por su cuenta.
Pensé en lo que estaba diciendo, y luego lo miré. —¿Tú... realmente lo crees?
—Sí, ahora vamos a conseguir ese repuesto para Horacio y volvamos a casa antes de que Rosario se despierte y explote mi teléfono porque ya no se acuerda de lo que le dije cuando me fui.
Me reí y seguí a Valentin en la tienda. —Es un jodido idiota.
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