lunes, 12 de mayo de 2014

CAPITULO 147




Paula puso su bandeja entre Rosario y Jeronimo. Una silla vacía a pocos asientos abajo era mejor opción para mí que intentar mantener una conversación como si no acabara de perderla. Esto iba a apestar y no sabía qué hacer. Había desperdiciado tanto tiempo en juegos. Paula no tuvo la oportunidad de llegar a conocerme. Diablos, incluso si la tuviera, probablemente estaría mejor con alguien como Adrian Hayes.


—¿Estás bien, Pepe? —preguntó Paula.


—¿Yo? Bien, ¿por qué? —pregunté, tratando de librarme de la sensación de pesadez que se instaló en cada músculo de mi cara.


—Es sólo que has estado callado.


Varios miembros del equipo de Futbol se acercaron a la mesa, riendo a carcajadas. Sólo el sonido de sus voces me daba ganas de golpear una pared.


Daniel Jenks lanzó una papa frita dentro de mi plato. —¿Qué sucede, Pepe? Escuché que te tiraste a Tina Martin. Está barriendo tu nombre por el lodo hoy.


—Cállate, Jenks —dije, manteniendo los ojos en mi comida. Si miraba su ridícula cara de mierda, podría haberlo golpeado fuera de su silla.


Paula se inclinó hacia adelante. —Ya basta, Daniel.


Miré a Paula, y por una razón que no pude explicar, me convertí instantáneamente en ira. ¿Para qué demonios me defendía? El segundo en que se enterara de lo de Morgan, me dejaría. Nunca volvería a hablarme. A pesar de que era una locura, me sentí traicionado.


—Puedo defenderme solo, Paula.


—Lo siento, yo…


—No quiero que lo sientas. No quiero que hagas nada —exploté. Su expresión fue la gota final. Por supuesto, ella no quería estar cerca de mí. Era un idiota infantil que tenía el control emocional de un niño de tres años. Me aparté de la mesa y empujé la puerta, sin detenerme hasta que me subí a mi moto.


Los agarres de goma en las manillas se quejaron bajo mis palmas mientras las retorcía en mis manos hacia atrás y hacia adelante. El motor rugió y pateé hacia atrás el pie de apoyo antes de despegar como un murciélago fuera del infierno hacia la calle.
Conduje alrededor de una hora, no sintiéndome mejor que antes. Las calles me llevaban a un lugar, sin embargo, y aunque me tomó mucho tiempo ceder y sólo dejarme ir, por fin aparqué en la entrada de la casa mi padre.



Papá salió por la puerta de entrada y se quedó en el porche, dando un breve saludo.


Tomé las dos escaleras del porche de una vez y me detuve justo donde él estaba. No dudó en tirar de mí hacia su suave y redondo lado, antes de escoltarme al interior.


—Pensaba que ya era hora de una visita —dijo con una sonrisa cansada. Sus párpados se cernían sobre sus pestañas un poco, y la piel debajo de ellos estaba hinchada, coincidiendo con el resto de su cara redonda.


Papá estuvo fuera de servicio un par de años después de la muerte de mamá.Pablo asumió muchas más responsabilidades de las que un niño de su edad debió tener, pero lo hicimos, y finalmente papá explotó. Él nunca hablaba de ello, pero nunca perdió la oportunidad de hacer las paces con nosotros.
A pesar de que estaba triste y enojado por la mayor parte de mis años de formación, no lo considero un mal padre, sólo se había perdido sin su esposa.
Sabía cómo se sentía ahora. Tal vez sentía una fracción de ello por Paloma de lo que papá sintió por mamá, y la idea de estar sin ella me hacía sentir enfermo.


Se sentó en el sofá y señaló al sillón desgastado. —¿Y bien? Siéntate, ¿quieres? —Me senté, inquieto, mientras trataba de averiguar lo que iba a decir—.¿Pasa algo hijo?


—Hay una chica, papá.


Sonrió un poco. —Una chica.


—Ella como que me odia, y yo como que…


—¿La amas?


—No lo sé, no lo creo. Me refiero, ¿cómo lo sabes?


Su sonrisa se hizo más amplia. —Cuando hablas de ella con tu viejo padre es porque no sabes qué mas hacer.


Suspiré.


 —Acabo de conocerla. Bueno, hace un mes. No creo que sea amor.


—Está bien.


—¿Está bien?


—Voy a tomar tu palabra —dijo sin juicios.


—Sólo… no creo que sea bueno para ella. —Papá se inclinó hacia adelante, y tocó con un par de dedos sus labios. Continué—: Creo fue consumida por alguien antes. Por alguien como yo.



—Te gusta.


—Sí. —Asentí y suspiré. La última cosa que quería admitirle a papá es lo que he estado haciendo.


La puerta principal se cerró de golpe contra la pared. —Mira quién decidió volver a casa —dijo Marcos con una amplia sonrisa. Abrazando dos costales de papel marrón a su pecho.


—Hola, Marcos—dije, levantándome. Lo seguí a la cocina y le ayudé a poner a un lado los comestibles de papá.


Nos dimos codazos y empujones el uno al otro. Marcos siempre había sido el más duro conmigo en cuanto a patear mi trasero cuando no concordábamos, pero también estaba más cerca de él de lo que estaba con mis otros hermanos.


—Te extrañamos en The Red la otra noche. Cami te envió saludos.


—Estaba ocupado.


—¿Con esa chica con la que Cami te vio la otra noche?


—Sí —dije. Saqué una botella de ketchup vacía y un poco de fruta con moho de la nevera y lo tiré a la basura antes de regresar a la habitación principal.


Marcos rebotó un par de veces y cayó en la cama, golpeándose las rodillas.


—¿Qué has estado haciendo, perdedor?


—Nada —dije, mirando a papá.


Marcos miró a papá, y luego a mí. —¿He interrumpido?


—No —dije, sacudiendo la cabeza.


Papá le despidió con un gesto. —No, hijo. ¿Cómo fue el trabajo?


—Es una mierda. Dejé el cheque del alquiler en tu aparador esta mañana. ¿Lo viste? —Papá asintió con una sonrisa. Marcos asintió una vez—. ¿Te quedas a la cena, Pepe?


—No —dije, levantándome—. Creo que me voy a casa.


—Me gustaría que te quedaras, hijo.


Mi boca se estiró de un lado. —No puedo. Pero, gracias, papá. Te lo agradezco.


—¿Agradeces qué? —preguntó Marcos. Su cabeza giró de lado a lado como si estuviera viendo un partido de tenis—. ¿Qué me perdí?


Miré a mi padre. —Ella es una paloma. Sin duda una paloma.



—¿Oh? —dijo papá, sus ojos brillando un poco.


—¿La misma chica?


—Sí, pero fui una especie de idiota con ella antes. Como que me hace sentir muy loco.


La sonrisa de Marcos creció de a poco, y luego, lentamente, se extendió por todo el ancho de su rostro. —¡Hermanito!


—Déjalo. —Fruncí el ceño.


Papá golpeó a Marcos en la parte posterior de la cabeza.


—¿Qué? —exclamó Marcos—. ¿Qué he dicho?


Papá me siguió hasta la puerta principal y me dio unas palmaditas en el hombro. —Vas a averiguarlo. No tengo ninguna duda. Debe de ser algo, sin embargo. No creo haberte visto así.


—Gracias, papá. —Me apoyé, envolviendo mis brazos alrededor de su enorme cuerpo lo mejor que pude, y luego me dirigí a la Harley.

2 comentarios:

  1. Q lindos capítulos! Me encanta leer la versión de Pedro de las cosas, su manera de pensar, sus sentimientos! Es como q se entiende más todo por lo q pasaron! Muy linda la novela!

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