TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
viernes, 18 de abril de 2014
CAPITULO 69
Alargué los brazos para tomar su cara entre mis manos y él me rodeó con sus brazos, levantándome del suelo. Apreté los labios contra los suyos, y él me besó con la emoción de todo lo que acababa de decir. En ese preciso momento me
di cuenta de por qué se había hecho ese tatuaje, por qué me había elegido y por qué yo era diferente. No era solo yo,no era solo él: la excepción era lo que formábamos juntos.
Un ritmo más rápido hizo vibrar los altavoces, y Pedro me dejó en el suelo.
—¿Todavía quieres bailar?
Rosario y Valentin aparecieron a nuestro lado y enarqué una ceja.
—Si crees que puedes seguirme el ritmo.
Pedro sonrió burlón.
—Ponme a prueba.
Moví mis caderas contra las suyas y subí la mano por su camisa, hasta desabrocharle dos botones, Pedro se rio y sacudió la cabeza, y yo me di media vuelta, moviéndome contra él siguiendo el ritmo. Me cogió por las caderas,mientras yo echaba la mano hacia atrás y lo agarraba por el trasero. Me incliné hacia delante y él me clavó los dedos en la piel. Cuando me enderecé, me tocó la
oreja con los labios.
—Sigue así y nos iremos pronto.
Me di media vuelta y sonreí, echándole los brazos alrededor del cuello. Se apretó contra mí y yo le saqué la camisa y deslicé mis manos por su espalda, apretando los dedos contra sus músculos sin grasa, y después sonreí ante el ruido que hizo cuando probé su cuello.
—Cielo santo, Paloma, me estás matando —dijo él, agarrándome el dobladillo de la falda, subiéndola lo justo para rozarme los muslos con las yemas de los dedos.
—Me parece que ya sabemos en qué consiste su atractivo —dijo Lorena en tono despectivo desde detrás de nosotros.
Rosario se giró y se abalanzó furiosa hacia Lorena con ganas de pelea.
Valentin la cogió justo a tiempo.
—¡Repite eso! —dijo Rosario—. ¡Atrévete a decírmelo a la cara, zorra!
Lorena se protegió detrás de su novio, conmocionada por la amenaza de Rosario.
—¡Será mejor que le pongas un bozal a tu cita, Alberto—le avisó Pedro.
Dos canciones después, noté el pelo en la nuca pesado y húmedo. Pedro me besó justo debajo de la oreja.
—Vamos, Paloma. Necesito un cigarrillo.
Me condujo escaleras arriba y cogió mi abrigo antes de guiarme hasta el segundo piso. Salió a la terraza y nos encontramos con Adrian y su cita. Era más alta que yo, y tenía el pelo corto y oscuro, recogido con una sola horquilla. Me fijé inmediatamente en sus tacones de aguja, porque rodeaba la cadera de Adrian con la pierna. Ella estaba de pie con la espalda pegada contra la pared de ladrillos; cuando Adrian se dio cuenta de que nos íbamos, sacó la mano de debajo de la falda de su acompañante.
—Paula —dijo él, sorprendido y sin aliento.
—¿Qué hay, Adrian? —dije, ahogando la risa.
—¿Qué tal te van las cosas?
Sonreí educadamente.
—Muy bien, ¿y a ti?
—Eh… —Miró a su cita—Pau, esta es Andrea. Andrea…, Pau.
—¿Pau, Pau? —preguntó ella.
Adrian asintió rápidamente y algo incómodo.
Andrea me estrechó la mano con cara de asco, y entonces miró a Pedro como si acabara de toparse con su enemigo.
—Encantada de conocerte…, supongo.
—Andrea —la avisó Adrian.
Pedro soltó una carcajada y entonces les sujetó las puertas para que pasaran. Adrian cogió a Andrea de la mano y se retiró al interior de la casa.
—Ha sido… raro —dije, sacudiendo la cabeza mientras doblaba los brazos y me apoyaba contra la verja.
Hacía frío, y solo había un par de parejas fuera. Pedro era todo sonrisas. Ni siquiera Adrian podía arruinarle su buen humor.
—Al menos ha seguido adelante y ha dejado de hacer todo lo posible por recuperarte.
—No creo que intentara tanto recuperarme como alejarme de ti.
Pedro arrugó la nariz.
—Llevó a una chica a su casa por mí una vez. Ahora actúa como si siempre tuviera que entrar en escena para salvar a todas las estudiantes novatas que me he ligado.
Le lancé una mirada irónica por el rabillo del ojo.
—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que odio esa palabra?
—Lo siento —dijo, acercándome a él.
Se encendió un cigarrillo y dio una profunda calada. El humo que soltó era más espeso de lo habitual al mezclarse con el aire del invierno. Volvió la mano y observó durante un buen rato su muñeca.
—¿Te parece muy raro que este tatuaje no solo se haya convertido en mi favorito, sino que además me haga sentir cómodo saber que está ahí?
—Pues sí, es bastante raro.
Pedro enarcó una ceja y me reí.
—Solo bromeo. No acabo de entenderlo, pero es dulce… ,muy al estilo Pedro Alfonso.
—Si es tan genial llevar esto en el brazo, ni me imagino cómo será ponerte un anillo en el dedo.
—Pedro…
—Dentro de cuatro o cinco años —continuó.
—Uf… Tenemos que ir más despacio.
—No empieces con eso, Paloma.
—Si seguimos a este ritmo, acabaré de ama de casa y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para mudarme contigo, no estoy lista para un anillo y,desde luego, no estoy lista para formar una familia.
CAPITULO 68
Me acurruqué junto a Pedro para entrar en calor mientras íbamos del coche a la casa de Sigma Tau. El ambiente estaba cargado de humo, y hacía calor. La música atronaba en el sótano, y Pedro movió la cabeza siguiendo el ritmo.
Todo el mundo pareció darse la vuelta a la vez. No estaba segura de si nos miraban porque Pedro estaba en una fiesta de citas, porque llevaba pantalones de vestir o por mi
vestido, pero todos nos miraban.
Rosario se acercó y me susurró al oído:
—Estoy tan contenta de que estés aquí, Pau… Me siento como si acabara de entrar en una película de Molly Ringwald.
—Me alegra ser de ayuda —mascullé.
Pedro y Valentin se llevaron nuestros abrigos y después nos condujeron hasta la cocina. Valentin cogió cuatro cervezas del frigorífico, le dio una a Rosario y otra a mí. Nos quedamos en la cocina, escuchando a los compañeros de
hermandad de Pedro discutir sobre su última pelea. Las chicas que los acompañaban resultaron ser las mismas rubias tetonas que siguieron a Pedro a la cafetería la primera vez que hablamos.
Lorena era fácil de reconocer. No podía olvidar la mirada que puso cuando Pedro la echó de su regazo por insultar a Rosario. Me observaba con curiosidad y parecía estudiar cada palabra que decía. Sé que estaba intrigada por saber qué me hacía aparentemente irresistible para Pedro, y me descubrí a mí misma esforzándome por demostrárselo. No solté a Pedro ni un momento, añadía ocurrencias inteligentes en los momentos precisos de la conversación y bromeaba con él sobre sus nuevos tatuajes.
—Tío, ¿llevas el nombre de tu chica en la muñeca? ¿Qué demonios se te pasó por la cabeza para hacer eso? —dijo Alberto.
Pedro giró la mano con orgullo para enseñarle mi nombre.
—Estoy loco por ella —dijo él, mirándome con ternura.
—Pero si apenas la conoces —soltó Lorena. No apartó sus ojos de los míos.
—La conozco. —Frunció el entrecejo—. Pensaba que el tatuaje te había asustado. ¿Ahora fardas de él?
Me acerqué para besarle en la mejilla y me encogí de hombros.
—Conforme pasa el tiempo, me gusta más.
Valentin y Rosario se abrieron paso hacia las escaleras que llevaban al sótano y los seguimos, cogidos de la mano. Habían pegado los muebles a las paredes para hacer sitio a una improvisada pista de baile. Justo cuando bajábamos
las escaleras, empezó a sonar una canción lenta.
Pedro no dudó en llevarme hasta el centro; se pegó a mí y me llevó la mano a su pecho.
—Estoy contento de no haber venido a una de estas cosas antes. Es genial haberte traído solo a ti.
Sonreí y apreté la mejilla contra su pecho. Puso la mano sobre la parte inferior de mi espalda, cálida y suave contra mi piel desnuda.
—Este vestido hace que todo el mundo te mire —dijo él. Levanté la mirada,esperando ver una expresión tensa, pero estaba sonriendo—. Supongo que es bastante guay… estar con la chica a la que todo el mundo desea.
Puse los ojos en blanco.
—No me desean. Sienten curiosidad por saber por qué me deseas tú. Y, en cualquier caso, me da pena quien piense que tiene una oportunidad. Estoy irremediable y completamente enamorada de ti.
Una mirada de angustia oscureció su rostro.
—¿Sabes por qué te quiero? No sabía que estaba perdido hasta que me encontraste. No sabía lo solo que me encontraba hasta la primera noche que pasé sin ti en mi casa. Eres lo único que he hecho bien. Eres todo lo que he estado esperando, Paloma.
CAPITULO 67
El viernes después de clase, Rosario y yo pasamos la tarde en el centro,arreglándonos y mimándonos. Nos hicieron la manicura y la pedicura, nos depilaron con cera el vello que sobraba, nos bronceamos y nos hicimos mechas.
Cuando volvimos al apartamento, todas las superficies estaban cubiertas de ramos de rosas. Rojas, rosas, amarillas y blancas: parecía una floristería.
—¡Oh, Dios mío! —gritó Rosario cuando entró por la puerta.
Valentin miró a su alrededor, orgulloso.
—Fuimos a compraros flores, pero los dos pensamos que un solo ramo no era suficiente.
Abracé a Pedro.
—Chicos sois…, sois increíbles. Gracias.
Me dio una palmadita en la trasero.
—Treinta minutos para irnos a la fiesta, Paloma.
Los chicos se vistieron en la habitación de Pedro, mientras nosotras nos metíamos en nuestros vestidos en la de Valentin. Justo cuando me ponía mis zapatos de tacón plateados, llamaron a la puerta.
—Hora de irse, señoritas —dijo Valentin.
Rosario salió, y Valentin silbó.
—¿Dónde está? —preguntó Pedro.
—Pau está teniendo algunos problemillas con su zapato. Saldrá en un segundo —explicó Rosario.
—¡El suspenso me está matando, Paloma! —gritó Pedro.
Salí de la habitación, colocándome bien el vestido, mientras Pedro estaba de pie delante de mí, con la cara pálida.
Rosario le dio un codazo y él parpadeó.
—¡Joder!
—¿Estás listo para alucinar? —preguntó Rosario.
—No estoy alucinando. Está genial —dijo Pedro.
Sonreí y lentamente me di media vuelta para enseñarle el pronunciado escote de la espalda del vestido.
—Vale, ahora sí estoy alucinando —dijo acercándome y haciéndome girar.
—¿No te gusta? —pregunté.
—Necesitas una chaqueta.
Corrió al perchero y a toda prisa me echó el abrigo por encima de los hombros.
—No puede llevar eso toda la noche, Pepe —dijo Rosario riéndose.
—Estás preciosa, Pau —dijo Valentin como disculpa por el
comportamiento de Pedro. La expresión de Pedro al hablar era de aflicción.
—Desde luego. Estás increíble…, pero no puedes ir así vestida. La falda es…guau… y tus piernas… La falda es demasiado corta y falta la mitad del vestido. ¡Ni siquiera tiene espalda!
No pude contener una sonrisa.
—Está hecho así, Pedro.
—Vosotros dos vivís para torturaros el uno al otro, ¿no? —dijo Valentin con el ceño fruncido.
—¿No tienes otro vestido? —preguntó Pedro.
Bajé la mirada.
—Lo cierto es que es bastante normal por delante. Solo por detrás deja más piel a la vista.
—Paloma —pronunció las siguientes palabras con un gesto de dolor—, no quiero que te enfades, pero no puedo llevarte a la casa de mi hermandad vestida así. Me meteré en una pelea a los cinco minutos.
Me puse de puntillas y lo besé en los labios.
—Tengo fe en ti.
—Esta noche va a ser un desastre —gruñó él.
—No, va a ser genial —dijo Rosario, ofendida.
—Piensa en lo fácil que será quitarlo después —dije, besándolo en el cuello.
—Ese es el problema. Eso mismo pensarán todos los demás chicos.
—Pero tú eres el único que conseguirá comprobarlo. —No respondió y me eché hacia atrás para evaluar la expresión de su cara—. ¿De verdad quieres que me cambie?
Pedro escudriñó mi cara, mi vestido, mis piernas y después soltó una exhalación.
—Da igual lo que te pongas. Estás preciosa. Creo que debería empezar a acostumbrarme ya, ¿no? —Me encogí de hombros y él sacudió la cabeza—. Vale,ya se nos ha hecho tarde. Vámonos.
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