miércoles, 7 de mayo de 2014

CAPITULO 128



Metiendo las manos en mis bolsillos, me mantuve al mismo ritmo con ella durante el corto camino a Morgan Hall, y luego la observé mientras jugueteaba con la llave de la puerta de su dormitorio.

Paula finalmente abrió la puerta, y luego tiró su libro de biología en la cama.
Se sentó, cruzó las piernas, y yo caí sobre el colchón, notando lo rígido e incómodo que era. No era extraño que todas las chicas de esta escuela estuvieran de mal humor. Posiblemente no podían tener una buena noche de sueño en ese maldito colchón. Jesús.
Paula se volvió hacia la página correcta de su libro de texto, y me puse a trabajar. Fuimos sobre los puntos claves de cada capítulo. Era algo lindo como me miraba cuando hablaba. Casi tanto como si estuviera colgando de cada palabra, y sorprendida de que supiera leer. Un par de veces, podía decir por su expresión, que no entendía de qué hablaba, así que retrocedía, y sus ojos brillarían más.

Empecé a trabajar duro por la luz en su rostro después de eso.
Antes de que me diera cuenta, era tiempo de que fuera a clases. Suspiré, y luego, en broma, le golpeé la cabeza con su guía de estudio.

—Lo tienes. Ahora sabes esta guía al derecho y al revés.

—Bueno… Ya veremos.

—Te acompañaré a clases. Te cuestionaré en el camino. —Esperé por un rechazo educado, pero me ofreció una pequeña sonrisa y un asentimiento.

Caminamos por el pasillo, y suspiró. —No te enfadarás si repruebo el examen, ¿verdad?

¿Le preocupaba que me fuera a enfadar con ella? No estaba seguro de si debería pensar sobre eso, pero me sentí bastante malditamente asombroso. —No reprobarás, Paloma. Tenemos que empezar antes del siguiente, sin embargo —dije, acompañándola hacia el edificio de ciencias. Le hice pregunta tras pregunta.
Respondió casi todas bien, en algunas dudaba, pero las respondió correctamente.
Llegamos a la puerta de su salón de clases, y pude ver el agradecimiento en su rostro. Aunque era demasiado orgullosa como para reconocerlo.

—Patea sus traseros —dije, sin saber realmente que otra cosa decir.

Adrian Hayes pasó a mi lado y asintió. —Hola, Pepe.

Odiaba a ese cretino. —Adrian —dije, asintiendo.

Adrian era uno de esos tipos que les gustaba seguirme y usar su condición de Caballero Blanco para tener sexo. Le gustaba referirse a mí como un mujeriego, pero la verdad era que Adrian jugaba un juego más sofisticado. No era honesto sobre sus conquistas. Fingía que le importaba y luego las decepcionaba fácilmente.
Una noche de nuestro primer año, llevé a Janet Littleton desde The Red Door hasta mi apartamento. Adrian intentaba tener suerte con su amiga. Nos fuimos por caminos separados. Después que estuve con ella, y no fingí querer una relación, llamó enojada a su amiga para que la fuera a buscar. Su amiga todavía estaba con Adrian, así que él terminó llevando a Janet a casa.
Después de eso, Adrian tuvo una nueva historia para contarle a sus conquistas.
Con cualquier chica que yo estuviera, él usualmente barría mis sobras relatándoles la vez que salvó a Janet.
Lo toleraba, pero sólo apenas.
Los ojos de Adrian apuntaron a Paloma e inmediatamente se encendieron. —Hola, Paula.

No entendía por qué Adrian insistía tanto en ver si podía desembarcar las mismas chicas que yo, pero había tenido clase con ella durante varias semanas y acababa de mostrar interés. Saber que era porque la vio hablando conmigo casi me envió en una furia.

—Hola —dijo Paula, atrapada con la guardia baja. 

Claramente no sabía la razón por la que él de repente le hablaba. Estaba escrito en toda su cara—. ¿Quién es? —me preguntó.

Me encogí de hombros casualmente, pero quería entrar al salón y golpear su culo de muy buen gusto. —Adrian Hayes —dije. Su nombre dejó un mal gusto en mi boca—. Es uno de mis hermanos de Sig Tau. —Eso dejó un mal gusto también.

Tenía hermanos, ambos, de fraternidad y de sangre. Adrian se sentía como ninguno de ellos. Era más como el archienemigo que mantienes lo suficientemente cerca como para poder vigilarlo.

—¿Estás en una fraternidad? —preguntó, su pequeña nariz arrugándose.

—Sigma Tau, al igual que Valen. Pensé que ya lo sabías.

—Bueno… no pareces el tipo de fraternidad —dijo, mirando los tatuajes en mis brazos.

El hecho de que los ojos de Paula estuvieran de nuevo en mí inmediatamente me puso de mejor humor. —Mi papá es un ex alumno, y todos mis hermanos son Sig Tau… es una cosa de familia.

—¿Y ellos esperan que jures? —preguntó, escéptica.

—En realidad no. Sólo son chicos buenos—le dije, agitando sus papeles. Se los di a ella—. Es mejor que vayas a clases.

Esbozó una sonrisa perfecta. —Gracias por ayudarme. —Me empujó con el codo, y no pude evitar sonreír de nuevo.

Entró al salón de clases y se sentó junto a Rosario. Adrian las miraba fijamente, observándolas hablar. Me imaginaba agarrando un escritorio y lanzándolo hacia su cabeza mientras caminaba por el pasillo. Sin más clases por el día, no había razón para quedarme. Un largo paseo en la Harley me ayudaría a evitar que la idea de Adrian corrompiendo la gracia de Paula me volviera loco, así que me aseguré de tomar el camino largo a casa para que me diera más tiempo para pensar. Un par de alumnas dignas del sofá cruzaron por mi camino, pero la cara de Paula seguía apareciendo en mi mente, tantas veces que ya empezaba a molestarme.
Había sido notoriamente un pedazo de mierda con todas las chicas con las que había tenido una conversación privada sobre la edad de dieciséis, desde que tenía quince años. Nuestra historia podría haber sido la típica: chico malo se enamora de chica buena, pero Paula no era ninguna princesa. Ocultaba algo.
Quizás esa era nuestra conexión: lo que fuera que estaba dejando de lado.

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