martes, 1 de abril de 2014

CAPITULO 12



En el bar de sushi, resultamos ruidosos y molestos, y ya habíamos bebido
suficiente para toda la noche antes de poner un pie en The Red Door. Valentin
recorrió lentamente el aparcamiento, tomándose su tiempo para encontrar un
espacio libre.
—Estaría bien aparcar en algún momento de esta noche, Valen —musitó
Rosario.
—Oye, tengo que encontrar un sitio ancho. No quiero que algún idiota
borracho me estropee la pintura.
Cuando aparcamos, Pedro inclinó el asiento hacia delante y me ayudó a
salir.
—Quería preguntaros por vuestros carnés de identidad. Son impecables.
Por aquí no los consigues así.
—Sí, los tenemos desde hace tiempo. Era necesario… en Wichita —dije.
—¿Necesario? —preguntó Pedro.
—Es bueno tener contactos —dijo Rosario.
Se le escapó un hipido y se tapó la boca, mientras se reía tontamente.
—Por Dios, mujer —dijo Valentin, cogiendo a Rosario del brazo, mientras
ella caminaba torpemente sobre la grava—. Creo que ya has tenido bastante por
esta noche.
Pedro puso mala cara.
—¿De qué estás hablando,Ro? ¿Qué contactos?
—Pau tiene algunos viejos amigos que…
—Son carnés de identidad falsos, Pepe—le interrumpí—. Tienes que
conocer a la gente adecuada si quieres que te los hagan bien, ¿no te parece?
Rosario apartó a propósito la mirada de Pedro y esperó.
—Sí —dijo él, extendiendo la mano para que le diera la mía.
Lo cogí por tres dedos y sonreí, sabiendo por su expresión que mi respuesta
no le había satisfecho.
—¡Necesito otra copa! —dije, en un segundo intento de cambiar de tema.
—¡Chupitos! —gritó Rosario.
Valentin puso los ojos en blanco.
—Ah, sí. Eso es lo que necesitas, otro chupito.
Una vez dentro, Rosario me condujo inmediatamente a la pista de baile. Su
cabellera rubia se movía por todas partes, y la cara de pato que ponía cuando se
movía al ritmo de la música me hizo reír. Cuando la canción acabó, nos reunimos
con los chicos en el bar. Al lado de Pedro, se había plantado ya una rubia platino
excesivamente voluptuosa, y la cara de Rosario se retorció en una mueca de asco.
—Será así toda la noche, Ro. Simplemente, ignóralas —dijo Valentin,
señalando con la cabeza a un pequeño grupo de chicas que estaban a unos metros.
Miraban a la rubia y esperaban su turno.
—Parece que Las Vegas ha vomitado a una bandada de buitres —ironizó
Rosario.
Pedro se encendió un cigarrillo mientras pedía dos cervezas más; la rubia se
mordió el labio recauchutado y brillante, y sonrió. El camarero abrió las botellas y
se las acercó a Pedro. La rubia cogió una de las cervezas, pero Pedro se la quitó de
la mano.
—Eh…, no es para ti —le dijo, mientras me la daba a mí.
Lo primero que se me ocurrió fue tirar la botella a la basura, pero la mujer
parecía tan ofendida que sonreí y di un trago. Se largó enfadada y yo me reí entre
dientes, pero Pedro no pareció ni fijarse.
—Como si fuera a pagarle una cerveza a una chica cualquiera de un bar
—dijo, sacudiendo la cabeza. Yo alcé mi cerveza, y él esbozó una media sonrisa.
—Tú eres diferente.
Choqué mi botella contra la suya.
—Por ser la única chica con la que un tío sin criterio no quiere acostarse
—dije, antes de dar un trago.
—¿Bromeas? —me preguntó, apartando la botella de mi boca. Como no me
retracté, se inclinó hacia mí—. En primer lugar…, tengo criterio. Nunca he estado
con una mujer fea. Jamás. Y, en segundo, sí quería acostarme contigo. Me he
imaginado tirándote sobre mi sofá de cincuenta maneras diferentes, pero no lo he
hecho porque ya no te veo de ese modo. Y no porque no me atraigas, sino porque
creo que eres mejor que eso.
No pude contener la sonrisa de suficiencia que se extendió en mi cara.
—Crees que soy demasiado buena para ti.
Puso cara de desdén ante mi segundo insulto.
—No conozco ni a un solo tío que sea suficientemente bueno para ti.
La sonrisa petulante desapareció para dejar paso a una que demostraba
agradecimiento, e incluso emoción.
—Gracias,Pepe—dije, mientras dejaba la botella vacía sobre la barra.
Pedro me cogió de la mano.
—Vamos —dijo él y me condujo entre la multitud hasta la pista de baile.
—¡He bebido mucho! ¡Me voy a caer!
Pedro sonrió y tiró de mí hacia él, mientras me agarraba por las caderas.
—Cállate y baila.

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