TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 2 de abril de 2014
CAPITULO 16
Sentí que mi respiración se relajaba y que me pesaban los párpados; no
tardé mucho en dormirme. Cuando volví a abrir los ojos, el cielo nocturno había
oscurecido la ventana. Unas voces amortiguadas se colaban por el vestíbulo desde
la sala de estar, incluida la más profunda de Pedro. Fui sigilosamente hasta el
vestíbulo y entonces me quedé helada al oír mi nombre.
—Pau lo entiende, Pepe. No te tortures —dijo Valentin.
—Ya vais juntos a la fiesta de citas. ¿Qué hay de malo en pedirle que salga
contigo? —preguntó Rosario.
Me puse tensa, a la espera de su respuesta.
—No quiero salir con ella. Solo quiero estar con ella. Es una chica…
diferente.
—¿Diferente en qué sentido? —preguntó Rosario, con un tono ligeramente
irritado.
—No aguanta mis gilipolleces, es refrescante. Tú misma lo dijiste, Ro. No
soy su tipo. Lo que hay entre nosotros… simplemente es diferente.
—Estás más cerca de ser su tipo de lo que tú te crees —dijo Rosario.
Me eché hacia atrás tan silenciosamente como pude, y cuando los tablones
de madera crujieron bajo mis pies desnudos me estiré para cerrar la puerta del
dormitorio de Pedro y bajé por el vestíbulo.
—Hola, Pau—dijo Rosario con una sonrisa—. ¿Qué tal tu siesta?
—Me he quedado inconsciente durante cinco horas. Ha sido más un coma
que una siesta.
Pedro se quedó mirándome fijamente durante un momento y, cuando le
sonreí, vino directamente hacia mí, me cogió la mano y me arrastró por el vestíbulo
hasta su dormitorio. Cerró la puerta, y sentí que el corazón me daba un vuelco en
el pecho, preparándome para que dijera algo que aplastara mi ego.
Levantó las cejas.
—Lo siento mucho, Paloma. Antes me comporté contigo como un gilipollas.
Me relajé un poquito al ver remordimiento en su mirada.
—No sabía que estuvieras enfadado conmigo.
—Y no lo estaba. Simplemente tengo la mala costumbre de arremeter contra
la gente que me importa. Sé que es una excusa penosa, pero lo siento —dijo él,
mientras me envolvía en sus brazos.
Apoyé la mejilla en su pecho, acomodándome.
—¿Y por qué estabas enfadado?
—No importa. Lo único que me preocupa eres tú.
Me incliné hacia atrás para levantar la mirada hacia él.
—Puedo soportar tus rabietas.
Escrutó mi cara durante unos momentos, antes de que una ligera sonrisa se
extendiera en sus labios.
—No sé por qué me aguantas, y no sé qué haría yo si no lo hicieras.
Podía oler la mezcla de cigarrillos y menta de su aliento, y le miré los labios;
mi cuerpo reaccionó ante lo cerca que estábamos. La expresión de Pedro cambió y
su respiración se entrecortó: él también lo había notado.
Se inclinó hacia delante una distancia infinitesimal, pero ambos dimos un
respingo cuando su móvil sonó. Soltó un suspiro y lo sacó de su bolsillo.
—Sí, ¿Hoffman? Jesús…, está bien. Serán mil dólares fáciles. ¿Jefferson?
—Me miró y pestañeó—. Allí estaré. —Colgó y me cogió de la mano—. Ven
conmigo. —Me llevó de vuelta al vestíbulo—. Era Agustin —dijo a Valentin—. Alberto
Hoffman estará en Jefferson dentro de noventa minutos.
Valentin asintió, se levantó y sacó el móvil del bolsillo. Rápidamente tecleó
la información y envió invitaciones mediante SMS exclusivos a quienes conocían el
Círculo. Esos miembros, que rondaban los diez, escribirían a los diez nombres de
su lista, y así seguiría la cadena hasta que todos los miembros supieran dónde iba a
celebrarse la pelea.
—Muy bien —dijo Rosario, sonriendo—. ¡Será mejor que nos preparemos!
El ambiente del apartamento era tenso y optimista al mismo tiempo. Pedro
parecía el menos afectado, mientras se calzaba las botas y una camiseta sin mangas
blanca, como si se dispusiera a dar un paseo.
Rosario me guio por el vestíbulo hasta el dormitorio de Pedro y frunció el
ceño.
—Tienes que cambiarte, Pau. No puedes ir así vestida a la pelea.
—¡Llevé una puñetera chaqueta de punto la última vez y no dijiste nada!
—protesté.
—La última vez no pensaba en serio que fueras a ir. Toma —dijo, mientras
me lanzaba unas cuantas prendas de ropa—. Ponte esto.
—¡No pienso ponerme eso!
—¡Vamos! —gritó Valentin desde la sala de estar.
—¡Date prisa! —me apresuró Rosario, corriendo hacia la habitación de
Valentin. Me puse el top amarillo atado al cuello, sin espalda, y los tejanos de talle
bajo que Rosario me había lanzado, después me calcé un par de zapatos de tacón,
y me pasé un cepillo por el pelo mientras bajaba al vestíbulo. Rosario salió de su
habitación con un vestido corto verde y unos zapatos de tacón a juego, y, cuando
doblamos la esquina, Pedro y Valentin estaban de pie junto a la puerta.
Pedro se quedó boquiabierto.
—¡Oh, demonios, no! ¿Intentas que me maten? Tienes que cambiarte,
Paloma.
—¿Cómo? —pregunté bajando la mirada.
Rosario se puso las manos en las caderas.
—Está monísima, Pepe, ¡déjala en paz!
Pedro me cogió de la mano y me condujo por el vestíbulo.
—Ponte una camiseta… y unas zapatillas. Algo cómodo.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque si llevas esa camiseta estaré más preocupado de quién te está
mirando las tetas que de Hoffman —dijo él, deteniéndose en su puerta.
—Creía que habías dicho que no te importaba ni un comino lo que pensaran
los demás.
—Esto es diferente, Paloma. —Pedro bajó la mirada a mi pecho y después
volvió a levantarla—. No puedes ir así a la pelea, así que, por favor…,
simplemente…, por favor, simplemente cámbiate —balbuceó, mientras me
empujaba dentro de la habitación y cerraba la puerta.
—¡Pedro! —grité.
Me quité los tacones y me puse las Converse. Después, me zafé del top
atado al cuello y sin espalda, y lo lancé al otro lado de la habitación. Me puse la
primera camiseta de algodón que tocaron mis manos y atravesé corriendo el
vestíbulo para detenerme en el umbral de la puerta.
—¿Mejor? —dije resoplando, al tiempo que me recogía el pelo en una cola
de caballo.
—¡Sí! —dijo Pedro, aliviado—. ¡Vámonos!
Corrimos hasta el aparcamiento y salté al asiento trasero de la moto de
Pedro, mientras él encendía el motor y salía despedido, recorriendo a toda
velocidad la calle que llevaba a la universidad. Me aferré a su cintura por la
expectación; las prisas por salir me habían llenado las venas de adrenalina.
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