lunes, 12 de mayo de 2014

CAPITULO 145



Paula se durmió antes que yo. Su respiración era calmada y su cuerpo se encontraba relajado contra el mío. Era cálida, y su nariz hacía el zumbido más mínimo y dulce cuando inhalaba. Su cuerpo en mis brazos se sentía demasiado bien. Era algo a lo que me podía acostumbrar con mucha facilidad. Tan asustado como eso me hacía sentir, no me podía mover.
Conociendo a Paula, se despertaría y me recordaría que era un trasero irritante, y me gritaría por dejar que esto pasara o, peor, trataría de que nunca pasara de nuevo.
No era tan estúpido como para tener esperanza, o lo suficientemente fuerte para dejar de sentirme de la manera en que lo hacía. Total revelación. No tan rudo, después de todo. No cuando se trataba de Paula.
Mi respiración se hizo más lenta, y mi cuerpo se hundió en el colchón, pero luché contra la fatiga que constantemente me alcanzaba. No quería cerrar mis ojos y perderme incluso un segundo de cómo se sentía tener a Paula tan cerca.
Se movió, y me congelé. Sus dedos se presionaron en mi piel, y luego se abrazó contra mí una vez antes de relajarse de nuevo. Besé su cabello, y apoyé mi mejilla contra su frente.
Cerrando mis ojos sólo por un momento, tomé un respiro.
Abrí mis ojos de nuevo y ya era de día. Joder. Sabía que no debía hacerlo.
Paula se movía, tratando de salirse de debajo de mí. Mis piernas estaban sobre las suyas, y mi brazo aún la sujetaba.


—Basta, Paloma. Estoy durmiendo —dije, acercándola más.
Sacó sus piernas, una a la vez, y luego se sentó en la cama y suspiró.

Deslicé mi mano sobre la cama, alcanzando las puntas de sus dedos pequeños y delicados. Su espalda estaba hacia mí, y no se dio la vuelta.


—¿Qué pasa, Paloma?


—Voy por un vaso con agua. ¿Quieres algo?


Negué con la cabeza y cerré mis ojos. Ya sea que ella fuera a fingir que no pasó o estuviera enojada, ninguna de las opciones era buena.
Paula salió y me quedé acostado un rato, tratando de encontrar la motivación para moverme. Las resacas apestaban, y mi cabeza latía con fuerza.
Podía escuchar la profunda y apagada voz de Valentin, así que decidí arrastrar mi trasero fuera de la cama.
Mis pies desnudos golpearon contra el suelo de madera mientras caminaba hacia la cocina. Paula estaba de pie en mi camiseta y bóxer, vertiendo jarabe de chocolate en un tazón humeante de avena.


—Eso es asqueroso, Paloma —repliqué, tratando de parpadear el desenfoque fuera de mis ojos.


—Buenos días también para ti.


—Escuché que tu cumpleaños se acerca. Lo último en tus años adolescentes.


Ella hizo una mueca, atrapada con la guardia baja. —Sí… No soy una persona de cumpleaños. Creo que Ro va a llevarme a cenar o algo así. —Sonrió—. Puedes venir si quieres.


Me encogí de hombros, tratando de pretender que su sonrisa no me había alcanzado. Ella me quería allí. —De acuerdo. ¿Es una semana después del domingo?


—Sí. ¿Cuándo es tu cumpleaños?


—No hasta abril. El primero de abril —dije, vertiendo leche sobre el cereal.


—Estás bromeando.


Tomé un bocado, divertido ante su sorpresa. —No, lo digo en serio.


—¿Tu cumpleaños es el Día de los Inocentes?


Me reí. Esa mirada en su rostro no tenía precio. —¡Sí! Vas a llegar tarde.Mejor me voy a vestir.


—Voy a ir con Ro.


Ese pequeño rechazo era mucho más duro de escuchar de lo que debería haber sido. Había estado viajando al campus conmigo, y ¿de pronto iba a viajar con Rosario? Me hacía preguntarme si era por lo que pasó anoche. Probablemente
trataba de distanciarse de mí de nuevo, y eso no era más que decepcionante. — Como sea —dije, dándole la espalda antes de que pudiera ver la decepción en mis ojos.


Las chicas tomaron sus mochilas de prisa. Rosario arrancó del estacionamiento como si hubiera asaltado un banco.
Valentin salió de su habitación, poniéndose una camiseta sobre la cabeza.


Sus cejas se juntaron. —¿Acaban de irse?


—Sí —dije distraídamente, levantado mi tazón de cereal y tirando las sobras de la avena de Paula en el lavabo. Apenas la había tocado.


—Bueno, ¿qué diablos? Ro ni siquiera me dijo adiós.


—Sabías que iba a clases. Deja de ser un bebé llorón.


Valentin apuntó hacia su pecho. —¿Yo soy un bebé llorón? ¿Recuerdas anoche?


—Cállate.


—Eso es lo que pensé. —Se sentó en el sofá y se deslizó dentro de sus tenis—. ¿Le preguntaste a Paula sobre su cumpleaños?


—No dijo mucho, excepto que no le gustan los cumpleaños.


—Entonces, ¿qué vamos a hacer?


—Hacerle una fiesta. —Valentin asintió, esperando a que le explicara—.Pensé que la sorprendería. Invitar a algunos de sus amigos y hacer que Rosario se la lleve fuera por un rato.


Valentin se puso su gorra blanca de béisbol, tirándola hacia tan abajo sobre sus cejas que no podía ver sus ojos. —Puede manejarlo. ¿Algo más?


—¿Qué piensas de un perrito?


Valentin se río una vez. —No es mi cumpleaños, amigo.


Caminé alrededor de la barra de desayuno e incliné mi cadera contra el taburete. —Lo sé, pero vive en los dormitorios. No puede tener un perrito.


—¿Tenerlo aquí? ¿En serio? ¿Qué vamos a hacer para tener un perro?


—Encontré un Bulldog frances en línea, es perfecto.


—¿Un qué? Se va a cagar por todas partes, Pedro. Ladrar y llorar y… no sé.


—Igual que Rosario… menos la parte de cagarse. —A Valentin no le hizo gracia—. Lo sacaré y limpiaré lo que haga. Lo mantendré en mi habitación. Ni siquiera sabrás que está aquí.


—No puedes evitar que ladre.


—Piénsalo. Tienes que admitir que eso la va a conquistar.


Valentin sonrió. —¿De eso es de lo que se trata todo esto? ¿Estás tratando de ganarte a Paula?


Mis cejas se juntaron. —Déjalo.


Su sonrisa se ensanchó. —Puedes conseguir al maldito perro… —Sonreí. ¡Sí! ¡Victoria!—…si admites que tienes sentimientos por Paula.


Fruncí el ceño. ¡Joder! ¡Derrota! —¡Vamos, amigo!


—Admítelo —dijo Valentin, cruzando sus brazos. Qué idiota. En realidad iba a hacerme decirlo.


Miré al suelo y a todas partes excepto a la petulante e idiota sonrisa de Valentin. Luché contra ello por un rato, pero el perrito era jodidamente brillante.
Paula iba a dar una voltereta (en el buen sentido, por una vez), y podría tenerlo en el apartamento. Ella querría estar aquí todos los días.


—Me gusta —dije entre dientes.


Valentin sostuvo su mano en su oreja. —¿Qué? No pude escucharte bien.


—¡Eres un idiota! ¿Escuchaste eso?


Valentin cruzó los brazos. —Dilo.


—Me gusta, ¿de acuerdo?


—No es lo suficientemente bueno.


—Tengo sentimientos por ella. Me preocupo por ella. Mucho. No puedo soportar cuando no está cerca. ¿Feliz?


—Por ahora —dijo, tomando su mochila del suelo. Colgó una correa sobre su hombro, y luego tomó su celular y llaves—. Nos vemos en el almuerzo, marica.


—Come mierda —repliqué.

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