viernes, 9 de mayo de 2014

CAPITULO 138




Había pasado mucho tiempo desde que había ido a comprar algo de comida, así que el desayuno no era muy elaborado, pero era lo suficientemente bueno. Rompí unos huevos en un bol, añadí una mezcla de cebolla, pimientos verdes y rojos, y luego lo vertí en un sartén.


Paula entró y se sentó en un taburete.


—¿Estás segura de que no quieres desayunar?


—Estoy segura. Gracias, sin embargo.


Acababa de salir rodando de la cama y aun así lucía hermosa. Era ridículo.
Estaba seguro de que no podía ser normal, pero tampoco lo sabía. Las únicas chicas que había visto en la mañana eran las de Valentin, y no había mirado a ninguna lo suficientemente cerca como para tener una opinión.
Valentin tomó unos platos y los sostuvo frente a mí. Recogí los huevos con la espátula y los dejé caer en cada plato. Paula miró con leve interés.

Rosario soltó un resoplido mientras Valen dejaba el plato delante de ella. —No me mires de esa manera, Valen. Lo siento, simplemente no quiero ir.


Valentin había estado abatido durante días por el rechazo de Rosario de su invitación a la fiesta de citas. No la culpaba. Las fiestas de citas eran una tortura. El hecho de que ella no quisiera ir era algo impresionante. La mayoría de las chicas se morían por ser invitadas a esas cosas.


—Bebé —replicó Valentin—, la Hermandad tiene una fiesta de citas dos veces al año. Falta un mes. Tendrás un montón de tiempo para encontrar un vestido y hacer todas esas cosas de chicas.


Rosario no cedió. Me desconecté de ellos hasta que me di cuenta de que Rosario concordaba con ir sólo si Paula también lo hacía. Si Paula iba, eso significaba que iría con una cita. Rosario me miró y alzó una ceja.


Valentin no dudó. —Pepe no va a las fiestas de citas. Es algo a lo que llevas a tu novia… y Pedro no… ya sabes.


Rosario se encogió de hombros. —Podríamos emparejarla con alguien.


Empecé a hablar, pero Paula claramente no estaba feliz. —Los puedo oír, ¿saben? —replicó.


Rosario hizo un mohín. Esa era la cara a la que Valentin no podía negarle nada. —Por favor, Pau. Te encontraremos un buen chico que sea divertido e ingenioso, y sabes que me aseguraré de que sea caliente. ¡Te prometo que te lo
pasarás bien! Y ¿quién sabe? Quizás consigas ligar.


Fruncí el ceño. ¿Rosario le encontraría un hombre? Para la fiesta de citas.
Uno de mis hermanos de fraternidad. Oh, demonios, no. La idea de ella haciéndolo con cualquiera hizo que se me erizaran los vellos de la nuca.
La sartén hizo un ruido fuerte cuando la arrojé al fregadero.


—No he dicho que no la llevaría.


Paula rodó los ojos. —No me hagas ningún favor, Pedro.


Di un paso. —Eso no es lo que quise decir, Paloma. Las fiestas de citas son para tipos con novia, y todo el mundo sabe que a mí no me va ese rollo del noviazgo. Pero no tendré que preocuparme porque esperes un anillo de compromiso después.



Rosario hace un mohín de nuevo. —¿Por fis, Pau?


Paula parecía como si estuviera padeciendo algún dolor. —¡No me mires así! Pedro no quiere ir. Yo no quiero ir… no seríamos una compañía muy agradable.


Cuanto más pensaba en ello, más me atraía la idea. Crucé los brazos y me apoyé en el fregadero. —No dije que no quisiera ir. Creo que será divertido si vamos los cuatro.


Paula retrocedió cuando todos los ojos se volvieron hacia ella. —¿Por qué no pasamos el rato aquí?


Yo estaba bien con eso.


Los hombros de Rosario se desplomaron y Valentin se inclinó hacia adelante.


—Porque tengo que ir, Paula —dijo Valentin—. Soy un estudiante de primer año. Tengo que asegurarme de que todo vaya bien, de que todo el mundo tenga una cerveza en la mano, cosas así.


Paula estaba mortificada. Claramente no quería ir, pero lo que más miedo me daba era que ella no podía decirle que no a Rosario, y Valentin estaba dispuesto a decir cualquier cosa para que su novia fuera. Si Paula no iba conmigo,
podía terminar pasando la noche —toda la noche— con uno de mis hermanos de fraternidad. No eran malos tipos, pero había escuchado las historias que contaban, e imaginármelos hablando de Paula era algo que no podría soportar.


Atravesé la cocina y envolví mis brazos alrededor de los hombros de Paula.


—Vamos, Paloma. ¿Quieres ir conmigo?


Paula miró a Rosario, luego a Valentin. Pasaron sólo unos pocos segundos hasta que me miró a los ojos, pero pareció una maldita eternidad.


Cuando sus ojos finalmente se encontraron con los míos, sus barreras se derrumbaron. —Sí —dijo con un suspiro. El entusiasmo en su voz era inexistente, pero no importaba. Iría conmigo, y esa certeza me permitió respirar otra vez.
Rosario gritó del modo en que lo hacen las chicas, dio palmadas y luego agarró a Paula y la abrazó.


Valentin me ofreció una sonrisa agradecida, y luego otra a Paloma —Gracias, Pau —dijo, colocándole una mano en la espalda.


Nunca había visto a nadie menos feliz de ir a una cita conmigo, pero de nuevo, yo no era la causa por la que ella se sentía infeliz.

CAPITULO 137



El sol acababa de empezar a arrojar sombras sobre las paredes de mi habitación cuando abrí los ojos. El pelo de Paula estaba enredado y desordenado, cubriendo mi cara. Respiré profundamente por la nariz.


Amigo. ¿Qué estás haciendo… además de ser espeluznante? pensé. Me giré sobre mi espalda, pero antes de poder detenerme a mí mismo, inspiré otra vez. Ella
todavía olía a champú y loción.
Unos segundos más tarde, sonó la alarma y Paula empezó a despertarse.
Pasó su mano por mi pecho y luego la retiró.


—¿Pedro? —dijo aturdida—. La alarma. —Esperó un minuto y luego suspiró, estirándose por encima de mí, esforzándose hasta que finalmente alcanzó la alarma y luego le dio un golpe contra el plástico hasta que el ruido se detuvo.
Se dejó caer contra la almohada y resopló. Una risita escapó de mis labios y jadeó.


—¿Estabas despierto?


—Prometí que me portaría bien. No dije nada al respecto de permitirte acostarte sobre mí.

—No me acosté sobre ti. No podía alcanzar el despertador. Esa tiene que ser la alarma más molesta que he oído. Suena como un animal moribundo.


—¿Quieres desayunar? —Coloqué las manos detrás de mi cabeza.


—No tengo hambre.

Parecía enfadada por algo, pero ignoraba por qué. Probablemente no era una persona mañanera. Aunque con esa lógica, en realidad no era una persona de tarde o una persona nocturna, tampoco. Ahora que lo pensaba, era una especie de perra malhumorada… y me gustaba.


—Bueno, yo sí. ¿Por qué no vienes conmigo a la cafetería que está cerca?


—No creo que pueda soportar tu falta de habilidad para conducir tan temprano.


Metió sus pequeños pies en sus zapatillas y luego se dirigió arrastrando los pies hasta la puerta.


—¿A dónde vas?


Se enfadó al instante. —A vestirme e ir a clase. ¿Necesitas un itinerario mientras estoy aquí?


¿Quería jugar duro? Está bien. Jugaría. Caminé hacia ella y apoyé las manos sobre los hombros. Maldita sea, su piel se sentía bien contra la mía. —¿Siempre eres tan temperamental o eso cambiará una vez que creas que no estoy elaborando ningún complejo plan para meterme en tus bragas?


—No soy temperamental.

Me incliné, susurrando en su oído—: No quiero acostarme contigo, Paloma.Me gustas demasiado.


Su cuerpo se tensó, y luego me fui sin decir otra palabra. Saltar de un lado a otro para celebrar la emoción de la victoria habría sido un poco obvio, así que me contuve hasta que estuve lo suficientemente escondido detrás de la puerta, y luego hice unos cuantos golpes con el puño en el aire de modo festivo.
Hacerla estar en guardia no era siempre fácil, pero cuando funcionaba, me sentía como si estuviera un paso mas cerca de…


¿De qué? No estaba exactamente seguro. Simplemente se sentía correcto.

CAPITULO 136




Impaciente, asomé la cabeza por la puerta del baño. —¡Vamos, Paloma! ¡Me estoy haciendo viejo! —Su aparición me sorprendió. La había visto sin maquillaje antes, pero su piel era de color rosa y brillante, y su pelo largo y húmedo había sido puesto hacia atrás de su cara. No podía dejar de mirar.
Paula echó hacia atrás el brazo y tiró su peine contra mí. Me agaché, y luego cerré la puerta, riendo todo el camino por el pasillo.
Podía oír sus pequeños pies repiqueteando hasta mi habitación, y mi corazón empezó a latir en mi pecho.

—Buenas noches,Pau —dijo Rosario desde la habitación de Valentin.

—Buenas noches, Ro.

Me tuve que reír. Rosario tenía razón. La novia de Valentin me había introducido a mi droga personal. No podía conseguir lo suficiente, y no quería dejarlo. A pesar de que sólo podía llamarlo una adicción, no me atreví incluso a mostrar una miga. Sólo la mantenía cerca, sintiéndome mejor con sólo saber que estaba allí. No había esperanza para mí.

Dos pequeños golpes me trajeron de vuelta a la realidad.

—Entra, Paloma. No tienes que tocar.

Paula se deslizó dentro, su cabello oscuro y húmedo, en unos pantalones cortos grises y camiseta a cuadros. Sus amplios ojos vagaron por la habitación mientras decidió diferentes cosas sobre mí basadas en la desnudez de mis paredes.
Era la primera vez que una mujer había estado allí. En ese momento no era algo que yo había pensado, pero Paula cambiando la forma en la habitación se sentía como algo que no me esperaba.
Antes, sólo era donde dormía. Un lugar donde nunca había pasado mucho tiempo en absoluto. La presencia de Paula hacía a las paredes blancas evidentes, hasta el punto de hacerme sentí una versión menor a la vergüenza.Paula estando en mi habitación la hacía sentir como mi casa, y el vacío ya no parecía correcto.

—Bonita pijama —dije finalmente, sentándome en la cama—. Bien, ven. No voy a morderte.

Su barbilla bajó y alzó las cejas. —No te tengo miedo. —Dejó su libro de biología a mi lado con un ruido sordo, y luego se detuvo—. ¿Tienes una pluma?

Asentí hacia la mesa de noche. —Primer cajón. —Al segundo que dije las palabras, mi sangre se puso fría. Iba a encontrar mi escondite. Me preparé para el inminente combate a muerte que pronto seguiría.

Puso una rodilla en la cama y se acercó, abriendo el cajón y buscando alrededor hasta que su mano se tambaleó hacia atrás. En el segundo siguiente,tomó la pluma y luego cerró la gaveta.

—¿Qué? —le pregunté, fingiendo escanear a través de las palabras en el libro de biología.

—¿Robaste la clínica de salud?

¿Cómo sabe Paloma dónde conseguir condones? —No. ¿Por qué?

Su cara se torció. —Tu suministro de preservativos para toda la vida.

Aquí viene. —Más vale prevenir que lamentar, ¿no? —Ella no podía discutir con eso.

En lugar de los gritos y los insultos que me esperaba, rodó sus ojos. Pasé las páginas del libro de biología, tratando de no parecer demasiado aliviado.

—Bueno, podemos empezar aquí. Jesús... ¿fotosíntesis? ¿No aprendiste esto en la escuela secundaria?

—Más o menos —dijo a la defensiva—. Es Biología 101, Pepe. No elegí el plan de estudios.

—¿Y estás en cálculo? ¿Cómo puedes estar tan avanzada en matemáticas y tan atrasada en ciencias?

—No estoy atrasada. La primera mitad es siempre crítica.

Levanté una ceja. —No realmente.

Ella escuchaba mientras yo repasaba los aspectos básicos de la fotosíntesis, y luego la anatomía de las células vegetales. No importaba cuánto tiempo habláramos, o lo que decía, se aferraba a cada palabra. Era fácil fingir que estaba
interesada en mí y no en una calificación aprobatoria.

—Lípidos. No lípidos. Dime lo que son otra vez.

Se quitó las gafas.  —Estoy  muerta. No puedo memorizar una macromolécula más.

Maldita sea. Hora de acostarse. —Está bien.

Paula de repente parecía nerviosa, lo que curiosamente fue un alivio para mí.

La dejé sola con sus nervios para tomar una ducha. Sabiendo que ella había estado de pie, desnuda en el mismo lugar, hizo surgir algunas reflexiones excitantes, así que para los cinco minutos antes de que me fuera, el agua tenía que estar helada. Era incómodo, pero al menos liberó mi erección.
Cuando volví a la habitación, Paula estaba tendida de costado, con los ojos cerrados, y tiesa como una tabla. Dejé caer mi toalla, me puse mi bóxer, y luego me metí en la cama, volteándome para apagar la luz. Paula no se movió, pero no dormía.
Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, pero se apretó aún más justo antes de volverse hacia mí.

—¿Dormirás aquí, también?

—Bueno, sí. Esta es mi cama.

—Lo sé, pero... —Fue apagándose, sopesando sus opciones.

—¿Aún no confías en mí? Me comportaré mejor que bien, lo juro. —Levanté mi índice, medio y meñique, cariñosamente conocido por mis hermanos de fraternidad como la "sorpresa". Ella no lo entendía.

Por más que ser bueno sería un asco, no iba a huir la primera noche haciendo algo estúpido.
Paula era un delicado equilibrio de duro y blando. Empujarla demasiado lejos parecía provocar la misma reacción que un animal acorralado. Era divertido caminar por la cuerda floja que ella requería en una aterrorizante conducción a mil
millas por hora, hacia atrás en una moto.
Se apartó de mí, la manta alrededor marcando cada curva de su cuerpo.
Otra sonrisa se deslizó por mi rostro, y me incliné a su oído.

—Buenas noches, Paloma.