viernes, 9 de mayo de 2014

CAPITULO 136




Impaciente, asomé la cabeza por la puerta del baño. —¡Vamos, Paloma! ¡Me estoy haciendo viejo! —Su aparición me sorprendió. La había visto sin maquillaje antes, pero su piel era de color rosa y brillante, y su pelo largo y húmedo había sido puesto hacia atrás de su cara. No podía dejar de mirar.
Paula echó hacia atrás el brazo y tiró su peine contra mí. Me agaché, y luego cerré la puerta, riendo todo el camino por el pasillo.
Podía oír sus pequeños pies repiqueteando hasta mi habitación, y mi corazón empezó a latir en mi pecho.

—Buenas noches,Pau —dijo Rosario desde la habitación de Valentin.

—Buenas noches, Ro.

Me tuve que reír. Rosario tenía razón. La novia de Valentin me había introducido a mi droga personal. No podía conseguir lo suficiente, y no quería dejarlo. A pesar de que sólo podía llamarlo una adicción, no me atreví incluso a mostrar una miga. Sólo la mantenía cerca, sintiéndome mejor con sólo saber que estaba allí. No había esperanza para mí.

Dos pequeños golpes me trajeron de vuelta a la realidad.

—Entra, Paloma. No tienes que tocar.

Paula se deslizó dentro, su cabello oscuro y húmedo, en unos pantalones cortos grises y camiseta a cuadros. Sus amplios ojos vagaron por la habitación mientras decidió diferentes cosas sobre mí basadas en la desnudez de mis paredes.
Era la primera vez que una mujer había estado allí. En ese momento no era algo que yo había pensado, pero Paula cambiando la forma en la habitación se sentía como algo que no me esperaba.
Antes, sólo era donde dormía. Un lugar donde nunca había pasado mucho tiempo en absoluto. La presencia de Paula hacía a las paredes blancas evidentes, hasta el punto de hacerme sentí una versión menor a la vergüenza.Paula estando en mi habitación la hacía sentir como mi casa, y el vacío ya no parecía correcto.

—Bonita pijama —dije finalmente, sentándome en la cama—. Bien, ven. No voy a morderte.

Su barbilla bajó y alzó las cejas. —No te tengo miedo. —Dejó su libro de biología a mi lado con un ruido sordo, y luego se detuvo—. ¿Tienes una pluma?

Asentí hacia la mesa de noche. —Primer cajón. —Al segundo que dije las palabras, mi sangre se puso fría. Iba a encontrar mi escondite. Me preparé para el inminente combate a muerte que pronto seguiría.

Puso una rodilla en la cama y se acercó, abriendo el cajón y buscando alrededor hasta que su mano se tambaleó hacia atrás. En el segundo siguiente,tomó la pluma y luego cerró la gaveta.

—¿Qué? —le pregunté, fingiendo escanear a través de las palabras en el libro de biología.

—¿Robaste la clínica de salud?

¿Cómo sabe Paloma dónde conseguir condones? —No. ¿Por qué?

Su cara se torció. —Tu suministro de preservativos para toda la vida.

Aquí viene. —Más vale prevenir que lamentar, ¿no? —Ella no podía discutir con eso.

En lugar de los gritos y los insultos que me esperaba, rodó sus ojos. Pasé las páginas del libro de biología, tratando de no parecer demasiado aliviado.

—Bueno, podemos empezar aquí. Jesús... ¿fotosíntesis? ¿No aprendiste esto en la escuela secundaria?

—Más o menos —dijo a la defensiva—. Es Biología 101, Pepe. No elegí el plan de estudios.

—¿Y estás en cálculo? ¿Cómo puedes estar tan avanzada en matemáticas y tan atrasada en ciencias?

—No estoy atrasada. La primera mitad es siempre crítica.

Levanté una ceja. —No realmente.

Ella escuchaba mientras yo repasaba los aspectos básicos de la fotosíntesis, y luego la anatomía de las células vegetales. No importaba cuánto tiempo habláramos, o lo que decía, se aferraba a cada palabra. Era fácil fingir que estaba
interesada en mí y no en una calificación aprobatoria.

—Lípidos. No lípidos. Dime lo que son otra vez.

Se quitó las gafas.  —Estoy  muerta. No puedo memorizar una macromolécula más.

Maldita sea. Hora de acostarse. —Está bien.

Paula de repente parecía nerviosa, lo que curiosamente fue un alivio para mí.

La dejé sola con sus nervios para tomar una ducha. Sabiendo que ella había estado de pie, desnuda en el mismo lugar, hizo surgir algunas reflexiones excitantes, así que para los cinco minutos antes de que me fuera, el agua tenía que estar helada. Era incómodo, pero al menos liberó mi erección.
Cuando volví a la habitación, Paula estaba tendida de costado, con los ojos cerrados, y tiesa como una tabla. Dejé caer mi toalla, me puse mi bóxer, y luego me metí en la cama, volteándome para apagar la luz. Paula no se movió, pero no dormía.
Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, pero se apretó aún más justo antes de volverse hacia mí.

—¿Dormirás aquí, también?

—Bueno, sí. Esta es mi cama.

—Lo sé, pero... —Fue apagándose, sopesando sus opciones.

—¿Aún no confías en mí? Me comportaré mejor que bien, lo juro. —Levanté mi índice, medio y meñique, cariñosamente conocido por mis hermanos de fraternidad como la "sorpresa". Ella no lo entendía.

Por más que ser bueno sería un asco, no iba a huir la primera noche haciendo algo estúpido.
Paula era un delicado equilibrio de duro y blando. Empujarla demasiado lejos parecía provocar la misma reacción que un animal acorralado. Era divertido caminar por la cuerda floja que ella requería en una aterrorizante conducción a mil
millas por hora, hacia atrás en una moto.
Se apartó de mí, la manta alrededor marcando cada curva de su cuerpo.
Otra sonrisa se deslizó por mi rostro, y me incliné a su oído.

—Buenas noches, Paloma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario