TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
martes, 1 de abril de 2014
CAPITULO 11
Jeronimo dio otra calada. El humo le salió por la nariz en dos espesas
columnas de humo. Levanté la cara hacia el sol mientras él me entretenía con su
último fin de semana de baile, bebida y un nuevo amigo muy persistente.
—Si te está acosando, ¿por qué le dejas que te invite a copas? —me reí.
—Simple, Pau. Estoy sin pasta.
Volví a reírme, y Jero me dio un codazo en un costado cuando vio que
Pedro venía hacia nosotros.
—Hola, Pedro —dijo Jeronimo en tono cantarín, antes de guiñarme un ojo.
—Jeronimo —le respondió él, asintiendo con la cabeza. Movió las llaves en el
aire—. Me voy a casa, Paloma. ¿Necesitas que te lleve?
—Justo iba a entrar —dije, sonriéndole desde detrás de mis gafas de sol.
—¿No te quedas conmigo esta noche? —me preguntó. Su cara era una
combinación de sorpresa y decepción.
—Sí, sí que me quedo, pero necesito coger unas cuantas cosas que me dejé.
—¿Como qué?
—Bueno, pues mi cuchilla, por ejemplo. ¿Qué más te da?
—Sí, ya va siendo hora de que te depiles las piernas. Han estado
arrancándome la piel a tiras —dijo él, con una mueca traviesa.
A Jeronimo casi se le salieron los ojos de las órbitas, mientras me echaba una
mirada para confirmar lo que había oído. Yo le puse mala cara a Pedro.
—¡Así empiezan los rumores!
Miré a Jero y sacudí la cabeza.
—Estoy durmiendo en su cama…, solo durmiendo.
—Ya —dijo Jeronimo con una sonrisa petulante.
Le di un manotazo a Jero en el brazo antes de abrir la puerta y subir las
escaleras. Cuando llegué al segundo piso, Pedro estaba a mi lado.
—Vamos, no te enfades. Solo era una broma.
—Todo el mundo da ya por supuesto que nos estamos acostando. Lo estás
empeorando.
—¿Y a quién le importa lo que piensen los demás?
—¡A mí, Pedro! ¡A mí!
Empujé la puerta de mi habitación, metí unas cuantas cosas al azar en una
bolsita y después salí furiosa con Pedro pisándome los talones. Se rio mientras me
cogía la bolsa que llevaba en la mano, y me quedé mirándolo.
—No tiene ninguna gracia. ¿Quieres que toda la universidad piense que soy
una de tus zorras?
Pedro frunció el ceño.
—Nadie piensa eso. Y, si alguien lo hace, será mejor que no llegue a mis
oídos.
Me sujetó la puerta y, después de pasar, me detuve abruptamente delante
de él.
—¡Eh! —dijo él, topándose conmigo.
Me di media vuelta con grandes aspavientos.
—¡Oh, Dios mío! La gente debe de pensar que estamos juntos y que tú
sigues sin ninguna vergüenza con tu… estilo de vida. ¡Debo de parecer patética!
—dije, dándome cuenta de la situación mientras hablaba—. No creo que deba
seguir quedándome contigo; de hecho, creo que, en general, deberíamos
mantenernos alejados el uno del otro durante un tiempo.
Le cogí la bolsa y él volvió a quitármela de las manos.
—Nadie piensa que estemos juntos, Paloma. No tienes que dejar de hablar
conmigo para demostrar nada.
Iniciamos una especie de pelea por la bolsa, y, cuando se negó a soltarla,
proferí un fuerte gruñido de frustración.
—¿Alguna vez se había quedado una chica, y me refiero a una que fuera
solo tu amiga, a vivir contigo en tu casa? ¿Alguna vez habías llevado y traído a
chicas a la universidad? ¿O habías comido con alguna todos los días? Nadie sabe
qué pensar de nosotros, ¡aunque se lo expliquemos!
Fue caminando hasta el aparcamiento con mis cosas como prenda.
—Lo arreglaré, ¿vale? No quiero que nadie piense mal de ti por mi culpa
—dijo con gesto turbado. —Sus ojos brillaron y sonrió—. Déjame compensarte.
¿Por qué no vamos a The Dutch esta noche?
—Pero si es un bar de moteros —dije, mientras observaba como ataba mi
bolsa a su moto.
—Vale, pues entonces vayamos al club. Te llevaré a cenar y después
podemos ir a The Red Door. Pago yo.
—¿Cómo arreglará el problema que salgamos a cenar y después vayamos a
un club? Que la gente nos vea juntos solo empeorará la situación.
Se sentó a horcajadas sobre la moto.
—Piénsalo. ¿Yo, borracho, en una habitación llena de mujeres ligeras de
ropa? La gente no tardará mucho en darse cuenta de que no somos pareja.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer yo? ¿Llevar a un tío del bar a casa
para dejarlo del todo claro?
—No he dicho eso. No hay necesidad de perder la cabeza —dijo con mala
cara.
Puse los ojos en blanco, me subí al asiento y rodeé su cintura con mis
brazos.
—¿Una chica cualquiera nos seguirá a casa desde el bar? ¿Así piensas
compensarme?
—¿Acaso estás celosa, Paloma?
—¿Celosa de qué? ¿De la imbécil con alguna infección de transmisión sexual
a la que echarás por la mañana?
Pedro se rio y arrancó la Harley. Voló hacia su apartamento al doble de la
velocidad permitida, y cerré los ojos para no ver los árboles y los coches que
dejábamos atrás.
Después de bajarme de su moto, le di un golpe en el hombro.
—¿Es que se te ha olvidado que iba contigo? ¿Intentas matarme?
—Es difícil olvidar que estás detrás de mí cuando tus muslos me están
exprimiendo la vida. —Su siguiente pensamiento le hizo sonreír—. De hecho, no se
me ocurre una manera mejor de morir.
—Realmente te falta un tornillo.
Apenas habíamos entrado cuando Rosario salió del dormitorio de Valentin.
—Estábamos pensando en salir esta noche. ¿Os apuntáis, chicos?
Miré a Pedro y sonreí.
—Nos pasaremos por el bar de sushi antes de ir al Red.
Rosario sonrió de oreja a oreja.
—¡Valen! —gritó, entrando a toda prisa en el baño—. ¡Salimos esta noche!
Fui la última en entrar en el baño, así que Valentin, Rosario y Pedro me
esperaban impacientes, de pie junto a la puerta, cuando salí del cuarto de aseo con
un vestido negro y unos zapatos de tacón rosa fuerte.
Rosario silbó.
—¡Estás cañón, nena!
Sonreí agradecida y Pedro me tendió la mano.
—Bonitas piernas.
—¿Te dije que es una cuchilla mágica?
—Me parece que no ha sido la cuchilla —dijo sonriendo, mientras tiraba de
mí para que cruzara la puerta.
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